AVATARES DE REBOCATO EN EL "TORRE DEL ORO"
H ete aquí que en un viaje
que realizó nuestro amigo Rebocato, con su contraria, desde una capital de
provincias levantina hasta la ciudad que fue capital de los Omeyas en
Al-Andalus (Andalucía para los no bilingües), les aconteció algún que otro caso
curioso durante el trayecto del viaje en el tren Talgo Torre del Oro (y olé) en
el que efectuaban el desplazamiento.
Resultó que, ya dentro de
los límites de la provincia de Jaén, en la estación de Linares-Baeza, subieron
al tren varias personas. Uno de los nuevos pasajeros se instaló en uno de los
cuatro asientos enfrentados dos a dos, tal como están dispuestos en las dos
hileras de asientos tanto al principio, como al final de las filas en los vagones
del tren.
Rebocato y señora encontrábanse
sentados un par de asientos mas adelante de donde se sentó el susodicho
pasajero y, este, quedó ubicado con visión directa hacia ellos.
El hombre, ya pasaba de los 65 años de edad –según confesaría,
más tarde, al propio Rebocato– era de mediana estatura, con pelo un tanto cano y
rizoso, y cuando se puso de perfil para dejar sus pertenencias en las bandejas
superiores de portaequipajes a Rebocato le recordó a un amigo tabernero (no
tomarlo en sentido peyorativo, lo de tabernero, ya que, hasta el propio Lucio
–Casa Lucio en Madrid– el de los huevos rotos –no es que tuviera un accidente fatal
el hombre, nos referimos a uno de sus platos– gusta de llamarse tabernero) de
nuestro pueblo castellenoviejo.
Su persona llamaba poderosamente
la atención y causó sensación entre los ocupantes del vagón debido a que iba
vestido con unos pantalones negros de cuero, una camisa de manga larga de color
azul falangista, unos zapatos tan puntiagudos cual babuchas de califa y, lo que
más efecto causaba, una gorra de plato, semejante a las de la armada, con una
banderita española pegada en todo lo alto del plato, como se pudo comprobar cuando
se descubrió la cabeza. Además llevaba en una de sus manos, apilados, un gorro
de fieltro y otro de paja, ambos de escaso vuelo. En la otra mano portaba una
cartera de cuero marrón como las de antaño, de las de ir a la escuela y una bolsa
de plástico que contenía un bocadillo, fruta y bebida, como pudo observarse, más tarde, llegada la hora de matar el ansia de hambre y sed de nuestro hombre.
Pie de
foto: Tal que así era la gorra que se calzaba nuestro
hombre de los pantalones de cuero negro
El viajero dispuso con
mucho mimo y ceremonia, en la correspondiente bandeja portaequipajes ubicada
más arriba de los asientos, sus dos sombreros y la llamativa gorra de plato, espaciados
y en hilera con el fin, barruntamos, de que se orearan. Asimismo, hizo lo
propio con la cartera y la bolsa de plástico, de tal forma que ocupó todo el
espacio físico destinado a ubicar los equipajes de los futuros viajeros de esos 4 asientos.
Acto seguido se sentó y se
puso a hablar con las 4 mujeres que ocupaban los cuatro asientos, también
enfrentados dos a dos, ubicados a su derecha con el pasillo de por medio, Les comentaba que se había
olvidado en casa las pastillas controladoras de la tensión arterial y que por
lo tanto tendría que estar paseando constantemente. Las mujeres, un tanto
indolentes, dieron muestras de obviarle, con lo que el hombre al rato y quizás al
no recibir interactividad por parte de ellas, se levantó de su asiento (en los
asientos de enfrente a él permanecía sentado un joven que dormitaba o se hacia
el dormido) y salió del vagón.
Los dos asientos de
delante (sin enfrentar) de los que ocupaban Rebocato y señora estaban ocupados por un
matrimonio de unos 70 años en canal, con un deje propio de las personas que
habitan las tierras andaluzas que en ese momento cruzaba el caballo de hierro,
como definían al tren los ancestros (de cualquiera de sus escasos actuales descendientes)
que dejaron vivos, en la posterior llamada USA, los anglosajones arrasadores de
todos los nativos de Norteamérica, pero la leyenda negra es española. Por comparar, unas ocupaciones territoriales con otras, por poner un ejemplo: en Mexico el 80% de la población es mestiza. Los anglosajones, mayormente, son contrarios a las mezclas con otras razas, los latinos son otra cosa.
Nuestro hombre regresó a su vagón pasada una media hora, se dirigió a su asiento, cogió de la bandeja
portaequipajes su bolsa de plástico y sacó de ella: un bocadillo envuelto en
papel de aluminio, una botella de agua, una servilleta de hilo a cuadros azules
y blancos, y sentose en su asiento para dar buena cuenta de las viandas.
