REBOCATO EN HELSINKI
Rebocato y su contraria (a partir de ahora su
“contra” con el fin de abreviar la parrafada, ya que, luego, algún que otro lector
se queja por su extensión) anduvieron por Helsinki y, de paso, visitando otras
capitales de las Repúblicas Bálticas, en agosto del año del Señor
correspondiente a 2007. El motivo era el de celebrar los fastos de sus radiantes
25 años de desposorio, que ya es decir, más que nada por lo de la nada
desdeñable cifra de potenciales ayuntamientos mutuos, y que coste, que no nos
referimos a las Casas Consistoriales ubicadas: en nuestro muy noble y leal
pueblo castellanoviejo y en otros pueblos de los alrededores.
Aconteció que
unos conocidos de nuestro amigo y de su contra, 15 días antes de que estos fueran a cencerrear
por aquellos distantes lares, y a resultas de que les dijeron que, por aquellos
lugares, pasaron un frío considerable (a causa de ello se tuvieron que
comprar, durante su estancia allí, hasta cazadoras para no quedarse arrecidos), pues que Rebocato y
señora fueron bien pertrechados de camisas y camisetas de manga larga, junto a jerseys
y cazadoras para abrigarse.
Una vez
nuestro amigo y sufridora en tierras bálticas, aconteció que, al igual que a sus
conocidos argonautas que les precedieron, también tuvieron que comprarse ropa, cosa
que hicieron cuando llegaron a Tallín –después de visitar Helsinki– ya que, en
aquella ciudad, resultaba mucho más barata. Pero en lugar de ropa de abrigo,
tuvieron que agenciársela en forma de camisetas de manga corta por los calores
que les asolaban por aquellos parajes en aquel tiempo.
A causa de
todo esto, y con el escaso tiempo transcurrido desde que estuvieron por allí
sus conocidos, barruntaba Rebocato, que esos electrónicos fineses controlan el clima
a su antojo con el fin de que los turistas que les visiten, en función de la
ropa que acarreen hasta allí, le dan a la manija de su máquina de alterar la
climatología local para que, los visitantes, tengan que comprar ropajes varios y
hasta pieles de reno de por allí, si fuera menester.
El día fijado
para el periplo, Rebocato y su contra salieron, desde el aeropuerto de Barajas,
en vuelo regular –tirando a bueno– con la compañía Lufthansa hasta Frankfurt,
donde se encuentra uno de los aeropuertos mas grandes de Europa. Nuestra pareja
lo comprobó sufriéndolo en sus carnes debido a que, el avión, les dejó en la
otra punta del aeropuerto con respecto a la zona donde tenían que tomar el
vuelo de enlace de la compañía SAS con destino final a Helsinki.
A lo largo de
todo ese trayecto tuvieron que arrastrar sus maletas sobre ruedas, a toda
pastilla, echando el bofe y corriendo que se mataban porque llegaban tarde al embarque
del vuelo de enlace, con el hándicap añadido de que, a aquellas gentes de las
Alemanias, ya unidas (por aquí, en Spain, la tendencia es a segregarse, nuestra
idiosincrasia de ir contracorriente. Ya se sabe, el “nacionalismo” –sea del
color que sea– es el narcisismo de las pequeñas diferencias), no se les
entiende ni “atao” –como cantaba el Carlos Cano en su canción “El Salustiano”–
y Rebocato rumiaba para sus adentros: “¿pero que coños pinta un cristianoviejo,
creyente o no, por estas latitudes luteranas?”). El hermano que precede en edad
a Rebocato, ya les advirtió, al dejarles en Barajas, sobre el descomunal aeropuerto alemán, y les aconsejó que de camino a la puerta de embarque asignada para el trasbordo, que
fuera preguntando, de vez en cuando, a las personas trajeadas que están de
forma aparente sentados en sillas a lo largo de las instalaciones del
aeropuerto, simplemente mostrándoles el billete de embarque.
Una vez
aterrizados en el aeropuerto de Helsinki–Vantaa les esperaba –con el fin de
acompañar, a Rebocato, a su contra y al resto del grupo de turistas, hasta el
hotel de la capital– un guía madrileño de unos 55 años, con pinta de bohemio,
melena –un tanto canosa ella– al viento, barbas largas, rezumando una estupidez supina y con
pocos ganas de desempeñar sus funciones profesionales, como pudieron comprobar
la mayoría de los integrantes del grupo de Rebocato en los 10 días de visita a
las capitales de las repúblicas bálticas (Helsinki, Tallín, Riga y Vilna –que no Vilma del Pedro Picapiedra–),
Nada mas
llegar al hotel en Helsinki sobre las 22:00h. y con la cocina cerrada desde
hacia mas de 2 horas, les dieron una cena fría y, prácticamente, todos los
integrantes del grupo de visitantes, al finalizar la pitanza, se fueron a la
piltra.
