TEREVINTO Y CUTEPLA O ¿EL
FUTBOL ES CULTURA?
"
Ni Lazlos, ni Incitatus, ni Othar, ni Genitor,
ni Strategos, ni Bucéfalo, ni Siete leguas, ni As de oros, ni Marengo, ni
Palomo, ni tan siquiera Babieca. Si acaso Rocinante que solo existió en la
cabeza de Cervantes a no ser que, este, plagiara de la vida real. Nada que ver,
ninguno de todos ellos, con los sin par Terevinto y Cutepla, y sin rancios
abolengos equinos pues no llegaban, ni tan siquiera, a ser caballos. Eran
simplemente acémilas, entregadas a sus labores, no a las de casa de las mujeres de
entonces, sino a las agrícolas, a saber las de: arar, arrejacar, acarrear, trillar, etc., en la Meseta
castellanovieja".
Nuestro labriego castellanoviejo encontrábase
sentado, junto a parte de la prole de sus hijos residentes en el hogar, en el comedor de su casa alrededor
de la alargada mesa de fabricación casera (a pesar de que ya existía IKEA desde
1958, pero que, como que, a nuestro labriego, no le pedía el cuerpo el uncir a los
machos al carro, subirse a este y, aplicando la tralla sobre los lomos de su
yunta, cubrir mas de 2.500 Km., ferry incluido, para acercarse hasta la primera tienda de IKEA instalada en la localidad de Älmhult en el sur de Suecia, a feriarse –gastándose tontamente los cuartos– una mesa de "diseño, calidad, bien de
precio y funcional") resuelta con madera de pino resinero y con su enorme
tablero horizontal de tablas de pino negral y forrado con chapa de cinc y claveteado. Estaba a la espera de
que su mujer, y madre de sus vástagos, trajera, de la cocina anexa, el cocido
del mediodía.
Contempló, dispuestos sobre el hule, los
esmorroñados platos metálicos, esmaltados en porcelana, esparcidos sobre la
mesa, y, a su vez, los cubiertos desgastados (cucharas y tenedores) a resultas
del uso y de los sucesivos restregados a los que se les sometía a diario, con
arena fina y estropajo de esparto, después de las comidas y cenas, en un balde metálico
lleno de agua, calentada esta en calderos sobre la lumbre baja.
Andaba barruntando, el hombre, en como bautizar
al pareo de machos que había adquirido recientemente, aunque no nos consta si
la compra se realizó en la feria del pueblo de al lado, o bien, a los ya
conocidos tratantes de etnia gitana que periódicamente, a lo largo del año y
desde tiempos inmemoriales, se dejaban caer, por nuestro pueblo
castellanoviejo, para ejercer los tratos de caballerías con los lugareños que
estuvieran interesados en la compra y/o venta de ganado de labor.
Por aquellos contornos las yuntas de machos iban
suplantando, paulatinamente, a las de bueyes (al igual que las grandes y
ruidosas ruedas de llantas de los carros eran reemplazadas por las más pequeñas
y silenciosas provistas de cubiertas de caucho y cámaras de aire) y aunque los empleados
bueyes eran físicamente mucho más fuertes, los machos suplían esa escasez al
ser bastante más rápidos y por ello a la hora de trasladarse, para laborar, a
las tierras dispersas (pequeñas parcelas de secano -bien propias del labrador o
bien, en su mayoría, arrendadas- en las cuales se cultivaba, básicamente,
cereales, sembrando a barbecho alternando en dos hojas, año si, año no) del
término municipal, se economizaba mucho tiempo en los desplazamientos, ya
fueran los machos libres, uncidos al carro o con el arado; además con la
particularidad de que podían los individuos encabalgarse a sus lomos para
efectuar dichos recorridos, facilidad que no se contemplaba, por razones
obvias, en poder aplicarla sobre la grupa de los bueyes. Ya entonces, apenas
mediado el siglo XX, el factor tiempo empezaba a tener un cierto peso
específico, al menos en aquel pueblo castellanoviejo meramente agrícola y
resinero donde acaecían estos aconteceres.
