REBOCATO ES PADRE O LA TOZUDEZ FEMENINA
Hete aquí que estando Rebocato próximo
a ser padre, es decir, que su parienta (como gustaba decir –para referirse a su
propia mujer– un profesor vasco de Rebocato en Madrid, y dejando caer, a veces,
al observar el quehacer diario formativo de sus alumnos: “Madres que criáis
hijos, ¿por qué no criáis una piara de cerdos que dan más provecho?”) estaba en
puertas de salir de cuentas, aconteció que le barruntó por la cabeza el
comentarle a ella que le correspondían disfrutar, a él –por derechos adquiridos
según rezaba el Convenio Colectivo vigente en la empresa en la que laboraba–,
cuatro días naturales por nacimiento de hijo/a, empezando a contar, el disfrute
de dichos días, a partir desde el mismo momento en que se consumaba el parto.
Entonces le aconsejó
a su mujer que convendría, llegado el momento, que se pusiera de alumbramiento
el martes de madrugada porque así, él tendría de asueto todo el resto de la
semana, para poder ateclarla y apoyarla convenientemente en esos primeros días
harto duros y depresivos del posparto tan en boga en nuestras féminas ya en
democracia (durante la dictadura del general Franco esas depresiones, caso de
existir, no se dejaban notar, al menos en el ámbito rural, por la plebe) y, así,
poder tener más tiempo libre que dedicar en casa para recrearse, los nuevos
padres, a la cría del crío o la cría.
Dicho sea de paso, Rebocato se enteró, de la
existencia de la mencionada depresión, por su esposa, cuando esta recibió asesoramiento en las clases de preparación al
parto (un sacadineros más, al sentir de Rebocato, ya que a este no le constaba:
que ni su madre –con más de una docena de partos a sus espaldas–; ni la propia
hermana mayor de Rebocato –con ocho alumbramientos–, fueran nunca, jamás de los
jamases, a clases de preparto, ni, quizás, sabían nada de la existencia de
depresiones posparto) a las que asistía, ella, con gran entusiasmo y predisposición,
llegando su monitora a concienciarla de que el parir sería coser y cantar si,
llegado el momento, agarraba la mano de su contrario y, a la vez que la
apretaba y pujaba con su cuerpo para la salida de la criatura, inspiraba y
exhalaba aire rítmicamente.
Pasaron los días y sobrevinieron los clásicos
dolores de aviso de parto inminente, resultando que en el momento de dirigirse
al Hospital General, donde acontecería el advenimiento, fue en el día menos
indicado para el negocio de Rebocato, pues resultó ser en un viernes noche
cuando tuvo que salir pitando con su coche para ingresar a la parturienta.
Una vez nuestra pareja llegada al hospital y
después de los rutinarios reconocimientos médicos que acaecen en esos casos, y
ya ubicados en la habitación en planta, aconteció que, casualmente, se
encontraron con una enfermera de turno conocida por la parturienta; reseñar que
en aquel tiempo no se permitía (a Dios gracias) a los acompañantes permanecer
por la noche en la habitación de las ingresadas, ya que, coexistían en el mismo
habitáculo hasta tres mujeres en visos de parto, por lo que la conocida
enfermera le expuso a Rebocato que podía irse, él, tranquilamente a casa a
descansar, ya que el futuro neonato venia despacio, y que volviera a primera
hora de la mañana siguiente al hospital. Rebocato consultó a su mujer y recibió
el visto bueno de ella para retirarse a dormir a la morada de ambos.
No obstante, nuestro amigo y futuro padre en
ciernes, antes de abandonar el hospital, se asomó a la sala de espera del
hospital, en la cual penaban, mayormente, los maridos de las ingresadas para
los alumbramientos. Rebocato comprobó que dicha sala era lo más parecido a una
de las calles en las que, en su día, ejercía Jack (el Destripador, no Jacq´s el
de la colonia, buscado a través de anuncios en la tele, y no precisamente por
Scotland Yard como a aquel, y añadir que hay que ser tonto de remate, cuando
anda preguntando por uno una chica como la del anuncio de marras y tratar de
seguir “Missing”. Pero nada, ni pregonándolo en la tele se logró que
apareciera. Aún no había llegado a los televidentes el Paco Lobatón con su
programa para buscar a gente que, en su mayoría, había desaparecido
voluntariamente y no tenía la más mínima intención de regresar con sus
familiares buscadores), por la densa niebla formada a causa del humo de tabaco
en suspensión, con el añadido de algún que otro figurante y timorato padre, a
consolidar, colaborando a mantener el ambiente, de niebla espesa, pitillo en
mano y, además, paseándose nerviosamente por la sala presto a salir de ella
como alma que lleva el diablo.