No obstante, Rebocato
y señora, preguntaron en recepción que donde había copas y lerele cercano, y una
amable recepcionista, que entendía el castellano, les mostró un plano del
centro de la ciudad, en el cual les marcó un par de Pubs –relativamente
cercanos al hotel donde se hospedaban– hacia donde la pareja se encaminó, con
paso firme y decidido, tan feliz.
Arribaron a
uno de los Pubs donde, detrás de la barra, reinaba un camarero jovencito que llevaba
un tupe a lo Tintin y se marcaba, también, un parecido bastante aproximado
al héroe del cómic.
Se dirigieron
a la barra y la contra de nuestro amigo no se complicó mucho la vida a la hora
de pedir su consumición, solicitó una Coca-Cola que se la atizaron de medio
litro y punto. No obstante, Rebocato, lo tuvo bastante más complicado debido a que le
apetecía trasegar cerveza (a pesar de que, en pleno vuelo, le dieron de comer y
de beber todo lo que quiso y más), y en el mostrador del garito afloraban al
menos siete grifos, para dispensar siete marcas (que no las conocía ni su
padre, ya que nuestro labriego castellanoviejo era, más bien, de vino –en bota,
porrón o jarro según la ocasión y el momento–) de cerveza diferentes. Como
Rebocato de inglés andaba, entonces, un tanto pez (más o menos como ahora. Él
dice que para andar por el mundo con saber cuatro frases para saludar, despedirse
y agradecimientos y, la mas importante y necesaria para sobrevivir lejos de
casa que es: “Big beer”, es más que suficiente para subsistir, en términos
generales) se decantó por que le decantaran la birra tratando de eligir uno de
los grifos al azar, jugando al “Pito, pito, gorgorito, donde vas tú tan bonito……”,
así que se tapo los ojos con la mano izquierda, entonó la cancioncita y con el dedo índice de la mano
derecha iba tocando secuencialmente, los 7 grifos distribuidores de cerveza, de
atrás hacia delante y vuelta hacia atrás –mientras su contra murmuraba por lo
bajini: “Ya estás haciendo el tonto”– hasta que acabó la canción y el dedo se
paró en el frío grifo de una cerveza turbia que, como comprobó poco después
–nuestro amigo– sabia a rayos, pero que le iba a hacer él, se la tuvo que
trasegar al coleto una vez servida, pues no era cuestión de andar tirando los
euros a lo tonto ya que, por aquellos lares, el alcohol no te lo regalan precisamente.
Después de
pagar en metálico cogieron ambos sus consumiciones y se sentaron alrededor de
una de las mesas, que estaba ubicada al lado de las cristaleras del pub con
vistas a la calle. Dentro del local, en otras mesas, charraban y bebían otros
clientes supuestamente autóctonos, los cuales, a los ojos de Rebocato, parecían
buenas gentes –treintañeras y
cuarentañeras de ambos sexos– que departían animosamente entre ellos y de una
forma bastante ruidosa, a la vez que consumían chupitos y jarras de cerveza por doquier, abonando los pagos
con tarjeta electrónica. Rebocato se preguntaba que qué hacia toda esa panda, a
esas horas, en un lunes laboral y víspera de martes de curro como le aseguraron
en el hotel a la vuelta unos andaluces, dejando por los suelos la, tan traída y
llevada, seriedad nórdica. Luego la fama la tenemos los jaraneros del sur de
Europa. En fin, en todos sitios cuecen habas
Por las
cristaleras del Pub que daban a la calle, Rebocato y su contra, vieron pasar,
haciendo eses, a un tipo trajeado de mediana edad (con pinta de ser Coordinador, Jefe o, en su defecto,
Gerente de la Nokia) viniendo a dar con los huesos (los suyos, aclararlo porque
podían ser los de echar al perol del cocido al día siguiente, caso de que por
allí, los luteranos, hagan cocido de garbanzos como los buenos cristianosviejos
de por aquí) en el suelo.
