23 de agosto de 2014

VIDA DE PERROS

            
         
                 REBOCATO Y LOS PERROS DE ANTES

                                            El mejor can: Rantanplan. (Rebocato).





Pie de foto: Rantanplan nombre del famoso can en francés (en español significa Rintintonto, el escritor de cómic belga Maurice de Bévère, conocido como Morris, lo bautizó de aquella manera) es el perro guardián de la cárcel en la que cumplen condena los hermanos Dalton.


        PREFACIO 1

      En nuestro pueblo castellanoviejo, antaño, los perros campaban por todo el término municipal a sus anchas, sin ataduras, es decir, no disponían ni de collares, ni de correas, ni de bozales, ni de mantas, ni de botas, ni de impermeables, ni de camisetas, ni de abrigos, etc.; ni falta que les hacia.

     Los perros estaban, prácticamente, todo el día a la intemperie y ojo avizor en su noble misión de velar por el amo y la hacienda de este. Vislumbraban y honestaban la jerarquía establecida entre las personas y ellos. Los papeles, en ese asunto, estaban perfectamente claros y definidos. Era rarísimo, en el pueblo aquel, que un perro mordiera o mordiese a persona alguna, aunque, en determinadas situaciones, tuviera o tuviese motivos sobrados para ello.

      Los perros, caso de no salir al campo con su amo y la yunta (nos referimos a la pareja de machos, no a la del gobierno de Galicia -esperemos que por este tonto símil no empiecen, los gallegos, con la matraca de la secesión-), solían estar tumbados en las aceras (caso de existir estas, según en que calles del pueblo, ya que en los callejones no se hacían aceras –recordar que en nuestro pueblo castellanoviejo se instaló el alcantarillado y agua corriente hasta las puertas de las casas particulares en 1960 y, de paso, se adoquinaron las calles-– junto a las puertas carreteras, y si pasaba a su lado alguna persona, aquellos, se apartaban para dejar sitio. Es decir, si el perro veía acercársele a un parroquiano por la acera, se incorporaba y, galantemente, procedía a cederle el paso por la cuenta que le tenia.

       Hoy en día, sobre todo en las ciudades, ocurre todo lo contrario y se actúa de forma torticera; es decir, si vas por una acera y ves venir a un perro con su dueño, hay que procurar cambiar de acera rápidamente, debido a que, si al cruzarte con ambos, el perro ladra o le pisas accidentalmente, ya tienes la zaragata montada, pues para el propietario del perro, su animalito es lo más importante del mundo (reseñar que existen perros tan buenos o mejores que ciertas personas, sobre todo si estas son los dueños de aquellos), mucho más, donde va a parar, que la persona ¿provocadora? y pisaperros en si.

        En nuestro pueblo castellanoviejo si advertías, a lo lejos, a un perro y te daba mala espina, simplemente hacías intención de agacharte a trincar un canto del suelo (en aquellos tiempos había muchos a mano en cualquier calle –sería por las peleas a cantazos, que menudeaban, entre pandas de chavales de los diferentes barrios–) y el perro huía con el rabo entre piernas (patas) como alma que lleva el diablo. Y caso de atizarle un cantazo, o varios si te daba tiempo y tenias buen tino, el dueño del perro no solía reprenderte, al contrario, interpretaba que habías actuado en legitima defensa o, en su defecto, que se lo estabas educando debidamente y eso que se ahorraba él. Era lo que había en aquellos tiempos, aunque hoy en día cueste creerlo.

       En nuestro pueblo castellanoviejo, a pesar de que existía un  veterinario de iguala, a los perros nunca se les vacunaba, ni se les desparasitaba (las pulgas ya brincaban de ellos a las personas, existía un cierto trasiego de parásitos chupasangres), ni se les acarreaba a la consulta, ni disponían de cartilla sanitaria. Ya no digamos lo de llevarles a la peluquería, las cuales, dicho sea de paso, brillaban por su ausencia en ese pueblo y en ese tiempo (en el siglo XXI también, a Dios gracias).

     Tampoco se llegaba, en nuestro pueblo castellanoviejo, a que sus buenas gentes concurrieran en que un perro era “más inútil que un adorno” (leer “El Jarama” de Rafael Sánchez Ferlosio –el hijo y tocayo del gerifalte falangista y escritor Sánchez Mazas escapado de un fusilamiento masivo llevado a cabo por los republicanos y “prota” de la novela “Soldados de Salamina” del Javier Cercas– y encontrareis este dicho), ni mucho menos.

    Un perro se sabia desde siempre que era fiel a su amo, porque de forma empírica, a través de los tiempos, se suponía que aunque se le matara, por ejemplo, a barduscazos, siempre volvía (es un decir) a casa; lo cual no era, ni es, aplicable a los gatos, ya que, para estos, su dueño es el que les da de comer. Si quieres librarte de un gato no es necesario matarle, tenle unos días sin catar bocado alguno y te abandona cual marido de los de antes, que salía de noche a por tabaco y no volvía jamás, debido a que se había ido a hacer las América (Colón si que creó empleo o quizás… ¿la diáspora que ahora vuelve con renovados bríos?).

    De todas formas, cada pueblo tiene sus martingalas y suele ser complicado integrarse en ellos aunque no seas perro. Si eres forastero has de pensar que, para los del pueblo uno de fuera siempre es un intruso aunque lleve un proyecto “dabuten” para el bien del municipio y de sus parroquianos. Y esto es lo bonito de los pueblos, lo que hace diferentes a sus gentes comparadas con los moradores adocenados de la ciudad.


       PREFACIO 2

      En aquel tiempo en la casa de nuestro labriego castellanoviejo los perros nunca acabaron quedándose del todo, más que nada debido de que a la mujer de aquel no le gustaban en demasía. Ella, era más partidaria de los animales de provecho que cohabitaban en las cuadras, cortijos, gallinero y corral, anexos a la casa. A saber: Vacas, machos, burras, cerdos, conejos, gallinas, pavos, etc.; pero un perro no aportaba nada, aparte de ladridos y movidas de cola y, además, era otra “boca” más a alimentar, lo que disculpaba a la dueña de su aversión a los canes. Bastante tenia, ella, con los asuntos de intendencia a causa de toda la prole de hijos que tenia detrás por aprovisionar, como para ocuparse de perros también. Ya lo dice el refrán: “A quien no le sobre pan, no críe can”. Aunque en este aspecto la situación en casa de nuestro labriego no era tan apurada, no se pasaba hambre aunque sí necesidad por la carencia de ciertas cosas materiales; de materia espiritual estaban más que sobrados, incluidos rosarios rezados en familia (en casa) y novenas a la Sagrada Familia cuando les tocaba el turno de tener a la imagen. “La familia que reza unida permanece unida”. (Lema del Padre Peyton, presbítero irlandés para más señas y famoso por su campaña mundial conocida como: ”Cruzada de oración”. Que Dios le tenga en su Santa Gloria, a pesar de que alguno se ha llevado más de un varazo, en toda la mocha, por quedarse en los brazos de Morfeo cuando se estaba rezando el Santo Rosario en casa).

