INTRODUCCIÓN:
La acción sobre lo que se va a relatar más abajo, no
se desarrolla en un clima tan
gélido como en la famosa novela que lleva por título: “Un día en la vida de
Iván Denísovich” escrita por Aleksandr Solzhenitsyn, más que nada por la diferencia de
temperatura existente en la Meseta Castellana con respecto a la del
Archipiélago Gulag, pero, en la mentada novela, al Iván le condenan, en un
juicio –no sabemos si sumarísimo– y puede que con jueces y todo. Rebocato, en
cambio, no tuvo juez alguno –ni tan siquiera el de paz de nuestro pueblo
castellanoviejo– que impartiera justicia y, guardando las distancias (incluso
las kilométricas), al igual que el Iván, nuestro amigo tuvo que hacer, los
trabajos forzados en tierras de labor, eras, pajares y pinares de la Meseta Castellana, aunque
de manera un tanto voluntaria, pero, también, por miedo a los daños colaterales
caso de no hacerlo, y a que, entonces, no existía el teléfono, sin huella, de
atención a la infancia del que echar mano para pedir ayuda.
Al sentir
de Rebocato el personaje de Iván puede ser ficticio, pero el de él no.
EL NOBEL Y LA ENFERMERA
Recuerda Rebocato que, muchos años atrás, estando
ingresado en el entonces llamado “Hospital La Paz” a secas –antes de añadirle
el actual y rimbombante “Universitario” entremedias– esperando a que le
intervinieran de ulcera gástrica y duodenal, resultando que al final le
quitaron dos tercios de estómago, de cuyos despojos no le dieron explicación
alguna, en el centro médico, respecto al lugar donde acabaron sus susodichos
tercios (y no de cerveza precisamente). Esperemos que no se los echaran a los
perros como se hacia en la Edad Media, donde a algunos de los muchos a los que
se les daba tormento, el verdugo iba sacando, en vivo y en directo, tripas del
encausado, –el cual, como seguía vivo, rabiaba– y echábaselas a los perros
rabiosos, mientras el torturado aullaba y la plebe –de pie en la plaza pública–
y los poderosos en sus palcos y sillones, disfrutaban a rabiar con el
espectáculo.
Hoy en día, si durante una
intervención quirúrgica te amputan, por ejemplo, un brazo, después el cirujano
les expone a los familiares directos (caso de que el intervenido, no lo haya
manifestado de antemano) que si se lo quieren llevar (el brazo), por si ellos,
o el intervenido, quieren guardarlo y, de esa manera, cuando llegue a fallecer
el resto del cuerpo, enterrarlo todo junto, en espera del Juicio Final a
celebrar en el Valle de Josafat (famoso Rey de Judá, dicho sea de paso) cuando
al sonido de las trompetas, todos los cuerpos salgan de sus tumbas, hasta los
de los sordos, barruntamos.
Al igual que los cristianos,
tanto los judíos, como los musulmanes, también tendrán Juicio Final, aunque
puede que algunos de los pertenecientes a estas religiones monoteístas, no sean
en la vida terrenal “Hombres de juicio”, porque tengan carencia de cordura y
sensatez.
Años ha, cuando amputaron una
pierna a la viuda –ya con 90 años y
siendo la primera, y única, vez en su vida que ingresaba en un centro hospitalario como paciente–
de nuestro labriego castellanoviejo, en un hospital de la capital de Castilla y
León, la cirujana, concluida la intervención, se presentó en la sala de espera
a dar novedades a Rebocato y a los hermanos de este. Irrumpió en la abarrotada sala de espera y
dijo que, los familiares de la intervenida salieran de la sala para darles
novedades. Acto seguido se levantaron mas de 20 personas y se fueron tras la
doctora, esta, sorprendida (casi tanto como una monja sin libertad) dijo: “he
dicho solo la familia de la intervenida”. Rebocato la informó de que todos eran
hijos, hijas, yernos, nueras y algún que otro nieto, de la operada, y que faltaban muchos mas por motivos laborables.
La galena, ante la masa de
familiares presentes y sin acabar de creerse del todo lo que dijo Rebocato,
pasó a informarles sobre el resultado de la operación y al final preguntó, a la
familia susodicha, que querían que se hiciera con la pierna amputada de la
amputada.
