29 de julio de 2017

LA EXTREMAUNCIÓN Y EL VIATICO


            
           
             LA EXTREMAUNCIÓN Y EL VIATICO


             Queridos todos: 

Nueva entrada en el blog de nuestro amigo Rebocato, en la que nos habla de nuevo de sus experiencias cuando laboraba de monaguillo y acudía a dar la Extremaunción y el Viático a los enfermos terminales de nuestro pueblo castellanoviejo. La verdad que para ser unos niños no era muy agradable el acompañar y asistir al cura para dar esos sacramentos por mucho que se ayudara a la salvación eterna del alma del candidato a pasar a mejor vida, pero en fin, peor era lo de los entierros.

Salud y tratad de sobrevivir al tórrido verano.



     Cuando profesaba Rebocato de monaguillo (ver los peñazos de entradas de este blog, que llevan por titulo: “Rebocato monaguillo 1” y “Rebocato monaguillo 2”) una de las funciones a ejercer como tal, era el de acompañar –junto a otro acólito– al señor Cura hasta la casa del vecino moribundo (hombre o mujer), para darle la Extremaunción (posteriormente definida como Unción de los enfermos) y, ya, de paso, el Viático. Decir al respecto (para los neófitos y los cómodos y desviados practicantes católicos aspirantes a arder eternamente en las calderas de Pedro Botero) que, el Concilio Vaticano II acordó que la Unción de los enfermos debía ser administrada después de la confesión del afectado (al sentir de Rebocato, para confesiones estaban ellos, según observaba, él, en aquellas oscuras y austeras alcobas, de nuestro pueblo castellanoviejo  con moscas veraniegas pululando por doquier, donde los agonizantes trataban de pasar a mejor vida conducidos en su ultimo viaje por la vieja dama, la de guadaña en mano).

     La Unción de los enfermos, no es cosa baladí, es un Sacramento de personas vivas y no debe administrarse a semimuertos, con el fin –como se decía antaño después de la Reforma protestante y de la Contrarreforma católica– de que no pudiera decir Lutero –el de las 95 tesis (que dicho sea de paso, ya podía haberse esforzado un poquito mas, el Lutero. y redondear a 100 las tesis de marras) que promulgó hace 500 años y que aparte del Cisma de la Iglesia Romana trajo como consecuencia los casi 200 años de guerras en Europa entre cristianos católicos y los nuevos protestantes– que los católicos engrasábamos a nuestros cuasi ya cadáveres con tanta unción de oleos. 

      Cuando se activaba el protocolo local para administrar los sacramentos de marras, el Cura y los dos monaguillos iban a la iglesia. Una vez dentro, ya en la en la sacristía, el párroco se ponía encima de la sotana el sobrepelliz, se apropiaba de una estola morada y un pequeño maletín con todos los bártulos colocados en su interior de forma aparente para celebrar la ceremonia.




       PIE DE FOTO.- Maletín con los cachivaches para administrar la Extremaunción y el Viático a los enfermos que se encontraban más lejos de aquí que de allá.


    Uno de los monaguillos llevaba la esquila (la que se tocaba en misa durante la Consagración), y el otro el maletín y la gaveta con agua bendita y el hisopo sumergido en ella.

     Salían de la iglesia y, los tres en perfecta formación, se encaminaban hasta la casa del moribundo. El cura llevaba cubierto, y sujeto con ambas manos, un pequeño copón con las hostias santas y benditas ya que, de paso que administraba la eucaristía al enfermo, también, se la daba a algún familiar del enfermo, que estuviera allí presente y que lo solicitara, siempre y cuando se encontrara en gracia de Dios, porque no era plan de que el Cura perdiera allí tiempo confesando a pecadores, en esos momentos, aparte de que, el otro monaguillo y Rebocato –caso de coincidir la ceremonia con el horario escolar– no estaban para perder muchas horas lectivas).

