3 de diciembre de 2016

REBOCATO EN HELSINKI



                       
                                     REBOCATO EN HELSINKI

    Rebocato y su contraria (a partir de ahora su “contra” con el fin de abreviar la parrafada, ya que, luego, algún que otro lector se queja por su extensión) anduvieron por Helsinki y, de paso, visitando otras capitales de las Repúblicas Bálticas, en agosto del año del Señor correspondiente a 2007. El motivo era el de celebrar los fastos de sus radiantes 25 años de desposorio, que ya es decir, más que nada por lo de la nada desdeñable cifra de potenciales ayuntamientos mutuos, y que coste, que no nos referimos a las Casas Consistoriales ubicadas: en nuestro muy noble y leal pueblo castellanoviejo y en otros pueblos de los alrededores.

      Aconteció que unos conocidos de nuestro amigo y de su contra, 15 días antes de que estos fueran a cencerrear por aquellos distantes lares, y a resultas de que les dijeron que, por aquellos lugares, pasaron un frío considerable (a causa de ello se tuvieron que comprar, durante su estancia allí, hasta cazadoras para no quedarse arrecidos), pues que Rebocato y señora fueron bien pertrechados de camisas y camisetas de manga larga, junto a jerseys y cazadoras para abrigarse.

       Una vez nuestro amigo y sufridora en tierras bálticas, aconteció que, al igual que a sus conocidos argonautas que les precedieron, también tuvieron que comprarse ropa, cosa que hicieron cuando llegaron a Tallín –después de visitar Helsinki– ya que, en aquella ciudad, resultaba mucho más barata. Pero en lugar de ropa de abrigo, tuvieron que agenciársela en forma de camisetas de manga corta por los calores que les asolaban por aquellos parajes en aquel tiempo.




                Pie de foto.- Camino a Tallin. Vista desde el hydrofoil

     A causa de todo esto, y con el escaso tiempo transcurrido desde que estuvieron por allí sus conocidos, barruntaba Rebocato, que esos electrónicos fineses controlan el clima a su antojo con el fin de que los turistas que les visiten, en función de la ropa que acarreen hasta allí, le dan a la manija de su máquina de alterar la climatología local para que, los visitantes, tengan que comprar ropajes varios y hasta pieles de reno de por allí, si fuera menester.

     El día fijado para el periplo, Rebocato y su contra salieron, desde el aeropuerto de Barajas, en vuelo regular –tirando a bueno– con la compañía Lufthansa hasta Frankfurt, donde se encuentra uno de los aeropuertos mas grandes de Europa. Nuestra pareja lo comprobó sufriéndolo en sus carnes debido a que, el avión, les dejó en la otra punta del aeropuerto con respecto a la zona donde tenían que tomar el vuelo de enlace de la compañía SAS con destino final a Helsinki.

     A lo largo de todo ese trayecto tuvieron que arrastrar sus maletas sobre ruedas, a toda pastilla, echando el bofe y corriendo que se mataban porque llegaban tarde al embarque del vuelo de enlace, con el hándicap añadido de que, a aquellas gentes de las Alemanias, ya unidas (por aquí, en Spain, la tendencia es a segregarse, nuestra idiosincrasia de ir contracorriente. Ya se sabe, el “nacionalismo” –sea del color que sea– es el narcisismo de las pequeñas diferencias), no se les entiende ni “atao” –como cantaba el Carlos Cano en su canción “El Salustiano”– y Rebocato rumiaba para sus adentros: “¿pero que coños pinta un cristianoviejo, creyente o no, por estas latitudes luteranas?”). El hermano que precede en edad a Rebocato, ya les advirtió, al dejarles en Barajas, sobre el descomunal aeropuerto alemán, y les aconsejó que de camino a la puerta de embarque asignada para el trasbordo, que fuera preguntando, de vez en cuando, a las personas trajeadas que están de forma aparente sentados en sillas a lo largo de las instalaciones del aeropuerto, simplemente mostrándoles el billete de embarque.

    Una vez aterrizados en el aeropuerto de Helsinki–Vantaa les esperaba –con el fin de acompañar, a Rebocato, a su contra y al resto del grupo de turistas, hasta el hotel de la capital– un guía madrileño de unos 55 años, con pinta de bohemio, melena –un tanto canosa ella– al viento, barbas largas,  rezumando una estupidez supina y con pocos ganas de desempeñar sus funciones profesionales, como pudieron comprobar la mayoría de los integrantes del grupo de Rebocato en los 10 días de visita a las capitales de las repúblicas bálticas (Helsinki, Tallín, Riga y Vilna –que no Vilma del Pedro Picapiedra–),

     Nada mas llegar al hotel en Helsinki sobre las 22:00h. y con la cocina cerrada desde hacia mas de 2 horas, les dieron una cena fría y, prácticamente, todos los integrantes del grupo de visitantes, al finalizar la pitanza, se fueron a la piltra.

     No obstante, Rebocato y señora, preguntaron en recepción que donde había copas y lerele cercano, y una amable recepcionista, que entendía el castellano, les mostró un plano del centro de la ciudad, en el cual les marcó un par de Pubs –relativamente cercanos al hotel donde se hospedaban– hacia donde la pareja se encaminó, con paso firme y decidido, tan feliz.

    Arribaron a uno de los Pubs donde, detrás de la barra, reinaba un camarero jovencito que llevaba un tupe a lo Tintin y se marcaba, también, un parecido bastante aproximado al héroe del cómic.

    Se dirigieron a la barra y la contra de nuestro amigo no se complicó mucho la vida a la hora de pedir su consumición, solicitó una Coca-Cola que se la atizaron de medio litro y punto. No obstante, Rebocato, lo tuvo bastante más complicado debido a que le apetecía trasegar cerveza (a pesar de que, en pleno vuelo, le dieron de comer y de beber todo lo que quiso y más), y en el mostrador del garito afloraban al menos siete grifos, para dispensar siete marcas (que no las conocía ni su padre, ya que nuestro labriego castellanoviejo era, más bien, de vino –en bota, porrón o jarro según la ocasión y el momento–) de cerveza diferentes. Como Rebocato de inglés andaba, entonces, un tanto pez (más o menos como ahora. Él dice que para andar por el mundo con saber cuatro frases para saludar, despedirse y agradecimientos y, la mas importante y necesaria para sobrevivir lejos de casa que es: “Big beer”, es más que suficiente para subsistir, en términos generales) se decantó por que le decantaran la birra tratando de eligir uno de los grifos al azar, jugando al “Pito, pito, gorgorito, donde vas tú tan bonito……”, así que se tapo los ojos con la mano izquierda, entonó la cancioncita y con el dedo índice de la mano derecha iba tocando secuencialmente, los 7 grifos distribuidores de cerveza, de atrás hacia delante y vuelta hacia atrás –mientras su contra murmuraba por lo bajini: “Ya estás haciendo el tonto”– hasta que acabó la canción y el dedo se paró en el frío grifo de una cerveza turbia que, como comprobó poco después –nuestro amigo– sabia a rayos, pero que le iba a hacer él, se la tuvo que trasegar al coleto una vez servida, pues no era cuestión de andar tirando los euros a lo tonto ya que, por aquellos lares, el alcohol no te lo regalan precisamente.