El hombre, durante la espera del cocido, a
resultas de tanta entrega a la cavilación ya le barruntaba la idea por la
cabeza: cuchara, tenedor, plato…, cuchara, tenedor, plato…, cuchara, tenedor,
plato…
-Ya lo tengo (comentó a sus hijos), un macho se
llamará Cutepla, cuyo nombre lo formarán la primera sílaba de las palabras: cuchara, tenedor y plato… .
- Cutepla está bien -repitió triunfal.
Al otro macho se le acabó llamando Terevinto
pero, nuestro labriego, que se sepa, nunca comunicó a su prole el origen de
dicho sustantivo o bien, si lo declaró, no trascendió su raíz y por lo tanto
cayó en el olvido con el suceder de los años.
Pie de foto: Los machos parecen auténticos como
los Terevinto y Cutepla, aunque con recargo de atalajes y demasiada miramiento
y fijación, de ellos, hacia el realizador de la instantánea. El pseudo labriego
daría el pego si no fuera por los tirantes, la barba y la gorra que calza tipo
confederado negrero del sur de USA, aunque parece que lleva los gavilanes
colgando del brazo derecho para desbrozar el arado caso de pillar cesperones de
grama arando. Por otra parte el arado se nos antoja demasiado moderno, no es el clásico romano con el que labraba nuestro labriego castellanoviejo.
La yunta de machos se hizo muy popular (a pesar
de que, aún, no existía el partido de la gaviota azul, aunque el exceso de
grajos en el término no barruntaban, ya, compasivos augurios venideros por lo
que respectaría a símbolos pajareros de partidos políticos) en nuestro pueblo castellanoviejo,
debido a lo poco común de sus nombres, nada que ver con los clásicos y
habituales de la comarca que solían ser los de: Tordo, Mohíno, Lucero, Voluntario, Pinto, Moreno, Bragado, etc.
Incluso a dos de los hijos del labrador les apodaron, los propios amigos de
aquellos, como a los machos, o sea: Terevinto y Cutepla.
En la localidad era
costumbre ancestral, a partir del día de San Isidro (patrón de los
labradores y de Madrid -festividad del 15 de mayo-), el sacar a las vacas, a
los machos y a los burros (a los Equus africanus asinus) del pueblo a
la dehesa para que carearan o careasen.
Con el fin de que las bestias tuvieran más campo
de acción a la hora de pastar se les maneaba (a las vacas no), es decir, en lugar de estacarles
con soga y estaca, se les colocaba una cuerda o una cadena, aparentes para ese
fin, justo por encima de los cascos de las patas delanteras, para que no
pudieran correr al cuatropies (galope) y con ello escaparse del recinto de la
dehesa, la cual no estaba vallada. Además, para dar más aliciente al asunto, la
carretera comarcal cruzaba y partía en dos a la dehesa, y aquella disponía de
las clásicas hileras de chopos, dispuestas aparentemente, a ambos lados del
asfalto, más que nada por si algún coche se salía del firme el poder retenerlo
contra los chopos y evitar así el atropello del indefenso ganado. Era la puesta
en acción del ecologismo puro y duro, en defensa de los pobres animalitos, que
ya rezumaba adecuadamente en aquellos tiempos y lugares, anteponiéndolo a la
propia seguridad de las personas contaminantes y conductoras de los vehículos a
motor.
Por la tarde al ponerse el sol empezaban a
pulular por la dehesa los tábanos (para alimentarse, principalmente, en salva sea la parte, es decir en los
bajos de las caballerías donde estas no podían maniobrar con la cola para
espantarlos y con ello evitar picaduras y absorbidas de sangre) y las
zamarriegas (que no se ofendan las mujeres de Zamarramala, pero resulta que en
el municipio castellanoviejo donde estamos ubicando la acción se les define así
a los escarabajos peloteros) para hacer sus correspondientes bolas rodantes con
los moñigos y boñigas evacuados por los animales que pastaban. Era aquel el
momento (en el sobrevenir del ocaso) de reunir a las bestias y de conducirlas a
las cuadras respectivas de cada parroquiano y dueño de ellas.
