26 de enero de 2018

UN DÍA EN LA VIDA DE REBOCATO



              INTRODUCCIÓN:



    La acción sobre lo que se va a relatar más abajo, no se desarrolla en un clima tan gélido como en la famosa novela que lleva por título: “Un día en la vida de Iván Denísovich” escrita por Aleksandr Solzhenitsyn, más que nada por la diferencia de temperatura existente en la Meseta Castellana con respecto a la del Archipiélago Gulag, pero, en la mentada novela, al Iván le condenan, en un juicio –no sabemos si sumarísimo– y puede que con jueces y todo. Rebocato, en cambio, no tuvo juez alguno –ni tan siquiera el de paz de nuestro pueblo castellanoviejo– que impartiera justicia y, guardando las distancias (incluso las kilométricas), al igual que el Iván, nuestro amigo tuvo que hacer, los trabajos forzados en tierras de labor, eras, pajares y pinares de la Meseta Castellana, aunque de manera un tanto voluntaria, pero, también, por miedo a los daños colaterales caso de no hacerlo, y a que, entonces, no existía el teléfono, sin huella, de atención a la infancia del que echar mano para pedir ayuda.

   Al sentir de Rebocato el personaje de Iván puede ser ficticio, pero el de él no.


        EL NOBEL Y LA ENFERMERA

    Recuerda Rebocato que, muchos años atrás, estando ingresado en el entonces llamado “Hospital La Paz” a secas –antes de añadirle el actual y rimbombante “Universitario” entremedias– esperando a que le intervinieran de ulcera gástrica y duodenal, resultando que al final le quitaron dos tercios de estómago, de cuyos despojos no le dieron explicación alguna, en el centro médico, respecto al lugar donde acabaron sus susodichos tercios (y no de cerveza precisamente). Esperemos que no se los echaran a los perros como se hacia en la Edad Media, donde a algunos de los muchos a los que se les daba tormento, el verdugo iba sacando, en vivo y en directo, tripas del encausado, –el cual, como seguía vivo, rabiaba– y echábaselas a los perros rabiosos, mientras el torturado aullaba y la plebe –de pie en la plaza pública– y los poderosos en sus palcos y sillones, disfrutaban a rabiar con el espectáculo.

   Hoy en día, si durante una intervención quirúrgica te amputan, por ejemplo, un brazo, después el cirujano les expone a los familiares directos (caso de que el intervenido, no lo haya manifestado de antemano) que si se lo quieren llevar (el brazo), por si ellos, o el intervenido, quieren guardarlo y, de esa manera, cuando llegue a fallecer el resto del cuerpo, enterrarlo todo junto, en espera del Juicio Final a celebrar en el Valle de Josafat (famoso Rey de Judá, dicho sea de paso) cuando al sonido de las trompetas, todos los cuerpos salgan de sus tumbas, hasta los de los sordos, barruntamos.

   Al igual que los cristianos, tanto los judíos, como los musulmanes, también tendrán Juicio Final, aunque puede que algunos de los pertenecientes a estas religiones monoteístas, no sean en la vida terrenal “Hombres de juicio”, porque tengan carencia de cordura y sensatez.

   Años ha, cuando amputaron una pierna a la viuda –ya con 90 años y siendo la primera, y única, vez en su vida que ingresaba en un centro hospitalario como paciente– de nuestro labriego castellanoviejo, en un hospital de la capital de Castilla y León, la cirujana, concluida la intervención, se presentó en la sala de espera a dar novedades a Rebocato y a los hermanos de este. Irrumpió en la abarrotada sala de espera y dijo que, los familiares de la intervenida salieran de la sala para darles novedades. Acto seguido se levantaron mas de 20 personas y se fueron tras la doctora, esta, sorprendida (casi tanto como una monja sin libertad) dijo: “he dicho solo la familia de la intervenida”. Rebocato la informó de que todos eran hijos, hijas, yernos, nueras y algún que otro nieto, de la operada, y que faltaban muchos mas por motivos laborables.

    La galena, ante la masa de familiares presentes y sin acabar de creerse del todo lo que dijo Rebocato, pasó a informarles sobre el resultado de la operación y al final preguntó, a la familia susodicha, que querían que se hiciera con la pierna amputada de la amputada.

  Ante la cara de estupor generalizado de los presentes, la facultativa les aclaró que había personas que decidían guardar el miembro cercenado –no especificó en donde– del familiar, para que, cuando aconteciera su deceso (el del operado, no el de la facultativa), introducirlo en el féretro junto con el resto del cuerpo y así enterrar, o incinerar, todo junto.

