20 de agosto de 2018

EL TÍO TENTE

             

                                INTRODUCCIÓN:

   Desde la cama de la habitación del hospital general de la Seguridad Social, la voz del paciente –apartándose  con la mano la mascarilla de oxígeno que le cubría la cara– sonó clara y concisa, la frase iba dirigida a la persona que entraba, en ese preciso momento, a visitarle:

    –“Tú, si fueras un policía que mandara de verdad, ahora mismo ordenarías que me trajeran un gin-tonic”. 


    

            EL TÍO TENTE:

    El tío Inocente (familiarmente conocido como Tente) arribó a la capital de la provincia ubicada al norte de la otrora denominada Región Valenciana, allá por 1950 cuando calzaba unos 6 años en canal.

   Él procedía de un pueblo de la Sierra de Cazorla, donde a diario le mandaban sus padres sacar a los cerdos para que pasturaran por el monte. Los cerdos eran más grandes que él. Era lo que había, en aquel entonces, como rutina diaria para incontables niños en muchos lugares a lo largo y ancho de este País.


  Nada mas llegar al Levante Español de antaño, debió de aplicarse en el aprendizaje del valenciano en el día a día de la calle (en la escuela no se impartía), por voluntad propia, barruntamos. De esa manera, cuando Rebocato le conoció, en la ya denominada Comunidad Valenciana –unos 30 años después de la llegada del zagal de la piara– el tío Tente solía hablar en Valenciá (Llengua valenciana) con gran soltura, y locuacidad, en cambio, si hablaba en castellano se le apreciaba una menor fluidez y, además, el clásico deje andaluz originario de su tierra natal, a pesar de los años transcurridos desde que salió de ella.

   El tío Tente era dicharachero, jovial, alegre y divertido, sobre todo en fiestas familiares ocasionales o estando de charla compartida y amenizadas con unas cervezas. No daba tiempo a que se calentaran las birras, ni a que se enfriara la gente que le acompañaba en las tertulias, que se daban ocasionalmente y sobre todo en verano, con personas del ámbito familiar.

    Metidos en fiestas familiares, él, de vez en cuando, comentaba que si en alguna ocasión, en algún control de tráfico le paraba la Policía Local o la Guardia civil, tiraba de carnet y mostrándoselo a los agentes les decía: “Yo soy Inocente”. 

   Que sepamos, nunca llegó la DGT a quitarle punto alguno del carné de conducir, y mira que, dado el bajísimo nivel de alcohol permitido para conducir en los últimos años, de manera difícil pudo haberse escapado, pero logró zafarse, siempre, de la posible sanción. 

    A la parca también la despistó durante sus 10 últimos años de vida (después de serle diagnosticada una enfermedad que no pintaba nada bien, con revisiones periódicas de ITV, tal como él definía al protocolo médico al que estaba sometido, no obstante, él continuó haciendo vida normal), pero las tres deidades de la mitología romana (Cloto, Láquesis y Átropos) dieron con él a principios de agosto del presente año, y en cuatro días –reales, no es un decir– el tío Tente, pasó a mejor vida, es un decir, porque él, estaba muy a gusto involucrado en sus quehaceres diarios: sus almuerzos mañaneros con sus amigos en el bar El Perrico cercano a la playa; y  con sus huertas, sus almendros y sus olivos que cuidaba en una localidad del interior de la provincia.

    El tío Tente prestaba sus servicios como encargado en una empresa de carpintería. Él, desde los 14 años, siempre ejerció de carpintero en la misma empresa hasta su jubilación. Su mujer, que se dedicaba a la docencia, disponía de terrenos de almendros y olivos en un pueblo del interior, distante unos 40 Km. de la capital de provincia, los cuales los labraba –los terrenos, no los kilómetros– el tío Tente los fines de semana, cuando laboraba de carpintero y, después, continuó haciéndolo, con mucho más tiempo libre, al alcanzar la jubilación; todo ello, claro está, con el fin de recoger almendras y aceitunas, aunque en realidad eso era un entretenimiento para él, según comentaba a veces. También plantaba hortalizas para el consumo familiar.




            LA GRAN EVASIÓN:

   Un verano, Tente (ya estando casado Rebocato con su sobrina –la de Tente, no la de nuestro amigo, aunque, reseñar que, la sobrina mayor de Rebocato es de la misma edad que la que calza la contraria de este) estando tirando de tercios de cerveza, le contó a Rebocato la encerrona que le hicieron a él, en un puticlub cercano a Valencia capital, su jefe y otros conocidos de este, en un final de cena  de empresa, donde –después de despedirse de los currantes de a pie– el dueño, el mando intermedio (Tente) y otros tres conocidos del dueño y jefe, se encaminaron a un puticlub. Y, una vez dentro del local trasegando de lo lindo (en aquellos años no existían los controles de alcoholemia), se les pasó el tiempo en un abrir y cerrar de ojos. El tío Tente bebía e intercambiaba impresiones con dos chicas del local, hasta que se percató de que, sus compañeros de copas, le habían dejado en la estacada. Miró de reojo recorriendo la barra y rincones del local y no los vislumbraba. Entonces, masculló para sus adentros: “Estos cabrones se han largado y me han dejado solo y posiblemente con la cuenta pendiente para que abone las copas de todos (Reseñar que el tío Tente –Rebocato da fe de ello– no era de los que se arredraban a la hora de pagar rondas o lo que se terciase, todo lo contrario. Era rumboso en demasía). 

    Ni corto ni perezoso, se disculpó de las chicas alegando que se iba a mear al servicio. Una vez allí se evadió por la ventana del váter a la calle (en aquellos años, en este País, apenas había robos que justificaran la instalación de las rejas y alarmas de hoy en día) donde, al lado del coche, estaban esperándole sus acompañantes descojonándose.  