Pie de foto.- El rememorar el anuncio en este
escrito es con el fin de denunciar la proterva publicidad sexista que nos
afligía el seso, años ha, tanto a las personas de un sexo, como a las del otro.
Hoy en día, gracias a Dios y a los movimientos feministas, impera la cordura y,
actualmente, nos ahorramos esta aberrante y casposa publicidad machista, aunque
la motera acabara, barruntamos, incrementando las estadísticas del paro y quien
sabe, si por esto, echándose a la mala vida para poder subsistir.
Rebocato
pensando en quedarse toda la noche en vela se había llevado de casa al
hospital, para amenizar la espera del parto, un libro del nihilista Nietzsche
que tenia por titulo: “Así habló Zaratustra”. Un peñazo considerable y uno de
los pocos libros que Rebocato ha dejado, una vez iniciados, sin concluir de
leer, junto a “La rebelión de las masas” de Ortega y Gasset, y “El general en
su laberinto” de García Márquez al
que Rebocato, a pesar de haber devorado prácticamente toda la obra literaria del
colombiano cataquero, desde aquí le enuncia: “perdóneme, Gabo, pero el vagar
agónico del Simón Bolívar (Simón José Antonio de
la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte Palacios y Blanco –ni nuestro actual 4º
sucesor en la escala dinástica Froilán calza un nombre tan dilatado–) se me
hacia casi tan largo como el nombre completo del protagonista. Francamente, no me llenaba esa novela”.
Rebocato ante estas perspectivas opto por
retirarse a descansar a su morada hasta que amaneciera.
Nuestro amigo se pasó lo que restaba de noche,
un tanto nervioso, dando vueltas en la cama, y al final “al alba” (como canta
el Aute en su canción sobre los 5 últimos fusilados, en este país, por las penas de muerte firmadas sin temblarle el pulso –cosa habitual en él– por nuestro
último Dictador el día 27 de septiembre de 1975, dos meses antes de morirse en
la cama, previa agonía, como nos recuerda el Víctor Manuel en “Canción de la
esperanza” –nada que ver con otra “Esperanza”, es decir, con la, entonces,
futura política venidera: “liberal”, dicharachera y atropellamotos de municipales ella, que,
en los tiempos actuales a pesar de anunciar, a bombo y platillo, su abandono de
la política, nunca se acaba de ir
del todo, excepto si se fuga, con su coche a todo trapo, huyendo de los “polis
locales que buscan la fama”, según ella–) se levantó y, por esas rarezas con
tino que se dan en la vida, llegó a la habitación, del hospital, donde se
encontraba su dueña, justo en el momento en que la trasegaban en su rodante
cama de hospital en dirección al
paritorio del mismo. En fin, un gran atino de Rebocato a la hora de jugar con
los tiempos que, posiblemente, le evitaría futuras reprimendas de su señora
concernientes al recordar este caso.
Pie de foto.- El Víctor Manuel nos recuerda la
agonía del Dictador, en el, entonces, Hospital General La Paz, : “Tanto imaginarnos una muerte digna en
ti y tu salpicabas la pared. Fuimos una oreja, un latido, un transistor: mientras
salpicabas la pared......”
.
Rebocato no estuvo presente en el paritorio
para contemplar el parto debido a que entonces no lo permitían las ordenanzas
(que no subalternas) de la Sanidad Pública. Menos mal. Y eso que Rebocato, en el asunto de la
contemplación de partos tenia un gran gran bagaje acumulado, en vivo y en directo, acaecidos en las cuadras de la
casa de nuestro labriego castellanoviejo ya fueran de vacas, de marranas
criaderas, de burras, e incluso de los pollitos rompiendo el huevo con el pico,
incubados por las gallinas cluecas, sentadas, estas, durante 21 días en un
canasto con paja trillada de trigo en el fondo y con los huevos colocados
encima de la paja dando calor –la gallina– a los huevos fértiles, caso de que
hubiera gallo prendedor de
gallinas en el corral de la casa. Es decir, un experto en la materia pero no
estaba por la labor de estar presente en el paritorio padeciendo con su mujer.