      No obstante, en la morada del labrador, en una época hubo un perro y, en otra, una perra y su perrillo; por lo que vamos a relatar a continuación las historias que acontecieron con alguno de los caninos que conoció Rebocato, bien en su casa, bien en el pueblo, bien en la tele, bien de oídas y, por supuesto, ninguna de ellas apócrifa; él, da fe de que no hay fingimientos.


        1.-EL “LAR”

       Este perro, con un aire a dálmata (por aquellos lares no se sabia ni que existieran los perros de esa raza casi hasta el estreno de la película de los ciento y la madre, de ellos, con Cruella de Vil), llegó a la casa de Rebocato porque trájole uno de los hermanos de este, el cual, era ya mozo y estaba próximo a incorporarse al Servicio Militar (servir a la patria). Cumplido el Servicio uno ya podía fumar delante del padre, cosa que degeneró en casa de Rebocato a los pocos años de llegar la Democracia a este país, debido a que entonces los nietos (sin haber hecho la mili) y, sobre todo, las nietas (las mujeres de antes no fumaban ni aunque hubieran  hecho  el  Servicio  Social),  fumaban  delante  del abuelo –nuestro labriego castellanoviejo- y a veces hasta le pedían que les liara un cigarro de picadura, y vamos a dejarlo porque estamos con historias de perros creíbles y no de porros posibles.

     Dicho hermano, se llevaba al perro todos los días (excepto domingos y fiestas de guardar en que no laboraba) al pinar cuando él ejercía de remondador de pinos resineros o negrales –los cuales abundaban a mansalva por el termino del pueblo castellanoviejo– con el fin de recolectar resina, durante el tiempo en que ejerció el oficio de resinero circunstancial.

    El cánido (de color blanco y algunos rodales negros), al ser joven, era un tanto revoltoso y juguetón  sin que se le denotara pedigrí alguno, ni falta que le hacía, ya que, su trabajo iba a consistir, básicamente, en vigilar los aparejos (utilizados para evitar encentaduras en las posaderas del cabalgador) de la burra y el ropero (alforjas, merienda en fiambrera de cinc, botija de agua, bota de vino, manta –ni en invierno ni en verano te dejes la manta en casa del amo-, etc.) que disponía el resinero circunstancial de pinos resineros o negrales en su cabaña, confeccionada artesanalmente por él mismo, con balangueros de pino, rameras de pino y barrujo de agujos de pino, y todo ello sostenido en su cúspide en el tronco de un pino y se remataba la base de la cabaña con respecto al suelo arrimando tierra.

   Un día, volvió a casa el hermano, resinero circunstancial de pinos resineros o negrales, sin el perro; haciendo caso omiso del bonito refrán: “Compañía de dos, mi perro y yo”. Ante la extrañeza de Rebocato y de sus hermanos, próximos en edad, por la mencionada ausencia, el hermano, resinero circunstancial de pinos resineros o negrales, les relató lo ocurrido que, más o menos, aconteció así:

     Ese día, una vez en el pinar el resinero con el perro guardián y ya, al mediodía, presto a comer, después de la ardua tarea del remonde de los pinos resineros o negrales a lo largo de la mañana, se acercó a la cabaña del pinar, dejó la botija de agua, el palanque (palenque, según la R.A.E.) y otros trastos de labor al lado de la cabaña y adentrándose en ella se encontró con todo el ropero revuelto y, lo más grave, había desaparecido la bota de vino (la fiambrera, afortunadamente, ni estaba abierta, ni sufrió desperfectos). El hermano, resinero circunstancial de pinos resineros o negrales, montó en cólera y se encaró con el can recriminándole a voces -–que quizá el animal, a veces, no conseguía entender– el revuelto ocasionado e inquiriéndole a que le trajera la bota de vino –el chucho ya estaba bajo sospecha debido a que otro día se le pilló jugando con la bota aunque sin llegar a perforarla con el dentado, ni a beber de ella–. El perro iba y venia dando saltos y cortas carreras, meneando, de izquierda a derecha, la cola (los perros, como saben nuestros lectores, manifiestan la sonrisa con el movimiento de izquierda a derecha de su cola) pero no traía la bota de vino que había distraído. El hermano, resinero circunstancial de pinos resineros o negrales, ya perdida la paciencia y sintiéndose vacilado, procedió a emprenderla a patadas con el tuso –quizá aprovechando la coyuntura de que, en aquel entonces, no existían cámaras de video ni móviles que filmaran la agresión y que pudiera ocasionarle un posterior lío con la justicia como acontece en los tiempos actuales– pero el animalito no restituía la bota. El hermano, resinero circunstancial de pinos resineros o negrales, trinco la zuela del remonde y se lío a propinarle una soberana tunda de palos, de mírame y no me toques, con el mango de madera de ella, y como el Lar, tozudo, seguía en sus trece –tantos como hermanos en la familia del castigador– le atizó varios golpes con el filo metálico de la zuela produciéndole cortes variopintos, hasta que, le dio por muerto.

    Más tarde, acabada la labor del remonde, regresó a su casa sin perro alguno que llevarse a la boca (este quedose en el pinar inmóvil y sangrante, en un estado físico que bien le podía haber servido de inspiración al Mariscal con su Cobi la mascota de los JJOO. de Barna-92, cuando los catalanes, suponemos, eran mucho más felices que ahora junto al personal del resto de la piel de toro- y se inspiró, dicen, en el perro de raza “pastor catalán”, dándole un aire estilizado, aunque más bien se asemeja/ba a un perro atropellado por un trailer, no sabemos si conducido por un camionero español de la Meseta Central, para más INRI y ahora, también, para INRI de MAS) y con un cabreo considerable, más que nada por la pérdida de la bota de vino, ya que perros había muchos en nuestro pueblo castellanoviejo aunque no tantos como botas de vino –de las tres zetas–, jarros y porrones que empleabanse para trasegar vino al coleto de los sujetos con boina por allí asentados. (Lo de la boina no va con sentido peyorativo. Antes hasta los intelectuales las gastaban, léase Pío Baroja, Azaña, entre otros; hasta que el Esteso y el Pajares, en TV, se la cargaron tratando de remedar a “paletos” ordinarios y soeces. Maldita la gracia que hacían y el mal que hicieron a uno de nuestros símbolos y simula alopecias; con la barretina y con la xapela no tuvieron bemoles a hacer chistes chabacanos).

Pie de foto: Cobi con la bandera secesionista cuando lo del solidario eslogan: “España nos roba”, mucho antes de los bretes en los que se iba a ver envuelto, a causa de "las herencias", un exmolthonorable que, haciendo patria, tenia los cuartos a buen recaudo en bancos andorranos. Con el famoso 3% la futura Patria pierde aceite. 



