LA BOINA
"Debajo de la boina de cada cateto hay un filósofo escondido".
(Miguel Gila).INTRODUCCIÓN:
A primera vista si observamos una
boina se nos antoja que es una prenda un tanto harto simple y sencilla, sin embargo, su
confección, demanda una cierta complejidad a lo largo de su proceso de fabricación.
La boina se elabora en una sola pieza y sin costura alguna, la materia prima
utilizada es tejido de lana
100 % natural.
En el año 1859 se fundó en Tolosa
(Guipúzcoa) la Fábrica de Boinas Elósegui y, mas tarde, en 1892, se
inauguró en Balmaseda (Vizcaya) la Fábrica de Boinas La Encartada, la cual cesó la fabricación en 1992 pero en el mismo lugar inauguraron el museo: “Boinas La Encartada Fabrika Museoa”. En
dicho museo de industria
textil están los antiguos sistemas de lavado de la lana, el cardado e hilatura,
el tejido de la boina, su remallado y posterior batanado.
Rebocato, años ha, vio un documental en la 2 de TVE y alucinó por un tubo observando todo el proceso de fabricación de las boinas. Recalcar que el rabo de la boina forma parte de la misma pieza del conjunto de la boina en si, es decir, no está cosido ni pegado a ella.
Rebocato, años ha, vio un documental en la 2 de TVE y alucinó por un tubo observando todo el proceso de fabricación de las boinas. Recalcar que el rabo de la boina forma parte de la misma pieza del conjunto de la boina en si, es decir, no está cosido ni pegado a ella.
La boina
fue durante muchos años un icono
de los hombres dedicados al labrantío, hasta el inicio de la gran
diáspora castellana ocurrida, mayormente, en las década de los años 60 y 70 del
siglo pasado, en la que, miles de familias de labradores emigraron a las
grandes ciudades en busca de una vida mejor. Mal futuro se le vislumbraba a la
boina en la ciudad, ya que se le veía como un símbolo del campesino lerdo,
cutre y cenutrio.
Pie de video.- El Patxi
Andión y su Canción “Y me parece a mi” del LP: “Viaje de ida” (1976) que Rebocato
compró ese mismo año en formato casete. La canción refleja el choque del labrador, venido
del pueblo y del campo, con respecto a su nuevo hábitat: la ciudad. Independientemente
de la evocación bucólica que trata de rezumar, a lo largo de esta canción, el amigo
Patxi, a este, Rebocato le pondría una temporada a cavar grama a golpe de
azadón y a tirar de hoz de sol a sol en la Meseta durante el mes de julio, y luego a ver si le quedaban ganas de
componer lo mismo: cantar loas sobre la “feliz” vida natural en el campo en
detrimento de la “sufrida” vida en la ciudad.
LOS DOS GENERALES: El proboina y el anti–boina
Sabemos que en este país, a lo
largo del siglo XIX desde 1833 a
1876 (con intermitencias), tuvimos tres guerras civiles, disfrazadas bajo el
nombre de Guerras Carlistas.
Dichas guerras se produjeron porque
al derogar la Ley Sálica el rey
Fernando VII “El Deseado” (posiblemente, el peor rey que haya habido nunca
jamás en este país, aunque, pensándolo bien, puede denotar ciertas simpatías
feministas al dejar sin efecto la Ley de marras) con el fin de que reinara su
hija (futura Isabel II de costumbres disolutas), en detrimento de su hermano (el del rey, no el de Isabel) Carlos María Isidro de Borbón. Se organizaron (a falta de los aficionados de
los clásicos Barça-Madrizz venideros) dos bandos: los liberales (no confundir
con los liberales “guays” de nuevo cuño de hoy en día) que apoyaban a Isabel, y los carlistas (ultraabsolutistas calzadores del lema: Dios, Patria, Rey –hoy en día los herederos carlistas catalanes y vascos se han reconvertidos a indes, y han cambiado dicho lema por el de: "Dios, Patria, República") que apoyaban al infante don Carlos hermano de
<el rey felón para unos, o el Deseado para otros>.
Ya organizado el partido –perdón,
el tinglado fraticida– aparece el general carlista Zumalacárregui –el “Tío
Tomás” para sus tropas– (lo que viene a demostrar que ya empezábamos a imitar
por aquí en el siglo XIX, las costumbres norteamericanas, por lo de tratar de plagiar a los
yanquis por lo del “Tío Sam” cuyo nombre personifica a los EE.UU.) que portando
boina roja o blanca, de esa forma, puso la boina de moda en este País –antes de la venidera
boina negra– a través de sus huestes carlistas; entonces apareció en escena el general
liberal Espartero dispuesto a cargarse, no solo a los carlistas, sino también a
las propias boinas de estos y simpatizantes de ellos y ellas.