Tendido enfrente
suyo seguía el joven que yacía en uno de los asientos enfrentados a los de
aquel y con los pies descalzos apoyados en el asiento de al lado donde se
sentaba nuestro hombre del pantalón de cuero negro.
Concluido el frugal ágape,
nuestro hombre, empezó a amodorrase hasta que quedo en la fase REM (nada que
ver, como saben nuestros lectores, con la conocida banda de rock de
gringolandia).
Despertose nuestro hombre
unos 30 minutos después y principió a caminar de nuevo recorriendo los
diferentes vagones del tren, por lo de aquello de controlar la dichosa tensión arterial, barruntaba Rebocato.
Rebocato comentó a su
mujer que tenia necesidad de hablar con el hombre de los pantalones de cuero
negro antes de llegar al destino del viaje, cosa que no le hizo mucha gracia a
su contraria, ya que, esta, había harto observado que el hombre de marras
andaba con ansias de entablar conversación fluida y harto luenga con los distintos
compañeros de viaje y, además, ella, como que no estaba dispuesta a tirarse el
resto del trayecto con el hombre de pie en el pasillo al lado de sus asientos pegándoles
la hebra y “amenizándoles” el resto del viaje con una tabarra considerable, no
por ello malintencionada ni falta de sustancia, aunque posiblemente
interminable y cansina.
Rebocato se levantó de su
asiento y salió al pasillo avanzando a través del vagón y deteniéndose en el pasillo de separación entre
vagones, observando a través de las puertas de entrada que en el vagón de más
adelante, nuestro hombre departía amistosamente con una pareja de jóvenes del
genero masculino. Después de mirar un rato –cual vieja al visillo del José Mota
caracterizado– volvió Rebocato a su asiento y le dio novedades a su mujer,
manifestándole esta, que se sentara, que dejara de hacer el tonto y que se
olvidara de nuestro hombre, el cual, al rato, regresó de nuevo a su vagón y bajando su cartera marrón de cuero del portaequipajes,
sacó de ella un libro de llamativo color amarillo con
letras negras y rojas en la portada. Al llegar a la altura del matrimonio que
estaba sentado delante de Rebocato y señora, blandiendo el libro les dijo al
matrimonio, de deje andaluz, que lo había escrito él, y que se lo iba a enseñar
y explicar el fondo (lo de la forma, de toda obra literaria que se preste, es
decir, la manera de escribirla, no lo mencionó) a los jóvenes con los que había
hablado, sitos en el vagón colindante al de ellos.
Rebocato retomó la lectura
de su periódico aunque sin centrarse en demasía en ello, ya que andaba más
pendiente de la conversación, de nuestro escritor declarado, con el matrimonio
de deje andaluz y, a su vez, el mirar disimuladamente de soslayo tratando de adivinar
el titulo del libro amarillo, así como el nombre del autor.
A pesar de que el hombre
de los pantalones negros de cuero no paraba de abrir y cerrar el libro, y de
gesticular con él como tratando de espantar las fingidas moscas inexistentes, Rebocato
por fin memorizó el titulo del libro así como el nombre de su autor y lo apuntó
en el periódico para después traspasarlo a las notas del móvil. Cosa tan inútil como tonta
porque el periódico, ya leído, se lo dejó en el tren con el fin de que lo
aprovechara otra persona, y el móvil
se le averió unas semanas después y se lo formatearon, perdiéndose toda la información de las notas
almacenadas, y el nombre del escritor memorizado en la cabeza de Rebocato, también, sin necesidad de formatearla aunque, posiblemente, falta está de eso.
El tren se detiene en otra
estación (con tanta estación y paradas eso ya parecía el vía crucis que de
monaguillo recorría Rebocato, crucifijo en mano, con otros monaguillos y con el
cura párroco, interiormente alrededor de la iglesia de nuestro pueblo
castellanoviejo) y nuestro hombre, apunta, que iba a enseñar su libro a dos
jóvenes del vagón de al lado, cuando observa que estos se están ya apeando del
tren.
Rebocato, simulando que
sigue leyendo, se ríe para sus adentros porque piensa, maliciosamente y posiblemente
equivocado, que los jóvenes ante el temor de que nuestro hombre vuelva a la
carga con libro incluido, pues que se bajan en esa estación y esperarán al
próximo tren con el fin de evitar la supuesta cantinela del escritor.
