28 de agosto de 2014

LA CODORNIZ


                                   

                               LA CODORNIZ

        Este escrito nada tiene que ver con la revista más audaz para el lector más inteligente.

         


Pie de foto.- El gran Gila –que sobrevivió, en nuestra última guerra civil, a un fusilamiento de los nazzionales en El Viso de los Pedroches (Córdoba)– "haciendo de las suyas" en La Codorniz.




     Se comentaba en nuestro pueblo castellanoviejo algo que aconteció en el término municipal una tarde de verano, ya muy metidas sus gentes en las faenas de la siega en uno de los tantos veranos de, por aquellos entonces, años 60, en los tiempos en los que, aún, la recolección de la mies se llevaba a cabo de forma meramente artesanal y familiar, salvarguando la tradición ancestral, de por aquellos lares, de siglos atrás como mandaban los cánones. 

       Recordaban las gentes del lugar que, hallándose una tarde un vecino en el rastrojo (sin llegar, aquel, a hijodalgo pero si palmario cristianoviejo, limpio sin tocarle raza mala alguna, ni secta reconvenida por el Santo Oficio), en el receso de la siega, a la sombra del carro y metido en el brete de acabar de merendar junto a toda su prole, la cual, era bastante considerable en número pero sin igualar –donde va a parar– a la de nuestro  ya conocido labriego castellanoviejo –el de los 13–, y que estando, aquel labriego, tratando de comer el pseudo postre, el cual solía consistir en las clásicas sopas en vino y azúcar, compuestas de unos trozos de pan candeal de hogaza sumergidos en vino y azúcar, y todo ello dentro de una fiambrera metálica (el tupperware ya estaba inventado pero, aún, tardaría en llegar a nuestro pueblo castellanoviejo –los adelantos se resistían a visitar aquellos lares de gentes tan bizarras–), tras haber dado buena cuenta del jamón, del pan y del tomate (imitación de la versión, más europeísta, del “pa amb tomaca” del litoral de más arriba del Levante peninsular español), cayó en la cuenta de que tenia escasas posibilidades de catarlas.

       Era la aplicación sobre el terreno de la optimización de recursos, tan en boga hoy en día, sin embargo en nuestro pequeño pueblo castellanoviejo ya estaba, por aquel tiempo y lugar, la cuestión en marcha desde hacía tiempo, pues la fiambrera se utilizaba para meter el chorizo, torreznos y tajadas de la olla y, una vez zampados, en la misma fiambrera se hacían las sopas de pan con vino de la bota y añadiendo azúcar para el remate del buen yantar de los segadores pertinentes.

      Antes de la merienda, esa tarde, los hijos del mentado labriego, estando segando, habían capturado una codorniz y la pusieron a buen recaudo, con el fin de llevársela después a casa, debajo del sombrero del padre –este continuó tirando de hoz con la boina calada en la cabeza- con unos terrones de tierra compacta encima para evitar que se escapara la gallinácea.

      Viendo, el padre, que sus hijos se encontraban dando buena cuenta del contenido de la fiambrera, es decir, de los tacos de pan que trataban, estos, de seguir manteniéndose a flote en el vino, y ante el temor de quedarse sin catar trozo alguno (las sopas se pinchaban con un trozo de paja, agenciada del propio rastrojo del cereal que se estaba segando) ya que con tanto aspirante a pillar cacho, no había forma humana de meter baza, optó por tirar de recurso levantando su sombrero de paja (pajero) del suelo y gritando a su vez: “A por la codorniz”.

      Una vez alzada la improvisada jaula, al vuelo evasivo de la gallinácea respondió toda la recua de los chicos del labrador saliendo disparados en pos de ella, dejando tranquilas las sopas y al padre, este mientras tanto dio buena cuenta del sobrante de la fiambrera.

         De la codorniz nunca más llegó a saberse.


              HistoriasdeRebocato@agosto-2014

25 de agosto de 2014

TEREVINTO Y CUTEPLA

         

            TEREVINTO Y CUTEPLA O ¿EL FUTBOL ES CULTURA?

      " N Lazlos, ni Incitatus, ni Othar, ni Genitor, ni Strategos, ni Bucéfalo, ni Siete leguas, ni As de oros, ni Marengo, ni Palomo, ni tan siquiera Babieca. Si acaso Rocinante que solo existió en la cabeza de Cervantes a no ser que, este, plagiara de la vida real. Nada que ver, ninguno de todos ellos, con los sin par Terevinto y Cutepla, y sin rancios abolengos equinos pues no llegaban, ni tan siquiera, a ser caballos. Eran simplemente acémilas, entregadas a sus labores, no a las de casa de las mujeres de entonces, sino a las agrícolas, a saber las de:  arar, arrejacar, acarrear, trillar, etc., en la Meseta castellanovieja".

        Nuestro labriego castellanoviejo encontrábase sentado, junto a parte de la prole de sus hijos residentes en el hogar, en el comedor de su casa alrededor de la alargada mesa de fabricación casera  (a pesar de que ya existía IKEA desde 1958, pero que, como que, a nuestro labriego, no le pedía el cuerpo el uncir a los machos al carro, subirse a este y, aplicando la tralla sobre los lomos de su yunta, cubrir mas de 2.500 Km., ferry incluido, para acercarse hasta la primera tienda de IKEA instalada en la localidad de Älmhult en el sur de Suecia, a feriarse –gastándose tontamente los cuartos– una mesa de "diseño, calidad, bien de precio y funcional") resuelta con madera de pino resinero y con su enorme tablero horizontal de tablas de pino negral y forrado con chapa de cinc y claveteado. Estaba a la espera de que su mujer, y madre de sus vástagos, trajera, de la cocina anexa, el cocido del mediodía.




        Contempló, dispuestos sobre el hule, los esmorroñados platos metálicos, esmaltados en porcelana, esparcidos sobre la mesa, y, a su vez, los cubiertos desgastados (cucharas y tenedores) a resultas del uso y de los sucesivos restregados a los que se les sometía a diario, con arena fina y estropajo de esparto, después de las comidas y cenas, en un balde metálico lleno de agua, calentada esta en calderos sobre la lumbre baja.

         Andaba barruntando, el hombre, en como bautizar al pareo de machos que había adquirido recientemente, aunque no nos consta si la compra se realizó en la feria del pueblo de al lado, o bien, a los ya conocidos tratantes de etnia gitana que periódicamente, a lo largo del año y desde tiempos inmemoriales, se dejaban caer, por nuestro pueblo castellanoviejo, para ejercer los tratos de caballerías con los lugareños que estuvieran interesados en la compra y/o venta de ganado de labor.

    Por aquellos contornos las yuntas de machos iban suplantando, paulatinamente, a las de bueyes (al igual que las grandes y ruidosas ruedas de llantas de los carros eran reemplazadas por las más pequeñas y silenciosas provistas de cubiertas de caucho y cámaras de aire) y aunque los empleados bueyes eran físicamente mucho más fuertes, los machos suplían esa escasez al ser bastante más rápidos y por ello a la hora de trasladarse, para laborar, a las tierras dispersas (pequeñas parcelas de secano -bien propias del labrador o bien, en su mayoría, arrendadas- en las cuales se cultivaba, básicamente, cereales, sembrando a barbecho alternando en dos hojas, año si, año no) del término municipal, se economizaba mucho tiempo en los desplazamientos, ya fueran los machos libres, uncidos al carro o con el arado; además con la particularidad de que podían los individuos encabalgarse a sus lomos para efectuar dichos recorridos, facilidad que no se contemplaba, por razones obvias, en poder aplicarla sobre la grupa de los bueyes. Ya entonces, apenas mediado el siglo XX, el factor tiempo empezaba a tener un cierto peso específico, al menos en aquel pueblo castellanoviejo meramente agrícola y resinero donde acaecían estos aconteceres.

        El hombre, durante la espera del cocido, a resultas de tanta entrega a la cavilación ya le barruntaba la idea por la cabeza: cuchara, tenedor, plato…, cuchara, tenedor, plato…, cuchara, tenedor, plato…

          -Ya lo tengo (comentó a sus hijos), un macho se llamará Cutepla, cuyo nombre lo formarán la primera sílaba de las palabras: cuchara, tenedor y plato… .
           - Cutepla está bien -repitió triunfal.

      Al otro macho se le acabó llamando Terevinto pero, nuestro labriego, que se sepa, nunca comunicó a su prole el origen de dicho sustantivo o bien, si lo declaró, no trascendió su raíz y por lo tanto cayó en el olvido con el suceder de los años.





Pie de foto: Los machos parecen auténticos como los Terevinto y Cutepla, aunque con recargo de atalajes y demasiada miramiento y fijación, de ellos, hacia el realizador de la instantánea. El pseudo labriego daría el pego si no fuera por los tirantes, la barba y la gorra que calza tipo confederado negrero del sur de USA, aunque parece que lleva los gavilanes colgando del brazo derecho para desbrozar el arado caso de pillar cesperones de grama arando. Por otra parte el arado se nos antoja demasiado moderno, no es el clásico romano con el que labraba nuestro labriego castellanoviejo.

      La yunta de machos se hizo muy popular (a pesar de que, aún, no existía el partido de la gaviota azul, aunque el exceso de grajos en el término no barruntaban, ya, compasivos augurios venideros por lo que respectaría a símbolos pajareros de partidos políticos) en nuestro pueblo castellanoviejo, debido a lo poco común de sus nombres, nada que ver con los clásicos y habituales de la comarca que solían ser los de: Tordo, Mohíno, Lucero, Voluntario, Pinto, Moreno, Bragado, etc. Incluso a dos de los hijos del labrador les apodaron, los propios amigos de aquellos, como a los machos, o sea: Terevinto y Cutepla.
En la localidad era costumbre ancestral, a partir del día de San Isidro (patrón de los labradores y de Madrid -festividad del 15 de mayo-), el sacar a las vacas, a los machos y a los burros (a los Equus africanus asinus) del pueblo a la dehesa para que carearan o careasen.

        Con el fin de que las bestias tuvieran más campo de acción a la hora de pastar se les maneaba (a las vacas no), es decir, en lugar de estacarles con soga y estaca, se les colocaba una cuerda o una cadena, aparentes para ese fin, justo por encima de los cascos de las patas delanteras, para que no pudieran correr al cuatropies (galope) y con ello escaparse del recinto de la dehesa, la cual no estaba vallada. Además, para dar más aliciente al asunto, la carretera comarcal cruzaba y partía en dos a la dehesa, y aquella disponía de las clásicas hileras de chopos, dispuestas aparentemente, a ambos lados del asfalto, más que nada por si algún coche se salía del firme el poder retenerlo contra los chopos y evitar así el atropello del indefenso ganado. Era la puesta en acción del ecologismo puro y duro, en defensa de los pobres animalitos, que ya rezumaba adecuadamente en aquellos tiempos y lugares, anteponiéndolo a la propia seguridad de las personas contaminantes y conductoras de los vehículos a motor.