El Terevinto era un macho muy, pero que muy, falso, no era mucho de fiar. Si estaba
careando y trataba alguien de atraparle, a pesar de estar aquel maneado, cuando "atervaba" (en palabraria de la gacería: "miraba") a un individuo que se le
acercaba, agachaba la cabeza, plegaba las orejas para atrás (lo cual, en estos
animalitos, significa cabreo y posible avecinamiento de mordisco; orejas hacia
adelante demostración de afecto y simpatía) y enfilaba hacia el incauto dando
saltos y enseñándole los dientes. Ya podías dedicarle, al animal, todo tipo de
garatusas que se te antojaran que todo era en vano. Ante el peligro inminente
había que desistir del intento y salir por piernas. Metidos en estos bretes existían
otras dos opciones: acercarse al animalito ofreciéndole un trozo de pan (hierba
ya había comido bastante, y las zanahorias y los terrones de azúcar brillaban,
entonces, por su ausencia, por aquellos lares, y ante tal carencia, caso de
poseer alguien esos manjares, un humano daría buena cuenta de ello antes que
ofrecérselo al bicho) o llamar a su dueño para que lo asiera, porque la guardia
civil no estaba para esos menesteres de detención de bestias. En cambio, si en la
Función (Fiesta Mayor de la localidad) se escapaba un toro, la benemérita, no
le hacía ascos a la hora de abatirle de un tiro de mosquetón. ¿Aplicación de la
tan nuestra, traída y llevada, antaño, ley de fugas? (leer
“Luces de Bohemia” de Valle-Inclán).
Al macho Cutepla una temporada le dio (en la
cuadra y de noche) por la tontuna de emprenderla a coces (notábase que no araba
en demasía o, en su defecto, que estaba sobrado de energías), con uno de los tramones
de adobe que ejercía la función de separación de la cuadra con respecto a la
alcoba donde el matrimonio, dueño del animal, ejercía la labor de dejarse caer
en los brazos de Morfeo, entre otros menesteres que ahora no vienen a cuento el mentar. El labriego, temiendo que el animal acabara agujereando la pared a golpe de
coz, hubo de clavar unas ripias en la pared de la parte de la cuadra, con el
fin de que desistiera el mulo en su empeño y les dejara dormir en paz; no
obstante fue peor el remedio que la enfermedad debido a la mayor murga causada
por el repiqueteo nocturno de los cascos del macho, ahora, contra las tablas.
Con el paso del tiempo el Cutepla cesó con el trajín del sacudimiento, de la
misma forma que cuando lo comenzó: sin
motivo aparente. Es lo que tiene el ser bestia que no has de dar
explicaciones sobre los inicios y finales de tus acciones o antojos.
Resaltar, por extraño que
parezca, que los machos suelen dormir de pie, y que empiezan a levantarse, caso
de estar tumbados, por las patas delanteras, en cambio las vacas emprenden el “Alzamiento”
(palabra que, precedida de “Glorioso” fue usada como bandera de “nuestros salva
patrias”, dejando huella trágica en nuestra, no tan lejana, historia) por las
patas traseras. (Rebocato da fe de estos
procederes de elevaciones, por presenciarlos, “in situ”, muchas veces. No
obstante, los escépticos, que lean, si no han tenido el placer de hacerlo aún,: “Las
aventuras de Huckleberry Finn” de Mark Twain; donde Huck, una vez que
por necesidad, en sus correrías, necesita disfrazarse de niña, responde, a
estas dos cuestiones de levantamientos, a una mujer que le somete al tercer
grado en un interrogatorio ante las dudas que se le presentan, a esta, de que,
Huck, sea una niña de verdad (va disfrazada de una) y no un rapazuelo como era el caso, y en que la
escena, finalmente, concluye desfaciéndose el entuerto del sexo).
El macho Cutepla se dejaba coger en la pradera
de manera mucho más fácil que su compañero de yugo (dejemos tranquilas a “las
fechas de mi haz”, no despertemos a la bestia) y de cuadra llamado Terevinto, y
era mucho más noble que este, dentro de lo que cabe, pues estamos tratando de
unos cacho pedazo de acémilas considerables.