Ante la cara de estupor generalizado
de los presentes, la facultativa les aclaró que había personas que decidían
guardar el miembro cercenado –no especificó en donde– del familiar, para que,
cuando aconteciera su deceso (el del operado, no el de la facultativa),
introducirlo en el féretro junto con el resto del cuerpo y así enterrar, o
incinerar, todo junto.
Una vez puestos
en plan revival (que diría un hijo de
la Gran bretaña), recordaba Rebocato que –mediados los 70 (nos referimos a la década
del siglo pasado, no a su edad) durante la paciente espera para la intervención
quirúrgica de su delicado estómago– se encontraba en planta del Hospital La Paz,
viendo, junto a sus dos compañeros enfermos de habitación, la famosa entrevista
que estaba realizando el José María Iñigo –en su programa “Directísimo”
de TV1– al Aleksandr Solzhenitsyn. En concreto era la noche del 20 de febrero
de 1976.
Pie de foto.- Aquí vemos al premio Nobel junto a periodistas españoles el día de la entrevista famosa. Al José María Iñigo ni se le ve. Es pequeñuco pero no tanto. Quizás se esté atusando el bigote o el peluquín en su camerino.
El Aleksandr. en la tele, estaba poniendo al
régimen soviético a caer de un burro. Contaba las impresiones que obtuvo,
viajando de “riguroso incógnito” –decía él, a pesar de que tenia unas pintas de
Rasputín que no se lamia– durante 10 días, en la visita que había realizado a
una docena de ciudades de nuestro País y de la agradable forma de vida en
libertad, que le habían causado nuestros paisanos (apuntar aquí que hay un
dicho que dice: ”Si estas una semana en un país: escribirás un libro sobre tus
experiencias vividas con las buenas gentes del lugar; si estás un mes: escribirás un
articulo; y si estás un año o más, no escribirás absolutamente nada”).
Estando en estas, entró en la habitación, de dichos televidentes convalescientes, una enfermera fondona y
de mediana edad, portando, con cierto garbo profesional, los termómetros en
vaso. Colocó, uno a uno, los medidores de temperatura en las axilas de los tres pacientes –Rebocato, por mucha
desinfección que aplicaran, era reacio a que se lo colocaran en la boca, caso
de que allí lo hicieran, porque pensaba que lo mismo antes, ese mismo
termómetro, se lo podían haber puesto a otro enfermo en el recto– y, acto
seguido, se puso a escuchar con mucha atención la entrevista, sentada en uno de
los sillones de acompañante, mientras esperaba a que subiera el mercurio de los
tres pacientes, los cuales esperaban pacientemente.
–Que
por estos lares se respiraba libertad, total y absoluta, por los cuatro costados.
–Que
todo el mundo era libre de viajar e incluso de salir al extranjero (se le
olvidó añadir que los que disponían de dinero y pasaporte, porque el pasaporte
empezó a sonarnos con aquello de Pasaporte a Dublín del festival de Eurovision).
–Que aquí, por 5 pesetas, cualquier
persona podía sacar una fotocopia, cosa impensable en la URSS.
–Que
aquí se había llevado a cabo una amnistía aunque no hubiera alcanzado a todos
los terroristas, y que en Europa Occidental se había formado mas revuelo por
los 5 terroristas –tres integrantes del FRAP y dos de ETA que Franco había
mandado ejecutar, en el mes de septiembre pasado– que por los millones de rusos
muertos en la URRSS por las purgas llevadas a cabo por el régimen estalinista.
Esto fue la gota que colmó el
vaso, la enfermera dio un respingo, se levantó y, a la vez que recogía los
termómetros –sin mirar la temperatura corporal, que marcaba su rojo mercurio– de
los ingresados, comenzó a despotricar contra lo que había dicho el ruso
expulsado de la URRSS dos años atrás.
Apuntaba que ella había estado
en Rusia (no dijo si una semana, un mes o un año) y que todo lo que había
dicho, el barbas, que era mentira, Que la gente allí vivía bien, que todos
cobraban prácticamente lo mismo. Que las necesidades de educación, sanidad,
cultura y puestos de trabajo estaban totalmente cubiertas. Que el Estado
facilitaba la vivienda a todo hijo de vecino, etc. etc. Acabada la perorata
salió de la habitación dejando boquiabiertos tanto a Rebocato, como a sus dos
acompañantes enfermos.