       Por la tarde al ponerse el sol empezaban a pulular por la dehesa los tábanos (para alimentarse, principalmente, en  salva sea la parte, es decir en los bajos de las caballerías donde estas no podían maniobrar con la cola para espantarlos y con ello evitar picaduras y absorbidas de sangre) y las zamarriegas (que no se ofendan las mujeres de Zamarramala, pero resulta que en el municipio castellanoviejo donde estamos ubicando la acción se les define así a los escarabajos peloteros) para hacer sus correspondientes bolas rodantes con los moñigos y boñigas evacuados por los animales que pastaban. Era aquel el momento (en el sobrevenir del ocaso) de reunir a las bestias y de conducirlas a las cuadras respectivas de cada parroquiano y dueño de ellas.

        El Terevinto era un macho muy, pero que muy,  falso, no era mucho de fiar. Si estaba careando y trataba alguien de atraparle, a pesar de estar aquel maneado, cuando "atervaba" (en palabraria de la gacería: "miraba") a un individuo que se le acercaba, agachaba la cabeza, plegaba las orejas para atrás (lo cual, en estos animalitos, significa cabreo y posible avecinamiento de mordisco; orejas hacia adelante demostración de afecto y simpatía) y enfilaba hacia el incauto dando saltos y enseñándole los dientes. Ya podías dedicarle, al animal, todo tipo de garatusas que se te antojaran que todo era en vano. Ante el peligro inminente había que desistir del intento y salir por piernas. Metidos en estos bretes existían otras dos opciones: acercarse al animalito ofreciéndole un trozo de pan (hierba ya había comido bastante, y las zanahorias y los terrones de azúcar brillaban, entonces, por su ausencia, por aquellos lares, y ante tal carencia, caso de poseer alguien esos manjares, un humano daría buena cuenta de ello antes que ofrecérselo al bicho) o llamar a su dueño para que lo asiera, porque la guardia civil no estaba para esos menesteres de detención de bestias. En cambio, si en la Función (Fiesta Mayor de la localidad) se escapaba un toro, la benemérita, no le hacía ascos a la hora de abatirle de un tiro de mosquetón. ¿Aplicación de la tan nuestra, traída y llevada, antaño, ley de fugas? (leer “Luces de Bohemia” de Valle-Inclán).

        Al macho Cutepla una temporada le dio (en la cuadra y de noche) por la tontuna de emprenderla a coces (notábase que no araba en demasía o, en su defecto, que estaba sobrado de energías), con uno de los tramones de adobe que ejercía la función de separación de la cuadra con respecto a la alcoba donde el matrimonio, dueño del animal, ejercía la labor de dejarse caer en los brazos de Morfeo, entre otros menesteres que ahora no vienen a cuento el mentar. El labriego, temiendo que el animal acabara agujereando la pared a golpe de coz, hubo de clavar unas ripias en la pared de la parte de la cuadra, con el fin de que desistiera el mulo en su empeño y les dejara dormir en paz; no obstante fue peor el remedio que la enfermedad debido a la mayor murga causada por el repiqueteo nocturno de los cascos del macho, ahora, contra las tablas. Con el paso del tiempo el Cutepla cesó con el trajín del sacudimiento, de la misma forma que cuando lo comenzó: sin  motivo aparente. Es lo que tiene el ser bestia que no has de dar explicaciones sobre los inicios y finales de tus acciones o antojos.

        Resaltar, por extraño que parezca, que los machos suelen dormir de pie, y que empiezan a levantarse, caso de estar tumbados, por las patas delanteras, en cambio las vacas emprenden el “Alzamiento” (palabra que, precedida de “Glorioso” fue usada como bandera de “nuestros salva patrias”, dejando huella trágica en nuestra, no tan lejana, historia) por las patas traseras. (Rebocato da fe de estos procederes de elevaciones, por presenciarlos, “in situ”, muchas veces. No obstante, los escépticos, que lean, si no han tenido el placer de hacerlo aún,: Las aventuras de Huckleberry Finn” de Mark Twain; donde Huck, una vez que por necesidad, en sus correrías, necesita disfrazarse de niña, responde, a estas dos cuestiones de levantamientos, a una mujer que le somete al tercer grado en un interrogatorio ante las dudas que se le presentan, a esta, de que, Huck, sea una niña de verdad (va disfrazada de una) y no un rapazuelo como era el caso, y en que la escena, finalmente, concluye desfaciéndose el entuerto del sexo).

    El macho Cutepla se dejaba coger en la pradera de manera mucho más fácil que su compañero de yugo (dejemos tranquilas a “las fechas de mi haz”, no despertemos a la bestia) y de cuadra llamado Terevinto, y era mucho más noble que este, dentro de lo que cabe, pues estamos tratando de unos cacho pedazo de acémilas considerables.

     Cuando los inquilinos de la casa tenían la necesidad de miccionar, o de otras causas fisiológicas más intempestivas y no por ello menos naturales y urgentes, iban a las cuadras y al pasar por detrás de los machos, que estaban atados al pesebre, tenían que andar, sobre todo con el Terevinto, ojo avizor por si te soltaban una coz; aunque no nos consta que se produjera esta acción jamás, pero, por si las moscas, más valía prevenir que lamentar.

       Dicen que si recibes una coz de cualquiera de estos bichos no te curas ni ingiriendo el bálsamo de Fierabrás que, según la leyenda épica, era con lo que embalsamaron el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo y lo que sobró del ungüento, aventuraban que, curaba al que lo bebía. Una vez Don Quijote se jactó ante Sancho de que conocía la forma de preparar dicho bálsamo: “Se hierve vino, aceite, romero y sal, y se rezan 80 padrenuestros, 80 avemarías, 80 credos y 80 salves”. (Como para ir con prisas para aliviarte). Don Quijote lo bebió una noche y le produjo sudores y sopor y se levantó, al día siguiente, tan campante. En cambio a Sancho, el ingerirlo, le provocó un efecto laxante y menuda nochecita de visitas a las cuadras tuvo el hombre. Don Quijote lo achacó a que Sancho no era caballero andante, o quizás ¿era por trotar en burro en vez de en caballo? Valga el símil para aplicarlo con lo que actualmente ocurre con los subsaharianos: estos desembarcan en costas mediterráneas europeas en pateras, cayucas u otros medios rudimentarios de navegación en lugar de hacerlo en yate. Es lo que tiene el pertenecer a la plebe, la gente de a pie no escarmienta.

     Aunque no todas las coces son dañinas, por ejemplo: De la coz que propinó el caballo alado Pegaso a una roca brotó una fuente en la que se inspiraron los dioses. Moisés fue un tanto más delicado, a la hora de sacar agua, que el alado, pues golpeó con su báculo pastoril a una roca y el agua brotó milagrosamente, aunque en este caso había truco pues la mano de Dios le echó una mano (valga la redundancia) para que impresionara a la muchedumbre hebrea que ya andaba un tanto soliviantada con lo de la Tierra Prometida que no llegaba. En realidad era un báculo multiusos (lo mismo los suizos se inspiraron en él para asacar la famosa navaja d€ su ejército) ya que lo mismo lo transformaba en sierpe, que convertía el agua en sangre, que separaba las aguas del Mar Rojo y otros efectos de magia nada desdeñables, que ni el Cirque du Soleil (Circo del Sol para los no bilingües), oiga. Moisés podía haber tenido el detalle de haber dado en donación dicho báculo a los judíos negros etíopes, ya que muchos siglos después, cuando una de las clásicas hambrunas en el cuerno de África, el Estado Judío (ya impuesto en Palestina, después de la II Guerra Mundial,  como cabeza de puente por “gringolandia”, para tener acceso a los pozos petrolíferos cercanos, sitos en los países árabes) fletó aviones para rescatar a sus correligionarios. Al subir, los de la hambruna, a las aeronaves no había forma humana de que se desprendieran de sus sucios y malolientes odres de cabra que utilizaban para tener, a mano, el agua de consumo propio. Para ellos eso era la vida, no sabían nada sobre el agua corriente existente en su nuevo destino con solo abrir una simple espita.

     Después de la inevitable publicidad religiosa volvamos de nuevo a las crónicas de los cuadrúpedos de nuestro pueblo castellanoviejo.

     Hubo un tiempo en que algunos mulos del pueblo contrajeron una rara enfermedad, y se manifestaba en que una de sus ancas traseras perdía volumen, es decir, iba menguando poco a poco, y en el caso de nuestro macho Cutepla le afectó al pernil derecho y andaba, el animal, “orejeando cual borrico sardesco” (podéis encontrar esta frase en la novela de nuestra picaresca: “La vida de Estebanillo González”. –de autor anónimo-). Aunque, a duras penas, el macho seguía laborando, anca con anca, con el Terevinto para la tirada del carro y confección de surcos, tirando de arado romano, por los campos de secano de la Meseta.

       Ante la inoperancia, con esta pandemia, del veterinario local, el cual no daba con la terapia adecuada al mal de las caballerías del lugar, nuestro labriego optó por obviar  (que no de seguir pagándole) al albéitar (vasco para más señas) de la iguala, y después de dar dentro de su cabeza más vueltas y revueltas que las que tenía el laberinto de Creta, púsose a tirar de empirismo, es decir, a aplicar fomentos al caso. Por la noche, en un caldero de cinc (no es que por aquellos lares se estuviera en contra del progreso, pero las ensayos con los nuevos calderos de plástico traídos al pueblo –con sus gentes ya un tanto contaminadas e influidas por los adelantos- por el cacharrero ambulante evolucionado, aunque más estéticos y llamativos que los de toda la vida, no dieron el resultado apetecido a resultas de que no soportaban el contacto directo con las llamas y brasas de la lumbre, bien se colocaran, aquellos, sobre las trébedes, bien se colgaran de los ganchos y cadenas fijados al humero) calentaba agua, con los añadidos de sal gorda y vinagre, en la lumbre baja y, cuando estaba bien caliente el líquido elemento, retiraba el caldero, se dirigía a las cuadras y mojaba unos paños en el preparado y los aplicaba directamente sobre la zona afectada del animal.

       Un tiempo después del tratamiento, el Cutepla empezó a recuperar, poco a poco, la masa muscular de su anca derecha trasera, al igual que el resto de los mulos afectados por el mal en nuestro pueblo castellanoviejo. Más o menos se recuperaron todos al unísono: tanto los de los fomentos, como los tratados por el veterinario, como los que no recibieron método terapéutico alguno. Aquello denotaba mal de ojo, no obstante, ante el acontecimiento enfermizo mular, cundió la cordura y no se realizaron, afortunadamente, quema de brujas. No hay tampoco constancia, al menos de forma escrita, de la existencia de brujas declaradas en aquel entonces y lugar, aunque rumores al respecto, sobre “haberlas, haylas” (parafraseando al dicho gallego), en los pueblos siempre los ha habido, meigas reales no se nos antoja posible.