    Después de pagar en metálico cogieron ambos sus consumiciones y se sentaron alrededor de una de las mesas, que estaba ubicada al lado de las cristaleras del pub con vistas a la calle. Dentro del local, en otras mesas, charraban y bebían otros clientes supuestamente autóctonos, los cuales, a los ojos de Rebocato, parecían buenas  gentes –treintañeras y cuarentañeras de ambos sexos– que departían animosamente entre ellos y de una forma bastante ruidosa, a la vez que  consumían  chupitos y jarras de cerveza por doquier, abonando los pagos con tarjeta electrónica. Rebocato se preguntaba que qué hacia toda esa panda, a esas horas, en un lunes laboral y víspera de martes de curro como le aseguraron en el hotel a la vuelta unos andaluces, dejando por los suelos la, tan traída y llevada, seriedad nórdica. Luego la fama la tenemos los jaraneros del sur de Europa. En fin, en todos sitios cuecen habas

     Por las cristaleras del Pub que daban a la calle, Rebocato y su contra, vieron pasar, haciendo eses, a un tipo trajeado de mediana edad  (con pinta de ser Coordinador, Jefe o, en su defecto, Gerente de la Nokia) viniendo a dar con los huesos (los suyos, aclararlo porque podían ser los de echar al perol del cocido al día siguiente, caso de que por allí, los luteranos, hagan cocido de garbanzos como los buenos cristianosviejos de por aquí) en el suelo.

    Ante la indiferencia de la clientela del bar, sentados en las mesas del local con vistas a la calle, por la caída del viandante (bien por exceso de cocimiento –que no conocimiento– etílico, bien porque ni les iba ni venia la caída del trajeado), Rebocato, un tanto indeciso por si el caído era protestante, se levantó de su silla y con paso, un tanto titubeante y sin dar muestras de ser un bragado castellanoviejo en defensa de causas perdidas quijotescas, se dirigió a la barra donde estaba el camarero y le berreó: “Tintín, Tintin  (todo ello, dicho sea de paso sin retintín, ni Rin tin tin el perro del cabo Rusty –huérfano de padres a causa de un ataque de los indios–) Please, a doctor ” (testo mentado en un inglés bastante inteligible al sentir de Rebocato y que, además, tuvo la suerte de que doctor se escribiera en inglés al igual que en castellano, aunque la pronunciación sea otro cantar), a la vez que le marcaba con el dedo índice derecho, –aún frío de tocar los grifos para elegir cerveza al azar– al caído (y no por Dios ni por España, precisamente) en la calle peatonal.

     Tintín salió de detrás de la barra, se asomó por la cristalera a la calle y a continuación se encaminó, por la puerta del pub, hacia la acera. Una vez en ella y estando junto al caído, le cogió por las axilas y le puso en pie, a la vez que le daba unas palmaditas en la chepa que casi le devuelven a tierra de nuevo. El caído, ya levantado.  siguió su camino, aunque no en línea recta, sino, más bien, un tanto irresoluto y sin rumbo fijo, según comprobaban Rebocato y su contra en sus andares.

    Una vez acabadas las consumiciones, nuestra pareja salió del bar de copas llenos de luteranos, a pesar de ser lunes, y enfilaron camino a su hotel. Durante el trayecto observó Rebocato que por las calles había menos luz que en nuestro pueblo castellano viejo hace 50 años (leed la entrada de este Blog: :”Las ánimas benditas del Purgatorio”), es decir, una farola luciendo cada 100 metros, o más, y antes de llegar se encontraron al caído-levantado, zigzagueando tan campante por la acera, aunque con cierta dificultad para mantener la verticalidad y el equilibrio, contando además, con el hándicap añadido de no poder abrazarse de farola en farola, de vez en cuando, dada la distancia existente entre ellas.

    Nuestra pareja Llegó al hotel sin nada más de sustancia que mentar, excepto que en la terraza del hotel se encontraron, sentados alredor de una mesa, cuatro españoles del sur, dando una tabarra considerable en forma de voces, cantes y arrastres, a causa de estar echando una partida al tute perrero, o lo que fuere aquella timba y que estaban, dijeron, empleados de forma temporal en Helsinki. Rebocato ante el espectáculo pensaba: “Por muy compatriotas míos que seáis, y no porque procedáis de Al–Ándalus, que a gusto se quedarán los sufridos y bebedores, en potencia, luteranos cuando tornéis a la nuestra península Ibérica, con la murga que estáis dando a estas horas tan intempestivas, majos”.

     Pero como lo cortés no quita lo valiente, Rebocato se entretuvo un rato charlando con ellos mientras su contra, de forma disimulada, bostezaba de cansancio (hay que decir que la noche anterior, horas antes de dirigirse al aeropuerto de Barajas, estuvieron de jarana en nuestro pueblo castellanoviejo hasta altas horas de la madrugada, jarreando de lo lindo –dado los calores agosteros– con familiares y amigos de Rebocato, viviendo la vida a tragos, no fuera a ser que al día siguiente se cayeran los aviones en los que iban a surcar los cielos para llegar al Báltico) y acto seguido nuestra pareja se retiró a sus aposentos, con un cierto regomello porque ignoraban como podía haber acabado la noche el perjudicado trajeado de las eses y caídas.

   Ya en la habitación del hotel, observó Rebocato que, en el interior del cajón de su mesilla de al lado de la cama, yacía una Biblia Luterana pero, con el fin de no caer en la tentación, por respeto a su contraria y, lo que pudiera ser mucho más grave: lo mismo si se entera el Papa Francisco nos lo excomulga por tratar de amancebarse con una luterana, al final no se atrevió a leer la contraportada del supuesto Libro Sagrado porque se acordó del siguiente chiste:

      Un hombre de negocios albergado en un Hotel de 5 estrellas ubicado en una capital báltica, se encuentra, después de una dura jornada  de reuniones de trabajo, un tanto aburrido, por lo que decide echarle una mirada a la Biblia que hay sobre la mesilla de noche de su habitación.

    Al rato, parece animarse, descuelga el teléfono. y pregunta:
- ¿Recepción?
–Sí, buenas tardes, dígame.
- Buenas tardes, señorita. ¿Tienen horarios de aviones?
- Pues no señor, lo lamento.
- No importa, gracias. Por cierto, ¡qué voz tan sugestiva tiene usted!, Me pregunto a qué hora termina su turno laboral..."

     El hombre sigue con toda su cháchara y persuade a la recepcionista para que vaya a su habitación. La recepcionista sube y, lógicamente, terminan ambos en la cama. Mas tarde, ya ahítos a causa del coito, mientras disfrutan del cigarrillo, la recepcionista, suelta:
- ¡Quién me iba a decir a mi que iba a terminar en la cama contigo!. Si apenas nos conocemos..
- Pues yo si que lo sabía
- ¡Que lo sabías! Y… ¿Cómo?
- Muy sencillo: está escrito en la Biblia
- ¿En la Biblia? ¡Qué me cuentas! ¿En qué capítulo? ¿En qué versículo?
- No, no, aquí en la contraportada escrito a mano reza:
"A la recepcionista le gusta coger"

    PD.- Reseñar que, obviamente el hombre de negocios del chiste sería de un país sudamericano, por lo de “coger”.