      Y al tercer día resucitó…….(no nos referimos al libro del Vizcaíno Casas –que fue al tercer año- sobre la resurrección del de nombre del siguiente parte meteorológico: “Reina en toda España un fresco general procedente de Galicia” achacado a la hija de “La ametralladora”, es decir, a “La Codorniz” -"La revista más audaz para el lector más inteligente"- y que nunca salió, ese parte, en esa revista ya que, el parte, era/es una leyenda urbana)  se presentó en cuerpo (no digamos, también, “y alma” ya que hablamos de un animal irracional), o sea, el perro regresó, como por arte de birlibirloque, a la casa de nuestro labriego ante el estupor y la alegría generalizada, sobre todo, del trío de hijos menores de nuestro labriego, entre ellos Rebocato. Eso si. el pobre animalito se presento cual esperpento, pues tenia todo el cuerpo lleno de magulladuras y de cortes variopintos ya sobrecubiertos, por el tiempo trascurrido desde el día de la agresión, de postillas varias que denotaban los surcos secos, otrora, de sangre fresca de las heridas.

      Con el paso de los días el perro fue felizmente recuperándose de las múltiples heridas y lesiones y, una vez plenamente restablecido, la mujer del labriego continuaba con el run-run del “no quiero perros en casa”, es decir, en la calle, porque en el corral perseguía  a los conejos, pollos, pavos y gallinas, y lo mas grave: a veces se zampaba los huevos de los nidales que estuvieran a su alcance, lo cual ya eran palabras mayores, ya que, la madre, los empleaba, muy ocasionalmente, para el propio consumo en casa y las más de las veces los solía vender para comprar aceite y alguna otra cosa (pocas, porque en la casa se era prácticamente autosuficiente en asuntos de las cosas del comer, excepto: aceite, pescado, sal, azúcar, tabaco… y poco más) en una de las pequeñas tiendas de la localidad.

    Aconteció que unas semanas después, de estos hechos y runrunes, apareció por la morada de Rebocato un primo hermano de nuestro labriego. El susodicho primo hermano, dedicaba su tiempo en una nave (queremos decir un local, pues allí no había puerto de mar y el río más cercano no era, ni es actualmente, navegable) para la cría y engorde de pollos con el fin de su posterior venta al por mayor para el consumo humano; entonces, como a la ocasión la pintaban calva, la mujer de nuestro labriego aprovechando la coyuntura le ofreció, al pollero, el perro Lar con el fin de quitarse de encima una boca perruna que sustentar y de paso de que le sirviera, a aquel, de cancerbero en la finca del gallinero, aunque, en este caso, el can, solo dispusiera de una única cabeza, en lugar de tres. El primo hermano se llevo presto al perro a pesar de la oposición de este -tuvo que atarle con una cuerda y acarreárselo casi a rastras- y de los berrinches de Rebocato y de sus dos hermanos anterior y posterior, por edad, con respecto a él.

       Pasó el tiempo y cierto día, concretamente una mañana de domingo que nuestro labriego –después de haber oído Misa Mayor (cantada), cumpliendo, como acostumbraba, con el precepto divino del tercer mandamiento de la Ley de Dios– se dirigía a su taberna habitual de los domingos y fiestas de guardar (entre semana no la pisaba) con el fin de echar la clásica brisca de doble pareja y tomarse un par de vermuts acompañados de la fumata de los correspondientes cigarros de picadura en petaca y librillo, y encontrándose en el trayecto con su primo hermano “el pollero”, le preguntó sobre el comportamiento del Lar en su nueva faena. 

    El primo hermano le dijo que le había puesto la corbata (en el argot de nuestro pueblo castellanoviejo significa ahorcar) a causa de que, según él, era una bicho inoperante, dañino y que ni ladraba, ni servia para las funciones de centinela contra los robapollos (que dicho sea de paso no existían apenas por aquel entonces en aquellos términos). Nuestro labriego no quedó muy convencido de la explicación, ni le gustó la aptitud de su primo hermano (cuelgaperros) para con el Lar, pero el asunto se quedó tal cual, ya que en aquellos tiempos un perro era un perro y se les solía tratar como a tales (aún no había llegado la tontuna de las parejas de chicos jóvenes pavoneándose de su perro raro, harto feo y de procedencia de las chimbambas; ni la Preysler –la filipina, conocida como “la china” en los ambientes madrileños de la alta sociedad madrileña– con sus casetas de perros provistas de calefacción central, según difundiría, años después de la existencia del Lar, la prensa rosa al vulgo).

      Posteriormente, como en los pueblos todo se acaba sabiendo, resultó ser que el pollero cuelgaperros llegó a cogerle canguelo (palabra del caló y nunca mejor empleada, en este caso, por lo de que empiece por can y el miedo a este del pollero) al perro, el cual nunca llego a reconocerle como su amo y le enseñaba los dientes cada vez que aquel se le acercaba aunque fuera, incluso, para echarle de comer; y por eso, el pollero cuelgaperros, tomó la decisión de darle matarile colgándole con soga de un pino negral o resinero, concluyendo así los días, con más pena que gloria, del pobre Lar en el trascurso de su corta vida por los contornos del pueblo castellanoviejo que, presumimos, visto lo visto, no fueron del todo muy halagüeños para él.



       2.- EL PERRO DEL VECINO

       No es que el futuro vecino de Rebocato no laborara y que estuviera todo el día sesteando a la bartola, el titular se refiere a uno de los tusos que tenía uno de sus vecinos en ciernes.

     Ya con el terreno adquirido y presto a edificar una casa cercana al litoral, dirigiose Rebocato, una bonita mañana dominguera del inicio otoñal, a su parcela con el fin de comunicar a los vecinos adyacentes el inicio de las obras. Todo transcurría de forma placentera, hasta que se acercó a la casa de uno de los vecinos colindante con la parte trasera de su parcela, el cual estaba acompañado de: Dos perros chuchos medianos, un pastor belga (nos referimos a un perro, no a un cuidador belga de ovejas de raza Beltex; ni a una persona belga que tuviera prelatura con fieles) y de un gato pelilargo de angora turco, el cual ya habíase afilado, en cierta ocasión, las uñas en los brazos y piernas de un niño revoltoso del barrio, dejando a la pobre criatura hecha un ecce homo, guardando las distancias con Cristo debido a la corta edad de aquel. 

