1 de septiembre de 2012

REBOCATO NACE




        REBOCATO NACE O NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA

 

 

            El labriego estaba próximo a cumplir el medio siglo de existencia, sin embargo no se le apreciaba síntoma alguno de que empezara a padecer el síndrome de “El demonio del mediodía”, la consabida crisis emocional de los varones al cumplir la cincuentena. Nada sospechaba, él, de la que se le venia encima, a pesar de su experiencia en esos bretes.

 

      Esa misma mañana de crudo invierno nació, en casa como todos sus retoños (hasta el inicio de los años sesenta del siglo XX, prácticamente, todo el nuevo venido al mundo nacía en su morada con ayuda del médico de iguala –un lujo- y de alguna que otra mujer haciendo las veces de pseudo-comadrona), el hijo con el que nuestro labriego castellanoviejo y su esposa alcanzaban la nada desdeñable cifra de doce vástagos y, lo más milagroso para aquella época, todos ellos sobrevivían en torno a la consabida austeridad castellanovieja.

 

Nuestro labriego encontrábase en la sala de su casa, en la cual coexistían, anexadas a ella, dos alcobas y en una de estas, la que utilizaban para dormir él y su mujer, se encontraba esta, en el tantas veces interpretado rol de parturienta, y el neonato Rebocato, que aún andaba (sin caminar, por supuesto) un tanto despistado en su nuevo entorno, intuyendo, como un bendito y boca arriba, los cabrios y rípias del techo que servían de base al piso de las alcobas del piso inmediatamente superior de la vivienda, calculando que ojalá no se colaran los gatos en las alcobas de arriba y que se mearan debajo de las camas existentes en ellas, lo que provocaría la consiguiente caída, sin desafiar la ley de la gravedad, de los orines gatunos sobre su cara.

 

Salió el labriego de la sala y se encaminó, atravesando el largo portal, hasta la cocina de lumbre baja donde se estaban cociendo las patatas gorrineras de los marranos y, una vez en ella, del taco del calendario del Sagrado Corazón de Jesús, el cual estaba clavado (el almanaque, no Jesús) con una larga punta metálica, de las de encabriar, a una de las paredes de adobe, arrancó la hoja del día anterior y fijó su mirada en la de ese día de autos y mirándola comprobó el santoral, donde figuraba, entre otros, el nombre de san Rebocato (san Revocato mas bien, pero no queremos líos con los posibles derechos de autor del más allá).

La mañana del parto transcurrió sin grandes acaeceres, es decir, como tocaba en esos casos, con las inevitables visitas tostoneras familiares y vecinales a la vez que, el labriego, aprovechaba su estancia obligada, ese día sin salida al campo o pinares, en la casa para realizar las labores cotidianas consistentes en alimentar a los bichos de: cuadras, cortijos (porqueras)  y corral de la casa.

 

Al mediodía, cuando los hijos/as del labriego volvieron de la escuela, y una vez recibida, uno a uno, la pertinente bendición del progenitor, se dirigieron a la alcoba a ver a su madre y al recién nacido con una contenida algarabía y bastante curiosidad.

 

Más tarde, ya desprendidos, los hijos escolares, de las chalinas y tapabocas correspondientes y de sus raídas prendas de abrigo heredadas de unos hermanos a otros en el transcurrir de los años, le preguntaron a su progenitor que como iba a poner al nuevo hermano. Él les contestó que llevaría por nombre "Revocato". Ante esto alguna de sus hijas montó en cólera e incluso alguien apuntó: -Padre, si le pone por nombre Revocato y de mayor se nos hace albañil le dirán: “Revocato, revoca esa pared”. El padre, cosa rara en él,  pues era de los de ordeno y mando, como mandaban los cánones en aquellos tiempos gloriosos, imperiales y de chinches de tamaño considerable por todo el suelo patrio, dio su brazo a torcer y acordándose de su madre (de la abuela paterna de sus hijos, no de la madre de estos) les mandó a que la preguntaran que como quería que se llamara la criatura, quedándose rumiando para sus adentros que, esta, acababa de venir al mundo y a causa de ello ya comenzaban a aflorar los conflictos familiares.

 

La abuela, lacia y desdentada (los tiempos aún no estaban para dentaduras postizas, debido a que los pocos cuartos existentes en la precaria economía familiar no estaban para dedicarlos a zalamerías), yacía enferma postrada en la cama de una habitación próxima a la cocina de la misma casa con el cuarto oscuro y las escaleras de subir a los pisos encimeros de por medio. Dicha cama estaba compuesta por un armazón cabezal y otro trasero (ambos con barrotes verticales y horizontales) entre los cuales se encastraba el jergón de muelles (estando uno tumbado sobre él si te movías chirriaba que se mataba, como para tener intimidad en actos de coyundas); encima del jergón se colocaba una manta vasta y vieja, y como colofón el colchón forrado con la clásica, de antaño, tela a rayas rojas y blancas (de ahí viene lo de colchoneros de la afición atlética, aunque nada que ver con la maldición atlética -no osamos decir bíblica- de perder una copa de Europa cada 40 años, tras el previo empate a un gol, a consecuencia de que un jugador, -con número 4 a sus espaldas- del equipo contrario y, para más INRI, en tiempo de descuento) relleno de auténtica pura lana virgen procedente del esquileo de las ovejas churras las cuales abundaban, entonces, a miles por aquellos lares mesetarios; y se remataba la cama con sus pertinentes sábanas, mantas, almohadón y colcha.