Cuando los inquilinos de la casa tenían la necesidad
de miccionar, o de otras causas fisiológicas más intempestivas y no por ello
menos naturales y urgentes, iban a las cuadras y al pasar por detrás de los machos, que
estaban atados al pesebre, tenían que andar, sobre todo con el Terevinto, ojo
avizor por si te soltaban una coz; aunque no nos consta que se produjera esta
acción jamás, pero, por si las moscas, más valía prevenir que lamentar.
Dicen que si recibes una coz de cualquiera de
estos bichos no te curas ni ingiriendo el bálsamo de Fierabrás que, según la
leyenda épica, era con lo que embalsamaron el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo
y lo que sobró del ungüento, aventuraban que, curaba al que lo bebía. Una vez
Don Quijote se jactó ante Sancho de que conocía la forma de preparar dicho
bálsamo: “Se hierve vino, aceite, romero y sal, y se rezan 80 padrenuestros, 80
avemarías, 80 credos y 80 salves”. (Como para ir con prisas para aliviarte).
Don Quijote lo bebió una noche y le produjo sudores y sopor y se levantó, al
día siguiente, tan campante. En cambio a Sancho, el ingerirlo, le provocó un
efecto laxante y menuda nochecita de visitas a las cuadras tuvo el hombre. Don
Quijote lo achacó a que Sancho no era caballero andante, o quizás ¿era por trotar
en burro en vez de en caballo? Valga el símil para aplicarlo con lo que
actualmente ocurre con los subsaharianos: estos desembarcan en costas mediterráneas
europeas en pateras, cayucas u otros medios rudimentarios de navegación en
lugar de hacerlo en yate. Es lo que tiene el pertenecer a la plebe, la gente de
a pie no escarmienta.
Aunque no todas las coces son dañinas, por
ejemplo: De la coz que propinó el caballo alado Pegaso a una roca brotó una
fuente en la que se inspiraron los dioses. Moisés fue un tanto más delicado, a
la hora de sacar agua, que el alado, pues golpeó con su báculo pastoril a una
roca y el agua brotó milagrosamente, aunque en este caso había truco pues la
mano de Dios le echó una mano (valga la redundancia) para que impresionara a la
muchedumbre hebrea que ya andaba un tanto soliviantada con lo de la Tierra
Prometida que no llegaba. En realidad era un báculo multiusos (lo mismo los suizos
se inspiraron en él para asacar la famosa navaja d€ su ejército) ya que lo
mismo lo transformaba en sierpe, que convertía el agua en sangre, que separaba
las aguas del Mar Rojo y otros efectos de magia nada desdeñables, que ni el
Cirque du Soleil (Circo del Sol para los no bilingües), oiga. Moisés podía
haber tenido el detalle de haber dado en donación dicho báculo a los judíos
negros etíopes, ya que muchos siglos después, cuando una de las clásicas
hambrunas en el cuerno de África, el Estado Judío (ya impuesto en Palestina,
después de la II Guerra Mundial,
como cabeza de puente por “gringolandia”, para tener acceso a los pozos
petrolíferos cercanos, sitos en los países árabes) fletó aviones para rescatar
a sus correligionarios. Al subir, los de la hambruna, a las aeronaves no había
forma humana de que se desprendieran de sus sucios y malolientes odres de cabra
que utilizaban para tener, a mano, el agua de consumo propio. Para ellos eso
era la vida, no sabían nada sobre el agua corriente existente en su nuevo
destino con solo abrir una simple espita.
Después de la inevitable publicidad religiosa
volvamos de nuevo a las crónicas de los cuadrúpedos de nuestro pueblo
castellanoviejo.
