24 de agosto de 2015

REBOCATO ES PADRE O LA TOZUDEZ FEMENINA



REBOCATO ES PADRE O LA TOZUDEZ FEMENINA


    Hete aquí que estando Rebocato próximo a ser padre, es decir, que su parienta (como gustaba decir –para referirse a su propia mujer– un profesor vasco de Rebocato en Madrid, y dejando caer, a veces, al observar el quehacer diario formativo de sus alumnos: “Madres que criáis hijos, ¿por qué no criáis una piara de cerdos que dan más provecho?”) estaba en puertas de salir de cuentas, aconteció que le barruntó por la cabeza el comentarle a ella que le correspondían disfrutar, a él –por derechos adquiridos según rezaba el Convenio Colectivo vigente en la empresa en la que laboraba–, cuatro días naturales por nacimiento de hijo/a, empezando a contar, el disfrute de dichos días, a partir desde el mismo momento en que se consumaba el parto. Entonces le aconsejó a su mujer que convendría, llegado el momento, que se pusiera de alumbramiento el martes de madrugada porque así, él tendría de asueto todo el resto de la semana, para poder ateclarla y apoyarla convenientemente en esos primeros días harto duros y depresivos del posparto tan en boga en nuestras féminas ya en democracia (durante la dictadura del general Franco esas depresiones, caso de existir, no se dejaban notar, al menos en el ámbito rural, por la plebe) y, así, poder tener más tiempo libre que dedicar en casa para recrearse, los nuevos padres, a la cría del crío o la cría.

       Dicho sea de paso, Rebocato se enteró, de la existencia de la mencionada depresión, por su esposa, cuando esta recibió asesoramiento en las clases de preparación al parto (un sacadineros más, al sentir de Rebocato, ya que a este no le constaba: que ni su madre –con más de una docena de partos a sus espaldas–; ni la propia hermana mayor de Rebocato –con ocho alumbramientos–, fueran nunca, jamás de los jamases, a clases de preparto, ni, quizás, sabían nada de la existencia de depresiones posparto) a las que asistía, ella, con gran entusiasmo y predisposición, llegando su monitora a concienciarla de que el parir sería coser y cantar si, llegado el momento, agarraba la mano de su contrario y, a la vez que la apretaba y pujaba con su cuerpo para la salida de la criatura, inspiraba y exhalaba aire rítmicamente.

     Pasaron los días y sobrevinieron los clásicos dolores de aviso de parto inminente, resultando que en el momento de dirigirse al Hospital General, donde acontecería el advenimiento, fue en el día menos indicado para el negocio de Rebocato, pues resultó ser en un viernes noche cuando tuvo que salir pitando con su coche para ingresar a la parturienta.

     Una vez nuestra pareja llegada al hospital y después de los rutinarios reconocimientos médicos que acaecen en esos casos, y ya ubicados en la habitación en planta, aconteció que, casualmente, se encontraron con una enfermera de turno conocida por la parturienta; reseñar que en aquel tiempo no se permitía (a Dios gracias) a los acompañantes permanecer por la noche en la habitación de las ingresadas, ya que, coexistían en el mismo habitáculo hasta tres mujeres en visos de parto, por lo que la conocida enfermera le expuso a Rebocato que podía irse, él, tranquilamente a casa a descansar, ya que el futuro neonato venia despacio, y que volviera a primera hora de la mañana siguiente al hospital. Rebocato consultó a su mujer y recibió el visto bueno de ella para retirarse a dormir a la morada de ambos.

    No obstante, nuestro amigo y futuro padre en ciernes, antes de abandonar el hospital, se asomó a la sala de espera del hospital, en la cual penaban, mayormente, los maridos de las ingresadas para los alumbramientos. Rebocato comprobó que dicha sala era lo más parecido a una de las calles en las que, en su día, ejercía Jack (el Destripador, no Jacq´s el de la colonia, buscado a través de anuncios en la tele, y no precisamente por Scotland Yard como a aquel, y añadir que hay que ser tonto de remate, cuando anda preguntando por uno una chica como la del anuncio de marras y tratar de seguir “Missing”. Pero nada, ni pregonándolo en la tele se logró que apareciera. Aún no había llegado a los televidentes el Paco Lobatón con su programa para buscar a gente que, en su mayoría, había desaparecido voluntariamente y no tenía la más mínima intención de regresar con sus familiares buscadores), por la densa niebla formada a causa del humo de tabaco en suspensión, con el añadido de algún que otro figurante y timorato padre, a consolidar, colaborando a mantener el ambiente, de niebla espesa, pitillo en mano y, además, paseándose nerviosamente por la sala presto a salir de ella como alma que lleva el diablo.



