16 de octubre de 2017

DELIBES Y REBOCATO

                   


                                     DELIBES Y REBOCATO


         LA LLAMADA:

        La frase se oyó perfectamente en la cocina, donde Rebocato, y alguno de sus hermanos esperaban para desayunar –antes de ir a la escuela– las típicas sopas de ajo –con poca sustancia– sentados alrededor de la lumbre baja de la cocina, donde, a su vez, también se cocían, en un caldero aparte, las patatas gorrineras para los marranos. La orden partía desde la sala donde nuestro labriego castellanoviejo se proveía de unas cuantas monedas de la hucha rectangular metálica sita en el cajón bajero del armario de lunas que contenía los ropajes de domingo y fiestas de guardar y que imperaba en la pared del fondo de la sala.

       –“Rebocato, toma (por las monedas) y vete al estanco y compra un paquete de tabaco picado y un librillo de liar marca ZIG–ZAG”.

      En aquellos años “gloriosos”, en el pasado siglo ya mediados los años sesenta (y antes también), nuestro labriego mandaba a alguno de sus hijos pequeños –el que se encontrara, más a mano, incordiando por la casa– a por tabaco al estanco de nuestro pueblo castellanoviejo. Nuetro labriego empezó´a fumar con los 30 ya cumplidos durante la Guerra Civil, precisamente cuando empezaron a racionarlo, y se fumaba su ración y la de su suegro.

        Rebocato, al oír el mandato, abandonó su banqueta (nada que ver con la de los actuales diputados del Congreso de Diputados) y saliendo de la cocina se encaminó a través del largo portal de la casa, hasta la sala donde le esperaba impertérrito, monedas en mano, nuestro labriego castellanoviejo y balbuceó aquel:

        –¿ZIG qué…..?

      El hijo no había entendido bien la mentada marca del librillo o, bien se hizo el tonto, para ver si así se evitaba el paseo y el recado recaía en otro de los hermanos.

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         DON MIGUEL:

       Algunos años después de esa situación, Rebocato, ya tratando de pulirse en la Capital del todavía no Reino, comenzó a leer a Miguel Delibes cuando cursaba COU (Rebocato, no Delibes) y ello fue posible gracias a su profesora de literatura, la cual era bastante joven (aunque algo menos que Rebocato en aquel tiempo y lugar donde se encontraban ambos entonces) y estaba (la profe) bastante potable (que se solía decir entonces, o antes de entonces, o después de entonces, o vaya usted a saber) y llevaba (la profesora) unas gafas provistas de grandes cristales redondos (se supone que como su cara era, también, bastante redonda de esa manera la disimulaba) tipo azafata del popular programa de TV: “Un, dos, tres…” Ella mandó leer, a lo largo del curso, a sus alumnos, entre otras, dos novelas de don Miguel,  con el fin de que hicieran comentarios de texto, a saber: “Cinco horas con Mario”  -que protervas son algunas mujeres a ciertas edades- y “La hoja roja” (esta novela se encontraba en la pequeña librería de la segunda hermana de Rebocato que, a su vez, ejerció como segunda madre de él desde los 13 años de nuestro amigo hasta que este se emancipó totalmente. El libro pertenecía a la colección Biblioteca Básica Salvat–RTV).




                       Pie de foto.- La novela de La hoja Roja de Miguel Delibes perteneciente a la librería de la segunda hermana (y segunda madre en funciones) de Rebocat).

         Rebocato, mientras leía esta novela, se acordaba de su padre -del de él, no del de la profesora- por lo del librillo de papel de fumar que recibía por nombre: “Zig-zag” , y que gastaba su padre para liar la picadura –de tabaco, no de “chínfano”–. Reseñar que cuando las hojas del librillo para liar los cigarros estaba próximo a acabarse aparecía una hoja roja que avisaba de que solo quedaban ya un par de hojas y por lo tanto habría que ir pensando en comprar otro y el protagonista de la novela –el funcionario jubilado Eloy– compara el final de las hojas del librillo con la cercanía de la muerte, tal como relata Delibes:

         El viejo Eloy dijo a la Desi (su joven criada) al proponerle matrimonio de convivencia:

      «Tendrás estorbo por poco tiempo, hija. A mí me ha salido ya la hoja roja en el librillo de papel de fumar».


        Aquel curso, para Rebocato y para muchos de sus compañeros de clase (nos referimos a los de aula, no a la clase social de cada cual), fue un salto cualitativo y cuantitativo (vamos, como indican los prospectos de los medicamentos) en lo referente a la enseñanza, además de una novedad gratificante. En dicho curso se introdujeron cambios considerables en el centro educativo –donde, prácticamente, se formó Rebocato– ya que, por vez primera empezose a impartir COU, y al curso siguiente se comenzó a impartir Ingeniería Técnica Industrial. Decir que, los hasta entonces profesores del centro educativo en su mayoría militares y religiosos salesianos, no entraron en los planes de dar clases de COU (para ello ingresaron nuevos docentes) y, lo más novedoso, por vez primera en el centro de estudios, aparte de profesoras, se admitieron alumnas, no muchas y mezcladas en las aulas con el alumnado varonil, algo solo visto por Rebocato –a lo largo de su formación educativa– cuando ingresó, con 5 años en canal, en el aula de párvulos en la  escuela nacional de nuestro pueblocastellanoviejo. Para nuestro amigo aquello fue como un incordio debido a que en su vida de estudiante, desde párvulos hasta COU, nunca se había visto en una situación así, su concentración didáctica no era la misma que en los cursos anteriores a causa de la presencia de féminas.