      Dicho sea de paso, la terapia de aplicar fomentos también se empleaba sobre las personas con el fin de tratar de aliviar ciertas enfermedades tales como: dolores musculares, inflamaciones, cólicos, reumatismos, lumbagos, etc.; y solían ser eficaces, más que nada porque cuando eras niño y te lo aplicaban, rápidamente apuntabas que ya estabas curado con el fin de que desistieran en seguir administrándote el tratamiento, pues los fomentos te dejaban la piel, de la zona tratada, en carne viva. A nadie le embelesaba aquella experiencia. Otra de las ventajas era que, en aquellos entonces y gracias a los remedios caseros (o de la abuela que decimos ahora), los Servicios de Urgencias no se colapsaban. Aunque, pensándolo bien, en aquellos vetustos tiempos, los labradores no tenían acceso a la Seguridad Social, la atención médica la ejercía el médico del pueblo, al cual se le retribuía, como al veterinario, mediante iguala. Una simple apendicitis podía ser la ruina económica de cualquier familia, del ámbito rural, que no dispusiera de Seguridad Social y eso que dirigía el timón de la nave patria el Vigía de Occidente, aquel que velaba y decidía, nunca mejor dicho, sobre nuestras vidas y destinos. Recordad la leyenda, urbana o no, de la perenne lucecita nocturna que se vislumbraba en aquella famosa ventana del Palacio de El Pardo. Es lo que tiene el ser Dictador que aunque consumas muchos kilovatios y no pagues el recibo de la luz, nadie se va a atrever a cortarte el fluido ni a exigirte el pago. Actualmente algunos de nuestros Padres de la Patria dejan hacer a las compañías eléctricas porque saben que acabarán colocados en ellas y no haciendo botellón barato, precisamente.
 
        Los machos son animales muy asustadizos y escrupulosos. Cuando salías de casa para ir a las tierras a pasar el día (lo de pasar es un  decir) con el carro y los machos uncidos a él, si transitabas por calles sin asfaltar iban divinamente, siempre y cuando, en ellas, no hubieran objetos extraños, pero si entrabas en una calle adoquinada se asustaban del ruido que provocaban sus propios cascos y herraduras, y tocaba bajarse del carro cogerlos del ramal e ir a su lado para evitar que hicieran patas, es decir: ambos machos formaban una “V” con sus cuerpos, o sea, se ladeaban con el lomo hacia afuera y los cascos de las cuatro patas hacia el interior de la vara central del carro y sujetándose en el yugo, colleras y ventriles avanzaban a duras penas o mejor dicho a centímetro por hora. Aquello era un espectáculo y ya podías matarles a varazos y/o trallazos (en aquellos tiempos eso era muy normal y cotidiano, aún no nos habían traído los chinos las tiendas de “Todo 100”, ni el “tai chi chuan” y por lo tanto, el personal autóctono rural tenía que relajarse de alguna manera) que ellos “impasible el ademán”, tan tercos como una mula. Si en el camino había un charco de agua procedía el bajarse del carro y cogerlos del ramal. Si en el camino había un papel, un trozo de saco, un plástico o algo que enturbiara la senda, procedía el bajarse del carro y cogerles del ramal, y si el plástico o papel salía volando aquello ya era el acabose pues iniciaban una estampida, y si ibas sin carro y a lomos de las bestias fijo que acababas en el suelo, siempre y cuando no fueras capaz de montar tipo John Wayne, Roy Rogers o El Llanero Solitario, entre otros. Eso sí, a la hora de abrevar, tanto en los pilones municipales, como en la pila del corral de la casa en que la hubiera, si había algo flotando sobre la superficie del agua no bebían, o si lo hacían, en caso de sed extrema, primero resoplaban a través de sus ollares con el fin de apartar las brozas.

      A Los machos y a los burros al sacarles de las cuadras  les encanta el soltar coces al aire (conviene no arrimarse mucho a ellos cuando ejercitan  estas maniobras) y el revolcarse sobre la tierra, incluso había revolcaderos varios en nuestro pueblo castellanoviejo.

    Llegado el buen tiempo aparecían esquiladores por el pueblo y  se aprovechaba la ocasión para trasquilar a las caballerías. Se les solía esquilar una vez al año. Para saber la edad de estas bestias (nos referimos a los mulos, no a los pobres esquiladores) se les mira principalmente el dentado, se les observan las piezas que tengan y su tamaño. Se completa el examen con la revisión del belfo y del pelaje.

       Dicen que el macho, mulo o acémila es un animal, cuasi siempre estéril, resultante del cruzamiento entre asno y yegua o entre asna y caballo. La consecuencia resultante del cruce entre estos dos últimos, mire usted por donde, recibe el nombre de burdégano, según la RAE.

     Muchos años después de su adquisición, y una vez que su amo, ya casi setentón, colgó el arado quedando, aquel, sin homenaje ni premio a los servicios prestados, los machos de nuestra historia fueron vendidos, con gran pesar de nuestro labriego, ya que, la venta se llevó a cabo sin su consentimiento. La transacción se realizó con los gitanos ambulantes (posiblemente los mismos que le vendieron los machos, años ha, a nuestro labriego) que periódicamente visitaban nuestro pueblo castellanoviejo para el trato de machos y burros como se ha dicho anteriormente.

       Años después de dicho venta (realizada con nocturnidad y alevosía -es un decir con el fin de evitar enfados y malos quereres, aunque era lo que procedía hacer y en aquel momento-) de la yunta, Rebocato se imaginaba la desolación de nuestro labriego cada vez que entrara en la cuadra y no viera al Terevinto y al Cutepla atados al pesebre, después de más de 25 años de convivencia laboral con ambos. Pensaba en el labriego accediendo a la cuadra, dirigirse instintivamente a la pajera, coger la criba, cargarla de paja de trigo trillada, cribar para que cayera el tamo y repartir su contenido en los pesebres respectivos de las bestias, para después trincar el harnero echar en él unos puñados de cebada y añadirlos sobre la paja, con el fin de que la pareja de acémilas saciara su gana.

      Una vez acaecido el fallecimiento de nuestro labriego, seguía en el olvido el origen del nombre de Terevinto, incluso ni buscando en Internet (ya en plena era cibernética donde tenía computadora –que diría un sudamericano- “toquisquiviviente”) aparecía explicación alguna, pero, hete aquí que, en el año 2011 (casi 20 años después del deceso reseñado) unos días antes del partido de una eliminatoria de futbol entre el Sevilla F.C. y el Real Madrizz, en una entrevista escrita realizada al Presidente del Sevilla don J. Mª del Nido (antes de ser encausado, esperemos que si nos le condenan los jueces nos lo indulte el Gobierno –como se hace con tantos otros poderosos– al pobre hombre), este, espeta que, en la batalla futbolística podría ocurrir lo que en el valle de Terebinto (con B) y que como en el bíblico combate entre David y Goliat, continuaba el susodicho, podría resultar vencedor el que a priori era el más débil, es decir en este caso su equipo. No obstante, en ese duelo futbolístico, ocurrió lo que suele ocurrir casi siempre: Goliat aplastó a David. Don José María, después, no dijo: “Esta boca es mía”, que canta el Sabina.

        Digamos que el macho Terevinto al no disponer de DNI, ni tan siquiera de NIF (ni falta que le hacían los papeles para trabajar), ni estar inscrito en registro oficial alguno, a causa de ello Rebocato siempre pensó que el nombre del macho se escribía con V, por similitud de ese nombre con el de los Reyes Godos, ya católicos, Recesvinto y Chindasvinto. Es posible que el dueño castellanoviejo del macho, por su especial devoción a la doctrina Católica y, a su vez, estar suscrito a cuatro revistas religiosas: “El Mensajero del Corazón de Jesús”, “El Mensajero Seráfico”, “El Promotor” y “De bromas y de veras”, que asacara el nombre del macho de una de una de estas revistas, la cual relatara el enfrentamiento entre David y Goliat  a dirimir en el Valle de Terebinto (con “B”), con el desenlace final que todos conocemos: El ñarra del pastor de David le pega un cantazo en toda la morra al gigante filisteo Goliat y con la espada, de este, le corta la cabeza (optimización de recursos o daños colaterales por portar armas aunque no fueran de destrucción masiva como las que se inventaron, años después, el trío de Las Azores –pedazo de yunta y media, con perdón, de los cuadrúpedos– para defender los intereses de los de siempre, con los “satisfactorios” resultados que todos conocemos para los de a pie de toda la vida).

     “Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen”. Como dijo un dirigente político (izquierdista de los de antes) al comunicarle (con cámaras de televisión por delante al estar, él, dando una conferencia) la noticia de la muerte de su hijo acontecida en la guerra que montó en Irak el trío de la foto de las Azores, que, lamentablemente, llego a superar en fama a nuestro trío “La, la, la” de Eurovisión-68 donde la Massiel  (La tanqueta de Leganitos) venció en tierras de la Pérfida Albión. No se conocía un logro similar, por estas latitudes, desde el gol de Zarra ante Inglaterra (Mundial de futbol de 1950), si acaso el de Marcelino a la Rusia comunista (Eurocopa de 1964).

      Leído esto (los que hayan resistido hasta aquí) llegamos a la conclusión –a pesar de los pesares de ciertos recalcitrantes anti futboleros que, jamás de los jamases, se apearán del macho– de que el futbol es cultura.

      Dicen que el Terevinto y el Cutepla acabaron convertidos en salchichón, porque ya no estaban para trotes, ni para espantamíentos camínales y menos aún para desempeñar funciones de tirar del carro o del arado, ni para que se montaran a su grupa, a pelo, clavándose su raspa, en salva sea la parte, el montador ocasional. Pero también se comenta que cumplieron con creces la labor que se les confió, aunque a veces hubiera que motivarlos a base de varazos y/o trallazos varios. Dicen que en la variedad, valga la animalada, está el gusto.

    En fin son cosas que no se comprenden si no se han vivido “in situ” aquellos ¿maravillosos? años, cuando se vivía tan divinamente, según algunos nostálgicos olvidadizos, siempre y cuando en las casas de los de a pie existían, apenas, más que cuatro sillas, alguna banqueta, una mesa y unos pocos camastros; ropajes de domingo y de diario; “ni más ni menos” (como entonaron años después Los Chichos), ni menos ni más; y no hablemos de las magníficas infraestructuras existentes a lo largo y ancho del suelo patrio (perdón, nos olvidábamos de la pertinaz sequía que nos asolaba y de su antídoto, no del todo aliviador: “Queda inaugurado este pantano”).

       Dicen que en el inicio de los 70 llegó el progreso a este país, es decir, las familias de a pie empezaron a comprar, en cómodos plazos, la lavadora y el televisor, este con acceso a cadena y media: la Primera y el UHF. Todos las noches sobre las 00:00h. aparecía en pantalla, en blanco y negro, la bandera nacional ondeando al viento, con el himno, también nacional, sonando de fondo y era la hora de acostarse todo el mundo, los niños mucho antes si el programa, la película o el “Estudio 1” eran calificados con uno o dos rombos. Ante todo moralidad oficial dirigida, ya que el pecado de la carne (según la Biblia uno de los tres enemigos del hombre) acechaba constantemente.