Ante la
indiferencia de la clientela del bar, sentados en las mesas del local con
vistas a la calle, por la caída del viandante (bien por exceso de cocimiento –que
no conocimiento– etílico, bien porque ni les iba ni venia la caída del trajeado),
Rebocato, un tanto indeciso por si el caído era protestante, se levantó de su
silla y con paso, un tanto titubeante y sin dar muestras de ser un bragado
castellanoviejo en defensa de causas perdidas quijotescas, se dirigió a la
barra donde estaba el camarero y le berreó: “Tintín, Tintin (todo ello, dicho sea de paso sin
retintín, ni Rin tin tin el perro del cabo Rusty –huérfano de padres a causa de
un ataque de los indios–) Please, a doctor ” (testo mentado en un inglés
bastante inteligible al sentir de Rebocato y que, además, tuvo la suerte de que
doctor se escribiera en inglés al igual que en castellano, aunque la pronunciación
sea otro cantar), a la vez que le marcaba con el dedo índice derecho, –aún frío
de tocar los grifos para elegir cerveza al azar– al caído (y no por Dios ni por
España, precisamente) en la calle peatonal.
Tintín salió
de detrás de la barra, se asomó por la cristalera a la calle y a continuación se
encaminó, por la puerta del pub, hacia la acera. Una vez en ella y estando
junto al caído, le cogió por las axilas y le puso en pie, a la vez que le daba
unas palmaditas en la chepa que casi le devuelven a tierra de nuevo. El caído,
ya levantado. siguió su camino, aunque no en línea recta, sino, más bien,
un tanto irresoluto y sin rumbo fijo, según comprobaban Rebocato y su contra en
sus andares.
Una vez acabadas
las consumiciones, nuestra pareja salió del bar de copas llenos de luteranos, a
pesar de ser lunes, y enfilaron camino a su hotel. Durante el trayecto observó
Rebocato que por las calles había menos luz que en nuestro pueblo castellano
viejo hace 50 años (leed la entrada de este Blog: :”Las ánimas benditas del
Purgatorio”), es decir, una farola luciendo cada 100 metros, o más, y antes de
llegar se encontraron al caído-levantado, zigzagueando tan campante por la
acera, aunque con cierta dificultad para mantener la verticalidad y el
equilibrio, contando además, con el hándicap añadido de no poder abrazarse de
farola en farola, de vez en cuando, dada la distancia existente entre ellas.
Nuestra
pareja Llegó al hotel sin nada más de sustancia que mentar, excepto que en la
terraza del hotel se encontraron, sentados alredor de una mesa, cuatro españoles
del sur, dando una tabarra considerable en forma de voces, cantes y arrastres,
a causa de estar echando una partida al tute perrero, o lo que fuere aquella
timba y que estaban, dijeron, empleados de forma temporal en Helsinki. Rebocato
ante el espectáculo pensaba: “Por muy compatriotas míos que seáis, y no porque procedáis
de Al–Ándalus, que a gusto se quedarán los sufridos y bebedores, en potencia, luteranos
cuando tornéis a la nuestra península Ibérica, con la murga que estáis dando
a estas horas tan intempestivas, majos”.
Pero como lo
cortés no quita lo valiente, Rebocato se entretuvo un rato charlando con ellos mientras
su contra, de forma disimulada, bostezaba de cansancio (hay que decir que la
noche anterior, horas antes de dirigirse al aeropuerto de Barajas, estuvieron
de jarana en nuestro pueblo castellanoviejo hasta altas horas de la madrugada,
jarreando de lo lindo –dado los calores agosteros– con familiares y amigos de
Rebocato, viviendo la vida a tragos, no fuera a ser que al día siguiente se
cayeran los aviones en los que iban a surcar los cielos para llegar al Báltico)
y acto seguido nuestra pareja se retiró a sus aposentos, con un cierto
regomello porque ignoraban como podía haber acabado la noche el perjudicado trajeado
de las eses y caídas.
Ya en la
habitación del hotel, observó Rebocato que, en el interior del cajón de su
mesilla de al lado de la cama, yacía una Biblia Luterana pero, con el fin de no
caer en la tentación, por respeto a su contraria y, lo que pudiera ser mucho
más grave: lo mismo si se entera el Papa Francisco nos lo excomulga por tratar
de amancebarse con una luterana, al final no se atrevió a leer la contraportada
del supuesto Libro Sagrado porque se acordó del siguiente chiste:
Un hombre de negocios albergado en
un Hotel de 5 estrellas ubicado en una capital báltica, se encuentra, después
de una dura jornada de reuniones
de trabajo, un tanto aburrido, por lo que decide echarle una mirada a la Biblia
que hay sobre la mesilla de noche de su habitación.
Al rato, parece animarse, descuelga
el teléfono. y pregunta:
- ¿Recepción?