   El hotel “Helsinki city west” actualmente llamado “Holiday inn Helsinki city west” donde se encontraban alojados Rebocato y señora, era de cuatro estrellas, es decir, nuestro amigo llegó a la conclusión de que no solo hay Biblias Luteranas en hoteles de cinco estrellas por aquellos lares.

   Al día siguiente, nuestros amigos y su grupo (no el sanguíneo, que también, sino el de personas del viaje de marras) hicieron una excursión facultativa en autobús y una guapa guía finesa (rubia como la cerveza y ojos de azul claro como el cielo en un día claro, claro –reseñar que el guía oficial, madrileño/bohemio, se quedó en el hotel, durmiendo la mona de la noche anterior, al sentir de Rebocato) les anunció que había estado de guía por “toda” España (ante la pregunta de Rebocato, de que si incluida Catalunya, –otro chiste malo que no ayuda a limar asperezas con el “Procés Constituent a Catalunya”, en aquel tiempo no tan en efervescencia como actualmente– ella contestó que le faltaba por visitar Euskadi) y que en Finlandia tenían un problema, y “gordo”, con el alcohol. Rebocato dijo que él creía que el alcohol no engordaba, y la guapa guía rubia finlandesa, pensando que no le había entendido bien cambió lo de “gordo” por “grave”.

    No obstante, todo es justificable ¿qué coños haces por aquellas latitudes, desde octubre a mayo, con el sol que si aparece es más pequeño que la moneda de un penique de antes del Bretxi?.

    De todas formas Rebocato atendía con mucha a las explicaciones de la guapa guía finesa  y no se creyó en demasía, lo del trasiego exagerado de alcohol que supuestamente llevaban a cabo aquellas buenas gentes del lugar, como tampoco lo que añadió posteriormente, la guía, de que en Finlandia hay casi 200.000 lagos, pero, en fin, por allí son tan modestos….

   Vamos a recordar que se define a Finlandia como “el país de los 1.000 lagos”. A resultas de esto, barrunta Rebocato que, presumiblemente, cuando hicieron inventario los fineses, o quien, o quienes fueran, solo sabían contar hasta 1.000, o bien se cansaron de contar tanto lago, y ya lo dice el dicho: “tirar de falsa modestia es caer en la vanidad”, tal como hacía nuestro gran ciclista Indurain, cuando campeonaba, en los julios de antaño, dando el verano a los gabachos chauvinistas. Lo que no sé explica Rebocato es como han podido llegar a contar el total de los lagos, con el tiempo de perros –Karjalankarhukoiras o Perros de osos de Carelia que hace, por aquellos lares, la mayoría de los días del año. 

    Una vez finalizada la visita a Helsinki, Rebocato al abandonar la habitación del hotel para dirigirse cruzando el mar Báltico en hydrofoil hasta Tallin, estando esperando, ya con las maletas hechas, al ascensor, con una excusa le dijo a su contra que volvía a la habitación porque había olvidado no sabía que. Una vez en ella no pudo por menos que abrir el cajón de la mesilla, cogió la Biblia Luterana de Martín Lutero –el de las  95 tesis– y abriéndola miró la tapa de la contraportada.    


        HistoriasdeRebocato@noviembre-2016

13 de noviembre de 2016

La "ABUE" MUCAMA


                            

                          LA “ABUE” MUCAMA

    Muchos años atrás la abue –antes de ejercer, como Dios manda o mandaba, a modo de suegra de Rebocato– aparte de atender su domicilio familiar como una mujer de las de antes (dicho sea esto sin ánimo de exaltar los ánimos de las féminas de hoy en día que, las pobres, también llevan lo suyo con tanto machista suelto y encima con el agravante de que, alguna de ellas, tiene que estar unida a alguno de ellos como consorte), tenía que ir dos horas al día, dos días a la semana, a una casa particular de una urbanización cercana a su misma localidad para realizar labores domésticas.

     Cierto día, la abue, pegando la hebra con una vecina de su bloque de vecinos, le comentó que si se enteraba de alguien que necesitara una asistenta que se lo avisara con el fin de así poder  aumentar el peculio familiar.

     Trascurridas un par de semanas desde la citada conversación, la vecina le comunicó a la abue que, en el centro oficial donde ella hacía labores de limpieza, una chica joven y funcionaria, que desempeñaba allí mismo sus funciones administrativas, le dijo que necesitaba una mujer para la limpieza de su piso, planchar la ropa y preparar la comida. La abue dijo que le podía interesar el trabajo y concertó, a través de la vecina de marras, una entrevista con la joven para ajustar el tiempo a dedicar a la faena y las condiciones económicas. En la fecha acordada la abue habló con la joven funcionaria y ambas llegaron a un acuerdo tanto de horario, como monetario.

     Pasó el tiempo y todo transcurría placidamente y en perfecta armonía entre ellas: la abue acudía todos las mañanas, a la vivienda de la chica joven donde estaba contratada para cumplir sus funciones en régimen laboral de dos horas diarias de lunes a viernes –ambos inclusive–, y la chica de marras, mientras tanto, realizaba su jornada intensiva en su respectivo centro de trabajo. 

     La abue disponía, obviamente, de llaves para acceder al portal de la comunidad de vecinos y al piso donde tenia que ejercer las labores de: limpieza, planchar la ropa y hacer la comida para la joven dueña.

      Se rompía un tanto la monotonía diaria a consecuencia de que dos días a la semana –no necesariamente siempre los mismos– la joven chica, la noche anterior, dejaba en la cocina de su casa una nota escrita a mano, en la que instaba a la abue a que le preparara comida, al día siguiente, para dos personas en lugar de solo para ella, como solía ser lo habitual. La abue no sabía, ni –a pesar de la tan traída y llevada curiosidad femenina, dicho sea de paso, sin reminiscencias misóginas, ni machistas– preguntó nunca jamás, por la supuesta persona que iba a compartir con la joven, esos dos días semanales, la doble ración de puchero o lo que se terciase preparar como menú.­

    Se sucedieron los meses hasta que una mañana la joven dueña comunicó a la abue  –a continuación de una conversación mantenida entre ambas–  que se sentía en la obligación de tener que despedirla y que no le preguntara el por qué, o los motivos de ello ya que no podía darle explicación alguna al respecto.

    La abue, persona honrada y trabajadora donde las hubiera (hoy en día también se le suponen esas dos virtudes, a pesar del inexorable paso del tiempo que algo nos suele cambiar respecto a nuestra forma de ser y de actuar), al recibir la noticia se quedó de piedra. Tal era su estado de estupefacción, que estuvo a punto de dar con sus huesos en tierra (más bien en el parqué del comedor). Empezó a rebobinar echando la vista atrás tratando de adivinar la causa del despido y no encontraba explicación alguna.