   Una vez puestos en plan revival (que diría un hijo de la Gran bretaña), recordaba Rebocato que –mediados los 70 (nos referimos a la década del siglo pasado, no a su edad) durante la paciente espera para la intervención quirúrgica de su delicado estómago– se encontraba en planta del Hospital La Paz, viendo, junto a sus dos compañeros enfermos de habitación, la famosa entrevista que estaba realizando el José María Iñigo –en su programa  “Directísimo” de TV1– al Aleksandr Solzhenitsyn. En concreto era la noche del 20 de febrero de 1976.





Pie de foto.- Aquí vemos al premio Nobel junto a periodistas españoles el día de la entrevista famosa. Al José María Iñigo ni se le ve. Es pequeñuco pero no tanto. Quizás se esté atusando el bigote o el peluquín en su camerino.

    El Aleksandr. en la tele, estaba poniendo al régimen soviético a caer de un burro. Contaba las impresiones que obtuvo, viajando de “riguroso incógnito” –decía él, a pesar de que tenia unas pintas de Rasputín que no se lamia– durante 10 días, en la visita que había realizado a una docena de ciudades de nuestro País y de la agradable forma de vida en libertad, que le habían causado nuestros paisanos (apuntar aquí que hay un dicho que dice: ”Si estas una semana en un país: escribirás un libro sobre tus experiencias vividas con las buenas gentes del lugar; si estás un mes: escribirás un articulo; y si estás un año o más, no escribirás absolutamente nada”).

    Estando en estas, entró en la habitación, de dichos  televidentes convalescientes, una enfermera fondona y de mediana edad, portando, con cierto garbo profesional, los termómetros en vaso. Colocó, uno a uno, los medidores de temperatura en las axilas de  los tres pacientes –Rebocato, por mucha desinfección que aplicaran, era reacio a que se lo colocaran en la boca, caso de que allí lo hicieran, porque pensaba que lo mismo antes, ese mismo termómetro, se lo podían haber puesto a otro enfermo en el recto– y, acto seguido, se puso a escuchar con mucha atención la entrevista, sentada en uno de los sillones de acompañante, mientras esperaba a que subiera el mercurio de los tres pacientes, los cuales esperaban pacientemente.  

    El barbas, Nobel de literatura, continuaba explayándose con su cuasi monologo (al Iñigo no se le movía ni un pelo del famoso bigotón que calzaba, aparte de su no menos famoso pelucón –Rebocato da fe del pelucón ya que, hacia un par de meses que había coincidido con el periodista dentro de un ascensor en el edificio de IBM del Paseo de la Castellana de Madrid y, sin llegar a ser como el del aún exiliado Puigdemont, cantaba el postizo desde lejos, además como el Iñigo es pequeñuco se le veía bien la cabeza desde arriba. Lo del Puigdemont tiene guasa: uno de los que quiere implantar la República en Cataluña y se auto exilia en un país monárquico) y añadía que estaba encantadísimo y sorprendido con lo que había observado, y lo bien que se vivía aquí. Decía que, ni Dictadura, ni nada parecido (nuestro “Generalísimo” había fallecido, en la cama, cuatro meses atrás, el 20N, en el Hospital La Paz y también, entre otras operaciones, le extirparon dos tercios de estómago al igual que a nuestro amigo Rebocato. Debía de ser una oferta de quirófano en aquellos meses).


     –Que por estos lares se respiraba libertad, total y absoluta, por los cuatro costados.

   –Que todo el mundo era libre de viajar e incluso de salir al extranjero (se le olvidó añadir que los que disponían de dinero y pasaporte, porque el pasaporte empezó a sonarnos con aquello de Pasaporte a Dublín del festival de Eurovision).

    –Que aquí, por 5 pesetas, cualquier persona podía sacar una fotocopia, cosa impensable en la URSS.

   –Que aquí se había llevado a cabo una amnistía aunque no hubiera alcanzado a todos los terroristas, y que en Europa Occidental se había formado mas revuelo por los 5 terroristas –tres integrantes del FRAP y dos de ETA que Franco había mandado ejecutar, en el mes de septiembre pasado– que por los millones de rusos muertos en la URRSS por las purgas llevadas a cabo por el régimen estalinista.

     Esto fue la gota que colmó el vaso, la enfermera dio un respingo, se levantó y, a la vez que recogía los termómetros –sin mirar la temperatura corporal, que marcaba su rojo mercurio– de los ingresados, comenzó a despotricar contra lo que había dicho el ruso expulsado de la URRSS dos años atrás.