      Rebocato cuando llegó procedente del pueblo a la capital para tratar de formarse, empleaba al hablar palabras de su lugar de origen, palabras por otra parte no muy conocidas por sus compañeros de curso de la capital, lo cual daba lugar a que, a veces, alguno le tachara de paleto. Debido a esto fue guardándose de emplear ciertas palabras con el fin de no desentonar y evitar la sensación del posible ridiculo. Pasados los años y cuando, como hemos anunciado, empezó a leer a Delibes se percató de que este escritor utilizaba algunas de las palabras que él se fue dejando por el camino con el fin de, según creía él, pulirse, incluso en los tiempos actuales si emplea esas palabras de antaño, sufre algún que otro  reproche por parte de su contraria que le suelta, mas o menos: “Hablas como los abuelos”.

       Con el trascurrir de los años Rebocato llegó a leerse, prácticamente, todas las novelas de Delibes (a otros les da por doblar esquinas). Hasta haciendo el Servicio Militar, en la biblioteca del cuartel, encontró y leyó un par de sus libros: “La sombra del ciprés es alargada” (dicen los expertos que le sobran unas 200 páginas, las que relatan el paso del protagonista por America como marino) y “Las ratas” (en el pueblo castellanoviejo de marras –como en tantos otros de los alrededores-, antaño, también había personas que las consumían esporádicamente, lo mismo hacían con los lagartos y con algunas culebras (decían que, al consumir estas, curaban los diviesos), más que nada para cambiar de ritmo culinario y salir de la monotonía del cocido de los días laborables. El conseguir proteínas para el cuerpo estaba crudo en aquellos tiempos, excepto en la época estival con las pertinentes labores campestres que era cuando se daba buena cuenta de la matanza guardad en las ollas con lomo, costillas y chorizos en adobo y los pertinentes jamones colgados, con lo que se cubría la demanda de acumular proteínas en los raquíticos cuerpos ante tamaño esfuerzo requerido en dichos quehaceres, aparentemente tan lúdicos para los señoritingos madrileños visitantes en el estío.

     En la novela “El Camino” (no confundir con “Camino” de Monseñor Escrivá de Balaguer, actualmente ya Santo) Rebocato se identifica con Daniel “el mochuelo” el cual también emigra de zagal desde su pueblo a la ciudad a estudiar con el fin de pulirse y progresar en el futuro.

    La novela “Mi idolatrado hijo Sisi” (con un final en forma de canto antibelicista) se retrató en la película: “Retrato de familia”.

      En fin, Rebocato, continuó devorando novelas y escritos de Delibes hasta finalizar con “El hereje”, la última y gran novela del escritor, la cual, tiene un capitulo inicial (El viaje) un tanto complejo al sentir de Rebocato respecto a la forma de escribir y fácil de entender de Delibes, y dicen los expertos que, las nuevas generaciones (no solo las del PP) al leer sus novelas –caso de que lo hagan– necesitarán tirar del DRAE para comprender muchas de las palabras utilizadas en ellas, porque actualmente están prácticamente en desuso en el lenguaje coloquial de la calle.. Continuando con la lectura de “El hereje” todo se enhebra en la narración de como era la vida de los llamados herejes (protestantes) en la España del siglo XVI, cuando empezamos a mandar en el mundo y seguimos lideres durante dos siglos seguidos.

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                ZIG-ZAG

            Pero dejémonos de zalamerías, que no viene a cuento, y volvamos a nuestro amigo Rebocato, ya llegado hasta la sala y delante de su severo ascendiente, donde le dejamos antes con la frase en la boca:

            –¿ZIG qué…..?

         –Nuestro labriego a la segunda pregunta del potencial mandado de cómo se llamaba el librillo le cruzó la cara con dos guantazos –en plan soplamocos– a la vez que le repetía: “Zig - zag”.



    Pie de foto.- El librillo de papel de fumar de marras, del cual era fiel devoto consumidor nuestro labriego castellanoviejo.


      Mano santa, nunca jamás se le volvió a olvidar el nombre del producto al cruzado de cara. Rebocato, con las orejas calientes, cogió las monedas que le tendía el labriego, abrió el portón bajero de entrada de la casa (en este caso de salida), salió a la plaza, y ligero de equipaje (cual don Antonio Machado, guardando las distancias, claro) tomó el pendingue hacia la calle Nueva camino del estanco, con las perras bien apretadas en su mano diestra porque, sabía que, caso de perderlas, y sin llevara casa el encargo, sufriría otro cruce de cara.


PD.- Casi mejor que le concedieran el Premio Nobel de Literatura al Camilo José Cela, en lugar de a don Miguel Delibes (caso de que ello hubiera sido posible), ya que de esa manera nos evitamos la apócrifa Tercera Guerra Mundial, fomentada por el defensor de la siesta de pijama y orinal, por la no concesión del Premio a su propia obra.

   
         HistoriasdeRebocato@octubre-2017