     Cuando comenzó a salir de su asombro indagó, ya casi con lágrimas en los ojos, a su joven dueña tratando de atisbar algún augurio en esta que le devolviera a la realidad y que todo había sido un mal entendido. Pero no, no hubo manera de sacar la más mínima explicación al respecto que justificara la cruda realidad y, para más INRI, la joven permanecía callada y con cara de circunstancias, sin dar el más mínimo detalle de la causa del despido, es más, al contrario, de pronto empezó a deshacerse en elogios y agradecimiento a la labor desempeñada por la abue en su casa a lo largo de esos meses; pero seguía cerrada en banda, sin soltar prenda respecto a dar justificación alguna sobre la toma de tan drástica y dramática decisión que, consecuentemente, le produjo a la abue un regomello de padre y muy señor mío.

      La abue, aún en estado de shock, se despidió como pudo de su joven dueña y salió del piso como una autómata, cavilando hacia sus adentros tratando de dar con la causa que justificase el finiquito recibido.

    Al llegar la abue a su finca de vecinos no pudo por menos que tocar el timbre de la puerta del piso de la vecina que le recomendó a su ya exdueña, con el fin de explicarle lo sucedido.

       –Estoy destrozada – soltó de sopetón la abue nada más abrir la puerta la vecina.

      –¿Pues qué te ha pasado? –dijo la vecina con el ceño fruncido y gesto preocupado.

      –Pues que, la chica funcionaria que trabaja en el edifico donde tú haces la limpieza, me ha despedido –masculló la abue.

       –No me digas y ¿a santo de qué? –indagó la vecina.

    –Pues eso quisiera saber yo –dijo la abue, y prosiguió –No tengo ni pajolera idea.

    –¿Y eso ha sido así por las buenas y sin mediar palabra previamente? –añadió la vecina.

   –Hoy, mi dueña, ha regresado antes a casa del trabajo porque no se encontraba muy católica y como hemos estado un rato de cháchara, le he dicho que yo trabajaba en otra casa, algunos días por la tarde, en la vivienda de una urbanización de alto abolengo cercana a esta ciudad, en la cual residía un hombre funcionario, el cual vino trasladado, para trabajar aquí en un centro oficial hace un par de años y que su mujer e hijos se quedaron en la capital, donde residen, y que él va a verlos una vez al mes. Ella me ha preguntado que como se llamaba el hombre y se lo he dicho; al rato se ha ido un momento a su habitación y a la vuelta me ha comunicado lo del despido. Y viniendo hacia aquí he pensado que lo mismo le faltaba alguna joya distraída de su dormitorio y que por eso me ha echado –Remató la abue.

       –¿Y cómo se llama el susodicho? – Indagó la vecina.

      – Pues…tal y tal Pascual –contestó la abue

     –La has liado parda, maja, como muy bien sabes yo hago la limpieza en el centro oficial donde trabaja la joven. El señor, de la casa donde vas tú a limpiar por las tardes, es un alto cargo que vino trasladado de la capital hasta ese mismo centro oficial, quedándose su mujer e hijos allí distantes, y la comidilla del personal del centro oficial es que tu joven dueña y el cargo están bastante liados y no por el exceso de trabajo precisamente. –Concluyó la sufrida vecina.

     Caso cerrado. La abue con el resultado final de la conversación se quedó mucho más sosegada. Se despidió de su vecina y emprendió, escaleras arriba, la subida hacia su piso. Ya se encontraba sin atisbo alguno de regomeyo (regomello), porque pensaba que su despido no había sido a causa de su falta de profesionalidad, ni por quedar bajo sospecha de posible hurto de joyas, lo que hubiera sido mucho más grave para su sentir personal.


          HistoriasdeRebocato@noviembre-2016









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21 de octubre de 2016

OCHENTA AÑOS DESPUÉS




                                 UN PASEO POR EL GRAO


<Guió don Quijote, y habiendo andado como docientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo:
—Con la iglesia hemos dado, Sancho.
—Ya lo veo —respondió Sancho—, y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura, que no es buena señal andar por los cimenterios a tales horas, y más habiendo yo dicho a vuestra merced, si mal no me acuerdo, que la casa desta señora ha de estar en una callejuela sin salida.> (De El Quijote 2ª parte).


    Hete aquí que, una bonita mañana otoñal del día 19 del presente mes, estando Rebocato haciendo turismo callejero por el Grao (Grau para los bilingües) de Castellón y a la hora del vermú se sienta con su fémina acompañante (de la cual no vamos a filtrar ni su nombre, ni su posible parentesco con nuestro amigo, con el fin de mantener la intimidad de ambos aunque ello no venga a cuento ni haya mucho que guardar al respecto) en una de las  mesas (más bien en las sillas que la rodean) de la terraza de un bar ubicado en una plaza lindante con la iglesia de la citada localidad portuaria.

       Una vez asentados ambos, se les acerca el camarero y ante el clásico: ¿que van a tomar?, aquellos solicitan unos refrescos y un plato de fritura de pescado típico de por allí, recién pescado,  según les cerciora el mesero (que dirían en algunos países de America Latina). Lo de comer pescado es un repente que les ha dado a ambos al ver por las callejuelas de la población transitar a personas autóctonas de por allí, portando bolsas de plástico conteniendo pescaditos provenientes de la lonja cercana, barrunta Rebocato, claro.

     Una vez servidos, Rebocato al dar un trago de su refresco –en forma de cerveza fresca y con alcohol, por supuesto– levanta la vista y observa a la iglesia cercana, percatándose de que esta está en proceso de reforma y no luterana precisamente, sino de albañilería.




                             Pie de foto.- Iglesia de Sant Pere Apóstol del Gran de Castellón.

    Entrevé los andamiajes y a tres albañiles que andan pululando por el tejado  de la iglesia retejando una de las cúpulas de esta. Ante esa visión a Rebocato le vienen recuerdos de cuando él fue monaguillo –hace unos 50 años– y retejaron y reformaron interiormente la iglesia de nuestro pueblo castellanoviejo (con un  desastre del interior considerable del que a nadie se le pidieron responsabilidades, en concreto al cura párroco de entonces, principal responsable del desaguisado, pero esa ya es otra historia que se contará en otra entrada si procede).

    Al rato los albañiles se sientan en el tejado sacan sus tupperwares (con todos nuestros respetos y rabia por la precariedad laboral en la que nos encontramos que hasta los operarios comen sobre el tejado en lugar de bajarse de él y hacerlo en el bar de al lado como han hecho toda la vida, pena de tiempos aquellos de las fiambreras, en fin, ¿el progreso? Y la gente se escandaliza por lo ocurrido hoy mismo en la UAM de Madrid, por dos dinosaurios aspirantes a conferenciar y, otrora, aparentemente defensores de la causa de los mas desfavorecidos y desde hace años utilizando sus influencias políticas en apoyo de los poderosos) y se disponen a comer.


     Hay otras dos mesas ocupadas en la terraza del bar. Alrededor de una de ellas departen animosamente tres treintañeros los cuales, por lo que les oye decir Rebocato, son pescadores, no de los de cañas, a pesar de que se están bebiendo algunas, sino, aparentemente, de los de la lonja del puerto.