Una de las parturientas –la cual era de etnia gitana y compañera de habitación de la
mujer de Rebocato– de etnia gitana, que había dado a luz el día anterior y tenia
superados varios partos –y por lo tanto otros tantos churumbeles en cria–, en
vez de seguir ingresada los tres días de rigor del posparto, aconteció que
cuando le acercaron a su niño para que procediera a amamantarlo, lo trincó, diole
la teta y, una vez saciada y eructada la criatura, recogiendo la madre sus escasos
bártulos dijo que se largaba a su casa con su retoño. Las enfermeras ante este
proceder llamaron rápidamente al médico y el galeno, una vez que hizo acto de
presencia en la habitación, convino a la ingresada de raza calé: “si se marcha
usted que conste que es bajo su responsabilidad, ya que, yo, no le doy aún el alta
médica”. La mujer le replicó: “mira payo (ella no le estaba tachando, al doctor, de aldeano tosco e inculto, si no que le aplicaba el nombre común con el que
los gitanos dedican a los que no pertenecen a su raza) yo, en casa, tengo tres
churumbeles a los que atender y me las piro ya mismo, por estas” (a la vez que
hacia una cruz con los dedos pulgar e índice de su mano derecha y se los
besaba). Cosa que cumplió ante el pasmo y asombro de todos los allí presentes,
excepto en nuestro impertérrito y curtido en la vida Rebocato, el cual no estaba
demasiado estupefacto ante la situación vivida en ese momento en la habitación
–que ya se asemejaba, esta, por la
afluencia de personal sanitario, al camarote de Los Hermanos Marx– ya que,
además de haber segado en demasía de joven, su madre había parido a todos los
hijos de ella en sendas casas de nuestro pueblo castellanoviejo, aunque
Rebocato no se acordaba de los partos ya que era el penúltimo de los hijos,
aunque sin llegar a ocurrirle lo
que a Gila que cuando nació, este, su madre (la de Gila) no estaba en casa.
Pie
de video: El sin par Gila relatando como vino al mundo.
Al tercer día del ingreso en el Hospital la
mujer de Rebocato recibió el alta médica y, ya nuestra pareja con su cachorra en casa, la contraria de Rebocato le dice a este que tiene que apoyarla mucho
en los días venideros con el fin de evitar coger la susodicha depresión
posparto (causante por el dichoso cambio hormonal de la mujer, entre otros) que
le insuflaron en las clases preparto.
Rebocato, como ya se ha comentado, nunca había oído mentar,
nada al respecto y entonces la contestó:
“eso son tontunas que solo se asoman en las cabezas de las mujeres débiles de
hoy en día, y que os inculcan –previo desembolso monetario– a las futuras madres, en las clases
de preparación al parto, independientemente de que el aumento de tamaño y peso
del útero pase de ser, en el caso del peso, de unos 60 gramos sin embarazo
hasta alcanzar el kilo al final del periodo de la gestación” –dicho sea de
paso, ni Rebocato, ni su señora tuvieron demasiado interés en comprobar si eso era cierto, o no, el cambio de estado uterino, sin embargo la transformación del
crecimiento de otras partes externas del cuerpo de su contraria Rebocato pudo
ir comprobándolo (sobre todo palpando) en el día a día–.
Como dijo en su día Woody Allen: “en mi próxima
vida querría reencarnarme en la forma de las yemas de los dedos de las manos de
Warren Beatty" (Este, ligón empedernido de bellezas féminas, dicho esto sin ánimo de envidia machista, la cual hay que tratar de erradicar).
Después, pasaron unos días y tuvieron que
cumplir con el protocolo de asistir al pediatra para que reconociera a la nueva
criatura, resultando que el médico era un chico de la nueva escuela, es decir,
un suplente debutante en esos menesteres haciendo suplencias.
Una vez finalizada la consulta, el galeno le
suelta a Rebocato cuando este y señora (portando esta la criatura en brazos) se
levantan para abandonar la consulta: “noto a tu señora un tanto deprimida
tienes que tratar de apoyarla todo lo máximo posible ya que son momentos muy
difíciles para ella”.