El hombre sigue
impertérrito con su charla con el matrimonio delantero de deje andaluz, mientras
Rebocato anda reprimiéndose las ganas de meter baza en la diatriba, pero recuerda
la advertencia anterior de su contraria y opta por levantarse del asiento y
encaminarse al vagón bar-restaurante a tomarse una birra hasta que escampe.
Cuando vuelve Rebocato a
su vagón observa que el escritor está debidamente sentado en su asiento de
origen tratando de romper el hielo, de nuevo sin éxito, con las cuatro mujeres
de los asientos ubicados a su derecha. Al rato el matrimonio, ya un tanto mayor y deje andaluz, empieza a
maniobrar para bajar sus maletas de la bandeja portaequipajes y Rebocato se
dispone a ayudarlos, y se las baja colocándolas en los asientos vacíos de al
lado, para que no atollen el pasillo del vagón, pues aún falta tiempo para que
la pareja llegue a su estación de destino.
Entonces, una vez
debidamente sentados, de nuevo, todos en sus asientos respectivos, el hombre
delantero de deje andaluz, en señal de agradecimiento a Rebocato por la ayuda
prestada para con la bajada de los equipajes, volviendo la cabeza comienza a
explicarle que está jubilado desde hace varios años y que estuvo laborando
muchos años en una cooperativas de aceite de oliva en la provincia de Córdoba.
El hombre habla y habla sin parar empleando una jeringonza que Rebocato y
señora entienden a duras penas. Sacan conclusiones sobre que si el aceite de
oliva se vende en la cooperativa a precio bajo, que si lo compran los italianos,
que si estos lo mezclan con otros aceites, y que lo envasan y venden a precios
carísimos, y, lo más grave, como si fuera de procedencia italiana.
A todo esto el escritor no
pierde ripio desde su asiento y al final se levanta con su libro en mano y se
queda de pie, en el pasillo del vagón, al lado de los tertulianos (en realidad
es un monologo del ex cooperativista "aceitunero altivo", que recitaría el
malogrado poeta Miguel Hernández) y de vez en cuando, el escritor tratando de meter
baza, critica a los italianos por lo del aceite.
Transcurre el tiempo con
nuestros personajes chachareando y el tren llega a la estación de destino del
matrimonio de deje andaluz, se despiden estos de la tropa y se apean, con sus maletas, tan
campantes.
Queda una media hora para llegar a
Córdoba y Rebocato está dispuesto a dar palique al escritor a pesar de las
advertencias de su contraria. Le pregunta al escritor por su libro y aquel se
lo muestra entusiasta abriéndolo por una página al azar. Rebocato trata de asir
el libro y lo toca pero el dueño no lo suelta y aquel desiste del intento de
aferrarlo.
Los caracteres y dibujos
del libro están escritos, en origen, a mano con rotulador de color negro, y su
autor empieza a hablar del contenido de
su obra que se basa en lo que él ha descubierto sobre los primeros
moradores, de los que tenemos reseñas, de la península ibérica a saber: iberos, celtas, tartesios, fenicios, griegos,
etc. así como de las inscripciones en piedra con símbolos de aquella época realizadas,
de aquella manera, por aquellos supuestos ancestros nuestros.
Habla de los íberos y Atapuerca.
Nombra a Gargori, entonces Rebocato
le pregunta que si ha leído Gárgoris y Habidis (un libro con el que "el veleta" del Sánchez
Dragó tuvo su momento de gloria recién iniciados los años 80 del siglo XX) el
escritor continúa, impertérrito, con los símbolos y traducciones reseñadas en
su libro, y Rebocato le dice que si el Gárgoris tenia algo que ver con la
miel y las abejas, él, ahora si le contesta que era un rey español apicultor.
Como el escritor no para de
largar y largar (que conste que, al corto entender de Rebocato, el hombre está
bien empapado en el asunto aunque presenta un cuadro clínico que le recuerda al
de don Alonso Quijano con sus excesos de lectura de las novelas de caballería,
es decir –sin ánimo de burla–, un tanto pasado de rosca, exceso de celo y con
algo de cerrazón en sus divagaciones) Rebocato le anuncia que tiene que haber
dedicado mucho tiempo al estudio de los grabados iberos, visitando lugares y
museos, así como que, si para descifrarlos si se ha encontrado algo parecido a
la Piedra de Rosetta (esta, con sus tres escrituras diferentes que facilitó el
entendimiento de los jeroglíficos de Egipto, ubicada en el Museo Británico de Londres y que Rebocato da fe de ello, en su visita, tiempo después, a dicho Museo en marzo de 2.016).