     En otra mesa están sentados 6 hombres, al sentir de Rebocato, ya metidos –quieran o no– como él, en la tercera edad (antes ancianos, pero claro, hoy en día estás con una persona de 80 años, o más, y te diriges a él llamándole de usted –más que nada por urbanidad y respeto– y se te rebota y te espeta:

     –Oye, a mi tutéame que no soy tan mayor. (Sin comentarios).

     Los seis están charlando, a la vez que no dejan que se calienten en demasia sus consumiciones. Como ya se acerca la hora de comer, poco a poco van abandonando la mesa para dirigirse cada uno a su casa respectiva, quedándose uno solo sentado en ella, en concreto el que está bebiendo un gin tonic.

    Los tres supuestos pescadores, con su jeringonza particular de la cual Rebocato no entiende ciertos tecnicismos que emplean con respecto al arte de la pesca en alta mar, también han desalojado  la otra mesa hace un momento. 

     Rebocato y acompañante ya se han quedado solos en la terraza del bar de la plaza, mirando a la iglesia, además del señor del  agua tónica “adulterada con alcohol” al cual le dice:
     –Maja está quedando la iglesia.

     A lo que el otro repuna (sic):
    –Con el dinero del contribuyente. –Y añade –Llevo viviendo 50 años en el Grao y conozco a una mujer mayor y con mucha necesidad que vino hace unos meses a pedir ayuda económica a la iglesia y los responsables le dijeron que no había dinero (ya estaban metidos en obras, pero, por lo oído, no sociales) y ella contestó: pues para reformas si que debe de haber, a la vista está.

     Rebocato le anuncia al del gin tonic:
    –Hombre, en la Iglesia habrá de todo como en botica, quizás no convenga generalizar.

     El hombre del gin tonic responde:
   –Son unos sinvergüenzas, utilizan la doble moral para engañar a la gente pobre y, que conste, que yo no vengo de una familia pagana ya que mi tío Pascualet "quepadescanse" era bastante de iglesia, incluso tenia un Cristo crucificado que heredó de sus padres, al cual le hizo, el mismo con sus manos, una cajita de madera con un cristal en el frontal.

   –¿Con el fin de que nuestro Señor no cogiera frío? –Le indaga Rebocato en plan de broma.

  –No hombre, no.  –Contesta el otro a la vez que continúa –Era para protegerle de las moscas, según mi tío "quepadescanse".

    –¿De las moscas?, pero si sería una figura crucificada de metal, madera o de yeso pintado” – Le suelta Rebocato estupefacto.

   –Sí, pero mi tío quería protegerlo de las posibles cagadas de las moscas. –Y dicho esto le da tal trago al gin tonic que deja la copa temblando.

   Rebocato, para no desentonar, bebe de su cerveza y piensa que el otro le está vacilando con el asunto del Crucifijo, aunque por otra parte su interlocutor parece hablar con cierta sinceridad, y añade:
   –Ya, pero cagarían encima del cristal, y Dios, que todo lo ve, visionaría los excrementos delante de sus narices, porque no creo que el tío de usted estuviera todo el santo día con un trapo delante de la imagen para limpiar los daños colaterales de los aterrizajes de las moscas sobre el cristal protector del Crucifijo, digo yo.

   Acto seguido, el que dice ser sobrino del tío Pascualet –pasado ya a mejor vida– acaba su copazo y abandona el lugar echando una mirada de soslayo a la iglesia (posiblemente su Parroquia ya que lleva él residiendo allí 50 años y confesado que él ha alcanzado ya los 56 de edad) a la vez que vuelve a las andadas diciendo:
    –Son unos sinvergüenzas, pobre señora. Bon día.

    –Bon día. –responden al unísono Rebocato y su acompañante.

    Mientras, Rebocato se queda meditando para sus adentros sobre lo dañino que es el alcohol para la sesera humana. Piensa que, dada la hora a la que se ha levantado ese hombre de la mesa., y que el haberse manifestado de una forma tan anticlerical, puede que haya sido a causa de que se haya sentado a almorzar con sus amigos sobre las 10 de la mañana: habrá pedido el almuerzo regado con vino y gaseosa; después se habrá tomado un carajillo; mas tarde algún que otro chupito y para rematar la faena, que menos que un gin tonic. Es lo típico por estos lares, sobre todo los fines de semana en los que se prolonga la sobremesa a causa de que la gente no tiene que reincorporarse al curro después del almuerzo. Este día no es fin de semana, pero, claro, uno se jubila y piensa que todos los días lo son.

    Una vez que a Rebocato la variedad de pescaditos fritos le salen por las orejas, apura su segundo tercio de cerveza, pide un carajillo, su acompañante un café bombón y la cuenta, Después, pagan y continúan su paseo hacia la iglesia. Delante de su puerta principal hay instalada una gran grúa y la calle está cortada al tráfico y al peatón.

   Nuestra pareja se dirige a un portalón, de otra entrada de acceso a la iglesia, que se encuentra ubicado en una calle lateral y también  está cerrado a cal y canto. No obstante Rebocato observa que, fijado con chinchetas en una de las hojas de madera del portalón, figura un folio plastificado que lee y lo fotografía. Lo exponemos a continuación:



                                      Pie de foto.- Manifiesto de las obras de la iglesia del Grao.

   “Una pena, piensa nuestro amigo, que no esté abierta la Parroquia a los feligreses con el fin de visitarla interiormente y, de paso, echar algún que otro rezo que nunca viene mal, y la Parroquia sustitutoria nos pilla un tanto a trasmano. Otra vez será”.


               OCHENTA AÑOS DESPUÉS

   Una vez que Rebocato ha leído y fotografiado el manifiesto del portalón, vuelve a fijar la vista en la fecha de inicio de las obras que reza el pliego de marras: “18 julio de 2016”, y cae en la cuenta de que, esa fecha, coincide en día y mes, con la que 80 años antes dio inicio, al menos oficialmente, a nuestra última Guerra Civil y se interroga a sí mismo: ¿Otro caso de la, tan traída y llevada, Memoria histórica?

   ¿Casualidad? ¿Falta de tacto?. ¿Ignorancia del responsable de la fijación de la fecha de inicio de las obras de dicha iglesia, de las “grandes efemérides” de la nuestra historia? ¿Comían, hace 80 años, nuestros albañiles en los tejados?

   Quizás, la persona responsable que fijó la fecha de inicio de las obras, caso de que lo hiciera a posta, si que pudiera ser un sinvergüenza superlativo, como diría el nebot del tío Pacualet "quepadescanse".

   “Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras”. (Cantar de Mio Cid)

     Con Dios.



          HistoriasdeRebocato@octubre-2016

26 de septiembre de 2016

REBOCATO EN EUSKADI


                

                                 REBOCATO EN GETXO


          INTRODUCCIÓN

    Rebocato cuando estuvo en Euskadi, se quedó con las ganas de contemplar alguno de los deportes rurales vascos (herri kirolak, para los bilingües), sobre todo, el de los levantapiedras, aunque, a falta de pan…. Si que vio un aurresku de honor (con dantzari y txistulari incluidos, provisto, este último, de su chistu y tamboril respectivos–) concretamente en Getxo, años ha, en una boda motivo de su viaje al norte.