   Rebocato saludó al vecino y se pusieron a conversar amablemente en la puerta de entrada de coches –de poco más de 1300 milímetros de altura, sita en la pared circundante de la parcela- la cual el vecino no abrió (para alivio del visitante) con el fin de que no se escaparan los tres perros que andaban un tanto alborotados (recalcar que el miedo de los humanos a ciertos perros lo denotan estos, y se achaca a que el olor a adrenalina que segregan nuestras glándulas suprarrenales a causa, entre otras, de situaciones de peligro –aunque, parece ser que, la adrenalina no huele y lo que detectan los perros son los gestos y falta de confianza de las personas ante ellos– lo perciben y atacan, pero vaya usted a saber lo que pasa, en esos momentos, por sus nobles cabezas) por la presencia del informador. Tampoco se le veía al vecino intención alguna de que pasara Rebocato a su casa para tomar, cuanto menos, unas cervezas o “unas gordas”, como a las que, posteriormente, invitaba a tomar “el tío la vara” en el bar de su cuñado a los personajes históricos famosos con nulo resultado, por parte de estos, y cabreo lógico de aquel). Rebocato, cuando bebe cerveza, recuerda el refrán que a veces expresaba su progenitor: Quien nísperos come, espárragos chupa, bebe cerveza y besa a una vieja, ni come, ni chupa, ni bebe, ni besa”. Donde estuviera la hogaza, el jamón, el jarro de vino y moza fermosa y fogosa….Lo demás estaba de más.

      El vecino de Rebocato y este, continuaban platicando con puerta de por medio, y el pastor belga rondaba alborotado alrededor de su amo, con idas y venidas. Rebocato iba con camisa de manga larga, abotonados los puños (ya estaba bien entrado octubre y aún no había llegado la moda de cierto exPresidente el cual, cuando lo era en activo, en sus veraneos playeros –hasta que a su hija la dejó el novio– en el chalé “prestado” de un azulejero famoso, (pero famoso de verdad) y en plena canícula agostera iba con pantalón largo y camisa de manga larga con los puños arregazados a una vuelta, y la costumbre se extendió entre sus dirigentes y algunos simpatizantes, de tal forma de que si en este país, en pleno agosto y a plena luz del día, cayendo un sol de justicia, veis a una persona con la camisa de esa guisa, fijo que es jerifalte, militante o simpatizante del partido del ave palmípeda, marina y costera que pulula, también, desde hace muchos años carroñeando por los estercoleros de la Meseta) y gesticulaba con los brazos de vez en cuando, hecho que el pastor belga interpretó como un intento de agresión a su amo y en una de sus venidas dio un salto hacia el brazo extendido de Rebocato.

     El dueño preguntó a Rebocato si le había mordido el perro y aquel, en caliente, dijo que no; acto seguido la mano derecha de Rebocato comenzó a llenarse de sangre que emanaba de la muñeca donde le había dentelleado el perro y el puño de su camisa también estaba desgarrado (si se la hubiera arremangado como los arriba mencionados, hubiera salvado al menos la camisa). El vecino, al ver la sangre, la emprendió a patadas con su pobre animalito y dijo que iba a atarle. Rebocato le expuso, al vecino, que lo que tenía que atar era a su muñeca (hacerle un torniquete) ya que chorreaba sangre abundantemente. El vecino, una vez con el perro bien calentito y puesto a buen recaudo,  sacó de su casa un pañuelo con el que cortar la hemorragia. Aplicado el torniquete Rebocato dijo de ir a Urgencias pero el vecino ni tenia carnet de conducir, ni coche, ni casta que lo fundó, por lo que Rebocato cogió el  pendingue y trincando a un cuñado suyo que vivía en las proximidades se enfilaron al hospital, donde le aplicaron dos puntos de aproximación en la herida, aunque le comunicaron, el personal sanitario, que normalmente las heridas ocasionadas por perros no las suturaban, pero que en este caso, harían una excepción debido a la profundidad que presentaba la susodicha.

     En el hospital también le advirtieron que tenían que aplicar el protocolo de mordeduras y por lo tanto tenia que presentarse en Sanidad a denunciar el hecho, y ante la negativa del herido, insistieron en que tenia que personarse allí porque el caso seguía su curso y debía de firmar un documento, como así lo hizo al final Rebocato para evitar tostones.

   En Sanidad le dijeron a Rebocato que el vecino tenia que tener el perro en cuarentena, es decir, no sacarle de casa y observarle por si le ocurría algo anómalo, en ese caso tendría que comunicarlo a Sanidad e intervenir un veterinario para estudiar al perro, cosa que le chocó mucho a Rebocato ya que el mordido era él, y que, él, se quedaba sin la observación pertinente de la cuarentena. Quizás este fue el punto de inflexión por el que Rebocato empezó a caer en la cuenta de que los derechos del perro estaban ya por encima de los de las personas, pues hasta la Sanidad Pública daba prioridad a los de aquellos, al menos en cuestiones de mordeduras.

      De vuelta al lugar de la agresión del perro en defensa quimérica (según parecer de Rebocato) de su amo, el mordido le entregó al vecino el pañuelo ensangrentado, ya reseco, y le dijo lo de que observara al perro por si enfermaba o moría. El vecino le miró como diciendo “lo tienes claro, majo”, pero eso sí, sin solicitud previa del mordido, procedió a enseñarle lo que él decía que era la cartilla sanitaria del perro atacante, la cual, por la pinta que tenía, parecía más que perteneciera al pastor alemán Rin Tin Tin, que al pastor belga mordedor; además, tenia más correcciones con tippex que los años transcurridos que van desde la primera aparición en la tele del famoso perro del cabo Rusty, hasta las fechas de la mordida a Rebocato, que ya era decir.

    Meses después Rebocato recibió una carta del juzgado por si quería emprender acciones legales contra el vecino del perro mordiente, pero ya había cicatrizado la herida y como no le quedaron secuelas físicas (aparte de una cicatriz que ahora, para impresionar, dice que es un corte de hoz, a pesar de tenerla en la muñeca derecha y, él, ser diestro; pero que sabe ahora la juventudbaila con que mano se cogía la hoz de marras), las secuelas psíquicas ya es otro cantar; decidió obviar el pleito, más que nada porque si tienes a un vecino con un perro de tamaño considerable, la intuición te dice que te lleves bien con ambos, sobre todo con el perro.


      3.-LA TERRIBLE MUERTE DE LA “TERRIBLE” E HIJO

En nuestro pueblo castellanoviejo en verano (en invierno no tenia sentido el hacerlo porque no les contrataban para ello) era costumbre el que algunos mozos de distintas familias (en muchas de estas sobraba mano de obra por lo de los muchos hijos que las componían por aquellos lares, formando las consiguientes familias numerosas –Ley 13 de diciembre de 1943: Cuatro o más hijos legítimos o legitimados, solteros, menores de 18 años o mayores incapacitados para el trabajo-) emigraran temporalmente, durante la canícula, a pueblos de los alrededores para ofrecerse como segadores a cambio de un estipendio (no siempre estupendo), manutención y alojamiento (la mayoría de las veces en el pajar y sin holgar, que nos conste, con moza alguna en él; para polvos estaban los hombres después de la huebra de siega diaria de sol a sol  que se encajaban entre pecho y espalda, es decir, tirando de hoz, engavillando, atando y hacinando los haces. Si acaso, si que tendrían, más tarde, ocasión de padecer otros polvos en forma de tamo en la era con la faena de abeldar la mies ya trillada.