Pie de foto.- El rememorar el anuncio en este escrito es con el fin de denunciar la proterva publicidad sexista que nos afligía el seso, años ha, tanto a las personas de un sexo, como a las del otro. Hoy en día, gracias a Dios y a los movimientos feministas, impera la cordura y, actualmente, nos ahorramos esta aberrante y casposa publicidad machista, aunque la motera acabara, barruntamos, incrementando las estadísticas del paro y quien sabe, si por esto, echándose a la mala vida para poder subsistir.

      Rebocato pensando en quedarse toda la noche en vela se había llevado de casa al hospital, para amenizar la espera del parto, un libro del nihilista Nietzsche que tenia por titulo: “Así habló Zaratustra”. Un peñazo considerable y uno de los pocos libros que Rebocato ha dejado, una vez iniciados, sin concluir de leer, junto a “La rebelión de las masas” de Ortega y Gasset, y “El general en su laberinto” de  García Márquez al que Rebocato, a pesar de haber devorado prácticamente toda la obra literaria del colombiano cataquero, desde aquí le enuncia: “perdóneme, Gabo, pero el vagar agónico del Simón Bolívar (Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte Palacios y Blanco –ni nuestro actual 4º sucesor en la escala dinástica Froilán calza un nombre tan dilatado–) se me hacia casi tan largo como el nombre completo del protagonista. Francamente, no me llenaba esa novela”.

    Rebocato ante estas perspectivas opto por retirarse a descansar a su morada hasta que amaneciera.

     Nuestro amigo se pasó lo que restaba de noche, un tanto nervioso, dando vueltas en la cama, y al final “al alba” (como canta el Aute en su canción sobre los 5 últimos fusilados, en este país, por las penas de muerte firmadas sin temblarle el pulso –cosa habitual en él– por nuestro último Dictador el día 27 de septiembre de 1975, dos meses antes de morirse en la cama, previa agonía, como nos recuerda el Víctor Manuel en “Canción de la esperanza” –nada que ver con otra “Esperanza”, es decir, con la, entonces, futura política venidera: “liberal”, dicharachera y atropellamotos de municipales ella, que, en los tiempos actuales a pesar de anunciar, a bombo y platillo, su abandono de la política,  nunca se acaba de ir del todo, excepto si se fuga, con su coche a todo trapo, huyendo de los “polis locales que buscan la fama”, según ella–) se levantó y, por esas rarezas con tino que se dan en la vida, llegó a la habitación, del hospital, donde se encontraba su dueña, justo en el momento en que la trasegaban en su rodante cama de hospital  en dirección al paritorio del mismo. En fin, un gran atino de Rebocato a la hora de jugar con los tiempos que, posiblemente, le evitaría futuras reprimendas de su señora concernientes al recordar este caso.



Pie de foto.- El Víctor Manuel nos recuerda la agonía del Dictador, en el, entonces, Hospital General La Paz, : “Tanto imaginarnos una muerte digna en ti y tu salpicabas la pared. Fuimos una oreja, un latido, un transistor: mientras salpicabas la pared......”

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    Rebocato no estuvo presente en el paritorio para contemplar el parto debido a que entonces no lo permitían las ordenanzas (que no subalternas) de la Sanidad Pública. Menos mal. Y eso que Rebocato, en el asunto de la contemplación de partos tenia un gran gran bagaje acumulado, en vivo y en  directo, acaecidos en las cuadras de la casa de nuestro labriego castellanoviejo ya fueran de vacas, de marranas criaderas, de burras, e incluso de los pollitos rompiendo el huevo con el pico, incubados por las gallinas cluecas, sentadas, estas, durante 21 días en un canasto con paja trillada de trigo en el fondo y con los huevos colocados encima de la paja dando calor –la gallina– a los huevos fértiles, caso de que hubiera  gallo prendedor de gallinas en el corral de la casa. Es decir, un experto en la materia pero no estaba por la labor de estar presente en el paritorio padeciendo con su mujer.

