8 de abril de 2017

LA BOINA

                    

                                    LA BOINA
                       "Debajo de la boina de cada cateto hay un filósofo escondido". 
                      (Miguel Gila).


   INTRODUCCIÓN:
    A primera vista si observamos una boina se nos antoja que es una prenda un tanto harto simple y sencilla, sin embargo, su confección, demanda una cierta complejidad a lo largo de su proceso de fabricación. La boina se elabora en una sola pieza y sin costura alguna, la materia prima utilizada es  tejido de lana 100 % natural.
   En el año 1859 se fundó en Tolosa (Guipúzcoa) la Fábrica de Boinas Elósegui y, mas tarde, en 1892, se inauguró en Balmaseda (Vizcaya) la Fábrica de Boinas La Encartada, la cual cesó la fabricación en 1992 pero en el mismo lugar inauguraron el museo: “Boinas La Encartada Fabrika Museoa”.   En dicho museo de industria textil están los antiguos sistemas de lavado de la lana, el cardado e hilatura, el tejido de la boina, su remallado y posterior batanado. 

    Rebocato, años ha, vio un documental en la 2 de TVE y alucinó por un tubo observando todo el proceso de fabricación de las boinas. Recalcar que el rabo de la boina forma parte de la misma pieza del conjunto de la boina en si, es decir, no está cosido ni pegado a ella.
   La boina fue durante muchos años un icono  de los hombres dedicados al labrantío, hasta el inicio de la gran diáspora castellana ocurrida, mayormente, en las década de los años 60 y 70 del siglo pasado, en la que, miles de familias de labradores emigraron a las grandes ciudades en busca de una vida mejor. Mal futuro se le vislumbraba a la boina en la ciudad, ya que se le veía como un símbolo del campesino lerdo, cutre y cenutrio.


Pie de video.- El Patxi Andión y su Canción “Y me parece a mi” del LP: “Viaje de ida” (1976) que Rebocato compró ese mismo año en formato casete. La canción refleja el choque del labrador, venido del pueblo y del campo, con respecto a su nuevo hábitat: la ciudad. Independientemente de la evocación bucólica que trata de rezumar, a lo largo de esta canción, el amigo Patxi, a este, Rebocato le pondría una temporada a cavar grama a golpe de azadón y a tirar de hoz de sol a sol en la Meseta durante el mes de julio, y luego a ver si le quedaban ganas de componer lo mismo: cantar loas sobre la “feliz” vida natural en el campo en detrimento de la “sufrida” vida en la ciudad.