     Dos de los hijos de los más mayores de nuestro labriego fueron a segar un par de veranos a un pueblo distante unas seis leguas (antaño seis horas andando por caminos) con respecto al suyo. Los amos, de ese pueblo, tenían una perra parduzca de tamaño mediano y un tanto cojitranca a resultas de que una de sus patas delanteras había sido pillada por una segadora de machos, causándola una lesión irreversible que la dejó coja de por vida. La perra se encariño con los hermanos de Rebocato, que no paraban de hacerle carantoñas en los ratos de asueto, claro; por lo que los amos decidieron regalársela, y aquellos se la llevaron a su pueblo castellanoviejo natal. La perrita a pesar del tullimiento que padecía, ello no fue óbice para quedarse preñada por algún can del lugar que no le hizo ascos. Dicho esto recalcar que para procrear la raza canina lo tenia crudo y además les resultaba un tanto peligroso por la tunda que podía acarrearles el acto carnal en las vías o caminos públicos de por aquellos lugares, como se relatará más adelante en otro apartado de este escrito.

      La Terrible dio a luz cuatro hermosas crías, de los cuales tres pasaron a mejor vida utilizando una de las dos técnicas que se empleaban en nuestro pueblo castellanoviejo para esos menesteres (ambas validas también para gatos recién nacidos, para con los grandes ya era otro cantar). El cachorro que se le dejó a la madre, se crió divinamente y, pasados unos meses, un0 de los hermanos de Rebocato, dueño de la Terrible, enganchó los machos al carro con el fin de cargarlo de basura de las cuadras y llevarla para esparramarla en una tierra de barbecho con el fin de que sirviera de abono al terreno. También se llevo a la perra y a su cachorro, junto con el bieldo y la rastrilla de trajinar la basura. Una vez acabada la labor, se acercó a un pinar cercano a la tierra que terminaba de abonar, y colgó a la perra de un pino, es decir, la ahorcó.

     Tornó con la yunta de machos, el carro y el cachorro para su casa, con tan mala fortuna de que en el recorrido de vuelta quiso el azar que el perrillo, de cuyo nombre no queremos acordarnos, se metió debajo de una de las ruedas del carro y murió en el acto, solo unos minutos después que su madre la Terrible, paradojas de la vida. El cruel destino.

     Cuando a nuestro labriego castellanoviejo su hijo mataperros le puso en antecedentes, no le hizo gracia alguna los aconteceres, y jamás de los jamases volvió a entrar perro alguno en su casa, ni vivo ni muerto.


4.-EL CACHORRO OLISQUEADOR

       En el pueblo de nuestro labriego castellanoviejo, a partir de los años 60 (siglo XX) les dio a sus gentes por la tontuna de emigrar (alegaban necesidad, cuando el pueblo llevaba asentado allí varios siglos y sus moradores subsistiendo de aquella manera, sin apenas diferencias, respecto a la calidad de vida, entre las distintas generaciones sucesivas) y mayoritariamente a la capital (Madrizz), en busca, decían, de una vida mejor. No obstante las personas muy mayores, ya con muchos años a sus espaldas, procuraban escurrir el bulto y se quedaban en el pueblo tan ricamente aunque sus hijos se largaran (“enemigo que huye puente de plata”, esto es más lógico aplicarlo con los hijos de hoy en día –la juventudbaila-). Pero no todos se fueron, hubo jóvenes que se quedaron y con el paso del tiempo, los que emigraron, pasaron a denominarles “autóctonos” para diferenciarlos de los nativos emigrados y ya contaminados con las particularidades y costumbres de la gran ciudad. Un sobrino de Rebocato fue “autóctono pata negra” hasta que acabó el instituto y tuvo que viajar, para hacer estudios superiores, a la capital de provincia, donde acabó contaminándose.

     Un día, durante sus vacaciones de verano, estando Rebocato leyendo el periódico a la puerta de entrada de personal de la casa de sus padres y rodeado de sobrinos pequeños enredadores (la mayoría todos ya de capital), acercóseles un lebrel cachorro para olisquearles las playeras. Los sobrinos contaminados le hacían carantoñas y arrumacos al bicho, es decir, trataban de jugar con él y de que congeniara con ellos. Pero, hete aquí, que el mencionado “sobrino autóctono patanegra” (no mayor de 5 años) cuando se le acercó el chucho a olisquearle, propinole, sin miramientos, una elegante patada en todo el hocico, con lo que salió aullando el animalito y huyendo despavorido. Rebocato al ver la actuación trató de pedirle explicaciones al sobrino pegador por su bárbara actuación del puntapié aplicado. El sobrino respondiole: “Es por si me mordía”.
    Reseñar que los niños de ciudad “señoritos del pan pringao”, como se les denominaba por aquellas tierras y en aquellos tiempos, no tenían esos repentes, ni ese instinto de autodefensa ante las potenciales alimañas dañinas.


5.- EL PERRO ZAMORANO

       Años ha, contaba un exhermano de la Salle (ya habiendo abandonado los hábitos –los de vestir, no los de los modos de proceder-, y los votos –los prometidos a Dios, no los de las urnas, ya que, estos, aún no los ejercíamos en aquellos tiempos-), aunque hermano de Rebocato, que encontrándose, él, laborando por tierras de Zamora (famosa ciudad por lo de que no se conquistó en una hora y, además, por sus magnificas mantas zamoranas, cuasi tanto como las morellanas, o mejores, según lugar de nacimiento de a quien se le pregunte) y una tarde de “finde” (que coños significará esta palabra como diría el J.J. Millás) se prestó el celebrar una reunión de amigos con el fin de hacer una chuleta de cordero lechal, asada al sarmiento, en la casa de campo de uno de ellos. El anfitrión tenía un fabuloso perro mastín, cuyo nombre no viene ahora a cuento, ni incumbe cosa alguna para el relato y ya de paso preservamos su intimidad.