       El sábado de marras sobrevino el nacimiento de la hija de Rebocato sobre las  09:00h., por lo tanto, el gozo de él en un pozo, debido a que tendría que reincorporarse al trabajo el miércoles siguiente con la correspondiente pérdida de dos días laborables, de los cuatro que le correspondían para dedicarse a la holganza y crianza.

     Una de las parturientas –la cual era de etnia gitana y compañera de habitación de la mujer de Rebocato– de etnia gitana, que había dado a luz el día anterior y tenia superados varios partos –y por lo tanto otros tantos churumbeles en cria–, en vez de seguir ingresada los tres días de rigor del posparto, aconteció que cuando le acercaron a su niño para que procediera a amamantarlo, lo trincó, diole la teta y, una vez saciada y eructada la criatura, recogiendo la madre sus escasos bártulos dijo que se largaba a su casa con su retoño. Las enfermeras ante este proceder llamaron rápidamente al médico y el galeno, una vez que hizo acto de presencia en la habitación, convino a la ingresada de raza calé: “si se marcha usted que conste que es bajo su responsabilidad, ya que, yo, no le doy aún el alta médica”. La mujer le replicó: “mira payo (ella no le estaba tachando, al doctor, de aldeano tosco e inculto, si no que le aplicaba el nombre común con el que los gitanos dedican a los que no pertenecen a su raza) yo, en casa, tengo tres churumbeles a los que atender y me las piro ya mismo, por estas” (a la vez que hacia una cruz con los dedos pulgar e índice de su mano derecha y se los besaba). Cosa que cumplió ante el pasmo y asombro de todos los allí presentes, excepto en nuestro impertérrito y curtido en la vida Rebocato, el cual no estaba demasiado estupefacto ante la situación vivida en ese momento en la habitación –que ya  se asemejaba, esta, por la afluencia de personal sanitario, al camarote de Los Hermanos Marx– ya que, además de haber segado en demasía de joven, su madre había parido a todos los hijos de ella en sendas casas de nuestro pueblo castellanoviejo, aunque Rebocato no se acordaba de los partos ya que era el penúltimo de los hijos, aunque sin llegar a ocurrirle  lo que a Gila que cuando nació, este, su madre (la de Gila) no estaba en casa.



      Pie de video: El sin par Gila relatando como vino al mundo.

     Al tercer día del ingreso en el Hospital la mujer de Rebocato recibió el alta médica y, ya nuestra pareja con su cachorra en casa, la contraria de Rebocato le dice a este que tiene que apoyarla mucho en los días venideros con el fin de evitar coger la susodicha depresión posparto (causante por el dichoso cambio hormonal de la mujer, entre otros) que le insuflaron en las clases preparto.

     Rebocato, como ya se ha comentado, nunca había oído mentar, nada al respecto y entonces la contestó: “eso son tontunas que solo se asoman en las cabezas de las mujeres débiles de hoy en día, y que os inculcan –previo desembolso monetario– a las futuras madres, en las clases de preparación al parto, independientemente de que el aumento de tamaño y peso del útero pase de ser, en el caso del peso, de unos 60 gramos sin embarazo hasta alcanzar el kilo al final del periodo de la gestación” –dicho sea de paso, ni Rebocato, ni su señora tuvieron demasiado interés en comprobar si eso era cierto, o no, el cambio de estado uterino, sin embargo la transformación del crecimiento de otras partes externas del cuerpo de su contraria Rebocato pudo ir comprobándolo (sobre todo palpando) en el día a día–.
   Como dijo en su día Woody Allen: “en mi próxima vida querría reencarnarme en la forma de las yemas de los dedos de las manos de Warren Beatty" (Este, ligón empedernido de bellezas féminas, dicho esto sin ánimo de envidia machista, la cual hay que tratar de erradicar).

     Después, pasaron unos días y tuvieron que cumplir con el protocolo de asistir al pediatra para que reconociera a la nueva criatura, resultando que el médico era un chico de la nueva escuela, es decir, un suplente debutante en esos menesteres haciendo suplencias.