   LOS DOS GENERALES: El proboina y el anti–boina
   Sabemos que en este país, a lo largo del siglo XIX  desde 1833 a 1876 (con intermitencias), tuvimos tres guerras civiles, disfrazadas bajo el nombre de Guerras Carlistas.    
   Dichas guerras se produjeron porque al derogar la Ley Sálica  el rey Fernando VII “El Deseado” (posiblemente, el peor rey que haya habido nunca jamás en este país, aunque, pensándolo bien, puede denotar ciertas simpatías feministas al dejar sin efecto la Ley de marras) con el fin de que reinara su hija (futura Isabel II de costumbres disolutas), en detrimento de su hermano (el del rey, no el de Isabel) Carlos María Isidro de Borbón. Se organizaron (a falta de los aficionados de los clásicos Barça-Madrizz venideros) dos bandos: los liberales (no confundir con los liberales “guays” de nuevo cuño de hoy en día) que apoyaban a Isabel, y los carlistas (ultraabsolutistas calzadores del lema: Dios, Patria, Rey –hoy en día los herederos carlistas catalanes y vascos se han reconvertidos a indes, y han cambiado dicho lema por el de: "Dios, Patria, República") que apoyaban al infante don Carlos hermano de <el rey felón para unos, o el Deseado para otros>.
   Ya organizado el partido –perdón, el tinglado fraticida– aparece el general carlista Zumalacárregui –el “Tío Tomás” para sus tropas– (lo que viene a demostrar que ya empezábamos a imitar por aquí en el siglo XIX, las costumbres norteamericanas, por lo de tratar de plagiar a los yanquis por lo del “Tío Sam” cuyo nombre personifica a los EE.UU.) que portando boina roja o blanca, de esa forma, puso la boina de moda en este País –antes de la venidera boina negra– a través de sus huestes carlistas; entonces apareció en escena el general liberal Espartero dispuesto a cargarse, no solo a los carlistas, sino también a las propias boinas de estos y simpatizantes de ellos y ellas.
    En 1838, en plena primera Guerra Carlista, Don Joaquín Baldomero Fernández-Espartero Álvarez de Toro, lanza un bando, en el que se prohíbe la boina, basándose en los muchos males que provoca su uso, mas que nada –barruntaría Espartero–  que como la boina era distintivo del enemigo ejercito carlista, su uso tendía a la confusión y alarma entre la población. Por lo tanto, se prohibía su usanza a toda clase de personas y estados, así militares como paisanos. La cosa no iba en broma el no acatar el decreto suponía: primero una multa, y si se reincidía, hasta pena de cárcel para los infractores.
   Con decreto o no, el uso habitual de la boina empezó a cuajar durante el siglo XIX (algunos dicen que ya se utilizaba en la Edad Media) cuando los labradores y pastores de Vascongadas, Navarra y Castilla comenzaros a cubrirse la cabeza con ellas (cuajando más la boina negra que la roja, lo cual sería por disimular la roña que se acumulaba en ella a lo largo del tiempo y uso) con el fin de preservarse de la rasca en invierno (reseñar que la mayor perdida de calor del cuerpo se produce a través de la cabeza, cuya superficie representa un 10% del total de piel del organismo) y del implacable sol en verano. De estas regiones, pasó a extenderse, su uso, prácticamente, por todas los zonas rurales de la Península.
   Mientras los vascos usan la chapela (boina de altos vuelos, pues, y ahivalahostia) y se la colocan sin apenas introducírsela en la cabeza (ignoramos como no se les vuela en los días de viento sañudo), en algunas zonas de Castilla se la calzaban hasta las orejas. Recordad al famoso personaje El Cepa –un hombre de cortas entendederas pero que la lió parda en el pueblo de Tresjuncos–, y la polémica que levantó en su día entre las fuerzas vivas imperantes en este país –y que imperan aún, no nos emocionemos– la dramática, denunciante y tardía película de Pilar Miró titulada “El crimen de Cuenca” (1979). Con el inefable ministro de cultura entonces reinante, un tal Ricardo de la Cierva. La película estuvo prohibida hasta 1981  cuando el Tribunal Supremo dio, por fin, el visto bueno para su proyección en las salas de este bendito País S.A.


Pie de fotografía.- Hete aquí a El Cepa" interpretado por el actor castellonense Guillermo Montesinos –la contraria de Rebocato coincidió trabajando, un tiempo, en una empresa con un hermano del Guillermo, y el propio Rebocato vio al actor en algún pub de los años 80 en Castellón– ) calzando boina mas majo que un San Luis. Decir al respecto que, cuando lo del crimen apócrifo, Cuenca pertenecía a la región de Castilla La Nueva y que en Castilla La Vieja la boina no se encasquetaba de esa forma –amenazando con tapar el unicejo– tan redundante en la quijotera.
   PD.- Zumalacrregui no sobrevivió a la I Guerra Carlista pero el uso de la boina se extendió por los ejércitos de todo el mundo a partir de la II Guerra Mundial, siendo los pioneros los tanquistas (que no tanguistas) alemanes. Al final iba a tener razón Zumalacárregui al resultar la boina un tocado cómodo y práctico para el soldado en campaña. Ignoramos si así, de esa guisa, mataban más.