       Para sentimentalismos y pamplinas estábamos para con los animalitos antaño, siempre y cuando, en aquellos tiempos, una persona era peor tratada, incluso por sus ancestros, que cualquier perro comunitario de hoy en día. Había otras prioridades. Éramos tan felices cantando aquella canción (con frases como “Volverá a reír la primavera”) que todos nos aprendimos de memoria para entonarla los días de “efemérides”, recordando las “grandes gestas imperiales” y que tantos años permaneció como "number one" en la lista del hit parade nacional, incluidas Euskadi y Catalunya, en donde, dicho sea de paso, no le hacían muchos ascos a las visitas del Caudillo. Bien que les fue a sus burguesías durante esos casi cuarenta años de vellón de “pazyciencia”, al igual que a las del resto del país, luego, aquellas, tan progres en los estertores de la dictadura.

    "Ni Mahoma, ni Calígula, ni Atila, ni Julio Cesar, ni Aníbal, ni Alejandro Magno, ni Pancho Villa, ni Zapata, ni Napoleón, ni Simón Bolívar, ni tan siquiera El Cid. Si acaso don Quijote que solo existió en la cabeza de Cervantes a no ser que, este, plagiara de la vida real. Nada que ver, ninguno de todos ellos con nuestro sin par labriego castellanoviejo, y sin rancios abolengos pues no llegó nunca a pasar a la Historia. En su haber los dos premios de natalidad de su provincia. Tuvo una animalada de hijos y se dedicó toda su vida a la labranza y de niño al pastoreo, a ratos. Eso sí, fue a la escuela pública hasta los 12 años y fue siempre un lector empedernido de todo lo que caía en sus manos, a pesar de que por aquellos años no era demasiado fácil el acceder a material de lectura. Para vivir nunca necesitó mucho, simplemente aplicó la austeridad castellanovieja, es lo que había"


         HistoriasdeRebocato@febrero-14

23 de agosto de 2014

VIDA DE PERROS

            
         
                 REBOCATO Y LOS PERROS DE ANTES

                                            El mejor can: Rantanplan. (Rebocato).





Pie de foto: Rantanplan nombre del famoso can en francés (en español significa Rintintonto, el escritor de cómic belga Maurice de Bévère, conocido como Morris, lo bautizó de aquella manera) es el perro guardián de la cárcel en la que cumplen condena los hermanos Dalton.


        PREFACIO 1

      En nuestro pueblo castellanoviejo, antaño, los perros campaban por todo el término municipal a sus anchas, sin ataduras, es decir, no disponían ni de collares, ni de correas, ni de bozales, ni de mantas, ni de botas, ni de impermeables, ni de camisetas, ni de abrigos, etc.; ni falta que les hacia.

     Los perros estaban, prácticamente, todo el día a la intemperie y ojo avizor en su noble misión de velar por el amo y la hacienda de este. Vislumbraban y honestaban la jerarquía establecida entre las personas y ellos. Los papeles, en ese asunto, estaban perfectamente claros y definidos. Era rarísimo, en el pueblo aquel, que un perro mordiera o mordiese a persona alguna, aunque, en determinadas situaciones, tuviera o tuviese motivos sobrados para ello.

      Los perros, caso de no salir al campo con su amo y la yunta (nos referimos a la pareja de machos, no a la del gobierno de Galicia -esperemos que por este tonto símil no empiecen, los gallegos, con la matraca de la secesión-), solían estar tumbados en las aceras (caso de existir estas, según en que calles del pueblo, ya que en los callejones no se hacían aceras –recordar que en nuestro pueblo castellanoviejo se instaló el alcantarillado y agua corriente hasta las puertas de las casas particulares en 1960 y, de paso, se adoquinaron las calles-– junto a las puertas carreteras, y si pasaba a su lado alguna persona, aquellos, se apartaban para dejar sitio. Es decir, si el perro veía acercársele a un parroquiano por la acera, se incorporaba y, galantemente, procedía a cederle el paso por la cuenta que le tenia.

       Hoy en día, sobre todo en las ciudades, ocurre todo lo contrario y se actúa de forma torticera; es decir, si vas por una acera y ves venir a un perro con su dueño, hay que procurar cambiar de acera rápidamente, debido a que, si al cruzarte con ambos, el perro ladra o le pisas accidentalmente, ya tienes la zaragata montada, pues para el propietario del perro, su animalito es lo más importante del mundo (reseñar que existen perros tan buenos o mejores que ciertas personas, sobre todo si estas son los dueños de aquellos), mucho más, donde va a parar, que la persona ¿provocadora? y pisaperros en si.

        En nuestro pueblo castellanoviejo si advertías, a lo lejos, a un perro y te daba mala espina, simplemente hacías intención de agacharte a trincar un canto del suelo (en aquellos tiempos había muchos a mano en cualquier calle –sería por las peleas a cantazos, que menudeaban, entre pandas de chavales de los diferentes barrios–) y el perro huía con el rabo entre piernas (patas) como alma que lleva el diablo. Y caso de atizarle un cantazo, o varios si te daba tiempo y tenias buen tino, el dueño del perro no solía reprenderte, al contrario, interpretaba que habías actuado en legitima defensa o, en su defecto, que se lo estabas educando debidamente y eso que se ahorraba él. Era lo que había en aquellos tiempos, aunque hoy en día cueste creerlo.

       En nuestro pueblo castellanoviejo, a pesar de que existía un  veterinario de iguala, a los perros nunca se les vacunaba, ni se les desparasitaba (las pulgas ya brincaban de ellos a las personas, existía un cierto trasiego de parásitos chupasangres), ni se les acarreaba a la consulta, ni disponían de cartilla sanitaria. Ya no digamos lo de llevarles a la peluquería, las cuales, dicho sea de paso, brillaban por su ausencia en ese pueblo y en ese tiempo (en el siglo XXI también, a Dios gracias).

     Tampoco se llegaba, en nuestro pueblo castellanoviejo, a que sus buenas gentes concurrieran en que un perro era “más inútil que un adorno” (leer “El Jarama” de Rafael Sánchez Ferlosio –el hijo y tocayo del gerifalte falangista y escritor Sánchez Mazas escapado de un fusilamiento masivo llevado a cabo por los republicanos y “prota” de la novela “Soldados de Salamina” del Javier Cercas– y encontrareis este dicho), ni mucho menos.

    Un perro se sabia desde siempre que era fiel a su amo, porque de forma empírica, a través de los tiempos, se suponía que aunque se le matara, por ejemplo, a barduscazos, siempre volvía (es un decir) a casa; lo cual no era, ni es, aplicable a los gatos, ya que, para estos, su dueño es el que les da de comer. Si quieres librarte de un gato no es necesario matarle, tenle unos días sin catar bocado alguno y te abandona cual marido de los de antes, que salía de noche a por tabaco y no volvía jamás, debido a que se había ido a hacer las América (Colón si que creó empleo o quizás… ¿la diáspora que ahora vuelve con renovados bríos?).

    De todas formas, cada pueblo tiene sus martingalas y suele ser complicado integrarse en ellos aunque no seas perro. Si eres forastero has de pensar que, para los del pueblo uno de fuera siempre es un intruso aunque lleve un proyecto “dabuten” para el bien del municipio y de sus parroquianos. Y esto es lo bonito de los pueblos, lo que hace diferentes a sus gentes comparadas con los moradores adocenados de la ciudad.


       PREFACIO 2

      En aquel tiempo en la casa de nuestro labriego castellanoviejo los perros nunca acabaron quedándose del todo, más que nada debido de que a la mujer de aquel no le gustaban en demasía. Ella, era más partidaria de los animales de provecho que cohabitaban en las cuadras, cortijos, gallinero y corral, anexos a la casa. A saber: Vacas, machos, burras, cerdos, conejos, gallinas, pavos, etc.; pero un perro no aportaba nada, aparte de ladridos y movidas de cola y, además, era otra “boca” más a alimentar, lo que disculpaba a la dueña de su aversión a los canes. Bastante tenia, ella, con los asuntos de intendencia a causa de toda la prole de hijos que tenia detrás por aprovisionar, como para ocuparse de perros también. Ya lo dice el refrán: “A quien no le sobre pan, no críe can”. Aunque en este aspecto la situación en casa de nuestro labriego no era tan apurada, no se pasaba hambre aunque sí necesidad por la carencia de ciertas cosas materiales; de materia espiritual estaban más que sobrados, incluidos rosarios rezados en familia (en casa) y novenas a la Sagrada Familia cuando les tocaba el turno de tener a la imagen. “La familia que reza unida permanece unida”. (Lema del Padre Peyton, presbítero irlandés para más señas y famoso por su campaña mundial conocida como: ”Cruzada de oración”. Que Dios le tenga en su Santa Gloria, a pesar de que alguno se ha llevado más de un varazo, en toda la mocha, por quedarse en los brazos de Morfeo cuando se estaba rezando el Santo Rosario en casa).

      No obstante, en la morada del labrador, en una época hubo un perro y, en otra, una perra y su perrillo; por lo que vamos a relatar a continuación las historias que acontecieron con alguno de los caninos que conoció Rebocato, bien en su casa, bien en el pueblo, bien en la tele, bien de oídas y, por supuesto, ninguna de ellas apócrifa; él, da fe de que no hay fingimientos.


        1.-EL “LAR”

       Este perro, con un aire a dálmata (por aquellos lares no se sabia ni que existieran los perros de esa raza casi hasta el estreno de la película de los ciento y la madre, de ellos, con Cruella de Vil), llegó a la casa de Rebocato porque trájole uno de los hermanos de este, el cual, era ya mozo y estaba próximo a incorporarse al Servicio Militar (servir a la patria). Cumplido el Servicio uno ya podía fumar delante del padre, cosa que degeneró en casa de Rebocato a los pocos años de llegar la Democracia a este país, debido a que entonces los nietos (sin haber hecho la mili) y, sobre todo, las nietas (las mujeres de antes no fumaban ni aunque hubieran  hecho  el  Servicio  Social),  fumaban  delante  del abuelo –nuestro labriego castellanoviejo- y a veces hasta le pedían que les liara un cigarro de picadura, y vamos a dejarlo porque estamos con historias de perros creíbles y no de porros posibles.

     Dicho hermano, se llevaba al perro todos los días (excepto domingos y fiestas de guardar en que no laboraba) al pinar cuando él ejercía de remondador de pinos resineros o negrales –los cuales abundaban a mansalva por el termino del pueblo castellanoviejo– con el fin de recolectar resina, durante el tiempo en que ejerció el oficio de resinero circunstancial.

    El cánido (de color blanco y algunos rodales negros), al ser joven, era un tanto revoltoso y juguetón  sin que se le denotara pedigrí alguno, ni falta que le hacía, ya que, su trabajo iba a consistir, básicamente, en vigilar los aparejos (utilizados para evitar encentaduras en las posaderas del cabalgador) de la burra y el ropero (alforjas, merienda en fiambrera de cinc, botija de agua, bota de vino, manta –ni en invierno ni en verano te dejes la manta en casa del amo-, etc.) que disponía el resinero circunstancial de pinos resineros o negrales en su cabaña, confeccionada artesanalmente por él mismo, con balangueros de pino, rameras de pino y barrujo de agujos de pino, y todo ello sostenido en su cúspide en el tronco de un pino y se remataba la base de la cabaña con respecto al suelo arrimando tierra.