     Una vez finalizada la consulta, el galeno le suelta a Rebocato cuando este y señora (portando esta la criatura en brazos) se levantan para abandonar la consulta: “noto a tu señora un tanto deprimida tienes que tratar de apoyarla todo lo máximo posible ya que son momentos muy difíciles para ella”.

      Rebocato entonces se acordó de su madre (la de los más de doce partos, no de la del galeno, que también) y le contesta: “buena la has hecho, justificando la depresión de mi mujer, tu alegato me traerá problemas. Buenas tardes”.
      Quédase el joven médico un tanto boquiabierto y sorprendido.

    Una vez el matrimonio y su niña en la calle la mujer le expone a Rebocato: “ya te dije que tenias que ayudarme y apoyarme por el asunto de la depresión, hasta el pediatra se ha dado cuenta de que estoy deprimida”. Rebocato hizo mutis por el foro y se acordó de nuevo de su madre y de lo feliz que era esta rodeada de toda su jarca en aquellos dulces tiempos en los que no existía la depresión del puerperio, al menos en las mujeres del ámbito rural de nuestro pueblo castellanoviejo.

       Acontecido todo esto, pasaron cinco años los cuales con el transcurrir del tiempo se llevaron por delante la mentada depresión posparto urbana de la alumbradora, y Rebocato y señora se encontraban en el brete de ser padres por segunda vez, y acordándose de la experiencia del  primer parto, es decir, cuando fue padre por primera vez, volvió a exponer a su mujer (para que no reincidiera, ni pecara de testarudez) que procurara romper aguas en un lunes noche con el fin de poder coger, él, los cuatro días naturales que amparaba el Convenio Laboral en días laborables, es decir, de martes a viernes, ambos inclusive, y así poder estar sin trabajar hasta el lunes de la semana siguiente, con lo cual podría estar más tiempo en casa para colaborar en las tareas domésticas y de paso tratar de ayudarla, en lo posible, con la consabida depresión y esos tragos que han de pasar las féminas en el posparto, aunque fuera, ya en este caso, el segundo, y podría tirarse de empirismo para tratar de superarla, caso de aparecer.

       Esta vez la señora de Rebocato no quiso clases de preparto, ni casta que lo fundó, dado que se convenció de que, aunque pagues y te prepares, a la hora de la verdad el parto sigue siendo harto doloroso.

      Pero como el Demonio nunca duerme, llegó la salida de cuentas de su mujer (la de Rebocato, Belcebú no nos consta que tenga –lo que viene, posiblemente, a probar el que Dios es magnánimo ya que su ira no fue total contra el rebelado al no darle mujer, aunque lo mismo es porque los ángeles no tienen sexo, pero… ¿los arcángeles tampoco?–) y volvió a repetirse la historia: a pesar de que Rebocato se lo había indicado de antemano, su mujer, como cinco años atrás, tornó a reincidir ya que se dio la paradoja (aunque algunos lectores se muestren totalmente desconfiados) de que se cumplía, con respecto al primero, un quinquenio en la misma noche en que ingresó en el hospital para el segundo parto y, casualmente, también era viernes noche, como cuando el ingreso para el primer parto.

     Rebocato enfiló el coche, junto con la parturienta, con destino al Hospital General, lanzando aquel para sus adentros, durante el trayecto, toda clase de improperios sobre la reiterada tozudez femenina, al menos en el asunto de la elección, voluntaria o no, en lo referente a la fecha de los partos marcada en días de asueto laboral. Con la consiguiente reincidencia  del primer parto, es decir,: al coincidir de nuevo el segundo parto en sábado, Rebocato tuvo que reincorporarse al trabajo el miércoles siguiente al alumbramiento, con lo cual volvió a dejar de disfrutar de la libranza de dos días laborables más. Él se quedo muy despagado por la contumacia (es un decir) de su mujer porque ya no era primeriza en esas lides.
 
      Por otra parte, reseñar que, así como en el primer embarazo Rebocato y señora no quisieron saber el sexo de la criatura venidera, en esta segunda preñez si que manifestaron cierta inquietud por estar al corriente, y el galeno, especialista en obstetricia (comprobar en el DRAE), observando la única ecografía a la que se sometió la reincidente madre, les anunció sonriente a los futuros padres: “parece un xiquet” (chico, para los bilingües y los no bilingües).