Hubo un tiempo en que algunos mulos del pueblo
contrajeron una rara enfermedad, y se manifestaba en que una de sus ancas
traseras perdía volumen, es decir, iba menguando poco a poco, y en el caso de
nuestro macho Cutepla le afectó al pernil derecho y andaba, el animal, “orejeando
cual borrico sardesco” (podéis encontrar esta frase en la novela de nuestra
picaresca: “La vida de Estebanillo González”. –de autor anónimo-). Aunque, a
duras penas, el macho seguía laborando, anca con anca, con el Terevinto para la
tirada del carro y confección de surcos, tirando de arado romano, por los
campos de secano de la Meseta.
Ante la inoperancia, con esta pandemia, del
veterinario local, el cual no daba con la terapia adecuada al mal de las
caballerías del lugar, nuestro labriego optó por obviar (que no de seguir pagándole) al albéitar (vasco para más señas) de la iguala, y después de dar dentro de su cabeza más vueltas y revueltas que
las que tenía el laberinto de Creta, púsose a
tirar de empirismo, es decir, a aplicar fomentos al caso. Por la noche, en un
caldero de cinc (no es que por aquellos lares se estuviera en contra del
progreso, pero las ensayos con los nuevos calderos de plástico traídos al
pueblo –con sus gentes ya un tanto contaminadas e influidas por los adelantos-
por el cacharrero ambulante evolucionado, aunque más estéticos y llamativos que
los de toda la vida, no dieron el resultado apetecido a resultas de que no
soportaban el contacto directo con las llamas y brasas de la lumbre, bien se
colocaran, aquellos, sobre las trébedes, bien se colgaran de los ganchos y
cadenas fijados al humero) calentaba agua, con los añadidos de sal gorda
y vinagre, en la lumbre baja y, cuando estaba bien caliente el líquido elemento, retiraba
el caldero, se dirigía a las cuadras y mojaba unos paños en el preparado y los
aplicaba directamente sobre la zona afectada del animal.
Un tiempo después del
tratamiento, el Cutepla empezó a recuperar, poco a poco, la masa muscular de su
anca derecha
trasera, al igual que el resto de los mulos afectados por el mal en nuestro
pueblo castellanoviejo. Más o menos se recuperaron todos al unísono: tanto los
de los fomentos, como los tratados por el veterinario, como los que no
recibieron método terapéutico alguno. Aquello denotaba mal de ojo, no obstante,
ante el acontecimiento enfermizo mular, cundió la cordura y no se realizaron,
afortunadamente, quema de brujas. No hay tampoco constancia, al menos de forma
escrita, de la existencia de brujas declaradas en aquel entonces y lugar,
aunque rumores al respecto, sobre “haberlas, haylas” (parafraseando al dicho
gallego), en los pueblos siempre los ha habido, meigas reales no se nos antoja
posible.
Dicho sea de paso, la terapia de aplicar
fomentos también se empleaba sobre las personas con el fin de tratar de aliviar
ciertas enfermedades tales como: dolores musculares, inflamaciones, cólicos,
reumatismos, lumbagos, etc.; y solían ser eficaces, más que nada porque cuando
eras niño y te lo aplicaban, rápidamente apuntabas que ya
estabas curado con el fin de que desistieran en seguir administrándote el
tratamiento, pues los fomentos te dejaban la piel, de la zona tratada, en carne
viva. A nadie le embelesaba aquella experiencia. Otra de las ventajas era que, en aquellos entonces y gracias a los remedios caseros (o de la abuela que
decimos ahora), los Servicios de Urgencias no se colapsaban. Aunque, pensándolo
bien, en aquellos vetustos tiempos, los labradores no tenían acceso a la
Seguridad Social, la atención médica la ejercía el médico del pueblo, al cual se le retribuía, como al veterinario, mediante iguala. Una simple apendicitis podía ser la ruina económica de cualquier
familia, del ámbito rural, que no dispusiera de Seguridad Social y eso que
dirigía el timón de la nave patria el Vigía de Occidente, aquel que velaba y
decidía, nunca mejor dicho, sobre nuestras vidas y destinos. Recordad la
leyenda, urbana o no, de la perenne lucecita nocturna que se vislumbraba en
aquella famosa ventana del Palacio de El Pardo. Es lo que tiene el ser Dictador
que aunque consumas muchos kilovatios y no pagues el recibo de la luz, nadie se
va a atrever a cortarte el fluido ni a exigirte el pago. Actualmente algunos de nuestros
Padres de la Patria dejan hacer a las compañías eléctricas porque saben que
acabarán colocados en ellas y no haciendo botellón barato, precisamente.