 

La abuela, a pesar de que ya habían transcurrido 20 años desde la muerte del menor de sus hijos (este se incorporó como voluntario falangista y murió en el frente –aunque no en combate directo– en el Alto del León en el puerto de la sierra de Guadarrama, a los pocos meses de iniciada nuestra última –de momento– Guerra Civil), aún no había acabado, ni acabaría nunca a lo largo del transcurrir de su vida, el asimilar tan profundo dolor de la tan dolorosa pérdida. Quizás, recordando el hecho y ante la pregunta de sus nietos manifestó que le gustaría que al niño recién nacido le pusieran por nombre el que llevó su hijo, y tío de ellos, muerto (no por los rojos, sino por fuego amigo individual) en el Alto del León en los primeros meses del inicio de la mencionada guerra, concretamente en el 26 de octubre de 1936.





Pie de foto.- Loseta ubicada en la fachada de la iglesia de nuestro pueblo castellanoviejo en la cual solo aparecen grabados los nombre de los caídos –natos de nuestro pueblo castellanoviejo– por parte del bando nacional, durante nuestra Guerra Civil acontecida en 1936/39. Entre ellos aparece el nombre del tío de Rebocato.

 

El padre, al volver a la cocina sus hijos y comentarle lo que anhelaba la abuela, consintió y por lo tanto el nombre Revocato no llegó a aplicársele al recién venido al valle de lágrimas y fue oportunamente sustituido por el  de su tío “caído por Dios y por la Patria” (vale también decir España en lugar de Patria, pero, quizás, no sea, hoy en día, políticamente correcto) como muy bien rezaba –y, además, finiquitada por “Presentes”–  la loseta de piedra rosada, (posiblemente sepúlvedana) con los nombres de los caídos locales del bando ganador de la contienda, grabados en aquella y ubicada en una de las paredones exteriores a la entrada de la iglesia de nuestro pueblocastellanoviejo, donde allí sigue: "impasible el ademán", dicha loseta, sin nombres añadidos de los caídos en combate, o paseados, del otro bando, tanto o más españoles que los otros.

 

Gracias (es un decir) a aquella guerra cainita alguien se libró de llevar de por vida un nombre que en lugar de nombre, más bien, parecía un insulto, con todos los respetos para san Revocato, al cual, dicho sea de paso, no se le guardó rencor alguno en la familia de nuestro labrador castellanoviejo, al contrario, siempre se recordó su nombre, entre "de bromas y de veras", por lo que pudo ser y no fue; pero menudo espanto  –cuando años después sus hermanos se lo recordaban–  para el potencial Revocato.


     Uno viene al mundo y, sin comerlo ni beberlo, ya te han metido en política empezando con el replanteo de tu nombre de pila y lo que se barruntaba  con el consumo -aparte de otra cosa mejor que llevarse a la boca- del pelargón (Πελαργός para los bilingües), con el cual existía la creencia de que tenia el efecto secundario de provocar el crecimiento desproporcionado de la cabeza, pero, claro, el contratar una nodriza gallega no estaba al alcance de cualquier bolsillo y, además, decían las malas lenguas que la leche podía influir en la posterior conducta del lactante, no se sabe si, también, en la escasa predisposición al aprendizaje de  idiomas, sobre todo si son del propio país, como le ocurriría, años después, a Rebocato en las comunidades autónomas donde, aparte de la lengua del Imperio, se hablaba otra autóctona. Rebocato cuando, posteriormente, empezó a viajar por el Viejo Continente, siempre defendería,  que con saber decir en un bar: “Big beer” ya era más que suficiente para salir del paso y no sufrir deshidratación.

 

     Quizás todo forme parte de las típicas leyendas urbanas, pero, sobre el Pelargón, al ser un producto de Nestlé compañía fundada por un nibelungo (cabezacuadrada) residente en Suiza, algo de verdad habrá sobre el asunto de los posibles efectos secundarios de las cabezas gordas. Y para muestra un botón: lo cierto es que posteriormente, sobre todo hasta su adolescencia, Rebocato gastó una cabeza considerable, disimulada más adelante con su rápido, aunque tardío, al igual que las patatas forrajeras, estiramiento de su cuerpo, sobre todo a lo alto, ya de mozo.

 

       Recapitulando: “No hay mal que por bien no venga”, como dicen que dijo el General Franco, casi 18 años después del nacimiento del protagonista de este chisme, cuando le comunicaron el atentado y muerte de su delfín don Luis Carrero Blanco que era la clave de la continuidad del régimen para que todo quedara “atado y bien atado”, como así ha sido, no pequemos de ilusos, en términos generales. Tardó, pero el “Desencanto”llegó.

       Rebocato se enteró de la noticia, del magnicidio del cejudo delfín del Dictador, en la parada del autobús en la Plaza de Castilla de Madrid con destino a Hortaleza, cuando aún no estaba ¿politizado?, es decir, pensaba como toda persona de bien y de orden, tal y como aconsejaba el régimen imperante a través de la Formación del Espíritu Nazzional (sic) y de la Educación Cívico Social (esta de mejores recuerdos y utilidad para convivir en sociedad), pero esa ya es otra historia que se contará en otro momento, si procede.

 

 

      HistoriasdeRebocato@septiembre-2012 (Revisado en mayo-2014 al ganar el R. Madrizz la décima)