                        Pie de foto.- Txistulari y dantzari, respectivamente, entrenando.


                                                EL ALTERNE

                                             -,"Ponme pintxos variados" / -"¿Eso qué es, un tipo de tortura?"

      Nuestro amigo Rebocato, antes de desplazarse a Algorta –que es el barrio más poblado de todo el municipio de Getxo– ya se había leído (sin sospechar que años después se dejaría caer por aquella zona del famoso: “… puente colgante leré, mas elegante leré,” etc. ) “Zalacain el aventurero” del escritor Pío Baroja y Nessi (que no Messi, no tengamos un lío con Leo/ Lío y la Hacienda Pública) y “Las ciegas hormigas” (Premio Nadal en 1960) de Ramiro Pinilla–, aunque para conocer más profundamente a aquellas gentes de la zona de Getxo y alrededores mejor leed la trilogía del mismo autor que lleva por titulo: “Verdes valles, colinas rojas”, lo cual Rebocato tiene aún pendiente por hacer.

       La víspera de la festividad de San Juan, Rebocato y su familia directa se desplazaron por carretera en automóvil, –obviamente, porque si hubieran tenido que ir andando desde el este valenciano hasta allí, tendrían que haber salido con muchos días de antelación– en dirección a Euskadi para asistir al enlace matrimonial que estaba previsto celebrarse en la tarde/ noche del día siguiente.

     Hicieron parada para comer en Zaragón, perdón, en Zaragoza capital, donde, ya de paso, visitaron La Pilarica y el Ebro, que guarda silencio al pasar por el Pilar, que dice la canción.

     Por la tarde reanudaron la marcha hasta llegar a Las Arenas donde tenían reservado el hotel, a un paso del elegante puente y a tiro de piedra de Portugalete.

      Las calles de los alrededores del hotel resultaron ser zona azul, (no sabemos si fascista también) por lo que Rebocato, con el fin de no rascarse el bolsillo, ni de estar pendiente de las horas para cambiar el coche de lugar, bajó el equipaje del automóvil y optó por largarse a aparcar a zona gratuita, mientras su contraria y cachorras (estas con cierta pachorra en esos momentos de arrimar el hombro) subieron las maletas a las habitaciones del hotel donde tenían previsto pernoctar.

    Ya con Rebocato mortificado por un reseco espectacular, a causa de no haberse podido llevarse al gaznate ni, tan siquiera una simple birra con alcohol en todo el santo día, y no por respetar el Ramadán precisamente, sino por el tema de evitar líos con la Benemérita y sus disuasorios controles de alcoholemia. Aparcó y entró en una taberna que se le presentó de forma aparente justo al lado de donde dejó su coche, “a veces la Divina Providencia no te abandona y te echa una mano, aunque uno, ahora mismo, no sea creyente”, piensa nuestro amigo.

     Dentro del  local, aparte del tabernero, había una pareja –aparentemente heterosexual– de treintañeros, y dos hombres de mediana edad –supuestamente no homosexuales–. Ambas parejas estaban sentadas en dos mesas diferentes y distantes entre ellas, con lo cual Rebocato tenia toda la barra del bar libre a su disposición, hacia donde arrimó su deshidratado cuerpo.

    Se le acercó el camarero y en un castellano cuasi perfecto (luego ya metidos, ambos, en conversación le confesó a nuestro amigo que era nato de un pueblo de Palencia) le indagó el clásico:

      –¿Qué va a tomar?.

    A lo que nuestro amigo en un castellano ya un tanto contaminado a causa de los años que llevaba residiendo fuera de La Meseta, en concreto en el litoral levantino de la Comunidad de Valencia, contestó:
    –Una cerveza, pues. (Con esta respuesta, sin tratar de llamar en demasía la atención, nuestro amigo ya trataba, utilizando la jeringonza utilizada  por allí, de integrarse con los autóctonos del lugar).

     El camarero le saca un botellín de cerveza, y como, de antemano, Rebocato denegó el:
    –¿Quiere un vaso? –aquel coloca, de forma aparente, una servilleta de papel alrededor del cuello del botellín y rematada en la boca del mismo, cual cachirulo en cabeza de aragonés de pro que se tercie (sin tercios).

     Rebocato, al ver la consumición sobre la barra, piensa: “mal empezamos, yo siempre creyendo que por aquí se hacia todo a lo bestia en lo referente a la comida y bebida y ahora me apañan con un simple botellín”.

    Nuestro amigo está acostumbrado a los bares del lugar donde él reside –donde no se andan con “mariconadas” de botellines– donde pides una cerveza y te plantan un tercio o una jarra, con un par, y sin "pinxto", ni leches. Y le dice al camarero de la taberna, en plan de broma, con el fin de tratar de romper el hielo y entablar conversación:
     –¿Esto no será un coctel Molotov?.

   El camarero le sonríe (es maqueto, y posiblemente no hable ni vasco) y contesta:
     –No hombre, no. Puede beber tranquilo.

     Y Rebocato rumia para sus adentros:
    “¿Tranquilo?, con la sed que tengo…”

   Se bebe el botellín en un par de tragos y le pregunta al camarero (el cual anda un tanto desfaenado ante la poca concurrencia de clientes, son las 17:30h, y están retransmitiendo por TV. un partido, en vivo y en directo, del Mundial de Futbol 2006, en concreto el España – Arabia Saudita. Va ganando España por 1-0 y Rebocato teme que, si vuelve a marcar España, quizás no pueda reprimir su alegría y celebre el gol con gran jolgorio, y si, en ese mismo momento, entra al bar un abertzale, o varios, puede tener un lío  mucho más grave que el de Leo/Lío Messi con la Hacienda de “Hacienda somos todos”, cambiado recientemente por el de “Messi somos todos”. Afortunadamente acabaría el partido sin mas goles que celebrar):
   –¿No tendrás tercios de cerveza?, es que he venido de la Comunidad de Valencia hasta aquí a plantar la era, para mañana asistir a una boda en Algorta y estoy seco del viaje.

     Recibiendo por respuesta:
    –Por aquí no solemos gastar tercios.

     Y Rebocato suelta:
     –¡Ahí va la órdiga! (por lo de tratar de integrarse, Rebocato ya se parecía a Gurb el simpático extraterrestre de la novela “Sin noticias de Gurb” del, no menos campechano, escritor catalán Eduardo Mendoza, uno de los más admirados escritores catalanes, junto al sin par Manuel Vázquez Montalbán –a pesar de que este era del Barça–, de nuestro amigo Rebocato). ¿No será por aversión a los Tercios del Imperio español, nuestra eficaz infantería de siglos ha, pues?.

      El camarero se ríe y dice:
    –Que va, hombre, que va, aquí se alterna mucho y sí se consumieran tercios en cada ronda, en lugar de beber: quintos,  txikitos, zuritos, etc., la gente se iría a casa mucho más perjudicada, no como con el chiquiteo de siempre con el que la gente marcha a casa contenta, pero no borracha"-.