   LA BOINA EN NUESTRO PUEBLO CASTELLANOVIEJO:
   Dábale vueltas a la suya cabeza Rebocato, para tratar de recordar que, antaño, en nuestro pueblo castellanoviejo cuando eras mozo adquirías el privilegio de emplazarte boina en la mollera, aunque cuando llegó a la edad de merecer el derecho de calzar boina, él, ya no residía en el pueblo, permanentemente, y la utilización de aquella estaba en visos de irse al garete, finiquitando así una tradición carpetovetónica, llevada a la práctica –a lo largo del tiempo– por todos los hombres que pululaban por aquellos lares, la cual consistía en ponérsela por montera, la boina, no la tradición, que también en este caso.
   Con el transcurrir de los años –Rebocato ya emigrado a la capital con el fin de tratar de pulirse, cosa que no llegó a lograr del todo– cuando volvía a nuestro pueblo castellanoviejo con sus vacaciones lectivas en el zurrón, iba notando que, excepto las personas, ya de cierta edad, que llevaban luciendo boina perenne desde mozos, la juventudbailajotas de entonces no estaba por la labor de continuar con la usanza de seguir colocándose dicha indumentaria arropacabezas. Actualmente, y muy al sentir de Rebocato, este tocado ha caído plenamente en desuso en las molleras de los lugareños de nuestro pueblo castellanoviejo. Ya no parece que derives por Castilla La Vieja (hoy en día contaminada como Castilla y León, sin acceso al mar (por la pérdida de Santander) y desmembrada de los efluvios etílicos de La Rioja, aunque siempre nos quedará el Ribera del Duero, y al ver la falta de esos tocados, incluso en las cabeza de los, siempre, sabios ancianos, da mucha pena. Actualmente la boina está en claro desuso y su utilización más apabullante es en los cuerpos policiales y militares, con lo que vuelve a recuperar sus casi orígenes bélicos.
    Antaño, en nuestro pueblo castellanoviejo, daba gusto; era volver de la mili y los mozos se afianzaban –algunos, quizás, antes– la boina sobre la morra respectiva de cada cual y, además, alcanzaban el privilegio de poder fumar delante de su propio padre, en este último caso ya cumplido el servicio militar para con la patria. Pero, como los tiempos de cambio se avecinaban a pasos agigantados hasta nuestro labriego castellanoviejo permitió, a finales de los años 70 del siglo pasado hasta el año 92 en el que pasó ¿a mejor vida?, que alguno de sus nietos, mas mayores, fumaran delante de él sin haber cumplido el Servicio Militar y, lo más grave, hasta alguna nieta osaba fumar en su presencia sin recato alguno. Es lo que tiene el proceso del progreso. La guerra generacional perdida por los mayores y sin disparar tiro alguno.
   Al pensar de Rebocato, la boina era, años ha, el mejor remedio para enmascarar la alopecia, solo sabias que prójimos la padecían cuando descabalgaban las boinas de sus cabezas dentro de la Iglesia, bien oyendo la Santa Misa, bien  rezando el Santo Rosario y la Novena, bien en procesiones. También hacían lo propio –portándola en su mano– dentro de los locales oficiales de servicios públicos (ayuntamientos, escuelas, etc.) y al hablar con autoridades civiles y/o religiosas. En las manifestaciones autorizadas de adhesión y apoyo al Caudillo no era obligatorio el despojarse de la boina y si eran rojas (valga la paradoja), mejor que mejor. En las no autorizadas era conveniente acudir sin ella, por razones obvias que no viene a cuento explicar.
   La única excepción en nuestro pueblo castellanoviejo de no descubrirse, era la de un Caballero Cubierto, el cual logró ese privilegio por ser amigo personal del entonces reinante rey Alfonso XIII. Dicho Caballero Cubierto no tenia la obligación de descubrirse la testa ni tan siquiera en presencia del Monarca, ni al entrar en locales oficiales ni públicos, con la excepción de tener que hacerlo, caso de adentrarse,  en la Iglesia, ya que para estos menesteres era, o es necesario, una Bula Papal y no nos consta que nuestro personaje, paisano de Rebocato, estuviera en posesión de ella.
   En décadas anteriores, muchos artistas, bohemios, intelectuales e incluso guerrilleros usaban boina, léase: Pío Baroja, Unamuno, Manuel Azaña, Josep Pla, Miguel Delibes, Pablo Neruda, el Che, etc., por mentar algunos. Que pena que se haya perdido su uso, mucha culpa de ello hay que achacárselo al Esteso y al Pajares –humoristas de mediopelo- ya que no paraban de aparecer a lo largo de los años 70 y 80, del siglo pasado, en la tele provistos de: boina calada hasta las cejas, traje de pana gorda y garrote en mano; parodiando, de mala manera, a las buenas y sanas gentes del ámbito rural de nuestros pueblos de entonces. Otro que ayudó a la sensación de ridículo de llevar boina  era el gran Gila, el cual, a pesar de ejercer un humor mucho mas inteligente y a años luz de la pareja mencionada anteriormente, pero, como aparecía en pantalla también con boina, se le asociaba con el aldeano imperante en nuestro ámbito rural.
      En nuestro pueblo castellanoviejo la boina reinante sobre la molondra de los parroquianos era sagrada: nadie osaba quitársela a persona alguna de la chola, porque, en dicho caso, te la liaba buena el afrentado y descubierto de cabeza involuntario. Lo de capar la boina (cortar el rabo de la boina) eran palabras mayores, a Rebocato no le consta que persona alguna, en nuestro pueblo castellanoviejo, sufriera tamaña afrenta.
   En nuestro pueblo castellanoviejo los que utilizaban boina tenían una para los días de diario (con bastante solera, y que en lugar de negras, por su continuado uso, lavados y erosión meteorológica se volvían de color pardo) y otra para los domingos y festivos que lucían para acudir a misa y posteriormente a la taberna, donde no era obligatorio el quitársela.
   Según cada usuario, existian/ existen diferentes formas de colocarse la boina de marras sobre la cabeza, a gusto del parroquiano de turno: bien inclinándola hacia la izquierda, bien hacia la derecha, bien hacia atrás o bien hacia adelante. El rabo de la boina es el timón a la hora de asentarla sobre la cabeza con el fin de no revolver el pelo, caso de que el portador de boina disponga de él, es decir, de que no padezca alopecia.
   Ya metidos en la década  de los 70 del siglo pasado, con la concentración parcelaria llevada a cabo en el término municipal de nuestro pueblo castellanoviejo, llegaron los adelantos, es decir, la mecanización del campo con la pertinente maquinaria agrícola que desplazó a las yuntas de machos y bueyes, burros, trillos, arados romanos, arados de vertedera, trallas, aguijadas para guiar a la yunta de bueyes, carros de ruedas de llantas o de goma, gavilanes, azadones, hoces, cazoletas, cribas, horcas. horquillas, rastros, bieldos, rastrillas, celemines, medias (de medir áridos), eras para trillar,  aparejos y mantas para la burra, canastos; y resto de aperos de labranza que, dicho sea de paso, Rebocato disfrutó lo suyo con ellos, y con ello llegó también el abandono paulatino, por parte de las gentes del ámbito rural del uso de la boina, la cual empezó a ser sustituida, en las cabezas de los labradores más jóvenes, por las gorras de visera de plástico que les regalaban: las casas que fabricaban maquinaria agrícola y abonos, cooperativas, etc., Con el tiempo solo las personas mas mayores persistieron en el uso de la boina, hasta hoy en día en que prácticamente no se la pone nadie, si acaso algunas personas de edad muy avanzada y dentro de su casa porque al salir a la calle se la dejan dentro de la vivienda, influenciados por sus emigrados hijos.