Nunca jamás había visto
Rebocato, en este País, hablar a nadie de esa manera y sin mirar alrededor
antes de decir lo que soltó y sin miedo, ni recato alguno. Libertad de expresión
total y absoluta. Ante esto meditó para sus adentros: “¿Tendrá razón el Solzhenitsyn de que somos un país pleno de libertades?”.
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UN DIA EN LA VIDA DE REBOCATO
UN DIA EN LA VIDA DE REBOCATO
DESPERTARES:
–¡Chicos!, levantaos (en realidad pronunció:
levantaros, no diferenciaba el imperativo) que padre y vuestro hermano han madrugado está mañana para acarrear los haces
de la tierra del Cerro Alto y tenemos que ir a la era a tender la parva con los haces existentes en la hacina, antes de que
lleguen ellos para el almuerzo.
Ante la poca actividad de sus hijos la mujer prosigue
con su retahíla:
TENDER LA PARVA:
(No vamos a
hablar del centro
de esquí chileno, enclavado en la cordillera
de los Andes que recibe el nombre de "La Parva". Aunque, posiblemente,
sería un bonito sitio para trillar, a casi 3.000 m. de altitud.).
Ya todos en la era –sin desayuno alguno que
haberse llevado a la boca ya que, el almuerzo se barruntaba próximo después de
la tendida de haces– Rebocato y sus hermanos dirigidos por la madre, van cogiendo haces
de trigo de la hacina y los van tendiendo, formando filas circulares, sobre la
pradera de la dehesa y alrededor del picudo montón de paja y trigo ya trillados
en días anteriores.
Los haces se transportan a mano desde la
cercana hacina hasta la parva y, como nadie dispone de guantes, hay que andarse
con tacto al introducir los dedos de las manos entre el vencejo (no nos
referimos al ave de pies cortos) y el haz en si, con el fin de no clavarse las
pajas, o sus camisas, entre las
uñas y la carne de las yemas de los dedos de las manos.
Después, con las horcas de madera de dos gajos,
se procedía a deshacer los haces, ya libres de apreturas de los vencejos, y se
formaba la parva. Todo quedaba listo para, después del almuerzo, enganchar las
yuntas de machos y burros en los trillos de madera y piedras de pedernal y comenzar a dar vueltas alrededor de
la parva.
Estando metidos en estos bretes Rebocato, su
madre y hermanos/ as mas pequeños/ as, solía aparecer nuestro labriego castellanoviejo,
y su hijo ayudante –mayor que los otros hermanos que estaban tendiendo la parva– en la era con el carro aparentemente dispuesto de estacas laterales colocadas en los tapiales en las que clavar los haces y cargado de haces hasta arriba. El hijo se subía
al carro, caso de que no viniera, ya, encima de su carga, y lanzaba los haces, de
uno en uno, a nuestro labriego, el cual los iba colocando en la hacina, colocándolos hábilmente, por si aquello de las lluvias. Una vez
vaciado el carro ayudaban, padre e hijo, con las horcas de dos gajos, ayudaban a acabar de formar la
parva. Quedaban todas la pajas y espigas, de la mies, completamente sueltas
formando un ruedo alrededor del montón. o montona, de paja y grano ya trillados en los días anteriores.
Después se montaba toda la jarca en el carro
(con grillos negros –sobre todo cuando se acarreaban algarrobas– pululando por
doquier en la base del carro) y regresaban a la casa de nuestro labriego
castellanoviejo, con el fin de dar buena cuenta del almuerzo, el cual
consistía, básicamente, en: huevos fritos con patatas fritas, un trozo de chorizo, y
una tajada de lomo o costilla de las ollas. Estos excesos culinarios solo acontecían
en verano, que era cuando se necesitaban proteínas para fortalecer los
raquíticos cuerpos, dados los esfuerzos en las labores cosecheras que se
presentaban a diario. El resto del año con unas simples sopas de ajo (nada que ver con
la sopa castellana que ahora sirven en los locales de restauración que
llevan de todo, huevo, jamón, sustancia, etc.) se iba uno zumbando para la
escuela sin complemento alguno en forma de bocata, ni bollycao (este aún ni existía),
ni mariconadas por el estilo, que lo único que ayudaba eso era a no centrarte en las materias que impartían (aparte de algún que otro mosconazo
que repartían) los maestros.