     Ahora, ya si que se permitía que el futuro padre estuviera presente en el paritorio durante el alumbramiento, siempre y cuando se solicitara el pertinente permiso por escrito, como hizo Rebocato sin mucha ansia, ante la insistencia de su mujer. Menos mal que en el momento de entrar en el paritorio la mujer dijo que mejor que no entrara (Rebocato, ella sí, por supuesto). Rebocato respiró aliviado por librarse del brete.

    A la mañana del sábado siguiente al viernes noche del ingreso para el segundo parto de la mujer de Rebocato, irrumpe en la sala de espera (donde hay, como cinco años atrás, una niebla espesa, que se mastica, originada por el humo de los cigarros de los nerviosos padres que están esperando el final de los respectivos partos que incumben a cada cual –bonitos tiempos aquellos cuando aún se respetaba la libertad de resolución para poder fumar en los hospitales a todo aquel al que se le antojara y con ello la de ataques de ansiedad que se evitaban los sufridos padres-) la comadrona con una criatura recién nacida envuelta en una toalla para mostrársela al padre afortunado, en este caso a Rebocato; este al ver la cara de bolleta (sic) que calzaba la criatura, calcada a la que presentara justo cinco años atrás su primera hija –también nacida en sábado– no pudo por menos que exclamar: “¿pero no iba a ser chico?”. La comadrona apartó la toalla que cubría el cuerpo de la niña y le dijo: “mire, mire..”. Rebocato respondió: “no necesito ver más, con la cara me es suficiente, ya sé que es otra meona como la de hace 5 años o’clock” (todo esto dicho cariñosamente).

      La comadrona indaga a Rebocato: “¿pero que doctor les hizo la ecografía y les predijo el resultado, ahora fallido, de ella?”.

    Rebocato contesta: “el doctor X” (no porque este fuera especialista en los rayos del mismo nombre, es por mantener al lumbreras en el anonimato)

    La comadrona, que parece ser que le conocía, conviene: ”ese no acierta nunca”.

     Rebocato apostilla: “o bien, será un cachondo”.

    La comadrona vuelve sobre sus pasos con la criatura entre sus brazos. (Perdón por el pareado).

     Horas después, estando Rebocato y su mujer en la habitación en planta de las parturientas, observan que una de las compañeras de habitación, a la cual le han dado el alta esa misma mañana de sábado tras los tres días de rigor transcurridos desde el ingreso a causa del parto, al entregarle el bebé para que se lo llevara a su hogar, empezó a cambiarle el pañal y a vestirle. Al ponerle una camisa se la colocó del revés y al apuntárselo la mujer de Rebocato aquella le contestó: “en mi pueblo costanero algunas gentes cuentan que antes de salir del hospital con la criatura, al vestirla, hay que colocarla una prenda al revés para evitar el mal de ojo, yo no creo en esas cosas pero como no cuesta nada hacerlo….”.

      Al tercer día del ingreso en el hospital para el alumbramiento, Rebocato, su señora y la nueva criatura tornaron, felices y contentos, a su hogar. Al miércoles siguiente Rebocato se reincorporó al trabajo, lamentándose de los dos días laborables perdidos sin disfrutar. Rebocato durante el trayecto hacia el trabajo ya decidió no volver, jamás de los jamases, a provocar más embarazos. La vasectomía y el suspensorio rondaban próximos. 

PD.- Como existirán lectores un tanto escépticos, y con razón, sobre el hecho de que las fechas de los partos de esta historia sean ciertas, es decir, que las dos hijas de Rebocato nacieran con cinco años justos de diferencia (en realidad fueron cinco años y seis horas), que comprueben en un calendario perpetuo las fechas: 27 de septiembre de 1986 y 28 de septiembre de 1991 y verán que eran sábados los dos días en que nacieron las mentadas hijas con un día de calendario de diferencia (en realidad 6 horas), consiguiendo la contraria de Rebocato, que este laborara, por los dos partos, 4 días laborables más sin venir a cuento y con el problema añadido de que, al no nacer en la misma fecha ambas, los cumpleaños venideros no se podrían celebrar juntos en el mismo día. ¿La tozudez femenina que nos atosiga?


Calendario perpetuo:



              HistoriasdeRebocato@agosto-2015