    Apuntaba que ella había estado en Rusia (no dijo si una semana, un mes o un año) y que todo lo que había dicho, el barbas, que era mentira, Que la gente allí vivía bien, que todos cobraban prácticamente lo mismo. Que las necesidades de educación, sanidad, cultura y puestos de trabajo estaban totalmente cubiertas. Que el Estado facilitaba la vivienda a todo hijo de vecino, etc. etc. Acabada la perorata salió de la habitación dejando boquiabiertos tanto a Rebocato, como a sus dos acompañantes enfermos.

   Nunca jamás había visto Rebocato, en este País, hablar a nadie de esa manera y sin mirar alrededor antes de decir lo que soltó y sin miedo, ni recato alguno. Libertad de expresión total y absoluta. Ante esto meditó para sus adentros: “¿Tendrá razón el Solzhenitsyn de que somos un país pleno de libertades?”.

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              UN DIA EN LA VIDA DE REBOCATO



               DESPERTARES:

    La mujer enfiló, desde el portal de la casa, las escaleras hacia arriba para acceder a la sala del primer piso cruzando, previamente, el sobrado. Abrió el picaporte de la ligera puerta de tablas de madera y una vez dentro de la sala, mirando hacia las dos alcobas, anunció con voz clara aunque no excesivamente alta:

    –¡Chicos!, levantaos (en realidad pronunció: levantaros, no diferenciaba el imperativo) que padre y vuestro hermano han madrugado está mañana para acarrear los haces de la tierra del Cerro Alto y tenemos que ir a la era a tender la parva con los haces existentes en la hacina, antes de que lleguen ellos para el almuerzo.

  Rebocato y sus dos hermanos (anterior y posterior en edad, dignidad y gobierno) se van desperezando en la cama saliendo de los pequeños huecos que han formado sus cuerpos de tirillas en los colchones rellenos de lana de ovejas churras que posee nuestro labriego castellanoviejo y que, a esas horas, andarán careando por el término municipal, guiadas, en compacto rebaño, por el pastor contratado, cayado en mano (el pastor, no nuestro labriego para hacerle firmar el contrato) y perro ovejero.

   Ante la poca actividad de sus hijos la mujer prosigue con su retahíla:

   –Venga, ¡ahuecad! (en realidad dijo ahuecar, ignorando de nuevo el imperativo), y vamos a tender la parva. Luego volveremos a casa para almorzar.



      TENDER LA PARVA:

    (No vamos a hablar del centro de esquí chileno, enclavado en la cordillera de los Andes que recibe el nombre de "La Parva". Aunque, posiblemente, sería un bonito sitio para trillar, a casi 3.000 m. de altitud.).

    Ya todos en la era –sin desayuno alguno que haberse llevado a la boca ya que, el almuerzo se barruntaba próximo después de la tendida de haces– Rebocato y sus hermanos dirigidos por la madre, van cogiendo haces de trigo de la hacina y los van tendiendo, formando filas circulares, sobre la pradera de la dehesa y alrededor del picudo montón de paja y trigo ya trillados en días anteriores.

   Los haces se transportan a mano desde la cercana hacina hasta la parva y, como nadie dispone de guantes, hay que andarse con tacto al introducir los dedos de las manos entre el vencejo (no nos referimos al ave de pies cortos) y el haz en si, con el fin de no clavarse las pajas,  o sus camisas, entre las uñas y la carne de las yemas de los dedos de las manos.

   Una vez tendidos los haces que van a formar la parva, se procede a cortar los vencejos de ellos con una hoz de dientes. Esta labor la hacían los hijos más pequeños. Se saltaba de haz en haz y se introducía la hoz, al lado del vencejo, hacia el fondo del haz y se cortaba aquel y se liberaban las pajas del haz. En este lance había que andarse con ojo dada la temprana edad del cortador, ya que, uno tenia unos 6 o 7 años (ojo, no 607), y te daban una hoz de dientes –esta, normalmente rota por el uso y partida por la mitad– y te ponías a saltar de haz en haz con el fin de liberar las ataduras de los haces. Caso de tropezar existía el riesgo de meterte la hoz por la barriga. Aunque, total, si ya habías hecho la primera comunión, si morías en el intento y no estabas en pecado mortal, ibas derechito al Cielo. No era necesario tener cuidado.