LA TRILLA:
Finalizado el almuerzo, ya sobre las 10h. de la
mañana, todos –excepto la madre que se quedaba en casa a sus quehaceres caseros
y a atender el puchero del cocido– se encaminaban hacia la era. Unos montados
en los dos machos, otros a lomos de las dos burras y el resto andando con el
botijo para colocarlo a la sombra de la hacina, para darle algún que otro tiento, por aquello del reseco y de lo de enjuagarse la boca con el fin de liberarse
del tamo existente en ella, al estar el polvo en suspensión en la era, a causa de revolver la parva con las
horcas de marras.
Llegados a la era se uncían a los dos machos y
a las dos burras a los yugos respectivos, y en el centro de estos, con una
clavija metálica, se sujetaba un extremo del cañizo y el otro extremo se
enganchaba al trillo de tablones de madera y esquirlas de piedra de pedernal. En
el centro del trillo se colocaba un taburete (famoso entonces nuestro pueblo
castellanoviejo porque sus gentes elaboraban unos taburetes bastante
peripuestos) que serviría para que se sentara en él el conductor del trillo, el
cual sujetaba los ramales para dirigir a la yunta y disponía de una tralla por
aquello de que si la yunta se adormecía o entraba en desgana.
Pie de pintura.- Aunque ni en pintura quiera verlo, tal que así trillaba
Rebocato, pero con los machos en movimiento. Barruntamos que la parva es para
simiente, por el caldero que impera encima del trillo para recoger los moñigos.
De vez en cuando se daba la vuelta a la parva
con las horcas y se levantaba un polvadera considerable. Era los mas
desagradable para el que estaba trillando, ya que, el tamo se pegaba al cuerpo
y se introducía en las vías respiratorias. Al sonarte la nariz los mocos salían
negros de verdad.
Nuestro amigo se enteró de que las mujeres tenían el periodo menstrual, estando montado en un trillo. Resultó que oyó que una de sus hermanas, una mañana en la era, le decía a nuestro labriego que se iba un momento a casa porque estaba mala. Rebocato se quedo un tanto extrañado (él tendría unos 11 años y medio) y fue a contárselo al hermano que le precedía en edad que estaba en el trillo de las burras y que había abandonado, recientemente, a los Hermanos de La Salle del centro formativo ubicado en el pueblo madrileño de Griñón. El hermano trillador le dijo que las mujeres, tenían la regla, y ellas decían que estaban malas, y que sangraban por salva sea la parte, es decir, "la herida que no cesa", y que a causa de ello tenían que ponerse una compresa (entonces artesanal, nada de Tampones ni celulosa) para no mancharse. Rebocato se quedó a cuadros, cada vez sabia menos de las mujeres.
Nuestro amigo se enteró de que las mujeres tenían el periodo menstrual, estando montado en un trillo. Resultó que oyó que una de sus hermanas, una mañana en la era, le decía a nuestro labriego que se iba un momento a casa porque estaba mala. Rebocato se quedo un tanto extrañado (él tendría unos 11 años y medio) y fue a contárselo al hermano que le precedía en edad que estaba en el trillo de las burras y que había abandonado, recientemente, a los Hermanos de La Salle del centro formativo ubicado en el pueblo madrileño de Griñón. El hermano trillador le dijo que las mujeres, tenían la regla, y ellas decían que estaban malas, y que sangraban por salva sea la parte, es decir, "la herida que no cesa", y que a causa de ello tenían que ponerse una compresa (entonces artesanal, nada de Tampones ni celulosa) para no mancharse. Rebocato se quedó a cuadros, cada vez sabia menos de las mujeres.
Sobre las 13:00h. se suspendía la trilla. Antes de ello se habían colocado,
estratégicamente, unos haces alrededor de la parva y al parar de trillar se
escampaban los haces por la parva para que la mies se fuera secando bien al sol
y así, al regreso a las 15:00h para retomar la trilla, que las pajas chiscaran
bien bajo los trillos.
A
continuación, se dirigían todos a la casa de nuestro labriego castellanoviejo.