   Un día, volvió a casa el hermano, resinero circunstancial de pinos resineros o negrales, sin el perro; haciendo caso omiso del bonito refrán: “Compañía de dos, mi perro y yo”. Ante la extrañeza de Rebocato y de sus hermanos, próximos en edad, por la mencionada ausencia, el hermano, resinero circunstancial de pinos resineros o negrales, les relató lo ocurrido que, más o menos, aconteció así:

     Ese día, una vez en el pinar el resinero con el perro guardián y ya, al mediodía, presto a comer, después de la ardua tarea del remonde de los pinos resineros o negrales a lo largo de la mañana, se acercó a la cabaña del pinar, dejó la botija de agua, el palanque (palenque, según la R.A.E.) y otros trastos de labor al lado de la cabaña y adentrándose en ella se encontró con todo el ropero revuelto y, lo más grave, había desaparecido la bota de vino (la fiambrera, afortunadamente, ni estaba abierta, ni sufrió desperfectos). El hermano, resinero circunstancial de pinos resineros o negrales, montó en cólera y se encaró con el can recriminándole a voces -–que quizá el animal, a veces, no conseguía entender– el revuelto ocasionado e inquiriéndole a que le trajera la bota de vino –el chucho ya estaba bajo sospecha debido a que otro día se le pilló jugando con la bota aunque sin llegar a perforarla con el dentado, ni a beber de ella–. El perro iba y venia dando saltos y cortas carreras, meneando, de izquierda a derecha, la cola (los perros, como saben nuestros lectores, manifiestan la sonrisa con el movimiento de izquierda a derecha de su cola) pero no traía la bota de vino que había distraído. El hermano, resinero circunstancial de pinos resineros o negrales, ya perdida la paciencia y sintiéndose vacilado, procedió a emprenderla a patadas con el tuso –quizá aprovechando la coyuntura de que, en aquel entonces, no existían cámaras de video ni móviles que filmaran la agresión y que pudiera ocasionarle un posterior lío con la justicia como acontece en los tiempos actuales– pero el animalito no restituía la bota. El hermano, resinero circunstancial de pinos resineros o negrales, trinco la zuela del remonde y se lío a propinarle una soberana tunda de palos, de mírame y no me toques, con el mango de madera de ella, y como el Lar, tozudo, seguía en sus trece –tantos como hermanos en la familia del castigador– le atizó varios golpes con el filo metálico de la zuela produciéndole cortes variopintos, hasta que, le dio por muerto.

    Más tarde, acabada la labor del remonde, regresó a su casa sin perro alguno que llevarse a la boca (este quedose en el pinar inmóvil y sangrante, en un estado físico que bien le podía haber servido de inspiración al Mariscal con su Cobi la mascota de los JJOO. de Barna-92, cuando los catalanes, suponemos, eran mucho más felices que ahora junto al personal del resto de la piel de toro- y se inspiró, dicen, en el perro de raza “pastor catalán”, dándole un aire estilizado, aunque más bien se asemeja/ba a un perro atropellado por un trailer, no sabemos si conducido por un camionero español de la Meseta Central, para más INRI y ahora, también, para INRI de MAS) y con un cabreo considerable, más que nada por la pérdida de la bota de vino, ya que perros había muchos en nuestro pueblo castellanoviejo aunque no tantos como botas de vino –de las tres zetas–, jarros y porrones que empleabanse para trasegar vino al coleto de los sujetos con boina por allí asentados. (Lo de la boina no va con sentido peyorativo. Antes hasta los intelectuales las gastaban, léase Pío Baroja, Azaña, entre otros; hasta que el Esteso y el Pajares, en TV, se la cargaron tratando de remedar a “paletos” ordinarios y soeces. Maldita la gracia que hacían y el mal que hicieron a uno de nuestros símbolos y simula alopecias; con la barretina y con la xapela no tuvieron bemoles a hacer chistes chabacanos).

Pie de foto: Cobi con la bandera secesionista cuando lo del solidario eslogan: “España nos roba”, mucho antes de los bretes en los que se iba a ver envuelto, a causa de "las herencias", un exmolthonorable que, haciendo patria, tenia los cuartos a buen recaudo en bancos andorranos. Con el famoso 3% la futura Patria pierde aceite. 



      Y al tercer día resucitó…….(no nos referimos al libro del Vizcaíno Casas –que fue al tercer año- sobre la resurrección del de nombre del siguiente parte meteorológico: “Reina en toda España un fresco general procedente de Galicia” achacado a la hija de “La ametralladora”, es decir, a “La Codorniz” -"La revista más audaz para el lector más inteligente"- y que nunca salió, ese parte, en esa revista ya que, el parte, era/es una leyenda urbana)  se presentó en cuerpo (no digamos, también, “y alma” ya que hablamos de un animal irracional), o sea, el perro regresó, como por arte de birlibirloque, a la casa de nuestro labriego ante el estupor y la alegría generalizada, sobre todo, del trío de hijos menores de nuestro labriego, entre ellos Rebocato. Eso si. el pobre animalito se presento cual esperpento, pues tenia todo el cuerpo lleno de magulladuras y de cortes variopintos ya sobrecubiertos, por el tiempo trascurrido desde el día de la agresión, de postillas varias que denotaban los surcos secos, otrora, de sangre fresca de las heridas.

      Con el paso de los días el perro fue felizmente recuperándose de las múltiples heridas y lesiones y, una vez plenamente restablecido, la mujer del labriego continuaba con el run-run del “no quiero perros en casa”, es decir, en la calle, porque en el corral perseguía  a los conejos, pollos, pavos y gallinas, y lo mas grave: a veces se zampaba los huevos de los nidales que estuvieran a su alcance, lo cual ya eran palabras mayores, ya que, la madre, los empleaba, muy ocasionalmente, para el propio consumo en casa y las más de las veces los solía vender para comprar aceite y alguna otra cosa (pocas, porque en la casa se era prácticamente autosuficiente en asuntos de las cosas del comer, excepto: aceite, pescado, sal, azúcar, tabaco… y poco más) en una de las pequeñas tiendas de la localidad.

    Aconteció que unas semanas después, de estos hechos y runrunes, apareció por la morada de Rebocato un primo hermano de nuestro labriego. El susodicho primo hermano, dedicaba su tiempo en una nave (queremos decir un local, pues allí no había puerto de mar y el río más cercano no era, ni es actualmente, navegable) para la cría y engorde de pollos con el fin de su posterior venta al por mayor para el consumo humano; entonces, como a la ocasión la pintaban calva, la mujer de nuestro labriego aprovechando la coyuntura le ofreció, al pollero, el perro Lar con el fin de quitarse de encima una boca perruna que sustentar y de paso de que le sirviera, a aquel, de cancerbero en la finca del gallinero, aunque, en este caso, el can, solo dispusiera de una única cabeza, en lugar de tres. El primo hermano se llevo presto al perro a pesar de la oposición de este -tuvo que atarle con una cuerda y acarreárselo casi a rastras- y de los berrinches de Rebocato y de sus dos hermanos anterior y posterior, por edad, con respecto a él.

       Pasó el tiempo y cierto día, concretamente una mañana de domingo que nuestro labriego –después de haber oído Misa Mayor (cantada), cumpliendo, como acostumbraba, con el precepto divino del tercer mandamiento de la Ley de Dios– se dirigía a su taberna habitual de los domingos y fiestas de guardar (entre semana no la pisaba) con el fin de echar la clásica brisca de doble pareja y tomarse un par de vermuts acompañados de la fumata de los correspondientes cigarros de picadura en petaca y librillo, y encontrándose en el trayecto con su primo hermano “el pollero”, le preguntó sobre el comportamiento del Lar en su nueva faena. 

    El primo hermano le dijo que le había puesto la corbata (en el argot de nuestro pueblo castellanoviejo significa ahorcar) a causa de que, según él, era una bicho inoperante, dañino y que ni ladraba, ni servia para las funciones de centinela contra los robapollos (que dicho sea de paso no existían apenas por aquel entonces en aquellos términos). Nuestro labriego no quedó muy convencido de la explicación, ni le gustó la aptitud de su primo hermano (cuelgaperros) para con el Lar, pero el asunto se quedó tal cual, ya que en aquellos tiempos un perro era un perro y se les solía tratar como a tales (aún no había llegado la tontuna de las parejas de chicos jóvenes pavoneándose de su perro raro, harto feo y de procedencia de las chimbambas; ni la Preysler –la filipina, conocida como “la china” en los ambientes madrileños de la alta sociedad madrileña– con sus casetas de perros provistas de calefacción central, según difundiría, años después de la existencia del Lar, la prensa rosa al vulgo).

      Posteriormente, como en los pueblos todo se acaba sabiendo, resultó ser que el pollero cuelgaperros llegó a cogerle canguelo (palabra del caló y nunca mejor empleada, en este caso, por lo de que empiece por can y el miedo a este del pollero) al perro, el cual nunca llego a reconocerle como su amo y le enseñaba los dientes cada vez que aquel se le acercaba aunque fuera, incluso, para echarle de comer; y por eso, el pollero cuelgaperros, tomó la decisión de darle matarile colgándole con soga de un pino negral o resinero, concluyendo así los días, con más pena que gloria, del pobre Lar en el trascurso de su corta vida por los contornos del pueblo castellanoviejo que, presumimos, visto lo visto, no fueron del todo muy halagüeños para él.



       2.- EL PERRO DEL VECINO

       No es que el futuro vecino de Rebocato no laborara y que estuviera todo el día sesteando a la bartola, el titular se refiere a uno de los tusos que tenía uno de sus vecinos en ciernes.

     Ya con el terreno adquirido y presto a edificar una casa cercana al litoral, dirigiose Rebocato, una bonita mañana dominguera del inicio otoñal, a su parcela con el fin de comunicar a los vecinos adyacentes el inicio de las obras. Todo transcurría de forma placentera, hasta que se acercó a la casa de uno de los vecinos colindante con la parte trasera de su parcela, el cual estaba acompañado de: Dos perros chuchos medianos, un pastor belga (nos referimos a un perro, no a un cuidador belga de ovejas de raza Beltex; ni a una persona belga que tuviera prelatura con fieles) y de un gato pelilargo de angora turco, el cual ya habíase afilado, en cierta ocasión, las uñas en los brazos y piernas de un niño revoltoso del barrio, dejando a la pobre criatura hecha un ecce homo, guardando las distancias con Cristo debido a la corta edad de aquel. 

   Rebocato saludó al vecino y se pusieron a conversar amablemente en la puerta de entrada de coches –de poco más de 1300 milímetros de altura, sita en la pared circundante de la parcela- la cual el vecino no abrió (para alivio del visitante) con el fin de que no se escaparan los tres perros que andaban un tanto alborotados (recalcar que el miedo de los humanos a ciertos perros lo denotan estos, y se achaca a que el olor a adrenalina que segregan nuestras glándulas suprarrenales a causa, entre otras, de situaciones de peligro –aunque, parece ser que, la adrenalina no huele y lo que detectan los perros son los gestos y falta de confianza de las personas ante ellos– lo perciben y atacan, pero vaya usted a saber lo que pasa, en esos momentos, por sus nobles cabezas) por la presencia del informador. Tampoco se le veía al vecino intención alguna de que pasara Rebocato a su casa para tomar, cuanto menos, unas cervezas o “unas gordas”, como a las que, posteriormente, invitaba a tomar “el tío la vara” en el bar de su cuñado a los personajes históricos famosos con nulo resultado, por parte de estos, y cabreo lógico de aquel). Rebocato, cuando bebe cerveza, recuerda el refrán que a veces expresaba su progenitor: Quien nísperos come, espárragos chupa, bebe cerveza y besa a una vieja, ni come, ni chupa, ni bebe, ni besa”. Donde estuviera la hogaza, el jamón, el jarro de vino y moza fermosa y fogosa….Lo demás estaba de más.