   Después, con las horcas de madera de dos gajos, se procedía a deshacer los haces, ya libres de apreturas de los vencejos, y se formaba la parva. Todo quedaba listo para, después del almuerzo, enganchar las yuntas de machos y burros en los trillos de madera y piedras de pedernal y comenzar a dar vueltas alrededor de la parva.

   Estando metidos en estos bretes Rebocato, su madre y hermanos/ as mas pequeños/ as, solía aparecer nuestro labriego castellanoviejo, y su hijo ayudante –mayor que los otros hermanos que estaban tendiendo la parva– en la era con el carro aparentemente dispuesto de estacas laterales colocadas en los tapiales en las que clavar los haces y cargado de haces hasta arriba. El hijo se subía al carro, caso de que no viniera, ya, encima de su carga, y lanzaba los haces, de uno en uno, a nuestro labriego, el cual los iba colocando en la hacina, colocándolos hábilmente, por si aquello de las lluvias. Una vez vaciado el carro ayudaban,  padre e hijo, con las horcas de dos gajos, ayudaban a acabar de formar la parva. Quedaban todas la pajas y espigas, de la mies, completamente sueltas formando un ruedo alrededor del montón. o montona, de paja y grano ya trillados en los días anteriores.

    Después se montaba toda la jarca en el carro (con grillos negros –sobre todo cuando se acarreaban algarrobas– pululando por doquier en la base del carro) y regresaban a la casa de nuestro labriego castellanoviejo, con el fin de dar buena cuenta del almuerzo, el cual consistía, básicamente, en: huevos fritos con patatas fritas, un trozo de chorizo, y una tajada de lomo o costilla de las ollas. Estos excesos culinarios solo acontecían en verano, que era cuando se necesitaban proteínas para fortalecer los raquíticos cuerpos, dados los esfuerzos en las labores cosecheras que se presentaban a diario. El resto del año con unas simples sopas de ajo (nada que ver con la sopa castellana que ahora sirven en los locales de restauración que llevan de todo, huevo, jamón, sustancia, etc.) se iba uno zumbando para la escuela sin complemento alguno en forma de bocata, ni bollycao (este aún ni existía), ni mariconadas por el estilo, que lo único que ayudaba eso era a no centrarte en las materias que impartían (aparte de algún que otro mosconazo que repartían) los maestros.



         LA TRILLA:

    Finalizado el almuerzo, ya sobre las 10h. de la mañana, todos –excepto la madre que se quedaba en casa a sus quehaceres caseros y a atender el puchero del cocido– se encaminaban hacia la era. Unos montados en los dos machos, otros a lomos de las dos burras y el resto andando con el botijo para colocarlo a la sombra de la hacina, para darle algún que otro tiento, por aquello del reseco y de lo de enjuagarse la boca con el fin de liberarse del tamo existente en ella, al estar el polvo en suspensión en la era, a causa de revolver la parva con las horcas de marras.
      

      Llegados a la era se uncían a los dos machos y a las dos burras a los yugos respectivos, y en el centro de estos, con una clavija metálica, se sujetaba un extremo del cañizo y el otro extremo se enganchaba al trillo de tablones de madera y esquirlas de piedra de pedernal. En el centro del trillo se colocaba un taburete (famoso entonces nuestro pueblo castellanoviejo porque sus gentes elaboraban unos taburetes bastante peripuestos) que serviría para que se sentara en él el conductor del trillo, el cual sujetaba los ramales para dirigir a la yunta y disponía de una tralla por aquello de que si la yunta se adormecía o entraba en desgana. 

    Caso de que la parva fuera para simiente, en el trillo se colocaba una lata grande de pescado azul en escabeche –vacía por supuesto–, que se utilizaba para cuando defecaban los machos o las burras trillando. En ese caso se detenía a la yunta tirando de los ramales a la vez que se gritaba: ¡Soy!, y se ponía la lata debajo del culo de la bestia, Si algún moñigo había caído a la parva, se recogía con la mano, sin asco ni recato alguno, y se echaba a la lata. Las latas de moñigos se vaciaban en el moñiguero ubicado en un rincón de la era, junto a los vencejos (si la parva era para simiente, antes de esparcir los haces se quitaban los vencejos de centeno). Esto tenia una explicación y era el de evitar que las potenciales semillas de cebada o centeno que podía haber en los moñigos o en los vencejos, respectivamente, que cayeran en la parva y después de trillar y aventar, que esos granos de cebada no se llegaran envueltos con los granos del trigo sementero, para la siembra en otoño.