     El dueño del perro se jactaba de que su mastín pillaba al vuelo cualquier hueso de chuleta que se le lanzara y, sin llegar a tocar suelo, lo trincaba con sus fauces y lo engullía en un pis-pas, como el que respira aire.
Cuando acabaron de asarse las chuletas la gente procedió a dar buena cuenta de ellas, de la parrilla al zaragallo de pan candeal de hogaza como mandaban (y mandan) los cánones, y a medida que los comensales las rebañaban iba cada cual, a su libre albedrío, lanzando al aire los huesos al mastín para que este se los embuchara. Y, efectivamente, el animal saltaba que daba gusto verle a por los huesos que le arrojaban, trincándolos al vuelo y tragando sin apenas masticar (dicen que un mastín es capaz de ronchar un hueso de jamón, sin carne, zampárselo y no dejar ni rastro en poco tiempo, no nos consta el que se haya hecho la prueba con el jamón completo).
Terminada la pitanza procedieron a tomarse unas copas y el anfitrión les obsequió, además, con unos puros marca “Farias” para todo aquel que quisiera castigar los pulmones y ahumar a todo el personal de su alrededor, lo cual también reconfortaba (benditos tiempos aquellos en los que no había tantas pamplinas con los humos, a pesar de que, hoy en día, ahí sigue impertérrito el cáncer de pulmón).

     El perro seguía retozando alrededor de la mesa, más que nada, por si seguían gratificándole con el lanzamiento de huesos y, hete aquí que, el hermano de Rebocato (por cierto, gran amante de los animalitos, dicho sea de paso, a pesar de lo que va a ocurrir a continuación) da una serie de caladas profundas a su Farias y cuando lo tiene consumido a medias, y ya un tanto harto de chupar, de alquitranar los pulmones y de atosigar a los de su alrededor, lo lanza al aire y hacia atrás. El perro, ni corto ni perezoso, ve volar el puro y pensando que es el hueso mal arrebañado de una chuleta, pega un salto y lo engulle, saliendo corriendo a todo trapo y resultando que no se le volvió a ver en e resto de la noche del sarao. Los que no estaban al loro pensaron que se habría ido detrás de un gazapo, ya que no era tiempo de veda y no llevaba colgando tanganillo, o tarangallo, alguno el animalito.

       Concluyendo que le perdió el ansia y nunca más se tuvieron noticias de que se le ocurriera volver a trincar, al vuelo, hueso alguno al mastín de marras.


6.-EL PERRO CATALÁN QUE LO MISMO ERA CHARNEGO

       Años ha, a principios de la década de los 80, Rebocato viajó, trasladado, por motivos laborales, a Catalunya [muchos años antes de que el aspirante actual a Caudillo, el de apellido de adverbio insaciable, reclamara el “derecho a decidir” por la sabia voluntad popular. Una vez que ciertos políticos hayan liberado Catalunya del yugo represivo castellano y sean completamente libres, deberían de cambiar su himno oficial “Els segadors” por el de “Libre” que cantaba el Nino Bravo, y los de los sillones –tanto de letras mayúsculas como minúsculas– de la RAE, suprimir la palabra MÁS, ya que Mas nos acabará convertido a todos en MENOS). A ver cuando Francia -país centralista donde los haya- lo aplica para sus nacionalismos periféricos: ya sea el bretón, el vasco, el catalán, el corso, el occitano, o la madre que lo parió. Será que, los afectados -caso de haberlos- no lo demandan, o que el Front National no lo permite, o que están todos tan contentos con su himno nacional “La Marsellesa” –Si España fuera Francia, al himno, se le denominaría “La Parisina”–. De todas formas al lema oficial: “Liberté, égalité, fraternité” de la República Francesa habría que añadirle el de:“Centralité” – No sabemos que pinta todo este encorchetado en estas historietas de “vida de perros”-] donde le sorprendió la cantidad de locales comerciales que advertía por la ciudad, “donde fue a plantar la era”, en los que sus rótulos gritaban: “PERRUQUERIA”, achacándolas, él, a peluquerías para perros, hasta que, meses después, un compañero de trabajo catalán de Sant Gervasi/La Bonanova (amigo posterior suyo, con el cual descubrió los carajillos post almuerzo de ron “Pujol”) le sacó del error. (Añadir que, a pesar de que los carajillos de esa marca de ron eran muy del agrado, embriaguez y deleite de Rebocato, este, siempre tuvo, y mantiene, bajo sospecha que el corajillo era/es un invento catalán para ahorrarse la copa, en contraposición a la chulería de Madrizz del tan traído y llevado: “Café, copa y puro”).

      Cierta vez, llegó Rebocato a una capital de provincia catalana (no era Barna, donde laboró unos 500 días y residiendo, para más INRI, al lado del Camp Nou –en castellá Campo Nuevo, a pesar de sus años– si no la capital que necesitó autobuses para acarrear personal de otras provincias catalanas para que la cadena humana reivindicativa fuera MÁS vistosa) a visitar a una hermana suya. Una vez en la calle donde residía su hermana aparcó su utilitario de color rojo. Antes de salir del coche (estaba escondiendo el radiocasete extraíble debajo del asiento, cosa que no había que hacer porque si te veían los manguis trasteando te lo guindaban igual) como tenía su ventanilla con el cristal bajado para que entrara el fresco, de pronto se le planta un perro lobo con las patas delanteras apoyadas en el cerco de la ventanilla y con la cabeza metida dentro del habitáculo del coche, enseñando las fauces y con la lengua fuera babeando las perneras del pantalón de Rebocato. Ante el susto morrocotudo de este, aparece un yayo corriendo, aunque no muy deprisa, que trata de tranquilizarle parlándole en catalá (a Rebocato, no al perro. El hombre, por supuesto, con todo el derecho de usar su jerigonza por estar donde estaba, pero eso, de entrada, a pesar de la hostilidad, perdón, queremos decir hospitalidad catalana, es asustar a los sumamente educados y transigentes de la Meseta Central) que como el coche es calcado al de uno de sus hijos pues que el can creía (intuye) que Rebocato era su hijo (del yayo, no del perro), pero que tranquilo que no muerde.

     Rebocato armándose de paciencia le respondió en su jerga: “Eso lo sabe usted pero…¿El susto a mi quien me lo quita?”.

    Posiblemente Rebocato, con su radicalismo al molestarse por el babeo del perro, estaba contribuyendo al estado de crispación en que viven muchos de los habitantes de la piel de toro (perdón, no sé si será políticamente correcto el mentar al toro, estando ya prohibido el toreo por esas tierras del litoral y cuando consigan ser MAS libres, lo mismo algunos políticos secesionistas no quieren que a la península “ibérica pata negra” se le defina la piel de toro ya que querrán que se despelleje el trozo de las provincias catalanas.) en los tiempos actuales.


7.-EL  BOXER Y EL PRIMO JULIANCETE

     En nuestro pueblo castellanoviejo, antaño, un primo hermano y, a su vez, vecino de Rebocato, tenía la afición de educar a los perros por el método tradicional, tal cual como mandaban los cánones, a la manera idiosincrática de nuestro pueblo castellanoviejo al igual que los vecinos de su calle, la cual era bastante larga y con otra calle que la cruzaba de forma perpendicular (el punto de intersección se denominaba las cuatro calles) y equidistante –desde la plaza del Pozo, donde estaba la casa de los padres del primo y la de los padres de Rebocato, hasta la Plaza Mayor del pueblo–. (El que no se ubique que consulte el callejero y no reseñamos el nombre de la calle porque nos da regomello, al ser el de un “glorioso” general golpista del 36, muerto en accidente de aviación durante la contienda, al que se le achaca la famosa expresión que nos han copiado en el extranjero: “La quinta columna”. Reseñar que, otros historiadores, se la atribuyen a otro “glorioso” general golpista que era suegro del gran guitarrista Paco de Lucia, para más señas).