En
1838, en plena primera Guerra Carlista, Don Joaquín Baldomero Fernández-Espartero
Álvarez de Toro, lanza un bando, en el que se prohíbe la boina, basándose en
los muchos males que provoca su uso, mas que nada –barruntaría Espartero– que como la boina era distintivo del enemigo ejercito
carlista, su uso tendía a la confusión y alarma entre la población. Por lo
tanto, se prohibía su usanza a toda clase de personas y estados, así militares
como paisanos. La cosa no iba en broma el no acatar el decreto suponía: primero
una multa, y si se reincidía, hasta pena de cárcel para los infractores.
Con decreto o no, el uso habitual de
la boina empezó a cuajar durante el siglo XIX (algunos dicen que ya se
utilizaba en la Edad Media) cuando los labradores y pastores de Vascongadas,
Navarra y Castilla comenzaros a cubrirse la cabeza con ellas (cuajando más la
boina negra que la roja, lo cual sería por disimular la roña que se acumulaba en ella a
lo largo del tiempo y uso) con el fin de preservarse de la rasca en invierno (reseñar
que la mayor perdida de calor del cuerpo se produce a través de la cabeza, cuya
superficie representa un 10% del total de piel del organismo) y del implacable sol en verano. De
estas regiones, pasó a extenderse, su uso, prácticamente, por todas los zonas
rurales de la Península.
Mientras los vascos usan la chapela
(boina de altos vuelos, pues, y ahivalahostia) y se la colocan sin apenas introducírsela en la cabeza (ignoramos como no se les vuela en los días de viento sañudo), en
algunas zonas de Castilla se la calzaban hasta las orejas. Recordad al famoso
personaje El Cepa –un hombre de cortas entendederas pero que la lió parda en el pueblo de Tresjuncos–,
y la polémica que levantó en su día entre las fuerzas vivas imperantes en este
país –y que imperan aún, no nos emocionemos– la dramática, denunciante y tardía
película de Pilar Miró titulada “El crimen de Cuenca” (1979). Con el inefable
ministro de cultura entonces reinante, un tal Ricardo de la Cierva. La película
estuvo prohibida hasta 1981 cuando
el Tribunal Supremo dio, por fin, el visto bueno para su proyección en las
salas de este bendito País S.A.
Pie de fotografía.- Hete aquí a El Cepa" interpretado por el actor castellonense Guillermo Montesinos –la contraria de Rebocato coincidió trabajando, un tiempo, en una empresa con un hermano del Guillermo, y el propio Rebocato vio al actor en algún pub de los años 80 en Castellón– ) calzando boina mas majo que un San Luis. Decir al respecto que, cuando lo del crimen apócrifo, Cuenca pertenecía a la región de Castilla La Nueva y que en Castilla La Vieja la boina no se encasquetaba de esa forma –amenazando con tapar el unicejo– tan redundante en la quijotera.
PD.- Zumalacrregui no sobrevivió a la I Guerra Carlista pero el uso
de la boina se extendió por los ejércitos de todo el mundo a partir de la II
Guerra Mundial, siendo los pioneros los tanquistas (que no tanguistas) alemanes. Al final iba a
tener razón Zumalacárregui
al resultar la boina un tocado cómodo y práctico
para el soldado en campaña. Ignoramos
si así, de esa guisa, mataban más.
LA
BOINA EN NUESTRO PUEBLO CASTELLANOVIEJO:
Dábale vueltas a la suya cabeza Rebocato,
para tratar de recordar que, antaño, en nuestro pueblo castellanoviejo cuando
eras mozo adquirías el privilegio de emplazarte boina en la mollera, aunque cuando
llegó a la edad de merecer el derecho de calzar boina, él, ya no residía en el
pueblo, permanentemente, y la utilización de aquella estaba en visos de irse al
garete, finiquitando así una tradición carpetovetónica, llevada a la práctica
–a lo largo del tiempo– por todos los hombres que pululaban por aquellos lares,
la cual consistía en ponérsela por montera, la boina, no la tradición, que
también en este caso.
Con el transcurrir de los años
–Rebocato ya emigrado a la capital con el fin de tratar de pulirse, cosa que no llegó a lograr del todo– cuando
volvía a nuestro pueblo castellanoviejo con sus vacaciones lectivas en
el zurrón, iba notando que, excepto las personas, ya de cierta edad, que
llevaban luciendo boina perenne desde mozos, la juventudbailajotas de entonces
no estaba por la labor de continuar con la usanza de seguir colocándose dicha
indumentaria arropacabezas. Actualmente, y muy al
sentir de Rebocato, este tocado ha caído plenamente en desuso en las molleras
de los lugareños de nuestro pueblo castellanoviejo. Ya no parece que derives
por Castilla La Vieja (hoy en día contaminada como Castilla y León, sin acceso
al mar (por la pérdida de Santander) y desmembrada de los efluvios etílicos de La Rioja, aunque siempre nos
quedará el Ribera del Duero, y al ver la falta de esos tocados, incluso en las cabeza
de los, siempre, sabios ancianos, da mucha pena. Actualmente la boina está en claro desuso y
su utilización más apabullante es en los cuerpos policiales y militares, con lo
que vuelve a recuperar sus casi orígenes bélicos.