Los machos son animales muy
asustadizos y escrupulosos. Cuando salías de casa para ir a las tierras a
pasar el día (lo de pasar es un
decir) con el carro y los machos uncidos a él, si transitabas por calles
sin asfaltar iban divinamente, siempre y cuando, en ellas,
no hubieran objetos extraños, pero si entrabas en una calle adoquinada se
asustaban del ruido que provocaban sus propios cascos y herraduras, y tocaba
bajarse del carro cogerlos del ramal e ir a su lado para evitar que hicieran
patas, es decir: ambos machos formaban una “V” con sus cuerpos, o sea, se
ladeaban con el lomo hacia afuera y los cascos de las cuatro patas hacia el
interior de la vara central del carro y sujetándose en el yugo, colleras y
ventriles avanzaban a duras penas o mejor dicho a centímetro por hora. Aquello
era un espectáculo y ya podías matarles a varazos y/o trallazos (en aquellos
tiempos eso era muy normal y cotidiano, aún no nos habían traído los chinos las
tiendas de “Todo 100”, ni el “tai chi chuan” y por lo tanto, el personal
autóctono rural tenía que relajarse de alguna manera) que ellos “impasible el
ademán”, tan tercos como una mula. Si en el camino había un charco de agua
procedía el bajarse del carro y cogerlos del ramal. Si en el camino había un
papel, un trozo de saco, un plástico o algo que enturbiara la senda, procedía el
bajarse del carro y cogerles del ramal, y si el plástico o papel salía volando
aquello ya era el acabose pues iniciaban una estampida, y si ibas sin carro y a
lomos de las bestias fijo que acababas en el suelo, siempre
y cuando no
fueras capaz de montar tipo John Wayne, Roy Rogers o El Llanero Solitario,
entre otros. Eso sí, a la hora de abrevar, tanto en los pilones municipales, como
en la pila del corral de la casa en que la hubiera, si había algo flotando sobre
la superficie del agua no bebían, o si lo hacían, en caso de sed extrema,
primero resoplaban a través de sus ollares con el fin de apartar las brozas.
A Los machos y a los burros al sacarles de las cuadras les
encanta el soltar coces al aire (conviene no arrimarse mucho a ellos cuando
ejercitan estas maniobras) y el revolcarse
sobre la tierra, incluso había revolcaderos varios en nuestro pueblo castellanoviejo.
Llegado el buen tiempo aparecían esquiladores por el pueblo y se
aprovechaba la ocasión para trasquilar a las caballerías. Se les solía esquilar una vez al año. Para saber la edad de estas bestias (nos
referimos a los mulos, no a los pobres esquiladores) se les mira
principalmente el dentado, se les observan las piezas que tengan y su
tamaño. Se completa el examen con la revisión del belfo y del pelaje.
Dicen que el macho, mulo o acémila es un
animal, cuasi siempre estéril, resultante del cruzamiento entre asno y yegua o
entre asna y caballo. La consecuencia resultante del cruce entre estos dos
últimos, mire usted por donde, recibe el nombre de burdégano, según la RAE.
Muchos años después de su adquisición, y una
vez que su amo, ya casi setentón, colgó el arado quedando, aquel, sin homenaje
ni premio a los servicios prestados, los machos de nuestra historia fueron
vendidos, con gran pesar de nuestro labriego, ya que, la venta se llevó a cabo
sin su consentimiento. La transacción se realizó con los gitanos ambulantes (posiblemente
los mismos que le vendieron los machos, años ha, a nuestro labriego) que
periódicamente visitaban nuestro pueblo castellanoviejo para el trato de machos
y burros como se ha dicho anteriormente.