      Cuando a Juliancete su madre le mandaba, con la tarja, a comprar un par de hogazas a la panadería, aquel cogía el pendingue calle arriba, cruzaba la calle perpendicular y llegaba hasta la plaza mayor en la que encontrábase la panificadora manual. Una vez en esta, el panadero, su mujer o algún hijo de ambos, le suministraban las hogazas de pan candeal y con un cuchillo le hacían un par de muescas en la tarja de madera y él se volvía, tan campante, hacia su casa con una hogaza debajo de cada sobaco sujetas, a duras penas, con los dedos de las manos fijados en los canteros y con su tarja actualizada al nuevo paquete genérico contable ejecutado a golpe de cuchillo.

      Un día acaeció que uno de sus vecinos con su casa ubicada en la calle de Juliancete ubicada en dirección a la plaza mayor y antes del cruce con la calle transversal, adquirió un cachorro de perro boxer (reseñar que era el primer perro de marca que se veía por aquellos contornos). Al sentir general del vecindario lugareños del lugar, el perro se les antojaba harto raro y feo como el solo.

     El bueno de Juliancete, entonces, contaba con unos 7 u 8 años de edad y su cuerpo disponía de una corta estatura que la acarrearía de por vida.

     Juliancete, todos los días, tanto a la ida como a la vuelta, cada vez que iba de su casa a la plaza mayor a por el pan, al pasar delante del cachorro boxer, tendido ante las puertas carreteras de su dueño, le obsequiaba con una patadita en el hocico. A medida que el perro crecía, las pataditas aplicadas en el hocico y propinadas por el primo Juliancete, también lo hacían en intensidad.

    Pasó el tiempo y cuando el boxer alcanzó un tamaño considerable y un tanto harto (intuimos) de que le sobara el hocico, un día que atisbó a Juliancete que enfilaba de nuevo hacía él, tan campante a por el pan, se levantó de la acera y se plantó en mitad de la calle con sus dos patas delanteras bien asentadas en el adoquinado (cual gorila presto para el combate) y empezó a emitir un gruñido continuo de aviso que el primo de Rebocato pilló al vuelo, reculó, volvió sobre sus pasos y a partir de aquel día si tenia que visitar la plaza mayor buscaba otras vías alternativas que aunque más largas, se le antojaban mucho más seguras para el bien de su integridad física.




    Pie de foto: Tal que así esperaba el boxer, ya crecidito, al primo Juliancete.

     No se había conocido en el pueblo, jamás de los jamases, cosa de la manera como este caso de chulería perruna. ¿Sería a causa de que el perro era de marca?. En fin, como dice el dicho: “Siempre hubo clases”.

     Matizar que unos 50 años después, ya fallecido Juliancete, los agostos en nuestro pueblo castellanoviejo ya no volvieron a ser los mismos, pues, el primo, en los alternes cerveceros vacacionales/ vocacionales era simpático como él solo, y sin ánimo de darse pote alguno,  ni pretenderlo, y hacía reír las tripas a los alternantes. Tenia unos golpes de muerte y no nos referimos a los que atizaba en el hocico a los perros de por allí en su infancia, precisamente. 


    8.-EL AYUNTAMIENTO PERRUNO Y SUS CONSECUENCIAS

    No es que en nuestro pueblo castellanoviejo hubiera una casa consistorial para perros con el fin de que dilucidaran, por ejemplo, cual “Congreso de los ratones” del Lope de Vega o del grupo musical “La Polla Records” :





            Pie de vídeo: Pues eso, “juntáronse los ratones….”

     No, decir que el titulo de esta historia va por otros derroteros.

   En nuestro pueblo castellanoviejo era fácil saber que perra estaba salida (según el D.R.A.E. sirve, también, “Cachonda”, a pesar de los tiempos que corremos) y no porque los lugareños tuvieran el sentido del olfato tan desarrollado como los perros, que estos (al menos los de antes, que no sufrían esterilizaciones o capaduras como los cerdos de antes y de ahora) si que olían y detectaban a la perra de turno en celo.

    Vaya por delante, para poner en antecedente a los lectores noveles en el tema relativo al celo de los canes, que las perras tienen 1 ó 2 situaciones de puesta en celo al año y que los perros se ponen en trance copulativo por el olor de unas sustancias químicas que segregan las perras (los animales somos básicamente, dicen, todo reacciones químicas e impulsos eléctricos y, además, sobre los humanos añadir la envidia, y la mala baba, y… paremos de contar) llamadas feromonas que se forman en las glándulas de las mamas, en las orejas y alrededor de salva sea la parte del animalito, de ahí el que se saluden olisqueándose por las partes traseras para detectar el estado de predisposición o disponibilidad en que se encuentran. Ni citas previas, ni precalentamientos, ni cenas románticas, ni copas, ni declaraciones de amor y de fidelidad, ni anillos, ni bendiciones, ni gaitas. Pamplinas. Al grano directamente, el instinto animal en estado puro y en noble competencia visceral con sus rivales de montada.

   En nuestro pueblo castellanoviejo cuando una panda de chicos zarrapastrosos, del lugar, veía a varios perros del pueblo alrededor y requebrando (es un decir) a una perra, ya se barruntaba la diversión (que el Señor y los amantes de los perros les dispense por los hechos de a continuación).

      El asunto consistía en seguir a la jauría (aunque más bien, esta, la formaban los propios zagales) a distancia mimetizándose en el entorno, y cuando un perro  montaba a la perra se esperaba a que el afortunado (más bien infortunado, por la que se le venía encima) montador  se girara sobre la perra descabalgándose de su lomo y poniéndose en posición de culo con culo con ella, sin llegar a desenvainar a causa de la bola que se les forma a los machos cánidos en su miembro viril durante la copula; entonces había llegado el momento. Los muchachos salían de su mimetismo bien provistos de cándalos y de cantos (o de lo que buenamente disponían a mano facilitado por el entorno), y la emprendían a golpes y sin compasión contra la pareja del ayuntamiento (y esta no era, por ejemplo, el alguacil y el secretario) hasta que las pobres bestias se desenganchaban.