El escritor responde que
como se prejubiló en la empresa donde trabajaba, que ha tenido, y tiene,
actualmente como jubilado, mucho tiempo libre; también le habla sobre la piedra
íbera de Sinarcas; así como que ha estudiado la escultura de la Dama de Baza y
que la bandera actual de España (sin el escudo, claro está) ya aparece pintada
en el respaldo del trono donde está sentada la dama de marras.
Rebocato le replica que ni
en trono ni casta que lo fundó, que el empiece de la bandera rojigualda tiene su origen en los pabellones de
los barcos de la marina mercante y de guerra del Carlos III Rey de España (antes Carlos I como duque de Parma, Carlos VII como rey de
Nápoles y Carlos V como rey de Sicilia). Y añade que, es bueno ser rey, y que si
se ha reinado en diferentes sitios mejor que mejor para el curriculum, como
actualmente ocurre con los estudiantes de hoy en día acumulando Masteres que
paga papá.
El escritor del pantalón
de cuero negro ojea su libro y en una página muestra a nuestro desconfiado Rebocato
un dibujo en el que aparece la
Dama de Baza sentada y con el respaldo mencionado un tanto retocado de rojo y
gualda a imagen y semejanza de nuestra bandera nacional, que no nacionalista,
aunque algunos la tomen también como tal.
Pie de foto: La Dama de Baza y, según nuestro escritor de los pantalones de cuero negro, la
bandera de España adornando el respaldo del asiento
Rebocato le confía que a
saber si la Dama de Baza será autentica, que lo mismo ocurre lo que con la Dama
de Elche que está rodeada de polémica debido a como se encontró, aprovechando
la estancia en aquel tiempo y lugar del descubrimiento (y no nos referimos al
de America) de un arqueólogo franchute que autentificó el hallazgo, compró la
figura, se la llevó a Francia y después de estar más de 40 años expuesta en el Louvre,
el gobierno de Vichy nos la devolvió, a Dios gracias, sana y salva. Añade que los
franchutes también estudiaron la Bicha de Balazote (primero la llamaron biche
–cierva en francés– y luego los españoles castellanizaron el nombre a bicha).
El escritor no entra al
trapo de autenticidades o no, y continua con su relato enseñando paginas del
libro y hablando del rey Goldiba y sus ataques a los fenicios; del rey
Onibasso; de la batalla de Ildún (Castellón) año 700 a.C.; del rey de Hispania
llamado Gárgori el fuerte, terror de los celtas y domeñador de abejas.
Rebocato le pregunta si
sabe algo de Midrático el cual, según
su padre (nuestro labriego castellanoviejo), fue, antaño, un rey muy
importante del sur de la Hispania, Iberia, o vaya usted a saber como le decían
entonces.
El escritor aduce
desconocerlo y sigue mostrando páginas del libro y habla de Argantonio rey de
los Tartessos; del rey Baso y su estrategia de ataque; de los petroglifos
ibéricos; de la piedra íbera de Sinarcas (de nuevo), etc.
Rebocato, aguantando el
chaparrón y pensando en el posterior rapapolvo, que se le avecina por parte de su pareja, hace un intento de
desviar la conversación con visos de zanjar el tema; hace tiempo que observa en
la muñeca derecha de su interlocutor, pseudo monologuista, una pulsera de plata
de cadena gruesa (muy de moda en
España mediada la década de los 70 del siglo pasado, incluso a Rebocato le
regalaron una, con su nombre grabado, dos de sus hermanas – la 2ª y la 5ª–, que
aún conserva –cadena y hermanas–) con chapa incluida en la que lleva grabado el
nombre de Rubén, entonces en un
mínimo receso que hace el escritor con el fin de recuperar el resuello con
tanta plática, le dice que si él es el autor del libro; ante la afirmación del
preguntado, Rebocato le inquiere: ¿Si el nombre que aparece en la portada de su
libro es Ignacio porqué en su pulsera pone Rubén?
Ante la impertinencia de Rebocato el escritor se
sonroja un tanto y tiémblale la mano que sujeta el libro amarillo y se le nota
incomodo, cual exministro Acebes después de preguntarle, a este, el juez si conocía
al arquitecto que reformó la sede central del partido de la gaviota azul y que
fue pagada, en parte, con dinero negro, y al negarlo –al igual que san Pedro a
nuestro Señor Jesucristo, cuando estaba aquel calentándose, junto a soldados y
otras gentes, en la lumbre del patio de la casa de Caifás– enseñole el señor juez
una fotografía en la que aparecía Acebes saludando efusivamente al arquitecto y
entonces, dijeron los presentes, surgió la indecisión y el nerviosismo en el ex
ministro.
El escritor se recompone y le contesta a
Rebocato: “Me la dio un chico”.