Antaño, en nuestro pueblo castellanoviejo,
daba gusto; era volver de la mili y los mozos se afianzaban –algunos, quizás, antes–
la boina sobre la morra respectiva de cada cual y, además, alcanzaban el
privilegio de poder fumar delante de su propio padre, en este último caso ya cumplido
el servicio militar para con la patria. Pero, como los tiempos de cambio se avecinaban a
pasos agigantados hasta nuestro labriego castellanoviejo permitió, a finales de
los años 70 del siglo pasado hasta el año 92 en el que pasó ¿a mejor vida?, que alguno de sus nietos, mas mayores, fumaran
delante de él sin haber cumplido el Servicio Militar y, lo más grave, hasta
alguna nieta osaba fumar en su presencia sin recato alguno. Es lo que tiene el
proceso del progreso. La guerra generacional perdida por los mayores y sin disparar tiro alguno.
Al pensar de Rebocato, la boina
era, años ha, el mejor remedio para enmascarar la alopecia, solo sabias que
prójimos la padecían cuando descabalgaban las boinas de sus cabezas dentro de
la Iglesia, bien oyendo la Santa Misa, bien rezando el Santo Rosario y la Novena, bien en procesiones. También
hacían lo propio –portándola en su mano– dentro de los locales oficiales de
servicios públicos (ayuntamientos, escuelas, etc.) y al hablar con autoridades
civiles y/o religiosas. En las manifestaciones autorizadas de adhesión y apoyo
al Caudillo no era obligatorio el despojarse de la boina y si eran rojas (valga la paradoja), mejor
que mejor. En las no autorizadas era conveniente acudir sin ella, por razones
obvias que no viene a cuento explicar.
La única excepción en nuestro pueblo
castellanoviejo de no descubrirse, era la de un Caballero Cubierto, el cual
logró ese privilegio por ser amigo personal del entonces reinante rey Alfonso XIII. Dicho Caballero Cubierto no tenia la
obligación de descubrirse la testa ni tan siquiera en presencia del Monarca, ni
al entrar en locales oficiales ni públicos, con la excepción de tener que
hacerlo, caso de adentrarse, en la
Iglesia, ya que para estos menesteres era, o es necesario, una Bula Papal y no
nos consta que nuestro personaje, paisano de Rebocato, estuviera en posesión de
ella.
En décadas anteriores, muchos
artistas, bohemios, intelectuales e incluso guerrilleros usaban boina, léase:
Pío Baroja, Unamuno, Manuel Azaña, Josep Pla, Miguel Delibes, Pablo Neruda, el
Che, etc., por mentar algunos. Que pena que se haya perdido su uso, mucha culpa
de ello hay que achacárselo al Esteso y al Pajares –humoristas de mediopelo- ya
que no paraban de aparecer a lo largo de los años 70 y 80, del siglo pasado, en
la tele provistos de: boina calada hasta las cejas, traje de pana gorda y
garrote en mano; parodiando, de mala manera, a las buenas y sanas gentes del
ámbito rural de nuestros pueblos de entonces. Otro que ayudó a la sensación de
ridículo de llevar boina era el
gran Gila, el cual, a pesar de ejercer un humor mucho mas inteligente y a años
luz de la pareja mencionada anteriormente, pero, como aparecía en pantalla también
con boina, se le asociaba con el aldeano imperante en nuestro ámbito rural.
En
nuestro pueblo castellanoviejo la boina reinante sobre la molondra de los
parroquianos era sagrada: nadie osaba quitársela a persona alguna de la chola,
porque, en dicho caso, te la liaba buena el afrentado y descubierto de cabeza involuntario. Lo de capar la boina (cortar el rabo de la boina) eran palabras
mayores, a Rebocato no le consta que persona alguna, en nuestro pueblo castellanoviejo,
sufriera tamaña afrenta.
En nuestro pueblo castellanoviejo
los que utilizaban boina tenían una para los días de diario (con bastante
solera, y que en lugar de negras, por su continuado uso, lavados y erosión meteorológica se volvían de
color pardo) y otra para los domingos y festivos que lucían para acudir a misa
y posteriormente a la taberna, donde no era obligatorio el quitársela.