Pie de pintura.- Aunque ni en pintura quiera verlo, tal que así trillaba Rebocato, pero con los machos en movimiento. Barruntamos que la parva es para simiente, por el caldero que impera encima del trillo para recoger los moñigos.

    Se iniciaba la trilla con la yunta de machos en un sentido y la de las burras en el otro. Se trataba de dar vueltas con los dos trillos alrededor de la parva, pero claro, había que guiar con los ramales a la yunta con el fin de que no cogieran un circulo vicioso pasando siempre el trillo por el mismo circulo y así  la parva no se trillaria bien. También tenían que controlarse los cruces de las yuntas y trillos respectivos, con el fin de que estos no se montaran uno encima del otro, ya que, entonces se estropeaban tanto las piedras del trillo, como la madera, como la cabeza del trillador. Pero para eso estaba, ojo avizor, nuestro labriego que te hacia recuperar el sincronismo con un simple golpe con el mango de la horca sobre la morra del trillador. El trillar era cosa de crios y de mujeres. Los hombres se dedicaban, de vez en cuando, a remover la parva con las horcas, con lo que levantaban un tamo considerable que se llevaba el trillador en su cuerpo y se lo tragaba su gaznate, y después de trillar no había ducha.


    De vez en cuando se daba la vuelta a la parva con las horcas y se levantaba un polvadera considerable. Era los mas desagradable para el que estaba trillando, ya que, el tamo se pegaba al cuerpo y se introducía en las vías respiratorias. Al sonarte la nariz los mocos salían negros de verdad.

    Nuestro amigo se enteró de que las mujeres tenían el periodo menstrual, estando montado en un trillo. Resultó que oyó que una de sus hermanas, una mañana en la era, le decía a nuestro labriego que se iba un momento a casa porque estaba mala. Rebocato se quedo un tanto extrañado (él tendría unos 11 años y medio) y fue a contárselo al hermano que le precedía en edad que estaba en el trillo de las burras y que había abandonado, recientemente, a los Hermanos de La Salle del centro formativo ubicado en el pueblo madrileño de Griñón. El hermano trillador le dijo que las mujeres, tenían la regla, y ellas decían que estaban malas, y que sangraban por salva sea la parte, es decir, "la herida que no cesa", y que a causa de ello tenían que ponerse una compresa (entonces artesanal, nada de Tampones ni celulosa) para no mancharse. Rebocato se quedó a cuadros, cada vez sabia menos de las mujeres.         

    Sobre las 13:00h. se suspendía la trilla. Antes de ello se habían colocado, estratégicamente, unos haces alrededor de la parva y al parar de trillar se escampaban los haces por la parva para que la mies se fuera secando bien al sol y así, al regreso a las 15:00h para retomar la trilla, que las pajas chiscaran bien bajo los trillos.

     A continuación, se dirigían todos a la casa de nuestro labriego castellanoviejo. Antes de llegar a ella, las bestias abrevaban en el pilón sito al lado del transformador de la luz y, una vez en casa, comían paja y cebada (las bestias, no las personas) en los pesebres de las cuadras.     Asimismo, Rebocato y familia, aprovechaban el descanso para dar buena cuenta del clásico cocido diario, el cual consistía en sopa de fideos o de pan, luego degustaban los garbanzos, después la bola, un trozo de tocino cocido, alguna pizca de carne, un trocito  de chorizo y, para finalizar el ágape, sandia de postre, aunque estuviera pepina. Lógicamente, antes de empezar a comer y una vez sentada toda la progenie alrededor de la mesa, nuestro labriego castellanoviejo se despojaba de su boina negra y apuntaba un:

     –Demos gracias a Dios por los alimentos recibidos.

    Y proseguía entonando el Padrenuestro debidamente contestado por la prole y la paridora de esta.

    Como ya saben los sufridos lectores de este Blog, nuestro labriego disponía de una vara larga de verguera, con la que animaba a los hijos que se resistieran al encanto de los garbanzos y su trasiego al coleto de cada cual.

   Finalizada la comida se procedía a echar la siesta. Los más pequeños optaban por quedarse despiertos enredando por el corral y las cuadras, con el fin de gastar las pocas energías que aún quedaban en sus raquíticos cuerpos. Esto a veces tenia daños colaterales, ya que, si interrumpían la siesta de los mayores, al despertar había reparto y no de premios precisamente. En fin, había que sacar tiempo para los juegos infantiles, ya que con la faena no existían muchos huecos para dedicar a ellos.