Antes de llegar a ella, las bestias abrevaban en el pilón sito al lado del transformador de la luz y,
una vez en casa, comían paja y cebada (las bestias, no las personas) en los
pesebres de las cuadras. Asimismo, Rebocato y familia, aprovechaban el descanso
para dar buena cuenta del clásico cocido diario, el cual consistía en sopa de
fideos o de pan, luego degustaban los garbanzos, después la bola, un trozo de
tocino cocido, alguna pizca de carne, un trocito de chorizo y, para finalizar el ágape, sandia de postre, aunque estuviera pepina. Lógicamente, antes de empezar a comer y una vez sentada toda la progenie
alrededor de la mesa, nuestro labriego castellanoviejo se despojaba de su boina
negra y apuntaba un:
–Demos gracias a Dios por los alimentos
recibidos.
Y proseguía entonando el Padrenuestro
debidamente contestado por la prole y la paridora de esta.
Como ya saben los sufridos lectores de este
Blog, nuestro labriego disponía de una vara larga de verguera, con la que
animaba a los hijos que se resistieran al encanto de los garbanzos y su
trasiego al coleto de cada cual.
Finalizada la comida se procedía a echar la
siesta. Los más pequeños optaban por quedarse despiertos enredando por el
corral y las cuadras, con el fin de gastar las pocas energías que aún quedaban
en sus raquíticos cuerpos. Esto a veces tenia daños colaterales, ya que, si
interrumpían la siesta de los mayores, al despertar había reparto y no de
premios precisamente. En fin, había que sacar tiempo para los juegos
infantiles, ya que con la faena no existían muchos huecos para dedicar a ellos.
La mujer de nuestro labriego se quedaba en casa
con sus labores y después, sobre las seis de la tarde (cuando pasaba el
milano y el coche de línea), llevaba en el serillo la merienda a la era.
Al atardecer, cuando los tábanos empezaban a pulular por los bajos de las caballerías, se procedía a arrollar la parva. Para ello se uncía la yunta al rollo, que era un gran tablón, provisto de un cañizo perpendicular en medio, cuya punta se colocaba sobre el yugo. de los machos Se recogía toda la parva arrollándola hacia el montón central de paja y grano. Y con las horquillas se amontonaba todo añadiéndolo a dicho montón ya trillado de otros días. Toda la dehesa de nuestro pueblo castellanoviejo, con sus correspondientes eras de los vecinos, en las cuales se estaban arrollando todas las parvas, era una inmensa polvadera.
Caso de que se barruntara lluvia se daba una
sombarrida con las escobas ecologistas y artesanales de brezo, a lo que quedaba
de la parva sobre la pradera, con el fin de que si llovía algo por la noche, de esa forma, que se secara antes el suelo a la mañana siguiente cuando saliera el sol y proceder a
tender, de nuevo, otra parva.
Antes de anochecer las gentes volvían a sus
casas. No había duchas. Rebocato y hermanos, si acaso, se lavaban un poco la
cara, se peinaban y salían a la plaza del depósito del agua para echar un partido de futbol
con los primos y vecinos. Las porterías improvisadas eran dos puertas
carreteras de dos casas enfrentadas en la misma plaza.
Sobre las 10 se
cenaba algo de sopa y pescado azul (sardinas, boquerones, chicharro, verdel,
etc.) y luego se salía, otra vez a la plaza. a tomar el fresco, pegar un rato
la hebra con los vecinos y contemplar el bestial cielo estrellado con nuestro
labriego castellanoviejo intentando enseñar a su jarca algo de astronomía (Osa
Mayor, Osa Menor, Vía Láctea o Camino de Santiago, Estrella Polar, etc.). Posiblemente una de esas noches –mediado el mes de julio de 1969– vieran algo
que se movía allí arriba en el espacio exterior y en lugar de una estrella
fugaz, quizás fuera el Apolo 11 con Armstrong (nos referimos a Neil –el que dejó huella en la Luna– no al trompetista famoso, ni al ciclista tramposo) y compañía camino de la Luna.
Rebocato cuando se enteró, ese verano, de la
conquista de la Luna meditó para sus adentros: ¿Qué coños se les habrá perdido a los
americanos por allí?.
A las doce de la noche se oían las campanadas
del reloj de la iglesia y tocaba acostarse.
Ahí concluía el: “Un día en la vida de
Rebocato”.
PD.- A pesar de todo y por muy mal que le fuera a Rebocato en su día, no lo cambiaría por el de Iván.
PD.- A pesar de todo y por muy mal que le fuera a Rebocato en su día, no lo cambiaría por el de Iván.
HistoriasdeRebocato@enero-2018