      El vecino de Rebocato y este, continuaban platicando con puerta de por medio, y el pastor belga rondaba alborotado alrededor de su amo, con idas y venidas. Rebocato iba con camisa de manga larga, abotonados los puños (ya estaba bien entrado octubre y aún no había llegado la moda de cierto exPresidente el cual, cuando lo era en activo, en sus veraneos playeros –hasta que a su hija la dejó el novio– en el chalé “prestado” de un azulejero famoso, (pero famoso de verdad) y en plena canícula agostera iba con pantalón largo y camisa de manga larga con los puños arregazados a una vuelta, y la costumbre se extendió entre sus dirigentes y algunos simpatizantes, de tal forma de que si en este país, en pleno agosto y a plena luz del día, cayendo un sol de justicia, veis a una persona con la camisa de esa guisa, fijo que es jerifalte, militante o simpatizante del partido del ave palmípeda, marina y costera que pulula, también, desde hace muchos años carroñeando por los estercoleros de la Meseta) y gesticulaba con los brazos de vez en cuando, hecho que el pastor belga interpretó como un intento de agresión a su amo y en una de sus venidas dio un salto hacia el brazo extendido de Rebocato.

     El dueño preguntó a Rebocato si le había mordido el perro y aquel, en caliente, dijo que no; acto seguido la mano derecha de Rebocato comenzó a llenarse de sangre que emanaba de la muñeca donde le había dentelleado el perro y el puño de su camisa también estaba desgarrado (si se la hubiera arremangado como los arriba mencionados, hubiera salvado al menos la camisa). El vecino, al ver la sangre, la emprendió a patadas con su pobre animalito y dijo que iba a atarle. Rebocato le expuso, al vecino, que lo que tenía que atar era a su muñeca (hacerle un torniquete) ya que chorreaba sangre abundantemente. El vecino, una vez con el perro bien calentito y puesto a buen recaudo,  sacó de su casa un pañuelo con el que cortar la hemorragia. Aplicado el torniquete Rebocato dijo de ir a Urgencias pero el vecino ni tenia carnet de conducir, ni coche, ni casta que lo fundó, por lo que Rebocato cogió el  pendingue y trincando a un cuñado suyo que vivía en las proximidades se enfilaron al hospital, donde le aplicaron dos puntos de aproximación en la herida, aunque le comunicaron, el personal sanitario, que normalmente las heridas ocasionadas por perros no las suturaban, pero que en este caso, harían una excepción debido a la profundidad que presentaba la susodicha.

     En el hospital también le advirtieron que tenían que aplicar el protocolo de mordeduras y por lo tanto tenia que presentarse en Sanidad a denunciar el hecho, y ante la negativa del herido, insistieron en que tenia que personarse allí porque el caso seguía su curso y debía de firmar un documento, como así lo hizo al final Rebocato para evitar tostones.

   En Sanidad le dijeron a Rebocato que el vecino tenia que tener el perro en cuarentena, es decir, no sacarle de casa y observarle por si le ocurría algo anómalo, en ese caso tendría que comunicarlo a Sanidad e intervenir un veterinario para estudiar al perro, cosa que le chocó mucho a Rebocato ya que el mordido era él, y que, él, se quedaba sin la observación pertinente de la cuarentena. Quizás este fue el punto de inflexión por el que Rebocato empezó a caer en la cuenta de que los derechos del perro estaban ya por encima de los de las personas, pues hasta la Sanidad Pública daba prioridad a los de aquellos, al menos en cuestiones de mordeduras.

      De vuelta al lugar de la agresión del perro en defensa quimérica (según parecer de Rebocato) de su amo, el mordido le entregó al vecino el pañuelo ensangrentado, ya reseco, y le dijo lo de que observara al perro por si enfermaba o moría. El vecino le miró como diciendo “lo tienes claro, majo”, pero eso sí, sin solicitud previa del mordido, procedió a enseñarle lo que él decía que era la cartilla sanitaria del perro atacante, la cual, por la pinta que tenía, parecía más que perteneciera al pastor alemán Rin Tin Tin, que al pastor belga mordedor; además, tenia más correcciones con tippex que los años transcurridos que van desde la primera aparición en la tele del famoso perro del cabo Rusty, hasta las fechas de la mordida a Rebocato, que ya era decir.

    Meses después Rebocato recibió una carta del juzgado por si quería emprender acciones legales contra el vecino del perro mordiente, pero ya había cicatrizado la herida y como no le quedaron secuelas físicas (aparte de una cicatriz que ahora, para impresionar, dice que es un corte de hoz, a pesar de tenerla en la muñeca derecha y, él, ser diestro; pero que sabe ahora la juventudbaila con que mano se cogía la hoz de marras), las secuelas psíquicas ya es otro cantar; decidió obviar el pleito, más que nada porque si tienes a un vecino con un perro de tamaño considerable, la intuición te dice que te lleves bien con ambos, sobre todo con el perro.


      3.-LA TERRIBLE MUERTE DE LA “TERRIBLE” E HIJO

En nuestro pueblo castellanoviejo en verano (en invierno no tenia sentido el hacerlo porque no les contrataban para ello) era costumbre el que algunos mozos de distintas familias (en muchas de estas sobraba mano de obra por lo de los muchos hijos que las componían por aquellos lares, formando las consiguientes familias numerosas –Ley 13 de diciembre de 1943: Cuatro o más hijos legítimos o legitimados, solteros, menores de 18 años o mayores incapacitados para el trabajo-) emigraran temporalmente, durante la canícula, a pueblos de los alrededores para ofrecerse como segadores a cambio de un estipendio (no siempre estupendo), manutención y alojamiento (la mayoría de las veces en el pajar y sin holgar, que nos conste, con moza alguna en él; para polvos estaban los hombres después de la huebra de siega diaria de sol a sol  que se encajaban entre pecho y espalda, es decir, tirando de hoz, engavillando, atando y hacinando los haces. Si acaso, si que tendrían, más tarde, ocasión de padecer otros polvos en forma de tamo en la era con la faena de abeldar la mies ya trillada.

     Dos de los hijos de los más mayores de nuestro labriego fueron a segar un par de veranos a un pueblo distante unas seis leguas (antaño seis horas andando por caminos) con respecto al suyo. Los amos, de ese pueblo, tenían una perra parduzca de tamaño mediano y un tanto cojitranca a resultas de que una de sus patas delanteras había sido pillada por una segadora de machos, causándola una lesión irreversible que la dejó coja de por vida. La perra se encariño con los hermanos de Rebocato, que no paraban de hacerle carantoñas en los ratos de asueto, claro; por lo que los amos decidieron regalársela, y aquellos se la llevaron a su pueblo castellanoviejo natal. La perrita a pesar del tullimiento que padecía, ello no fue óbice para quedarse preñada por algún can del lugar que no le hizo ascos. Dicho esto recalcar que para procrear la raza canina lo tenia crudo y además les resultaba un tanto peligroso por la tunda que podía acarrearles el acto carnal en las vías o caminos públicos de por aquellos lugares, como se relatará más adelante en otro apartado de este escrito.

      La Terrible dio a luz cuatro hermosas crías, de los cuales tres pasaron a mejor vida utilizando una de las dos técnicas que se empleaban en nuestro pueblo castellanoviejo para esos menesteres (ambas validas también para gatos recién nacidos, para con los grandes ya era otro cantar). El cachorro que se le dejó a la madre, se crió divinamente y, pasados unos meses, un0 de los hermanos de Rebocato, dueño de la Terrible, enganchó los machos al carro con el fin de cargarlo de basura de las cuadras y llevarla para esparramarla en una tierra de barbecho con el fin de que sirviera de abono al terreno. También se llevo a la perra y a su cachorro, junto con el bieldo y la rastrilla de trajinar la basura. Una vez acabada la labor, se acercó a un pinar cercano a la tierra que terminaba de abonar, y colgó a la perra de un pino, es decir, la ahorcó.

     Tornó con la yunta de machos, el carro y el cachorro para su casa, con tan mala fortuna de que en el recorrido de vuelta quiso el azar que el perrillo, de cuyo nombre no queremos acordarnos, se metió debajo de una de las ruedas del carro y murió en el acto, solo unos minutos después que su madre la Terrible, paradojas de la vida. El cruel destino.

     Cuando a nuestro labriego castellanoviejo su hijo mataperros le puso en antecedentes, no le hizo gracia alguna los aconteceres, y jamás de los jamases volvió a entrar perro alguno en su casa, ni vivo ni muerto.


4.-EL CACHORRO OLISQUEADOR

       En el pueblo de nuestro labriego castellanoviejo, a partir de los años 60 (siglo XX) les dio a sus gentes por la tontuna de emigrar (alegaban necesidad, cuando el pueblo llevaba asentado allí varios siglos y sus moradores subsistiendo de aquella manera, sin apenas diferencias, respecto a la calidad de vida, entre las distintas generaciones sucesivas) y mayoritariamente a la capital (Madrizz), en busca, decían, de una vida mejor. No obstante las personas muy mayores, ya con muchos años a sus espaldas, procuraban escurrir el bulto y se quedaban en el pueblo tan ricamente aunque sus hijos se largaran (“enemigo que huye puente de plata”, esto es más lógico aplicarlo con los hijos de hoy en día –la juventudbaila-). Pero no todos se fueron, hubo jóvenes que se quedaron y con el paso del tiempo, los que emigraron, pasaron a denominarles “autóctonos” para diferenciarlos de los nativos emigrados y ya contaminados con las particularidades y costumbres de la gran ciudad. Un sobrino de Rebocato fue “autóctono pata negra” hasta que acabó el instituto y tuvo que viajar, para hacer estudios superiores, a la capital de provincia, donde acabó contaminándose.

     Un día, durante sus vacaciones de verano, estando Rebocato leyendo el periódico a la puerta de entrada de personal de la casa de sus padres y rodeado de sobrinos pequeños enredadores (la mayoría todos ya de capital), acercóseles un lebrel cachorro para olisquearles las playeras. Los sobrinos contaminados le hacían carantoñas y arrumacos al bicho, es decir, trataban de jugar con él y de que congeniara con ellos. Pero, hete aquí, que el mencionado “sobrino autóctono patanegra” (no mayor de 5 años) cuando se le acercó el chucho a olisquearle, propinole, sin miramientos, una elegante patada en todo el hocico, con lo que salió aullando el animalito y huyendo despavorido. Rebocato al ver la actuación trató de pedirle explicaciones al sobrino pegador por su bárbara actuación del puntapié aplicado. El sobrino respondiole: “Es por si me mordía”.
    Reseñar que los niños de ciudad “señoritos del pan pringao”, como se les denominaba por aquellas tierras y en aquellos tiempos, no tenían esos repentes, ni ese instinto de autodefensa ante las potenciales alimañas dañinas.