     Durante el trayecto el monaguillo que llevaba la esquila, si veía acercarse a algún que otro parroquiano, la hacia sonar y los hombres se arrodillaban a su paso y se santiguaban. Caso de que los que se cruzaran en el camino de la pequeña comitiva fueran mujeres, estas se santiguaban y ponían cara de fervor espiritual, pero no se solían arrodillar (Rebocato pensaba que sería para no romperse las medias a la altura de las rodillas o para no mancharse los manteos. Que decir si en la calle hubiera nieve o charcos de agua o boñigas de vaca).



      PIE DE FOTO.- Camino a casa del enfermo para suministrarle los sacramentos. Rebocato no aparece en el encuadre porque está con su móvil (Iphone rústico, última generación de entonces) plasmando la instantánea para la posteridad. De ahí el dicho de: "No se puede estar en misa y repicando", y aunque nuestro amigo sabia repicar a clamor, lo de replicar, en aquel tiempo y lugar, se nos antoja que conllevaba daños colaterales en forma de mamporros varios.

      Una vez en la puerta de la casa del enfermo el sacerdote clamaba, voz en grito: 

           “La paz sea en esta casa”. 

   Y los monaguillos al unísono: 

          “Y a todos que habitan en ella”. 

    El cura dejaba los bártulos sobre una mesa que encontrara aparente para ello, se colocaba la estola, le arrimaba una cruz al enfermo para que la besara y a continuación trincaba el hisopo y rociaba con agua bendita la alcoba y alrededores mientras musitaba:

        “Asperges me Domine hyssopo, et mundabor
         lavabis me et super nivem dealbabor….. Etc, etc.”

     Que para los no bilingües (gracias Wikipedia) significa en cristiano (no nos referimos al Ronaldo –el de los líos actuales con la Hacienda Pública, que posiblemente alcance, superando al Messi, el balón de oro del fraude fiscal futbolero en Spain, menos mal que el Madrid, no ha sacado la tonta campaña que lanzó el Barça para apoyar a su crack de Rosario con lo de "todos somos Messi", que rezaría, en el caso del Madrid: "Todos somos Ronaldo") lo siguiente:

          “Rocíame señor con el hisopo y quedaré limpio
           lávame y quedaré más blanco que la nieve…Etc, etc….”

    Después continuaba con una oración en latín, mojaba su dedo pulgar derecho en el Santo Óleo y ungía al enfermo haciendo cruces de forma sucesiva en: los ojos, las orejas, la nariz, la boca, las manos y los pies. A la vez que rezaba:  

     "Por esta Santa Unción y su benigna misericordia, te perdone Dios de todo lo que has pecado con: la vista, el oído, el olfato, el gusto y la palabra, el tacto y el andar".

      Los monaguillos, atentos al guión, respondían: 

       “Amén”.

   A continuación todos los presentes, en la sala y alcoba rezaban, el Padrenuestro. El Cura entonaba oraciones varias y, para finalizar, le daba al enfermo la comunión y a besar la estola diciendo: 

       “El céntuplo recibas y alcances la vida eterna”.

    El otro monaguillo y Rebocato contestaban:

       ”Amén”.

    Y el Cura remataba:

      “ Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison”.

     El párroco presentaba, de nuevo, la cruz al enfermo ungido en su hocico y le bendecía con la mano derecha (aunque el cura, que no era el caso, fuera zocato, que no de izquierdas) diciendo: 

    “La bendición del Señor omnipotente, Padre, Hijo y Espirito Santo descienda sobre ti y permanezca siempre".

      Y los monaguillos: 

        “Amén”.

      La ceremonia se daba por finiquitada quedando el enfermo en gracia de Dios y un tanto aliviado (barruntamos) cuando se largaba la comitiva.