      Nuestro amigo remacha:
      –Pues sírveme otro botijo, si tienes a bien, y sin cachirulo ni hostias, sino te importa, pues.

     Ya con Rebocato asentado, es un decir,  dentro de Euskadi, en concreto en el interior del municipio de Getxo, como cabeza de puente del Imperio Mesetario (tal cual como EE.UU. facilitó y consintió, con el dinero de los judíos, crear el estado de Israel en Palestina, con el fin de servir como cabeza de puente para acceder a los pozos del oro líquido existentes bajo el subsuelo de los países árabes) y sentado en un taburete al lado de la barra del bar y con España que ha finiquitado el partido ante los árabesauditas –estos  con reservas de petróleo en sus pozos para aburrir–, hace acto de presencia un nuevo parroquiano en la taberna que disfruta de una edad, más o menos, cercana a la de Rebocato, por lo que este barrunta, así a groso modo.

    El llegado saluda y se pone en la barra cerca de nuestro amigo, pide un botellín y saca a colación el partido, el cual acaba de finalizar hace unos minutos y que dice haber visto en casa y que no le ha gustado nada, si acaso el resultado final.

   Rebocato pide otro botellín (quiere hidratarse rápidamente y regresar al hotel antes de que sus féminas le echen en falta) y principia una conversación a tres bandas, entre el recién llegado, el camarero y él mismo.

    Pasa el tiempo y Rebocato, piensa en sus chicas abandonadas a su suerte en el hotel (toda una planta, del susodicho, está reservada para los familiares del novio venidos del Este mediterráneo) paga sus tres botellines –servidos con la pulcritud de los, asépticos, cachirulos de papel, a pesar de no devengarlos de esa manera– que se ha trasegado al coleto, además del que se ha tomado el llegado dicharachero y, acto seguido, decide regresar al hotel.

     Pero al hacer ademán de abandonar el garito escucha:
    –“¡Quieto parao!” (sic) –que ha bramado el recién llegado metido en ronda por nuestro amigo, y que añade:
     – “Es la noche de San Juan y esto hay que mojarlo”.

     Pide dos botellines y continúan, Rebocato y él, con la charla. Dice, el vasco, que él y su familia viven en Madrid desde hace años y que llevan 15 días en Las Arenas a resultas de que su mujer vino a dar a luz a Euskadi (según le explica a Rebocato es una costumbre extendida entre las vascas –que no vacas– emigradas, la de venir a parir al lugar de origen, –Rebocato piensa: ¡coño! como los salmones de los documentales de la 2 remontando río arriba para desovar y morir río arriba–) con el fin de que los retoños sean vascos auténticos con denominación de origen, también a nivel burocrático, es decir, como Dios manda.

     Viene a colación el recordar que, en 1993, el entonces presidente del PNV –el pobre Xavier Arzalluz– fue tachado de xenófobo al hablar sobre: la raza vasca, el Rh negativo y su procedencia directa de los cromañones, basándose en unos estudios realizados por una universidad de yankilandia, en concreto la de Florida.
  
   El lugareño, recién llegado hace rato, pide otra ronda de botellines y, siguiendo pegando la hebra, resulta que iba a bailar a la discoteca Toft´s ubicada en la calle Jorge Juan nº 20 de Madrid cuando era mozo (Rebocato alguna vez llevó a sus dos sobrinos mayores allí, con el fin de enseñarles el noble arte del ligoteo y Cubateo –decir que, los sobrinos aprendieron lo segundo mejor que lo primero–) e incluso puede que, debido a los pocos años de diferencia que le sacaba Rebocato al recién llegado hace rato a la taberna de Las Arenas –estas, a nuestro amigo ya le parecían movedizas a causa del trasiego de botellines–, hasta coincidirían en dicha discoteca la cual Rebocato frecuentó durante unos 6 años y, en su último año de estancia en los madriles, iba allí a bailar y a beber cubalibres los miércoles, viernes y sábados, por la tarde.

    El lugareño, recién llegado hace rato, pide otros dos botellines y le dice a Rebocato que se acerque esta noche a la playa ya que se celebra la Noche de San Juan y que el irá con la familia y amigos y que llevarán bebidas y comida para aburrir. Rebocato se lo agradece pero dice que está con su familia,  en el hotel y que saldrán todos a cenar a algún restaurante típico de por allí. El vasco, erre que erre, le dice que puede ir con toda su familia a la playa, que sobrará de todo, a la vez que pide otra ronda. Rebocato quiere volver a pagar, pero el lugareño llegado hace rato, no le deja y nuestro amigo piensa “y.. ¿como salgo yo de aquí, pues?”.

    Menos mal que, al rato, entran al bar otros dos amigos del vasco (vascos también, y Rebocato cree que ya tendrá que quedarse allí hasta el cierre del local)) y, después de las presentaciones, y otro ratito de cháchara Rebocato consigue zafarse del alterne y, no sin cierto esfuerzo, consigue despedirse de los tres vascos y del palentino, y salir del bar agradeciendo las invitaciones, tanto la de los botijos de cerveza, como la de asistir esa noche a celebrar San Juan en la playa, a la cual dice que tratará de asistir un rato (si cuela, cuela –piensa interiormente–, mis mujeres no me van a dejar ir).

   En el trayecto andando de regreso al hotel, nuestro amigo, ya ha comprendido el porqué no se alterna con tercios en los bares de por aquellos lares. Se ha metido al coleto la nada desdeñable cifra de 6 botellines en menos de una hora, una buena velocidad de crucero.

     Una vez en la habitación del hotel su contraria le suelta:
   –Pero.. ¿donde te has ido a aparcar el coche, al garaje de casa?. Y, además, el móvil lo tienes apagado. Ya se han ido todos por ahí a visitar el lugar y yo aquí espera que te espera. Cada vez te asemejas más a el que dices tú que es uno de tus ídolos: El buen soldado Švejk, entras en las tabernas y pierdes el oremus.

   Nuestro amigo aguanta el chaparrón casi de la misma manera que ha aguantado el, más agradable, chaparrón de botellines y sale acompañado de su pareja del hotel hasta la calle. Mientras, su compañera trata de contactar, vía móvil, con el resto de familiares, Rebocato rumia para sus adentros: “Ni le dejan a uno confraternizar con las gentes autóctonas de los sitios que visitas”. Por supuesto que ni se le pasa por la imaginación el comentar a su costilla –que no es nata de Castilla– lo de que están invitados en la playa, por su recién, y casual conocido lugareño, vasco de barra (que no de Navarra), para celebrar la noche de San Juan a la luz de las hogueras con remojo de píes, incluido en el lote, en las frías aguas del Cantábrico, que no sabes, al sentir la impresión, si el agua es así de fría o que te ha mordido un bonito cangrejo del norte, pues.



                             LA BODA

    Dicen, las malas leguas, que en Euskadi es prácticamente imposible encamarte con tu novia antes de pasar por la Vicaría. Con la dificultad añadida de que no te puedes arrimar, con la intención de ligar a la chica que te gusta, a causa del circulo de seguridad que forman alrededor de ella sus propias amigas. En base a esto, Rebocato no comprende como no se ha extinguido, aún, la raza vasca.