Años después de dicho venta
(realizada con nocturnidad y alevosía -es un decir con el fin de evitar enfados
y malos quereres, aunque era lo que procedía hacer y en aquel momento-) de la
yunta, Rebocato se imaginaba la desolación de nuestro labriego cada vez que
entrara en la cuadra y no viera al Terevinto y al Cutepla atados al pesebre,
después de más de 25 años de convivencia laboral con ambos. Pensaba en el
labriego accediendo a la cuadra, dirigirse instintivamente a la pajera, coger
la criba, cargarla de paja de trigo trillada, cribar para que cayera el tamo y
repartir su contenido en los pesebres respectivos de las bestias, para después trincar
el harnero echar en él unos puñados de cebada y añadirlos sobre la paja, con el
fin de que la pareja de acémilas saciara su gana.
Una vez acaecido el fallecimiento de nuestro
labriego, seguía en el olvido el origen del nombre de Terevinto, incluso ni
buscando en Internet (ya en plena era cibernética donde tenía computadora –que
diría un sudamericano- “toquisquiviviente”) aparecía explicación alguna, pero,
hete aquí que, en el año 2011 (casi 20 años después del deceso reseñado) unos
días antes del partido de una eliminatoria de futbol entre el Sevilla F.C. y el
Real Madrizz, en una entrevista escrita realizada al Presidente del Sevilla don
J. Mª del Nido (antes de ser encausado, esperemos que si nos le condenan los
jueces nos lo indulte el Gobierno –como se hace con tantos otros poderosos– al pobre
hombre), este, espeta que, en la batalla futbolística podría ocurrir lo que en
el valle de Terebinto (con B) y que como en el bíblico combate entre David y
Goliat, continuaba el susodicho, podría resultar vencedor el que a priori era
el más débil, es decir en este caso su equipo. No obstante, en ese duelo
futbolístico, ocurrió lo que suele ocurrir casi siempre: Goliat aplastó a
David. Don José María, después, no dijo: “Esta boca es mía”, que canta
el Sabina.
Digamos que el macho Terevinto al no disponer
de DNI, ni tan siquiera de NIF (ni falta que le hacían los papeles para
trabajar), ni estar inscrito en registro oficial alguno, a causa de ello
Rebocato siempre pensó que el nombre del macho se escribía con V, por similitud
de ese nombre con el de los Reyes Godos, ya católicos, Recesvinto y
Chindasvinto. Es posible que el dueño castellanoviejo del macho, por su
especial devoción a la doctrina Católica y, a su vez, estar suscrito a cuatro
revistas religiosas: “El Mensajero del Corazón de Jesús”, “El Mensajero
Seráfico”, “El Promotor” y “De bromas y de veras”, que asacara el nombre del
macho de una de una de estas revistas, la cual relatara el enfrentamiento entre
David y Goliat a dirimir en el
Valle de Terebinto (con “B”), con el desenlace final que todos conocemos: El ñarra
del pastor de David le pega un cantazo en toda la morra al gigante filisteo Goliat y con la
espada, de este, le corta la cabeza (optimización de recursos o daños
colaterales por portar armas aunque no fueran de destrucción masiva como las
que se inventaron, años después, el trío de Las Azores –pedazo de yunta y
media, con perdón, de los cuadrúpedos– para defender los intereses de los de
siempre, con los “satisfactorios” resultados que todos conocemos para los de a
pie de toda la vida).
“Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen”.
Como dijo un dirigente político (izquierdista de los de antes) al comunicarle (con
cámaras de televisión por delante al estar, él, dando una conferencia) la
noticia de la muerte de su hijo acontecida en la guerra que montó en Irak el
trío de la foto de las Azores, que, lamentablemente, llego a superar en fama a
nuestro trío “La, la, la” de Eurovisión-68 donde la Massiel (La tanqueta de Leganitos) venció en
tierras de la Pérfida Albión. No se conocía un logro similar, por estas
latitudes, desde el gol de Zarra ante Inglaterra (Mundial de futbol de 1950),
si acaso el de Marcelino a la Rusia comunista (Eurocopa de 1964).