Según cada usuario, existian/ existen diferentes formas de colocarse la
boina de marras sobre la cabeza, a gusto del parroquiano de turno: bien
inclinándola hacia la izquierda, bien hacia la derecha, bien hacia atrás o bien
hacia adelante. El rabo de la boina es el timón a la hora de asentarla sobre la
cabeza con el fin de no revolver el pelo, caso de que el portador de boina
disponga de él, es decir, de que no padezca alopecia.
Ya metidos en la década de los 70 del siglo pasado, con la
concentración parcelaria llevada a cabo en el término municipal de nuestro pueblo
castellanoviejo, llegaron los adelantos, es decir, la mecanización del campo
con la pertinente maquinaria agrícola que desplazó a las yuntas de machos y bueyes, burros, trillos, arados romanos, arados de vertedera, trallas, aguijadas para guiar a la yunta de bueyes, carros de ruedas de llantas o de goma, gavilanes, azadones, hoces, cazoletas, cribas, horcas. horquillas, rastros, bieldos, rastrillas, celemines, medias (de medir áridos), eras para trillar, aparejos y mantas para la burra, canastos; y resto de aperos de labranza que, dicho
sea de paso, Rebocato disfrutó lo suyo con ellos, y con ello llegó también el
abandono paulatino, por parte de las gentes del ámbito rural del uso de la boina, la cual empezó a ser sustituida, en las
cabezas de los labradores más jóvenes, por las gorras de visera de
plástico que les regalaban: las casas que fabricaban maquinaria agrícola y abonos, cooperativas, etc., Con el tiempo solo las personas mas mayores
persistieron en el uso de la boina, hasta hoy en día en que prácticamente no se
la pone nadie, si acaso algunas personas de edad muy avanzada y dentro de su
casa porque al salir a la calle se la dejan dentro de la vivienda,
influenciados por sus emigrados hijos.
UNA HISTORIA DE
AMOR: La boina rodadora.
Era costumbre por los parajes de
nuestro pueblo castellanoviejo de antaño que, el novio, ya casadero, alguna
noche, entre semana, se acercara un rato a la casa de su única novia formal y
seria. Aquel, llamaba a la puerta de entrada a la vivienda, salía la novia a
recibirle y mientras los padres y hermanos de ella –caso de tenerlos– se
calentaban (caso de necesitarlo) en la lumbre baja de la cocina o en la cocina
económica del comedor –las casas que dispusieran, en aquel entonces, de este último
adelanto de antaño–, la pareja se quedaba en el portal de la casa pelando la pava, es
decir, intercambiando impresiones, haciendo manitas, ji ji, ja ja, y poco más.
Hace muchos años, contaba a sus
hijos, nuestro labriego castellanoviejo, una anécdota, ocurrida por aquellos
lugares, en la que un mozo del pueblo –ya vuelto de la mili y con boina calada
sobre su mocha– un día pidió consejo a su padre a resultas de que estando
flirteando con la novia una noche en el portal de la casa de aquella, trató de
meterle mano y ella lo que le metió a él fue un guantazo de la órdiga, que
acabó con la boina del mozo fuera de su testa y rodando portal abajo de la
casa.
El padre del mozo al oír estos acaeceres
por boca de su cortejador y atribulado hijo, le advirtió al respecto:
–Hijo mío, si de soltero te pega
¿de casado que no te hará….?
Pero como el amor es ciego, obnubila,
mayormente, las seseras; y lo puede y perdona todo; a resultas de ello el hijo
obvió el consejo de su padre y acabó, tiempo después, casándose con la novia
agresora y/o defensora de su intimidad, intuyendo que la agresión estaba totalmente justificada por la
moza con el fin de mantener su decencia impoluta y evitar la posibilidad de
acabar mancillada en la penumbra del profundo y frío portal de su propia casa.
EPILOGO:
A Rebocato le gustaría recuperar el
uso de la boina pero cada vez que menta en su casa el comprarse una, su mujer
le anuncia: “¿Pero estás tonto o qué?, cómprate una gorra inglesa y déjate de
atuendos de abuelos. Yo contigo no salgo a la calle si te pones boina”.
Para gorras inglesas de los bucaneros – filibusteros – piratas – corsarios ingleses está nuestro amigo después de lo del Bretxi.
Para gorras inglesas de los bucaneros – filibusteros – piratas – corsarios ingleses está nuestro amigo después de lo del Bretxi.
En fin, una pena que se pierda una
tradición tan ancestral, y con la poca predisposición de apoyo a la causa, del
mal llamado sexo débil, hay que
arrojar la toalla. ¡La boina ha muerto!. Esperemos, como mal menor,
que su desaparición sirva al menos para que las dos Españas no la emprendan,
por enésima vez, a gorrazos mutuos. En fin, somos un país, históricamente hablando, de guerras civiles.
HistoriasdeRebocato@abril-2017