     Una vez llegados, puntualmente, los novios e invitados la tarde de la boda a la entrada de la iglesia (el cura nunca llega tarde a misa), apareció el danzarín (dantzari) y el chistulari (txistulari) acompañante, y cuando este empezó a tocar, aquél lanzó su boina negra a la novia, la cual anduvo lista de reflejos y la atrapó al vuelo con una sola mano sin soltar el ramo de la otra (no como la novia del video de más abajo) y, dentro del corro que formaban los invitados, el danzarín, comenzó a danzar dando blincos y lanzando patadas al aire que a Rebocato (con todos sus respetos para la tan ancestral y bonita danza) le recordó al Bruce Lee (Rebocato también lee) en Operación Dragón, solo que sin llegar a tocar, el danzarín, con sus pies a las gentes llegadas desde el Mediterráneo Este a la celebración que le contemplaban disfrutando del espectáculo, aunque un tanto atónitos ante la destreza del danzante.



                  
          Pie de video.- Según YouTube: Boda de Iris y Julio (aurresku)



    Rebocato, ante tanto salto y elevaciones de pie hasta la altura de sus narices, o más, optó por quitarse de en medio, más que nada, por si se escapaba algún zapatazo y –no es que no le gustara la danza que era digna de contemplar, pero de pronto le entró reseco a causa de la comilona del mediodía, y todavía faltaba la celebración del enlace en forma de cena posterior– se largó al bar ubicado, aparentemente, enfrente de la Parroquia del Santísimo Redentor Padres Trinitarios (por nombres no será que falle el matrimonio a los que se casen allí, lo otro se le supone) en la que se iba a santificar la unión de un solo hombre con una sola mujer, para siempre, con la celebración del séptimo Sacramento.

       Es bueno el que en este país existan, normalmente, tabernas cercanas a la Casa de Dios porque eso hace que la gente ante los actos de: bautizos, comuniones, bodas y entierros, pueda ir buenamente a la iglesia y no sentirse agobiado, porque sabe que caso de sufrir de próstata puedes acercarte tranquilamente al lavabo del bar, pero claro, no vas a entrar a aliviar la vejiga y salirte sin más, dando a malpensar al tabernero de que lo mismo cree que eres un yonqui, lo normal es que consumas algo en la barra del local aunque no le apetezca a uno mucho. Hay que colaborar con la hostelería y, ante todo, guardar las formas de la asignatura de Educación Cívico Social de antaño.

     A dicha boda los familiares directos del novio se llevaron hasta allí arriba pues, una traca descomunal y solicitaron al Ayuntamiento –de la localidad donde se iba a celebrar el evento– el permiso pertinente para encenderla al final de la ceremonia religiosa de la boda –obviamente en el caso de que ambos novios dieran el sí reglamentario, porque en caso contrario la traca tendría que volver, virgen de nuevo, al Mediterráneo Eso en caso, también, de que al regreso no se la confiscaran en algún control rutinario para controlar a los machotes etarras de entonces– justo al lado de la iglesia (era cuando la tregua de ETA con Zapatero, rota en el mes de diciembre siguiente en la T4 del aeropuerto madrileño de Barajas, ahora también llamado Adolfo Suárez, cumpliendo nuestro dicho aquel de: “después del burro muerto –Suárez no lo era, y nunca llegaremos a agradecerle lo que hizo a pesar de que en aquellos tiempos toda la progresía de por aquí le teníamos como facha– cebada al rabo” de la forma que todos conocemos que tienen, o tenían, algunos de hacer Patria a costa de vidas humanas, es lo que tienen los nazzzionalismos, sea español o turcochipriota: somos diferentes, es decir tenemos tres orejas y hablamos por los codos en lugar de por la boca y los mas guais) y se lo denegaron.

    No obstante al acabar la ceremonia y estando Rebocato –dentro de la taberna, ubicada, esta, al lado de la iglesia– quitándose el reseco (barruntamos, conociéndole, que bebiendo agua mineral aunque no nos atrevemos a especificar si con gas o sin gas) comenzaron a oírse unas detonaciones (a pesar de la denegación del Ayuntamiento el Párroco dijo que al lado de la iglesia podrían encenderla, y la traca se tiró, no se la iban a llevar, otra vez, de vuelta a terretas valencianas) y la gente del bar, ante la ruidera, salió de estampida a la puerta de la Herriko taberna –o lo que fuera– para ver lo que pasaba y Rebocato, que fue el único –y sin ser de Bilbao, pues– que mantuvo la calma, entre otras cosas porque sabía el porqué de la escandalera, soltó: “Lo mismo la ETA ha roto la tregua”. Para añadir a continuación con el fin de calmar a los lugareños: “Franquilos, perdón, tranquilos que es una traca que se han traído a la boda las gentes del País Valencia, que también, ellas, están duramente reprimidas por el Estado Central”, con lo cual la gente se sosegó un tanto y volvieron a sus vasos y a sus cartas del juego del mus, tute perrero o de lo que se terciara en cada mesa. Acto seguido Rebocato se acabó de golpe su consumición (ya se la había pagado, al servírsela, al camarero), se acercó a la iglesia, recogió a su familia y antes de que se disipara el humo de la traca de marras ya estaba derrapando con el coche camino al restaurante “Los Tamarises”, por miedo a si aparecía la Ertzaintza a pedir documentaciones y responsabilidades. Mientras tanto las atónitas gentes de las viviendas que rodeaban la iglesia y que estaban asomadas a balcones y ventanas respectivas, continuaban estupefactas por la “petardá” improvisada. Estos valencianés….

    Rebocato y familia permanecieron 8 días más visitando aquellas bonitas tierras, confraternizando con sus agradables gentes, pero eso ya es otra historia que se contará en otro ocasión, si fuera menester.


PD.- Reseñar que, para tres bemoles, el cuñado de Rebocato, el cual compró una traca, con una largaría de 200 metros (en lugar de los 50m. que reflejamos al publicar, inicialmente, esta entrada de "Rebocato en Euskadi", que es más o menos la longitud del "puente colgante leré, mas elegante leré.." según nos comunicó después de leerla un sobrino político de Rebocato, causante directo, dicho sea de paso, del viaje del nuestro amigo, y familia, a las tierras de Getxo y aledaños) y 5 finales, y la acarreó en el maletero de su coche, desde la Comunidad Valenciana hasta Portugalete, localidad donde tenían reservado el hotel los padres del novio casadero. La supertraca estuvo dentro del maletero del coche, en el aparcamiento del hotel durante seis días, hasta la tarde de la boda en que salieron con el coche del hotel con el fin de dirigirse hasta la Parroquia del Santísimo Redentor Padres Trinitarios, sita en Algorta, donde se iba a celebrar la ceremonia religiosa del casamiento. Los perros detectores de explosivos de las fuerzas autonomías del orden debían de estar constipados o de libranza. 

      Agur, pues.


                        HistoriasdeRebocato@septiembre-2016