Rebocato sigue jugando con fuego y le indaga
sobre quien destruyó Medina Azahara (para posteriormente convertirse en cantera
de lujo para los edificios de la ciudad de Córdoba) la ciudad palatina, y que
si fueron los almorávides o los almohades –bereberes– (tan andaluces y musulmanes
como los omeyas), y el contesta que fue un terremoto, sin más, dejando a
Rebocato con un palmo de narices.
Continua la charla y ya cerca de Córdoba
Rebocato baja su equipaje de la repisa portaequipajes y el escritor se dirige a
su asiento y recoge sus dos sombreros, su cartera de cuero marrón, su bolsa de
plástico y su gorra de plato que se la calza en la cabeza, quedando, al sentir
de Rebocato, más majo que un San
Luis.
Una vez en el pasillo entre vagones equipaje en
mano, Rebocato, ya con menos gente con posibilidad de oírles (durante la
conversación anterior entre ambos, la gente, barruntamos por la ausencia en el
vagón de otras conversaciones, estaba entretenida escuchando al par de dos), le
dice al escritor: “Yo estoy prejubilado y he trabajado durante 36 años en la
multinacional tal de telecomunicaciones”.
El escritor le contesta, con cierto regocijo,
que él también había trabajado en la misma multinacional tal.
Bajados al andén el escritor les comenta a
Rebocato y señora que tiene que estar esperándole una sobrina suya para
recogerle y que va con la gorra puesta para que se le vea desde lejos.
Ya los tres fuera de la estación la sobrina no aparece, y
Rebocato y su dueña se despiden amablemente del excompañero de aquel y se
dirigen hacia el centro de la ciudad camino de su cercano hotel reservado donde pernoctarán unos días.
La parienta de Rebocato comenta estar un poco
preocupada porque no ha aparecido la sobrina del escritor y su santo le dice que,
posiblemente, la sobrina al verle en compañía de ellos y con la gorra puesta
que no se habría atrevido, por vergüenza ajena, a acercarse hasta que no estuviera
solo su tío y no el trío.
La Virgen de los Faroles y otras….. ¿vírgenes?:
Aparte del famoso Cristo de los Faroles, también, existe en Córdoba la Virgen de los Faroles.
Pie de foto: La Virgen de los Faroles sin las 7 u 8, potenciales vírgenes, retratadas por Rebocato
por voluntad propia de ellas y de él.
La primera noche de visita
en Córdoba, baja Rebocato de la Calleja de las Flores y enfilando la
calle Velazquez Bosco se dirige hacia el muro norte del Patio de los Naranjos
de la Mezquita, mientras su contraria se queda haciendo la enésima foto a la
entrada de la calleja. Al llegar, aquel, a la Mezquita se topa con el altar de
la Virgen de los Faroles expuesta en la fachada y allí se encuentran unas 7 u 8
chicas (es un decir pues calzan edades variopintas en el arco comprendido desde los 30 a
los 40 años y con una algarabía de tres pares de narices, como de estar celebrando despedida de soltera, o separada) y una de ellas le
ofrece a Rebocato una cámara fotográfica con el fin de que les haga una foto,
al grupo de féminas, debajo de la Virgen.
Ya todas ubicadas Rebocato enfoca
el objetivo y apunta:
¿“Qué saco, a la Virgen o a
todas…”?
Una de ellas responde: “Tu veras
si aquí hay alguna virgen”
Rebocato contesta:
“Obviamente, no me voy a poner ahora a indagar sobre el estado de cada cual”.
Dicho esto hace una
fotografía global con la Virgen de arriba y con las de abajo (Rebocato piensa
para sus adentros, sobre los estados de las chicas del grupo, y como reza su
cartilla militar “Valor: se le supone”, lo mismo aplica, él, a la supuesta
virginidad de las féminas retratadas).
El retratista hace una segunda
foto, por seguridad, como procede en estos casos.
La chica, dueña de la
cámara, se le acerca de nuevo sonriente y recoge su máquina, mientras Rebocato
de reojo observa que su santa se acerca a sus espaldas, no obstante,
desafiando los daños colaterales posteriores suelta al grupo:
–“Que la Virgen os ampare y que os conceda muchos
hijos con el fin de que sepáis lo que vale un peine”.
Risas a discreción y el grupo se aleja.
Llega la mujer del solicitado fotógrafo
ocasional y le inquiere a este:
–¿”De que se reían las retratadas”? (ella al
dirigirse hacia la Mezquita ha visto la inmortalización del grupo y los flases
provocados por su compañero).
Rebocato le dice:
–“Nada un chiste que me han contado sobre la
virginidad”.
Y recibe como aviso: “Tú siempre tan gracioso
con quien no debes”.