5.- EL PERRO ZAMORANO

       Años ha, contaba un exhermano de la Salle (ya habiendo abandonado los hábitos –los de vestir, no los de los modos de proceder-, y los votos –los prometidos a Dios, no los de las urnas, ya que, estos, aún no los ejercíamos en aquellos tiempos-), aunque hermano de Rebocato, que encontrándose, él, laborando por tierras de Zamora (famosa ciudad por lo de que no se conquistó en una hora y, además, por sus magnificas mantas zamoranas, cuasi tanto como las morellanas, o mejores, según lugar de nacimiento de a quien se le pregunte) y una tarde de “finde” (que coños significará esta palabra como diría el J.J. Millás) se prestó el celebrar una reunión de amigos con el fin de hacer una chuleta de cordero lechal, asada al sarmiento, en la casa de campo de uno de ellos. El anfitrión tenía un fabuloso perro mastín, cuyo nombre no viene ahora a cuento, ni incumbe cosa alguna para el relato y ya de paso preservamos su intimidad.

     El dueño del perro se jactaba de que su mastín pillaba al vuelo cualquier hueso de chuleta que se le lanzara y, sin llegar a tocar suelo, lo trincaba con sus fauces y lo engullía en un pis-pas, como el que respira aire.
Cuando acabaron de asarse las chuletas la gente procedió a dar buena cuenta de ellas, de la parrilla al zaragallo de pan candeal de hogaza como mandaban (y mandan) los cánones, y a medida que los comensales las rebañaban iba cada cual, a su libre albedrío, lanzando al aire los huesos al mastín para que este se los embuchara. Y, efectivamente, el animal saltaba que daba gusto verle a por los huesos que le arrojaban, trincándolos al vuelo y tragando sin apenas masticar (dicen que un mastín es capaz de ronchar un hueso de jamón, sin carne, zampárselo y no dejar ni rastro en poco tiempo, no nos consta el que se haya hecho la prueba con el jamón completo).
Terminada la pitanza procedieron a tomarse unas copas y el anfitrión les obsequió, además, con unos puros marca “Farias” para todo aquel que quisiera castigar los pulmones y ahumar a todo el personal de su alrededor, lo cual también reconfortaba (benditos tiempos aquellos en los que no había tantas pamplinas con los humos, a pesar de que, hoy en día, ahí sigue impertérrito el cáncer de pulmón).

     El perro seguía retozando alrededor de la mesa, más que nada, por si seguían gratificándole con el lanzamiento de huesos y, hete aquí que, el hermano de Rebocato (por cierto, gran amante de los animalitos, dicho sea de paso, a pesar de lo que va a ocurrir a continuación) da una serie de caladas profundas a su Farias y cuando lo tiene consumido a medias, y ya un tanto harto de chupar, de alquitranar los pulmones y de atosigar a los de su alrededor, lo lanza al aire y hacia atrás. El perro, ni corto ni perezoso, ve volar el puro y pensando que es el hueso mal arrebañado de una chuleta, pega un salto y lo engulle, saliendo corriendo a todo trapo y resultando que no se le volvió a ver en e resto de la noche del sarao. Los que no estaban al loro pensaron que se habría ido detrás de un gazapo, ya que no era tiempo de veda y no llevaba colgando tanganillo, o tarangallo, alguno el animalito.

       Concluyendo que le perdió el ansia y nunca más se tuvieron noticias de que se le ocurriera volver a trincar, al vuelo, hueso alguno al mastín de marras.


6.-EL PERRO CATALÁN QUE LO MISMO ERA CHARNEGO

       Años ha, a principios de la década de los 80, Rebocato viajó, trasladado, por motivos laborales, a Catalunya [muchos años antes de que el aspirante actual a Caudillo, el de apellido de adverbio insaciable, reclamara el “derecho a decidir” por la sabia voluntad popular. Una vez que ciertos políticos hayan liberado Catalunya del yugo represivo castellano y sean completamente libres, deberían de cambiar su himno oficial “Els segadors” por el de “Libre” que cantaba el Nino Bravo, y los de los sillones –tanto de letras mayúsculas como minúsculas– de la RAE, suprimir la palabra MÁS, ya que Mas nos acabará convertido a todos en MENOS). A ver cuando Francia -país centralista donde los haya- lo aplica para sus nacionalismos periféricos: ya sea el bretón, el vasco, el catalán, el corso, el occitano, o la madre que lo parió. Será que, los afectados -caso de haberlos- no lo demandan, o que el Front National no lo permite, o que están todos tan contentos con su himno nacional “La Marsellesa” –Si España fuera Francia, al himno, se le denominaría “La Parisina”–. De todas formas al lema oficial: “Liberté, égalité, fraternité” de la República Francesa habría que añadirle el de:“Centralité” – No sabemos que pinta todo este encorchetado en estas historietas de “vida de perros”-] donde le sorprendió la cantidad de locales comerciales que advertía por la ciudad, “donde fue a plantar la era”, en los que sus rótulos gritaban: “PERRUQUERIA”, achacándolas, él, a peluquerías para perros, hasta que, meses después, un compañero de trabajo catalán de Sant Gervasi/La Bonanova (amigo posterior suyo, con el cual descubrió los carajillos post almuerzo de ron “Pujol”) le sacó del error. (Añadir que, a pesar de que los carajillos de esa marca de ron eran muy del agrado, embriaguez y deleite de Rebocato, este, siempre tuvo, y mantiene, bajo sospecha que el corajillo era/es un invento catalán para ahorrarse la copa, en contraposición a la chulería de Madrizz del tan traído y llevado: “Café, copa y puro”).

      Cierta vez, llegó Rebocato a una capital de provincia catalana (no era Barna, donde laboró unos 500 días y residiendo, para más INRI, al lado del Camp Nou –en castellá Campo Nuevo, a pesar de sus años– si no la capital que necesitó autobuses para acarrear personal de otras provincias catalanas para que la cadena humana reivindicativa fuera MÁS vistosa) a visitar a una hermana suya. Una vez en la calle donde residía su hermana aparcó su utilitario de color rojo. Antes de salir del coche (estaba escondiendo el radiocasete extraíble debajo del asiento, cosa que no había que hacer porque si te veían los manguis trasteando te lo guindaban igual) como tenía su ventanilla con el cristal bajado para que entrara el fresco, de pronto se le planta un perro lobo con las patas delanteras apoyadas en el cerco de la ventanilla y con la cabeza metida dentro del habitáculo del coche, enseñando las fauces y con la lengua fuera babeando las perneras del pantalón de Rebocato. Ante el susto morrocotudo de este, aparece un yayo corriendo, aunque no muy deprisa, que trata de tranquilizarle parlándole en catalá (a Rebocato, no al perro. El hombre, por supuesto, con todo el derecho de usar su jerigonza por estar donde estaba, pero eso, de entrada, a pesar de la hostilidad, perdón, queremos decir hospitalidad catalana, es asustar a los sumamente educados y transigentes de la Meseta Central) que como el coche es calcado al de uno de sus hijos pues que el can creía (intuye) que Rebocato era su hijo (del yayo, no del perro), pero que tranquilo que no muerde.

     Rebocato armándose de paciencia le respondió en su jerga: “Eso lo sabe usted pero…¿El susto a mi quien me lo quita?”.

    Posiblemente Rebocato, con su radicalismo al molestarse por el babeo del perro, estaba contribuyendo al estado de crispación en que viven muchos de los habitantes de la piel de toro (perdón, no sé si será políticamente correcto el mentar al toro, estando ya prohibido el toreo por esas tierras del litoral y cuando consigan ser MAS libres, lo mismo algunos políticos secesionistas no quieren que a la península “ibérica pata negra” se le defina la piel de toro ya que querrán que se despelleje el trozo de las provincias catalanas.) en los tiempos actuales.


7.-EL  BOXER Y EL PRIMO JULIANCETE

     En nuestro pueblo castellanoviejo, antaño, un primo hermano y, a su vez, vecino de Rebocato, tenía la afición de educar a los perros por el método tradicional, tal cual como mandaban los cánones, a la manera idiosincrática de nuestro pueblo castellanoviejo al igual que los vecinos de su calle, la cual era bastante larga y con otra calle que la cruzaba de forma perpendicular (el punto de intersección se denominaba las cuatro calles) y equidistante –desde la plaza del Pozo, donde estaba la casa de los padres del primo y la de los padres de Rebocato, hasta la Plaza Mayor del pueblo–. (El que no se ubique que consulte el callejero y no reseñamos el nombre de la calle porque nos da regomello, al ser el de un “glorioso” general golpista del 36, muerto en accidente de aviación durante la contienda, al que se le achaca la famosa expresión que nos han copiado en el extranjero: “La quinta columna”. Reseñar que, otros historiadores, se la atribuyen a otro “glorioso” general golpista que era suegro del gran guitarrista Paco de Lucia, para más señas).

      Cuando a Juliancete su madre le mandaba, con la tarja, a comprar un par de hogazas a la panadería, aquel cogía el pendingue calle arriba, cruzaba la calle perpendicular y llegaba hasta la plaza mayor en la que encontrábase la panificadora manual. Una vez en esta, el panadero, su mujer o algún hijo de ambos, le suministraban las hogazas de pan candeal y con un cuchillo le hacían un par de muescas en la tarja de madera y él se volvía, tan campante, hacia su casa con una hogaza debajo de cada sobaco sujetas, a duras penas, con los dedos de las manos fijados en los canteros y con su tarja actualizada al nuevo paquete genérico contable ejecutado a golpe de cuchillo.

      Un día acaeció que uno de sus vecinos con su casa ubicada en la calle de Juliancete ubicada en dirección a la plaza mayor y antes del cruce con la calle transversal, adquirió un cachorro de perro boxer (reseñar que era el primer perro de marca que se veía por aquellos contornos). Al sentir general del vecindario lugareños del lugar, el perro se les antojaba harto raro y feo como el solo.

     El bueno de Juliancete, entonces, contaba con unos 7 u 8 años de edad y su cuerpo disponía de una corta estatura que la acarrearía de por vida.

     Juliancete, todos los días, tanto a la ida como a la vuelta, cada vez que iba de su casa a la plaza mayor a por el pan, al pasar delante del cachorro boxer, tendido ante las puertas carreteras de su dueño, le obsequiaba con una patadita en el hocico. A medida que el perro crecía, las pataditas aplicadas en el hocico y propinadas por el primo Juliancete, también lo hacían en intensidad.