Rebocato entonces se acordó de su madre
(la de los más de doce partos, no de la del galeno, que también) y le contesta:
“buena la has hecho, justificando la depresión de mi mujer, tu alegato me
traerá problemas. Buenas tardes”.
Quédase el joven médico un tanto boquiabierto y
sorprendido.
Una vez el matrimonio y su niña en la calle la
mujer le expone a Rebocato: “ya te dije que tenias que ayudarme y apoyarme por
el asunto de la depresión, hasta el pediatra se ha dado cuenta de que estoy
deprimida”. Rebocato hizo mutis por el foro y se acordó de nuevo de su madre y
de lo feliz que era esta rodeada de toda su jarca en aquellos dulces tiempos en
los que no existía la depresión del puerperio, al menos en las mujeres del
ámbito rural de nuestro pueblo castellanoviejo.
Acontecido todo esto, pasaron cinco años los
cuales con el transcurrir del tiempo se llevaron por delante la mentada
depresión posparto urbana de la alumbradora, y Rebocato y señora se encontraban
en el brete de ser padres por segunda vez, y acordándose de la experiencia
del primer parto, es decir, cuando
fue padre por primera vez, volvió a exponer a su mujer (para que no
reincidiera, ni pecara de testarudez) que procurara romper aguas en un lunes
noche con el fin de poder coger, él, los cuatro días naturales que amparaba el
Convenio Laboral en días laborables, es decir, de martes a viernes, ambos
inclusive, y así poder estar sin trabajar hasta el lunes de la semana
siguiente, con lo cual podría estar más tiempo en casa para colaborar en las
tareas domésticas y de paso tratar de ayudarla, en lo posible, con la consabida
depresión y esos tragos que han de pasar las féminas en el posparto, aunque
fuera, ya en este caso, el segundo, y podría tirarse de empirismo para tratar
de superarla, caso de aparecer.
Esta vez la señora de Rebocato no quiso clases
de preparto, ni casta que lo fundó, dado que se convenció de que, aunque pagues
y te prepares, a la hora de la verdad el parto sigue siendo harto doloroso.
Pero como el Demonio nunca duerme, llegó la
salida de cuentas de su mujer (la de Rebocato, Belcebú no nos consta que tenga
–lo que viene, posiblemente, a probar
el que Dios es magnánimo ya que su ira no fue total contra el rebelado al no
darle mujer, aunque lo mismo es porque los ángeles no tienen sexo, pero… ¿los
arcángeles tampoco?–) y volvió a repetirse la historia: a pesar de que
Rebocato se lo había indicado de antemano, su mujer, como cinco años atrás,
tornó a reincidir ya que se dio la paradoja (aunque algunos lectores se
muestren totalmente desconfiados) de que se cumplía, con respecto al primero,
un quinquenio en la misma noche en que ingresó en el hospital para el segundo
parto y, casualmente, también era viernes noche, como cuando el ingreso para el
primer parto.
Rebocato enfiló el coche, junto con la
parturienta, con destino al Hospital General, lanzando aquel para sus adentros,
durante el trayecto, toda clase de improperios sobre la reiterada tozudez
femenina, al menos en el asunto de la elección, voluntaria o no, en lo
referente a la fecha de los partos marcada en días de asueto laboral. Con la
consiguiente reincidencia del
primer parto, es decir,: al coincidir de nuevo el segundo parto en sábado,
Rebocato tuvo que reincorporarse al trabajo el miércoles siguiente al
alumbramiento, con lo cual volvió a dejar de disfrutar de la libranza de dos
días laborables más. Él se quedo muy despagado por la contumacia (es un decir)
de su mujer porque ya no era primeriza en esas lides.
Por otra parte, reseñar que, así como en el
primer embarazo Rebocato y señora no quisieron saber el sexo de la criatura
venidera, en esta segunda preñez si que manifestaron cierta inquietud por estar
al corriente, y el galeno, especialista en obstetricia (comprobar en el DRAE),
observando la única ecografía a la que se sometió la reincidente madre, les
anunció sonriente a los futuros padres: “parece un xiquet” (chico, para los
bilingües y los no bilingües).