    A las tres de la tarde, nuestro labriego mandaba levantar. Se sacaban los machos y las burras de las cuadras, se cruzaba el corral y por las puertas carreteras se accedía a la calle para dirigirse todos, de nuevo, a la era. Allí se uncían las yuntas a los trillos y se continuaba trillando la parva. Se daban vueltas y vueltas con los trillos y, de vez en cuando, se volteaba la mies, primero con las horcas, luego con las horquillas y después con las palas de madera, respectivamente, según se iba trillando la mies y acortándose la longitud de las pajas de esta. Con la parva bastante trillada, se enganchaban, en la parte trasera del trillo, las revolvederas, las cuales eran unas piezas metálicas semicirculares que también removían la parva.

    La mujer de nuestro labriego se quedaba en casa con sus labores y después, sobre las seis de la tarde (cuando pasaba el milano y el coche de línea), llevaba en el serillo la merienda a la era.

    La merienda consistía en un taco de jamón (la extraña tontuna de partir el jamón, hoy en día, en forma de láminas cuasi  transparentes, escapaba a la imaginación, de aquellas gentes, en aquel tiempo y lugar) por barba, pan de hogaza candeal, un tomate y, para rematar, las típicas sopas de pan en vino y azúcar, que daban energías a grandes y pequeños, ¿pioneros del venidero botellón?.

    Al atardecer, cuando los tábanos empezaban a pulular por los bajos de las caballerías, se procedía a arrollar la parva. Para ello se uncía la yunta al rollo, que era un gran tablón, provisto de un cañizo perpendicular en medio, cuya punta se colocaba sobre el yugo. de los machos Se recogía toda la parva arrollándola hacia el montón central de paja y grano. Y con las horquillas se amontonaba todo añadiéndolo a dicho montón ya trillado de otros días. Toda la dehesa de nuestro pueblo castellanoviejo, con sus correspondientes eras de los vecinos, en las cuales se estaban arrollando todas las parvas, era una inmensa polvadera.


     Caso de que se barruntara lluvia se daba una sombarrida con las escobas ecologistas y artesanales de brezo, a lo que quedaba de la parva sobre la pradera, con el fin de que si llovía algo por la noche, de esa forma, que se secara antes el suelo a la mañana siguiente cuando saliera el sol y proceder a tender, de nuevo, otra parva.

   Antes de anochecer las gentes volvían a sus casas. No había duchas. Rebocato y hermanos, si acaso, se lavaban un poco la cara, se peinaban y salían a la plaza del depósito del agua para echar un partido de futbol con los primos y vecinos. Las porterías improvisadas eran dos puertas carreteras de dos casas enfrentadas en la misma plaza.

   Sobre las 10 se cenaba algo de sopa y pescado azul (sardinas, boquerones, chicharro, verdel, etc.) y luego se salía, otra vez a la plaza. a tomar el fresco, pegar un rato la hebra con los vecinos y contemplar el bestial cielo estrellado con nuestro labriego castellanoviejo intentando enseñar a su jarca algo de astronomía (Osa Mayor, Osa Menor, Vía Láctea o Camino de Santiago, Estrella Polar, etc.). Posiblemente una de esas noches –mediado el mes de julio de 1969– vieran algo que se movía allí arriba en el espacio exterior y en lugar de una estrella fugaz, quizás fuera el Apolo 11 con Armstrong (nos referimos a Neil –el que dejó huella en la Luna– no al trompetista famoso, ni al ciclista tramposo) y compañía camino de la Luna.


    Rebocato cuando se enteró, ese verano, de la conquista de la Luna meditó para sus adentros: ¿Qué coños se les habrá perdido a los americanos por allí?. 

   En fin, paradojas de la vida mientras unos daban vueltas alrededor de la parva, otros giraban alrededor de la Luna. Mientras unos disponían de tecnología punta, –en forma de nave espacial– e iban montados en el Apolo; Rebocato montaba en trillo, y sin cosechadora alguna que llevarse a la boca. Dios era el mismo, tanto para Armstrong como para Rebocato, pero a Rebocato, trillando, no le parecía que Dios fuera muy ecuánime a la hora de repartir los artilugios como Dios manda. En fin, misterios de la tecnología y de la teología.


    A las doce de la noche se oían las campanadas del reloj de la iglesia y tocaba acostarse.

    Ahí concluía el: “Un día en la vida de Rebocato”.

PD.- A pesar de todo y por muy mal que le fuera a Rebocato en su día, no lo cambiaría por el de Iván.



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