Dos
personajes perennes en el Talgo Torre del Oro:
Reseñar que el tren Talgo “Torre del Oro” con
salida de inicio de recorrido en la estación de Francia (Barcelona) y final en
la estación de Santa Justa (Sevilla), hace varias paradas a lo largo del
trayecto por Catalunya, Comunidad Valenciana, Castilla la Mancha y Andalucía.
Tanto a la ida como a la vuelta hace una parada
técnica en la estación de Alcazar de San Juan (Ciudad Real).
En Alcazar de San Juan suele subir al tren,
entre otras, una persona (Rebocato y señora lo comprobaron, en el Talgo Torre del Oro, tanto a la ida como
a la vuelta de su viaje a Sevilla en junio-2014 y a Córdoba octubre-2014)
posiblemente, barruntamos, que contratada por RENFE para amenizar al personal,
con el fin de que la espera se les haga más amena. Dicha persona de una edad de
unos 50 años, suelta, más o menos, la siguiente parrafada:
–“Buenos días señores y señoras, yo era trabajador
autónomo con un socio en un negocio que tuvimos que cerrar. Tengo dos hijos
pequeños y mi situación económica es muy precaria. No cobro el paro. No dispongo
de ayuda económica alguna. Es muy vergonzoso el mendigar pero no tengo otro
remedio, robar no quiero, por lo tanto les pido una pequeña ayuda, o un zumo,
yogur o lo que tengan a bien el darme”.
Dicho esto recorre el vagón con una bolsa de
plástico, va recogiendo lo que la gente buenamente le da y se larga al
siguiente vagón a repetir lo mismo. Por los comentarios que hace la gente que
viaja más a menudo en esa línea, parece ser que el hombre, que no se pone en
duda su situación de precariedad, ha hecho, al menos en ese tren, su lugar de
trabajo y profesión, incluso un hombre apunta: "Si todas las personas de este país que estén en una
situación igual o similar a la suya hicieran lo mismo, el tren se quedaría en
Alcazar de San Juan para siempre jamás". En fin, es lo que hay.
También, comprobaron Rebocato y señora, en esos
dos viajes, que en esa estación sube otro hombre con voz un tanto recatada por su
sonoridad (apenas se le oye) ofreciendo a la venta navajas de Albacete y
décimos de la Lotería Nacional. Pero de esta persona, que parece ser un
bendito, hay que estar muy pendiente porque si no apenas te enteras de que pasa
a tu lado. No molesta. Ni le echa cara y bemoles el hombre, lo que le sobra al otro.
De vuelta a casa y sin ser Navidad:
A la vuelta de nuestra pareja de Córdoba ya
subidos en el tren observan que, este, va bastante lleno y con gente mayor y con
muchas maletas, de tal forma que los portaequipajes superiores están casi
llenos y los habitáculos para maletas grandes al principio de cada vagón están abarrotados.
Rebocato ayuda a una mujer y a un matrimonio de
edad, cercanas a su asiento, a subir los equipajes a las bandejas superiores.
Al llegar a Alcazar de San Juan, Rebocato harto
de subir maletas a lo largo del trayecto, se levanta del asiento y se coloca,
aparte, en el pasillo entre vagones. Ve a la gente que va subiendo al tren y cuando
cree que no va a entrar nadie más se asoma a la puerta y observa que se acerca
por el anden un matrimonio mayor, con problemas de movilidad y sin ligereza.
Para mas INRI, la mujer lleva colgado del brazo un bolso grande y en una mano una jaula larga y
estrecha con pajaritos, disimulada con bolsas de plásticos y papel de periódico;
en la otra mano lleva una caja de transporte para perros con un perrillo, o
perro faldero, dentro; el marido acarrea en una mano una caja de cartón
atada con cuerdas, y con la otra arrastra, a duras penas, un maletón de tamaño
considerable, el más grande visto jamás por Rebocato en una estación de tren,
ni los baúles de la Piquer, oiga. Al ver, el del maletón, asomado a la puerta del vagón a
Rebocato, le inquiere con deje andaluz:
–“Oiga, a ver si puede usted echarnos una mano con el
equipaje y ayudar a subir a mi señora. Hoy por mi, mañana por ti (sic), estamos para
ayudarnos los unos a los otros”.
Rebocato desciende al andén coge el bolso de la mujer, que la pobre
debe de andar por los ciento y pico kilos, y la jaula, y los coloca en el
pasillo entre vagones, vuelve a bajar y coge la jaula del perro, con este dentro, y la
sube al vagón, desciende de nuevo y ayuda a la señora a subir, el marido sin soltar
su equipaje dice:
–“Tenga cuidado con mi mujer que está algo
delicada y puede meter el pie entre el vagón y el andén”.