    Por lo que recuerda Rebocato –cuando él era monaguillo en nuestro pueblo castellanoviejo– solo una persona –después de recibir la Extremaunción y el Viatico– burló a la muerte durante al menos treinta años más (ya sabemos que todo es cuestión de tiempo ya que, cuando uno nace, nace un nuevo muerto y que todo el mundo sabe que se va a morir algún día, pero casi nadie se lo cree) Normalmente, una vez administrados ambos sacramentos (unción  con óleo sagrado y Eucaristía) al moribundo, este, no tardaba mucho en que le colocaran el traje de madera respectivo y, posteriormente, recibir cristiana sepultura.

     La mencionada persona, era una mujer ya entrada en los 50 (en edad), con 8 hijos paridos, y marido –con boina de serie incluida–, de los de antaño– Rebocato vio como el párroco le administraba (a la mujer, no al de la boina despojado de ella para la ocasión) los sacramentos y, una vez acabada la pequeña ceremonia, se largaron con viento fresco: él, el cura y el otro monaguillo a llevar los avíos a la iglesia. La mujer ungida en vez de palmarla y aprovechar la coyuntura para subir al cielo sin mayor esfuerzo al estar ya en gracia de Dios, se aferró a la vida y aún dio la tabarra por nuestro pueblo castellanoviejo, con ligeras recaídas, durante 30 años mas. En fin, una pena porque el trabajo de ese día del cura, y de ambos monaguillos, fue en vano, es decir, se atarearon a lo tonto para nada.

   En aquellos tiempos los comulgantes no podían tocar las hostias consagradas (era pecado mortal), ni roncharlas cuando el párroco te la introducía en la boca durante el sacramento de la eucaristía. El cura de nuestro pueblo castellanoviejo recomendaba, en las platicas formativas dentro de la iglesia a los aspirantes a recibir la primera hostia en el día señalado de tomar la Primera Comunión, que momentos antes de recibir el Cuerpo de Cristo, dieran una buena capa de saliva con la lengua en el paladar e la boca, con el fin de lubricarlo y evitar así que la Sagrada Forma se te pegara en él, porque caso de que eso ocurriera no había cristo que la despegara en un tiempo considerable y lo mismo la tenias como una lapa hasta la hora del cocido, y claro, uno no podía ayudarse con el dedo, era pecado mortal el tocarla. Estando un día de Viático, Rebocato pensaba en ello, y sufría al barruntar que, como el pobre enfermo se encontraba en fase terminal, de que manera se las apañaría para humedecerse el paladar y lograr tragarse la Sagrada Forma sin masticarla, sin que se le adhiriese en el cielo de la boca y con el riesgo añadido, posiblemente, de que algún enfermo pasara, antes de hora, a mejor vida por atragantamiento de pan ácimo consagrado.

     Muchos años después, a finales de octubre de 1975, encontrábase Rebocato viendo en un cine de la posterior Capital del Reino (no recordamos en compañía de quien o quienes, pero puede que hubiera algún demonio en forma de persona dentro de la sala pues por aquellas fechas le ocurrían a nuestro amigo y al país cosas muy raras) la película de El Exorcista, que como recordarán nuestros lectores trata sobre la posesión por el diablo de una niña de 12 años y los exorcismos a la que le someten para expulsar al maligno de su cuerpo. Pues bien, cuando llegó el momento de los exorcismos Rebocato se removió en su butaca debido a que, con tanto rezo, agua bendita hisopada, oraciones exorcistas en latín –dicen que al diablo no le gusta ese idioma, pero, Jesús parece ser que hablaba en Arameo y en Koiné, y Rebocato ignoraba si esas oraciones de la película eran de: San Miguel arcángel, San Benito, Santiago Apóstol, Santa Teresa de Jesús, San Jerónimo o san Padre Pío– le vino a parecer que, en lugar de en una sala de cine, estaba ubicado en nuestro pueblo castellanoviejo en una alcoba –donde yacía un guiñapo de persona– ayudando al cura párroco a administrar la Extremaunción y el Viático al moribundo.

PD.- Dicen que no hay exorcismo mas difícil que aquel que se hace a un poseído por un demonio mudo.


              HistoriasdeRebocato@julio-2017