Leído esto (los que hayan resistido hasta aquí)
llegamos a la conclusión –a pesar de los pesares de ciertos recalcitrantes anti
futboleros que, jamás de los jamases, se apearán del macho– de que el futbol es
cultura.
Dicen que el Terevinto y el Cutepla acabaron
convertidos en salchichón, porque ya no estaban para trotes, ni para espantamíentos
camínales y menos aún para desempeñar funciones de tirar del carro o del arado,
ni para que se montaran a su grupa, a pelo, clavándose su raspa, en salva sea
la parte, el montador ocasional. Pero también se comenta que cumplieron con
creces la labor que se les confió, aunque a veces hubiera que motivarlos a base
de varazos y/o trallazos varios. Dicen que en la variedad, valga la animalada,
está el gusto.
En fin son cosas que no se comprenden si no se
han vivido “in situ” aquellos ¿maravillosos? años, cuando se vivía tan
divinamente, según algunos nostálgicos olvidadizos, siempre y cuando en las
casas de los de a pie existían, apenas, más que cuatro sillas, alguna banqueta,
una mesa y unos pocos camastros; ropajes de domingo y de diario; “ni más ni
menos” (como entonaron años después Los Chichos), ni menos ni más; y no
hablemos de las magníficas infraestructuras existentes a lo largo y ancho del
suelo patrio (perdón, nos olvidábamos de la pertinaz sequía que nos asolaba y
de su antídoto, no del todo aliviador: “Queda inaugurado este pantano”).
Dicen que en el inicio de los 70 llegó el
progreso a este país, es decir, las familias de a pie empezaron a comprar, en
cómodos plazos, la lavadora y el televisor, este con acceso a cadena y media: la
Primera y el UHF. Todos las noches sobre las 00:00h. aparecía en pantalla, en
blanco y negro, la bandera nacional ondeando al viento, con el himno, también
nacional, sonando de fondo y era la hora de acostarse todo el mundo, los niños
mucho antes si el programa, la película o el “Estudio 1” eran calificados con
uno o dos rombos. Ante todo moralidad oficial dirigida, ya que el pecado de la
carne (según la Biblia uno de los tres enemigos del hombre) acechaba
constantemente.
Para sentimentalismos y pamplinas estábamos
para con los animalitos antaño, siempre y cuando, en aquellos tiempos, una
persona era peor tratada, incluso por sus ancestros, que cualquier perro
comunitario de hoy en día. Había otras prioridades. Éramos tan felices cantando
aquella canción (con frases como “Volverá a reír la primavera”) que todos nos
aprendimos de memoria para entonarla los días de “efemérides”, recordando las “grandes gestas imperiales” y que tantos años permaneció como "number one" en la lista del hit parade nacional, incluidas Euskadi y Catalunya,
en donde, dicho sea de paso, no le hacían muchos ascos a las visitas del
Caudillo. Bien que les fue a sus burguesías durante esos casi cuarenta años de
vellón de “pazyciencia”, al igual que a las del resto del país, luego,
aquellas, tan progres en los estertores de la dictadura.
"Ni Mahoma,
ni Calígula, ni Atila, ni Julio Cesar, ni Aníbal, ni Alejandro Magno, ni Pancho
Villa, ni Zapata, ni Napoleón, ni Simón Bolívar, ni tan siquiera El Cid. Si
acaso don Quijote que solo existió en la cabeza de Cervantes a no ser que,
este, plagiara de la vida real. Nada que ver, ninguno de todos ellos con nuestro
sin par labriego castellanoviejo, y sin rancios abolengos pues no llegó nunca a
pasar a la Historia. En su haber los dos premios de natalidad de su provincia.
Tuvo una animalada de hijos y se dedicó toda su vida a la labranza y de niño al
pastoreo, a ratos. Eso sí, fue a la escuela pública hasta los 12 años y fue
siempre un lector empedernido de todo lo que caía en sus manos, a pesar de que
por aquellos años no era demasiado fácil el acceder a material de lectura. Para
vivir nunca necesitó mucho, simplemente aplicó la austeridad castellanovieja, es lo
que había"
HistoriasdeRebocato@febrero-14
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