Una vez la mujer arriba, baja Rebocato de nuevo
al andén, quiere coger la maleta al hombre pero este le dice sin soltarla:
–“Yo subo al tren, tiro del asa de la maleta y
tú la agarras de abajo, empujas, y la subimos de un tirón”.
Dicho y no hecho, ya que Rebocato al coger la
maleta por la parte de abajo y tratar de levantarla se queda en el intento
(recalcar, sin ánimo de querer dárselas de machote, que Rebocato con 15
años de vellón, en nuestro pueblo castellanoviejo, ya subía sacos a su espalda,
rellenos con fanega y media de trigo desde el carro aparcado a la puerta de la casa de nuestro labriego castellanoviejo hasta el sobrado de la vivienda).
Rebocato le pregunta al hombre de la maleta
cruje-espaldas:
–¿”Pero hombre de Dios, que lleva usted dentro
de la maleta, lingotes de oro”?
La verdad es que la maleta al moverla no denota
que tenga espacios libres, es toda compactibilidad, nada se convulsiona dentro
de ella, parece rellena de hormigón.
El dueño obvia la pregunta de su ayudante
ocasional y le anima:
–“¡Ea, hombre!, que tú estás fuerte vamos
pa´rriba”.
Rebocato afianza sus pies fuertemente en el
andén y agarrando la maleta con ambas manos por la parte de abajo, sacando
fuerzas de flaqueza y con el dueño tirando de ella hacia arriba logran, a duras
penas, subirla al vagón.
Rebocato, ya ha tenido bastante y medio desrengado, huye de los
agradecimientos del matrimonio, no recuerda, ni tan siquiera, el haberlos oídos, cree que ya ha
cumplido, con creces, por hoy en su labor de llevar a cabo obras altruistas; sigue
andén hacia atrás y se sube por la otra entrada de su vagón, entre vagones
observa el colapso que está ocasionando el matrimonio del maletón con sus cuerpos, con la caja
de cartón amarrada con cuerdas, con el bolso, con los pajaritos enjaulados y con el perrito y su caja. El caos
es total con ellos dos y todos los trastos suyos en medio del pasillo y sin
posibilidad de colocar el maletón en sitio adecuado alguno con lo que al final, este, se
queda donde lo subieron, en el mismo pasillo entre vagones; no hay peligro de
robo, los amigos de lo ajeno no llegarían muy lejos con él, debido a su peso.
El tren va a iniciar su salida, según anuncia
la megafonía y accede al tren, por la puerta del pasillo donde está Rebocato
observando el atasco, una señora cerca de la setentena y de apariencia, tanto
por el color de su piel como por la vestimenta y abalorios que calza, de ser de
etnia gitana. La mujer dice buenos días y Rebocato le contesta. Ella se asoma
por el cristal de la puerta al interior del vagón y comenta:
–“Vaya lío y está todo lleno, no tengo sitio”.
Rebocato le dice: ¿“Pero a que vagón va usted”?.
Ella contesta: “Al ocho”.
–“Pues es este”, le responde su interlocutor,
que a su vez añade: ¿”Tiene usted el billete a mano”?.
Ella duda un momento, pero al final saca de su
bolso el billete de tren y comenta:
–“Es que hay muchos números en el billete”.
Rebocato colige que la mujer no sabe leer, coge
el billete lo observa y ve que el número de asiento corresponde al ubicado a la
izquierda del suyo separado por el pasillo. Esperan a que escampe y el hormiguero
se asiente y después Rebocato acompaña a la señora a su sitio, le sube la
maleta en un hueco que encuentra en los portaequipajes y se sientan ambos.
Rebocato se cree librado del mal trago de ver y
oír al pedigüeño (este con argumentos y poderosas razones para ejercer como tal,
estamos en un país libre) ya que el tren ha arrancado, pero…., su gozo en un
pozo, al rato irrumpe en su vagón el ex autónomo con su diatriba, y cuando
acaba la plática, y pasa la bolsa, al llegar a la altura donde está sentado
Rebocato, este observa que la señora gitana le pone un euro en la mano al
pedidor, que sigue siendo autónomo y sin cotizar. El necesitado ex autónomo se
va al siguiente vagón con su cantinela.
Ya el tren y viajeros adentrados en la provincia de
Albacete una mujer mayor, que viaja sola, se levanta y se dispone a bajar su
equipaje de la bandeja superior de los asientos, Rebocato va un tanto
traspuesto pero su mujer, con un hábil y delicado –según ella- toque de su codo en los riñones de aquel, le baja de
los brazos de Morfeo y le comunica que ayude a bajar la maleta a la señora. Rebocato consiente y procede y, además, carga la maleta y acompaña a la dueña de esta hasta el
pasillo entre vagones de acceso a las puertas de salida y espera a que pare el
tren en la estación con el fin de ayudarle a bajar los trastos al andén.