Ahora, ya si que se permitía que el futuro
padre estuviera presente en el paritorio durante el alumbramiento, siempre y
cuando se solicitara el pertinente permiso por escrito, como hizo Rebocato sin
mucha ansia, ante la insistencia de su mujer. Menos mal que en el momento de
entrar en el paritorio la mujer dijo que mejor que no entrara (Rebocato, ella
sí, por supuesto). Rebocato respiró aliviado por librarse del brete.
A la mañana del sábado siguiente al viernes
noche del ingreso para el segundo parto de la mujer de Rebocato, irrumpe en la
sala de espera (donde hay, como cinco años atrás, una niebla espesa, que se
mastica, originada por el humo de los cigarros de los nerviosos padres que
están esperando el final de los respectivos partos que incumben a cada cual
–bonitos tiempos aquellos cuando aún se respetaba la libertad de resolución
para poder fumar en los hospitales a todo aquel al que se le antojara y con
ello la de ataques de ansiedad que se evitaban los sufridos padres-) la
comadrona con una criatura recién nacida envuelta en una toalla para
mostrársela al padre afortunado, en este caso a Rebocato; este al ver la cara
de bolleta (sic) que calzaba la criatura, calcada a la que presentara justo cinco
años atrás su primera hija –también nacida en sábado– no pudo por menos que
exclamar: “¿pero no iba a ser chico?”. La comadrona apartó la toalla que cubría
el cuerpo de la niña y le dijo: “mire, mire..”. Rebocato respondió: “no
necesito ver más, con la cara me es suficiente, ya sé que es otra meona como la
de hace 5 años o’clock” (todo esto dicho cariñosamente).
La comadrona indaga a Rebocato: “¿pero que
doctor les hizo la ecografía y les predijo el resultado, ahora fallido, de
ella?”.
Rebocato contesta: “el doctor X” (no porque
este fuera especialista en los rayos del mismo nombre, es por mantener al
lumbreras en el anonimato)
La comadrona, que parece ser que le conocía,
conviene: ”ese no acierta nunca”.
Rebocato apostilla: “o bien, será un cachondo”.
La comadrona vuelve sobre sus pasos con la
criatura entre sus brazos. (Perdón por el pareado).
Horas después, estando Rebocato y su mujer en la habitación
en planta de las parturientas, observan que una de las compañeras de habitación,
a la cual le han dado el alta esa misma mañana de sábado tras los tres días de
rigor transcurridos desde el ingreso a causa del parto, al entregarle el bebé para que se lo llevara a su hogar, empezó
a cambiarle el pañal y a vestirle. Al ponerle una camisa se la colocó del revés
y al apuntárselo la mujer de Rebocato aquella le contestó: “en mi pueblo
costanero algunas gentes cuentan que antes de salir del hospital con la
criatura, al vestirla, hay que colocarla una prenda al revés para evitar el mal
de ojo, yo no creo en esas cosas pero como no cuesta nada hacerlo….”.
Al tercer día del ingreso en el hospital para
el alumbramiento, Rebocato, su señora y la nueva criatura tornaron, felices y
contentos, a su hogar. Al miércoles siguiente Rebocato se reincorporó al
trabajo, lamentándose de los dos días laborables perdidos sin disfrutar.
Rebocato durante el trayecto hacia el trabajo ya decidió no volver, jamás de los jamases, a provocar más
embarazos. La vasectomía y el suspensorio rondaban próximos.
PD.- Como existirán lectores un tanto escépticos,
y con razón, sobre el hecho de que las fechas de los partos de esta historia
sean ciertas, es decir, que las dos hijas de Rebocato nacieran con cinco años
justos de diferencia (en realidad fueron cinco años y seis horas), que
comprueben en un calendario perpetuo las fechas: 27 de septiembre de 1986 y 28
de septiembre de 1991 y verán que eran sábados los dos días en que
nacieron las mentadas hijas con un día de calendario de diferencia (en realidad
6 horas), consiguiendo la contraria de Rebocato, que este laborara, por los dos
partos, 4 días laborables más sin venir a cuento y con el problema añadido de
que, al no nacer en la misma fecha ambas, los cumpleaños venideros no se
podrían celebrar juntos en el mismo día. ¿La tozudez femenina que nos atosiga?
Calendario perpetuo:
HistoriasdeRebocato@agosto-2015