     Brutal e inhumano pero real como la vida misma. Era lo que se estilaba, aunque en estos tiempos, actuales, de collares de marca, correas, trajes de filigrana, veterinarios y peluqueros perrunos, parece difícil de asimilar el que aquello estuviera sucediendo, como lo más normal del mundo, en la Meseta Castellana. Pero como dice el dice el dicho: “El asunto de la jodienda no tiene enmienda” (perdón por el clásico pareado de taberna y amigotes –otra tradición que estamos perdiendo-) y los perros, a pesar de las tropelías que sufrían, seguían provocando a la muchachada y haciendo de las suyas en la época de celo perruna.

      Todo esto, aunque hoy en día parezca una salvajada, hace 50 años, y más, lo de interrumpir el coito perruno, era una práctica habitual en nuestro pueblo castellanoviejo y en cualquiera de los de  alrededor. Y era despiadado y bestial. Sin embargo, dado que normalmente, durante el apareamiento sin sobresaltos, la pareja de perros permanece enganchada unos 15 minutos, los zagales de nuestro pueblo castellanoviejo estaban favoreciendo, sin saberlo, a la aplicación del coitus interruptus, logrando que el apareamiento perruno (una vez realizada la enganchada, y en posición de culo con culo) perdurara poco más (según casos) que la del gallo con la gallina, que dura alrededor de un segundo, y con ello mantener el equilibrio ecológico con el fin de que el pueblo no se llenara de perros, con el consiguiente problema que ello ocasionaría por aquellas latitudes, ya que no se podría alimentar a todos ellos y entonces habría que pasar por el mal trago de sacrificarlos al poco de nacer. 

    Unos buenos candalazos y cantazos (acción atroz y desalmada) a tiempo evitaba el posible embarazo de la perra y el que, al nacer la camada, se tuviera que proceder a la desagradable tarea de exterminar a los pobres e inocentes cachorrillos de una de las dos técnicas que se ponían en práctica por aquellos contornos: Bien estampándolos contra una buena pared construida a base de cal y piedra (todas las paredes exteriores de las casas de nuestro pueblo castellanoviejo eran muy consistentes debido a que se levantaban con esos materiales), esta era una manera rápida de acabar; o bien llevándolos a una laguna cercana echarles al centro del ella y como por el instinto de supervivencia intentaban ganar la orilla se repetía la operación, arrojándoles de nuevo al centro del agua, una y otra vez, hasta que fenecían ahogados por cansancio. Esta forma era más lenta pero daba como más juego para el entretenimiento de la chiquillería que, dicho sea de paso, mientras andaba solazada en esos menesteres no hacían otro tipo de malezas por el municipio, lo cual siempre era de agradecer.


       EPÍLOGO

      Hoy en día en nuestro pueblo castellanoviejo los perros llevan collares, correas, ropajes y ya no duermen a las puertas carreteras (ahora reconvertidas en puertas garajeras). Los perros te ladran a tu paso si van paseando de la correa de su respectivo amo, y si andan sueltos se te acercan, te olisquean, se te suben encima y cuidadito con tocarlos y, además, algunos amos de ellos te sueltan: “Es tan gracioso y tan cariñoso que se arrima a cualquiera, y tranquilo, que no hace nada”. Los animalitos han perdido la educación, las distancias y el saber estar de antaño para con las personas. De algunos de sus amos mejor no hablar. En fin la vida del paseante sin perro, actualmente, se ha convertido en una vida de perros de los de antes.

      No obstante es digno de admirar (los que madruguen para ir al trabajo pueden observar y disfrutar del evento) a los dueños de los perros que sacan a estos por las mañanitas, bien tempranito, aunque caigan chuzos de punta, a que hagan sus necesidades. Causa más admiración aún, la tarea de recoger los excrementos de las mascotas por sus amos, aquellos bien calentitos, con sus propias manos y con un milímetro, escaso, de plástico como barrera de separación entre las ensaimadas y sus dedos.

       La acción del paseo matutino habrá muchos que no la llevarían a cabo ni con sus propios ancestros, ahora bien, aquellos al menos tienen esa deferencia con sus animalitos, pero habrá muchos prójimos que ni con los perros, ni con sus mayores se prestarían a ello.

     Los escrupulosos quedan avisados, si de buena mañana, de pronto, trata de saludarles un conocido o amigo, que posea y pasee un perro, e intenta hacerlo alargándoles la mano, mejor se me pongan un guante y después la choquen. Si lo hacen a mano descubierta se verá una escena que rezumará amor verdadero hacía los perros y empatía para con sus dueños.

    Cierta vez que Rebocato visitó una pequeña ciudad de Aragón que sacó, en su día, un eslogan para decir, al resto de España, que estaban allí (que existian), observó en una callejuela céntrica, sin aceras y sin apenas transito de personal, una gran cantidad de excrementos de perro (secos y recientes) y en la fachada, de una de las casas que estaba medio en ruinas, existía una pintada que decía: “Si sacas al perro a pasear, llévate a casa la merienda”. Visto el estado en que se encontraba la calle, algunos ni por esas.

     Luego están los que salen por la ciudad de noche para que el perro miccione. Los perros suelen levantar la pata y se alivian, ante la mirada satisfactoria de sus amos, en las paredes de las puertas de entrada a los portales de las viviendas y garajes de otros (ni el azufre es ya disuasorio) ciudadanos. Caso de pillárseles “in fraganti” en esos menesteres y de proceder a llamárseles la atención, los dueños te responden, y con toda la razón del mundo, que en algún sitio tienen que hacer sus necesidades los pobres bichos; no obstante, de momento, no se tiene constancia de ningún dueño de perro que permita a su animal aliviarse en la entrada de su casa, del portal de su propia comunidad de vecinos o de su garaje.

     Dicen que los chinos fueron los primeros en domesticar al perro y los quieren tanto que hasta se los comen, desde  los tiempos de Confucio o vaya usted a saber.

     En muchos países orientales se consume carne de perro y sorpresa…. hasta en algún cantón suizo no le hacen ascos a la carne curada de perro y a sus salchichas. Que decir de yankeelandia y de sus famosos “perritos calientes”.

     En fin, como ya sabemos, en el mundo de la gastronomía de los diferentes países las razones de comer, una cosa u otra, son meramente culturales y en muchos sitios, lamentablemente, decide, a la hora de llevarse algo a la boca, la necesidad y se tira de lo que esté más a mano.

     Para rematar un último refrán: “Amor de mujer y halago de can, no duran si no les dan”. Lo de la mujer puede ser creíble, sobre todo a ciertas edades, en cambio, respecto al perro vamos a darle un voto de confianza que para eso estas historias giran en torno a él, aunque en nuestro pueblo castellanoviejo les daban bien de verdad, aunque, presumimos, que no de lo que barrunta el refrán.
 
 Con Dios.

PD.- Para saber más sobre Rebocato y los perros, leer historias ya publicadas: “Una plácida mañana de platja”, “El perro y la moto” y “A vueltas con el perro gallego. Antes manchego”.

              HistoriasdeRebocato@octubre2013

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