    Pasó el tiempo y cuando el boxer alcanzó un tamaño considerable y un tanto harto (intuimos) de que le sobara el hocico, un día que atisbó a Juliancete que enfilaba de nuevo hacía él, tan campante a por el pan, se levantó de la acera y se plantó en mitad de la calle con sus dos patas delanteras bien asentadas en el adoquinado (cual gorila presto para el combate) y empezó a emitir un gruñido continuo de aviso que el primo de Rebocato pilló al vuelo, reculó, volvió sobre sus pasos y a partir de aquel día si tenia que visitar la plaza mayor buscaba otras vías alternativas que aunque más largas, se le antojaban mucho más seguras para el bien de su integridad física.




    Pie de foto: Tal que así esperaba el boxer, ya crecidito, al primo Juliancete.

     No se había conocido en el pueblo, jamás de los jamases, cosa de la manera como este caso de chulería perruna. ¿Sería a causa de que el perro era de marca?. En fin, como dice el dicho: “Siempre hubo clases”.

     Matizar que unos 50 años después, ya fallecido Juliancete, los agostos en nuestro pueblo castellanoviejo ya no volvieron a ser los mismos, pues, el primo, en los alternes cerveceros vacacionales/ vocacionales era simpático como él solo, y sin ánimo de darse pote alguno,  ni pretenderlo, y hacía reír las tripas a los alternantes. Tenia unos golpes de muerte y no nos referimos a los que atizaba en el hocico a los perros de por allí en su infancia, precisamente. 


    8.-EL AYUNTAMIENTO PERRUNO Y SUS CONSECUENCIAS

    No es que en nuestro pueblo castellanoviejo hubiera una casa consistorial para perros con el fin de que dilucidaran, por ejemplo, cual “Congreso de los ratones” del Lope de Vega o del grupo musical “La Polla Records” :





            Pie de vídeo: Pues eso, “juntáronse los ratones….”

     No, decir que el titulo de esta historia va por otros derroteros.

   En nuestro pueblo castellanoviejo era fácil saber que perra estaba salida (según el D.R.A.E. sirve, también, “Cachonda”, a pesar de los tiempos que corremos) y no porque los lugareños tuvieran el sentido del olfato tan desarrollado como los perros, que estos (al menos los de antes, que no sufrían esterilizaciones o capaduras como los cerdos de antes y de ahora) si que olían y detectaban a la perra de turno en celo.

    Vaya por delante, para poner en antecedente a los lectores noveles en el tema relativo al celo de los canes, que las perras tienen 1 ó 2 situaciones de puesta en celo al año y que los perros se ponen en trance copulativo por el olor de unas sustancias químicas que segregan las perras (los animales somos básicamente, dicen, todo reacciones químicas e impulsos eléctricos y, además, sobre los humanos añadir la envidia, y la mala baba, y… paremos de contar) llamadas feromonas que se forman en las glándulas de las mamas, en las orejas y alrededor de salva sea la parte del animalito, de ahí el que se saluden olisqueándose por las partes traseras para detectar el estado de predisposición o disponibilidad en que se encuentran. Ni citas previas, ni precalentamientos, ni cenas románticas, ni copas, ni declaraciones de amor y de fidelidad, ni anillos, ni bendiciones, ni gaitas. Pamplinas. Al grano directamente, el instinto animal en estado puro y en noble competencia visceral con sus rivales de montada.

   En nuestro pueblo castellanoviejo cuando una panda de chicos zarrapastrosos, del lugar, veía a varios perros del pueblo alrededor y requebrando (es un decir) a una perra, ya se barruntaba la diversión (que el Señor y los amantes de los perros les dispense por los hechos de a continuación).

      El asunto consistía en seguir a la jauría (aunque más bien, esta, la formaban los propios zagales) a distancia mimetizándose en el entorno, y cuando un perro  montaba a la perra se esperaba a que el afortunado (más bien infortunado, por la que se le venía encima) montador  se girara sobre la perra descabalgándose de su lomo y poniéndose en posición de culo con culo con ella, sin llegar a desenvainar a causa de la bola que se les forma a los machos cánidos en su miembro viril durante la copula; entonces había llegado el momento. Los muchachos salían de su mimetismo bien provistos de cándalos y de cantos (o de lo que buenamente disponían a mano facilitado por el entorno), y la emprendían a golpes y sin compasión contra la pareja del ayuntamiento (y esta no era, por ejemplo, el alguacil y el secretario) hasta que las pobres bestias se desenganchaban.

     Brutal e inhumano pero real como la vida misma. Era lo que se estilaba, aunque en estos tiempos, actuales, de collares de marca, correas, trajes de filigrana, veterinarios y peluqueros perrunos, parece difícil de asimilar el que aquello estuviera sucediendo, como lo más normal del mundo, en la Meseta Castellana. Pero como dice el dice el dicho: “El asunto de la jodienda no tiene enmienda” (perdón por el clásico pareado de taberna y amigotes –otra tradición que estamos perdiendo-) y los perros, a pesar de las tropelías que sufrían, seguían provocando a la muchachada y haciendo de las suyas en la época de celo perruna.

      Todo esto, aunque hoy en día parezca una salvajada, hace 50 años, y más, lo de interrumpir el coito perruno, era una práctica habitual en nuestro pueblo castellanoviejo y en cualquiera de los de  alrededor. Y era despiadado y bestial. Sin embargo, dado que normalmente, durante el apareamiento sin sobresaltos, la pareja de perros permanece enganchada unos 15 minutos, los zagales de nuestro pueblo castellanoviejo estaban favoreciendo, sin saberlo, a la aplicación del coitus interruptus, logrando que el apareamiento perruno (una vez realizada la enganchada, y en posición de culo con culo) perdurara poco más (según casos) que la del gallo con la gallina, que dura alrededor de un segundo, y con ello mantener el equilibrio ecológico con el fin de que el pueblo no se llenara de perros, con el consiguiente problema que ello ocasionaría por aquellas latitudes, ya que no se podría alimentar a todos ellos y entonces habría que pasar por el mal trago de sacrificarlos al poco de nacer. 

    Unos buenos candalazos y cantazos (acción atroz y desalmada) a tiempo evitaba el posible embarazo de la perra y el que, al nacer la camada, se tuviera que proceder a la desagradable tarea de exterminar a los pobres e inocentes cachorrillos de una de las dos técnicas que se ponían en práctica por aquellos contornos: Bien estampándolos contra una buena pared construida a base de cal y piedra (todas las paredes exteriores de las casas de nuestro pueblo castellanoviejo eran muy consistentes debido a que se levantaban con esos materiales), esta era una manera rápida de acabar; o bien llevándolos a una laguna cercana echarles al centro del ella y como por el instinto de supervivencia intentaban ganar la orilla se repetía la operación, arrojándoles de nuevo al centro del agua, una y otra vez, hasta que fenecían ahogados por cansancio. Esta forma era más lenta pero daba como más juego para el entretenimiento de la chiquillería que, dicho sea de paso, mientras andaba solazada en esos menesteres no hacían otro tipo de malezas por el municipio, lo cual siempre era de agradecer.


       EPÍLOGO

      Hoy en día en nuestro pueblo castellanoviejo los perros llevan collares, correas, ropajes y ya no duermen a las puertas carreteras (ahora reconvertidas en puertas garajeras). Los perros te ladran a tu paso si van paseando de la correa de su respectivo amo, y si andan sueltos se te acercan, te olisquean, se te suben encima y cuidadito con tocarlos y, además, algunos amos de ellos te sueltan: “Es tan gracioso y tan cariñoso que se arrima a cualquiera, y tranquilo, que no hace nada”. Los animalitos han perdido la educación, las distancias y el saber estar de antaño para con las personas. De algunos de sus amos mejor no hablar. En fin la vida del paseante sin perro, actualmente, se ha convertido en una vida de perros de los de antes.

      No obstante es digno de admirar (los que madruguen para ir al trabajo pueden observar y disfrutar del evento) a los dueños de los perros que sacan a estos por las mañanitas, bien tempranito, aunque caigan chuzos de punta, a que hagan sus necesidades. Causa más admiración aún, la tarea de recoger los excrementos de las mascotas por sus amos, aquellos bien calentitos, con sus propias manos y con un milímetro, escaso, de plástico como barrera de separación entre las ensaimadas y sus dedos.

       La acción del paseo matutino habrá muchos que no la llevarían a cabo ni con sus propios ancestros, ahora bien, aquellos al menos tienen esa deferencia con sus animalitos, pero habrá muchos prójimos que ni con los perros, ni con sus mayores se prestarían a ello.

     Los escrupulosos quedan avisados, si de buena mañana, de pronto, trata de saludarles un conocido o amigo, que posea y pasee un perro, e intenta hacerlo alargándoles la mano, mejor se me pongan un guante y después la choquen. Si lo hacen a mano descubierta se verá una escena que rezumará amor verdadero hacía los perros y empatía para con sus dueños.

    Cierta vez que Rebocato visitó una pequeña ciudad de Aragón que sacó, en su día, un eslogan para decir, al resto de España, que estaban allí (que existian), observó en una callejuela céntrica, sin aceras y sin apenas transito de personal, una gran cantidad de excrementos de perro (secos y recientes) y en la fachada, de una de las casas que estaba medio en ruinas, existía una pintada que decía: “Si sacas al perro a pasear, llévate a casa la merienda”. Visto el estado en que se encontraba la calle, algunos ni por esas.

     Luego están los que salen por la ciudad de noche para que el perro miccione. Los perros suelen levantar la pata y se alivian, ante la mirada satisfactoria de sus amos, en las paredes de las puertas de entrada a los portales de las viviendas y garajes de otros (ni el azufre es ya disuasorio) ciudadanos. Caso de pillárseles “in fraganti” en esos menesteres y de proceder a llamárseles la atención, los dueños te responden, y con toda la razón del mundo, que en algún sitio tienen que hacer sus necesidades los pobres bichos; no obstante, de momento, no se tiene constancia de ningún dueño de perro que permita a su animal aliviarse en la entrada de su casa, del portal de su propia comunidad de vecinos o de su garaje.

     Dicen que los chinos fueron los primeros en domesticar al perro y los quieren tanto que hasta se los comen, desde  los tiempos de Confucio o vaya usted a saber.

     En muchos países orientales se consume carne de perro y sorpresa…. hasta en algún cantón suizo no le hacen ascos a la carne curada de perro y a sus salchichas. Que decir de yankeelandia y de sus famosos “perritos calientes”.

     En fin, como ya sabemos, en el mundo de la gastronomía de los diferentes países las razones de comer, una cosa u otra, son meramente culturales y en muchos sitios, lamentablemente, decide, a la hora de llevarse algo a la boca, la necesidad y se tira de lo que esté más a mano.

     Para rematar un último refrán: “Amor de mujer y halago de can, no duran si no les dan”. Lo de la mujer puede ser creíble, sobre todo a ciertas edades, en cambio, respecto al perro vamos a darle un voto de confianza que para eso estas historias giran en torno a él, aunque en nuestro pueblo castellanoviejo les daban bien de verdad, aunque, presumimos, que no de lo que barrunta el refrán.
 
 Con Dios.

PD.- Para saber más sobre Rebocato y los perros, leer historias ya publicadas: “Una plácida mañana de platja”, “El perro y la moto” y “A vueltas con el perro gallego. Antes manchego”.

              HistoriasdeRebocato@octubre2013