Al final resulta que no es la estación prevista,
la mujer se ha equivocado y ha de esperar a que el tren llegue a la siguiente parada
y por lo tanto Rebocato, por educación y gallardía, decide quedarse con ella en el pasillo entre vagones, pegando la hebra.
Entablan conversación fluida y la mujer dice a su voluntario asistente que viene desde Málaga y que ha hecho transbordo en Sevilla para apearse en una estación de tren de la provincia de Albacete. Va a su pueblo por todos la festividad de todos los Santos, está próxima la festividad, y, de paso, para visitar a la familia. Resulta
ser de Munera un pueblo del que es también natural, un compañero andante montaraz de Rebocato, que atiende, el amigo (cuando le apetece y conviene, y si no son las 23:00h. que se encama todas las noches a hacer los deberes con su bendita señora propia) por JJ y que
cencerrean, ambos, con otros caminantes, un día por semana por esos senderos
torcidos de Dios, aunque la mujer comenta, por las señas que le aporta aRebocato (el nombre del susodicho, pero los apellidos los ignora),
no conocerle.
Días después en una excursión montaraz Rebocato
le someterá a examen a su compañero manchego cuasi terrateniente de Munera sobre si conoce a la mujer viajera
de su pueblo, le hará las siguientes preguntas:
-Mujer paisana tuya de más de 70 años.
-Es viuda.
-Vive en Málaga desde hace muchos decenios.
-Se quedó huérfana a los 5 años.
-Era la menor de siete hermanas.
-Al fallecer el padre tenían que cavar, ellas,
los olivos.
Pues ni por estas recordará el compañero a la
mujer de marras, al final Rebocato ha de tirar de recursos y, como se ha hecho siempre en los pueblos, tendrá que decirle el mote de la familia que
le facilitó ella y así acabará el interrogado por ubicarla. Resulta ser una prima lejana (y no porque resida en Málaga, que también) pero hace muchos años que no se ven, aunque, añade el hombre, que no están regañados. Ella sabía que JJ estaba trabajando en Gandia y nó que después, él, se traslado a la capital levantina donde reside Rebocato
El tren llega a Villarrobledo y la mujer viuda,
en el mismo estado civil que cuando se subió al tren, se apea de este. Rebocato
le baja la maleta al andén y ambos se desean buen viaje. A ella la esperan
familiares para llevarla en coche hasta su pueblo.
Sin mucha cosa más de
mención especial durante el resto del viaje Rebocato y señora acaban por llegar
a su destino.
El barruntar de Rebocato sobre la visita a Córdoba:
Córdoba, antes sultana y mora, mola. Lo
chocante es que no hay una zona definida de mogollón para la juventudbaila como
en la mayoría de ciudades y pueblos de Espanya, donde los jóvenes botellonean,
gritan y lo dejan todo, guardando las distancias, peor que los bereberes a
Medina Azahara en su día.
Se rezuma un ambiente tranquilo y agradable en
todas las plazas y bares, no se escucha una palabra más alta que la otra. No
hay manadas de gente fumando, bebiendo y berreando a la puerta de los bares de
copas, como si para disfrutar hubiera que vocear mucho y recio y soltar cosas
sin sustancia con el único fin de molestar al vecindario en demasía. En
prácticamente todos los garitos céntricos de la ciudad hay un ambiente
distendido y espacio libre.
En fin, como dicen que dijo Dalí: “El problema
de la juventud de hoy es que ya no forma uno parte de ella”.
Respecto a Medina Azahara, que durante siglos –hasta
las excavaciones de inicios del siglo XX– se pensaba que era “Córdoba la vieja”,
decir que Rebocato lo que vio mejor conservado fue un horno de cocer y un par
de letrinas, se conoce que los almohades (o quienes fueran los destructores
reales) dejaron un par de servicios (no sabemos si de hombres, de mujeres o
unisex) sin destruir para uso de los futuros espoliadores de la ciudad áulica.
Y para finalizar
el relato de peñazo considerable......
Pie de foto: Letrina en Medina Azahara, parece ser que ya usaban bidé.
Conclusión sobre esta fotografia:
La gente fotografía
cualquier cosa hoy en día. Vivir para ver.
Al decir de Rebocato: “La
tontuna humana no tiene límites”
Hasta otra, majos.
HistoriasdeRebocato@noviembre-2014