28 de agosto de 2014

LA CODORNIZ


                                   

                               LA CODORNIZ

        Este escrito nada tiene que ver con la revista más audaz para el lector más inteligente.

         


Pie de foto.- El gran Gila –que sobrevivió, en nuestra última guerra civil, a un fusilamiento de los nazzionales en El Viso de los Pedroches (Córdoba)– "haciendo de las suyas" en La Codorniz.




     Se comentaba en nuestro pueblo castellanoviejo algo que aconteció en el término municipal una tarde de verano, ya muy metidas sus gentes en las faenas de la siega en uno de los tantos veranos de, por aquellos entonces, años 60, en los tiempos en los que, aún, la recolección de la mies se llevaba a cabo de forma meramente artesanal y familiar, salvarguando la tradición ancestral, de por aquellos lares, de siglos atrás como mandaban los cánones. 

       Recordaban las gentes del lugar que, hallándose una tarde un vecino en el rastrojo (sin llegar, aquel, a hijodalgo pero si palmario cristianoviejo, limpio sin tocarle raza mala alguna, ni secta reconvenida por el Santo Oficio), en el receso de la siega, a la sombra del carro y metido en el brete de acabar de merendar junto a toda su prole, la cual, era bastante considerable en número pero sin igualar –donde va a parar– a la de nuestro  ya conocido labriego castellanoviejo –el de los 13–, y que estando, aquel labriego, tratando de comer el pseudo postre, el cual solía consistir en las clásicas sopas en vino y azúcar, compuestas de unos trozos de pan candeal de hogaza sumergidos en vino y azúcar, y todo ello dentro de una fiambrera metálica (el tupperware ya estaba inventado pero, aún, tardaría en llegar a nuestro pueblo castellanoviejo –los adelantos se resistían a visitar aquellos lares de gentes tan bizarras–), tras haber dado buena cuenta del jamón, del pan y del tomate (imitación de la versión, más europeísta, del “pa amb tomaca” del litoral de más arriba del Levante peninsular español), cayó en la cuenta de que tenia escasas posibilidades de catarlas.

       Era la aplicación sobre el terreno de la optimización de recursos, tan en boga hoy en día, sin embargo en nuestro pequeño pueblo castellanoviejo ya estaba, por aquel tiempo y lugar, la cuestión en marcha desde hacía tiempo, pues la fiambrera se utilizaba para meter el chorizo, torreznos y tajadas de la olla y, una vez zampados, en la misma fiambrera se hacían las sopas de pan con vino de la bota y añadiendo azúcar para el remate del buen yantar de los segadores pertinentes.

      Antes de la merienda, esa tarde, los hijos del mentado labriego, estando segando, habían capturado una codorniz y la pusieron a buen recaudo, con el fin de llevársela después a casa, debajo del sombrero del padre –este continuó tirando de hoz con la boina calada en la cabeza- con unos terrones de tierra compacta encima para evitar que se escapara la gallinácea.

      Viendo, el padre, que sus hijos se encontraban dando buena cuenta del contenido de la fiambrera, es decir, de los tacos de pan que trataban, estos, de seguir manteniéndose a flote en el vino, y ante el temor de quedarse sin catar trozo alguno (las sopas se pinchaban con un trozo de paja, agenciada del propio rastrojo del cereal que se estaba segando) ya que con tanto aspirante a pillar cacho, no había forma humana de meter baza, optó por tirar de recurso levantando su sombrero de paja (pajero) del suelo y gritando a su vez: “A por la codorniz”.

      Una vez alzada la improvisada jaula, al vuelo evasivo de la gallinácea respondió toda la recua de los chicos del labrador saliendo disparados en pos de ella, dejando tranquilas las sopas y al padre, este mientras tanto dio buena cuenta del sobrante de la fiambrera.

         De la codorniz nunca más llegó a saberse.


              HistoriasdeRebocato@agosto-2014

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