UNA HISTORIA DE AMOR: La boina rodadora.
   Era costumbre por los parajes de nuestro pueblo castellanoviejo de antaño que, el novio, ya casadero, alguna noche, entre semana, se acercara un rato a la casa de su única novia formal y seria. Aquel, llamaba a la puerta de entrada a la vivienda, salía la novia a recibirle y mientras los padres y hermanos de ella –caso de tenerlos– se calentaban (caso de necesitarlo) en la lumbre baja de la cocina o en la cocina económica del comedor –las casas que dispusieran, en aquel entonces, de este último adelanto de antaño–, la pareja se quedaba en el portal de la casa pelando la pava, es decir, intercambiando impresiones, haciendo manitas, ji ji, ja ja, y poco más.
   Hace muchos años, contaba a sus hijos, nuestro labriego castellanoviejo, una anécdota, ocurrida por aquellos lugares, en la que un mozo del pueblo –ya vuelto de la mili y con boina calada sobre su mocha– un día pidió consejo a su padre a resultas de que estando flirteando con la novia una noche en el portal de la casa de aquella, trató de meterle mano y ella lo que le metió a él fue un guantazo de la órdiga, que acabó con la boina del mozo fuera de su testa y rodando portal abajo de la casa. 
   El padre del mozo al oír estos acaeceres por boca de su cortejador y atribulado hijo, le advirtió al respecto:
   –Hijo mío, si de soltero te pega ¿de casado que no te hará….?
   Pero como el amor es ciego, obnubila, mayormente, las seseras; y lo puede y perdona todo; a resultas de ello el hijo obvió el consejo de su padre y acabó, tiempo después, casándose con la novia agresora y/o defensora de su intimidad, intuyendo que la agresión  estaba totalmente justificada por la moza con el fin de mantener su decencia impoluta y evitar la posibilidad de acabar mancillada en la penumbra del profundo y frío portal de su propia casa.

EPILOGO:
   A Rebocato le gustaría recuperar el uso de la boina pero cada vez que menta en su casa el comprarse una, su mujer le anuncia: “¿Pero estás tonto o qué?, cómprate una gorra inglesa y déjate de atuendos de abuelos. Yo contigo no salgo a la calle si te pones boina”. 
    Para gorras inglesas de los bucaneros – filibusteros – piratas – corsarios  ingleses está nuestro amigo después de lo del Bretxi.
   En fin, una pena que se pierda una tradición tan ancestral, y con la poca predisposición de apoyo a la causa, del mal llamado sexo débil, hay que arrojar la toalla. ¡La boina ha muerto!. Esperemos, como mal menor, que su desaparición sirva al menos para que las dos Españas no la emprendan, por enésima vez, a gorrazos mutuos. En fin, somos un país, históricamente hablando, de guerras civiles.


        HistoriasdeRebocato@abril-2017