–Sí, buenas tardes, dígame.
- Buenas tardes, señorita. ¿Tienen
horarios de aviones?
- Pues no señor, lo lamento.
- No importa, gracias. Por cierto,
¡qué voz tan sugestiva tiene usted!, Me pregunto a qué hora termina su turno
laboral..."
El hombre sigue con toda su cháchara
y persuade a la recepcionista para que vaya a su habitación. La recepcionista
sube y, lógicamente, terminan ambos en la cama. Mas tarde, ya ahítos a causa
del coito, mientras disfrutan del cigarrillo, la recepcionista, suelta:
- ¡Quién me iba a decir a mi que iba
a terminar en la cama contigo!. Si apenas nos conocemos..
- Pues yo si que lo sabía
- ¡Que lo sabías! Y… ¿Cómo?
- Muy sencillo: está escrito en la
Biblia
- ¿En la Biblia? ¡Qué me cuentas!
¿En qué capítulo? ¿En qué versículo?
- No, no, aquí en la contraportada
escrito a mano reza:
"A la
recepcionista le gusta coger"
PD.- Reseñar que, obviamente
el hombre de negocios del chiste sería de un país sudamericano, por lo de “coger”.
El hotel “Helsinki city west” actualmente llamado “Holiday inn Helsinki city
west” donde
se encontraban alojados Rebocato y señora, era de cuatro estrellas, es decir,
nuestro amigo llegó a la conclusión de que no solo hay Biblias Luteranas en
hoteles de cinco estrellas por aquellos lares.
Al día
siguiente, nuestros amigos y su grupo (no el sanguíneo, que también, sino el de personas
del viaje de marras) hicieron una excursión facultativa en autobús y una guapa
guía finesa (rubia como la cerveza y ojos de azul claro como el cielo en un día
claro, claro –reseñar que el guía oficial, madrileño/bohemio, se quedó en el
hotel, durmiendo la mona de la noche anterior, al sentir de Rebocato) les
anunció que había estado de guía por “toda” España (ante la pregunta de
Rebocato, de que si incluida Catalunya, –otro chiste malo que no ayuda a limar
asperezas con el “Procés Constituent a Catalunya”, en aquel tiempo no tan en
efervescencia como actualmente– ella contestó que le faltaba por visitar Euskadi) y que en Finlandia tenían un problema, y “gordo”,
con el alcohol. Rebocato dijo que él creía que el alcohol no engordaba, y la
guapa guía rubia finlandesa, pensando que no le había entendido bien cambió lo
de “gordo” por “grave”.
No obstante,
todo es justificable ¿qué coños haces por aquellas latitudes, desde octubre a
mayo, con el sol que si aparece es más pequeño que la moneda de un penique de
antes del Bretxi?.
De todas
formas Rebocato atendía con mucha a las explicaciones de la guapa guía finesa y no se
creyó en demasía, lo del trasiego exagerado de alcohol que
supuestamente llevaban a cabo aquellas buenas gentes del lugar, como tampoco lo
que añadió posteriormente, la guía, de que en Finlandia hay casi 200.000 lagos,
pero, en fin, por allí son tan modestos….
Vamos a
recordar que se define a Finlandia como “el país de los 1.000 lagos”. A
resultas de esto, barrunta Rebocato que, presumiblemente, cuando hicieron
inventario los fineses, o quien, o quienes fueran, solo sabían contar hasta
1.000, o bien se cansaron de contar tanto lago, y ya lo dice el dicho: “tirar
de falsa modestia es caer en la vanidad”, tal como hacía nuestro gran ciclista
Indurain, cuando campeonaba, en los julios de antaño, dando el verano a los
gabachos chauvinistas. Lo que no sé explica Rebocato es como han podido llegar
a contar el total de los lagos, con el tiempo de perros –Karjalankarhukoiras o Perros de osos de
Carelia– que hace, por aquellos lares, la mayoría de los
días del año.
Una vez finalizada la visita a Helsinki, Rebocato
al abandonar la habitación del hotel para dirigirse cruzando el mar Báltico en
hydrofoil hasta Tallin, estando esperando, ya con las maletas hechas, al
ascensor, con una excusa le dijo a su contra que volvía a la habitación porque
había olvidado no sabía que. Una vez en ella no pudo por menos que abrir el cajón
de la mesilla, cogió la Biblia Luterana de Martín Lutero –el de las 95
tesis– y abriéndola miró la tapa de la contraportada.
HistoriasdeRebocato@noviembre-2016