   Ya todos dentro del coche de regreso a sus casas respectivas, le dijeron que el jefe había pagado todas las consumiciones antes de abandonar el local y que le habían dejado dentro a posta, sin avisarle, para ver su reacción. 

  


                  VISPERAS DE BODA:


    La tarde noche de la víspera de la boda de Rebocato, el tío no dudó en decir a toda la familia de aquel, desplazada hasta el Mediterráneo para asistir al evento: “Montaos en vuestros coches y seguid al mío”.  

    Toda la caravana de autos locos (ya saben nuestros lectores que la famita de Rebocato no es “pecata minuta” en cuanto a la cantidad –otra cosa es la calidad– de miembros que la compone) se puso en marcha y se dirigieron hacia la cercana playa donde, el tío Tente, tenía una amplia villa que disponia/ dispone de un jardín espacioso, pero aún, entonces, carente de piscina.

     La piscina se acabó de hacer justo a finales de ese mismo año –1982– y se dio la paradoja de que ese invierno nevó a pie de playa, cosa que extrañó en demasía a Rebocato. Era su primer invierno costero Mediterráneo y creía que por esos lares nunca nevaba. Que decir de la piscina una vez hecha. En aquellos años era bastante raro tener piscina propia. Menuda paciencia derrocharon tanto el tío como su señora en los meses de verano soportando a todos los aspirantes a bañarse: hijos, cuñados, sobrinos, contrarios y contrarias de los sobrinos y sobrinas, algún que otro sobrino nieto, vecinos, etc. 

  Aquella piscina –por la gran concurrencia de gentes– le recordaba a Rebocato la del Parque Sindical de Madrid de cuando él era soltero y residía en la Capital e iba allí, esporádicamente, en verano a darse un chapuzón caso de encontrar hueco físico en el agua. Mas luego los daños colaterales que le originaban, al tío Tente su piscina de marras en forma de cervezas, refrescos, etc., para sofocar las sed de los familiares y arrimados bañistas. Lo dicho: “Santa paciencia”.
  
  Una vez arribado, todo el gentío –familiar directo de Rebocato– a la villa, se acoplaron como buenamente pudieron, bien en sillas, bien sobre el magnifico y cuidado césped, y allí estuvieron bebiendo, comiendo y hablando hasta que, ya entrada la madrugada, regresó cada cual a descansar a su hotel respectivo del centro de la ciudad, para poder estar en plena forma en la celebración de la boda al día siguiente. 

    Ese gesto de hospitalidad y altruismo del tío Tente, para con unas gentes que, él, no había visto en su vida, y con el peligro que rezumaban aquellas, fue considerado por Rebocato como todo un detallazo que nunca dejó de agradecer ni de olvidar.




        EN NUESTRO PUEBLO CASTELLANOVIEJO:
     

   Unos años después el tío Tente y su señora aparecieron, por sorpresa, en nuestro pueblo castellanoviejo, provenientes de unas vacaciones por las Asturias. Una vez que hicieron acto de presencia y después de juntarse con Rebocato (que estaba allí de vacaciones) y sus hermanos y de tomar unas cañas recorriendo los bares del pueblo, querían irse a dormir a un hotel de la localidad próxima, pero los hermanos de Rebocato, bajo amenazas de echar al tío Tente al pilón (en broma, claro, pero fíese usted con los calores agosteros, entonces que ya la gente no utiliza la clásica boina protectora de antes) si no desistían de  la idea de irse a dormir al pueblo vecino y enemigo por naturaleza. Al final les acoplaron, durante el fin de semana en casa de nuestro labriego castellanoviejo, donde en aquel tiempo (agosto) estaba la casa a reventar, con mas de 25 personas entre sus hijos, hijas, yernos, nueras, nietos etc.

   El fin de semana se pasó entre chuletadas de cordero lechal, asadas al sarmiento; escapadas al río bien surtidos de jamón, chorizo, lomo de la olla, pan candeal, cervezas y vino; marchas nocturnas al pueblo enemigo de al lado, regadas con cerveza, cubatas, etc. En fin, un fin de semana memorable que nunca olvidó el tío Tente.



     TODO ESTÁ CONTROLADO:


    Cuando llevaba Rebocato unos 5 años morando en el Levante Español, fue con su contraria a las fiestas patronales de agosto del pueblo del regadío invitados  por el tío Tente y señora. Un día, ya de madrugada, ya hartos de bailes y jolgorio decidieron retirarse, los cuatro, a descansar a casa, pero antes de llegar a ella, optaron por tomar la penúltima copa en un pub que les pillaba de paso.

   Excepto la mujer (que no tomaba, ni toma,  alcohol) del tío Tente, los otros tres iban bien surtidos.

   Se adentraron en el garito y pidieron de beber. Entonces fue cuando la mujer de Rebocato, no recordamos muy bien a santo de qué, dijo aquello de: “Tranquilo, tío, está todo controlado”. Esta frase se le quedó al tío Tente grabada a fuego en su cabeza, de tal forma que, cuando se juntaban en fiestas locales, de cumpleaños, de verano, etc. y el tío decía: “Tranquila, sobrina, está todo controlado”, al oír esto Rebocato ya barruntaba que las cabezas estaban un tanto sobrecargadas y que se imponía poner en práctica la retirada a los cuarteles de invierno. Normalmente, al sensato Rebocato, no le hacían caso (entre otras lindezas le decían aguafiestas) y la juerga continuaba, con Rebocato incluido, claro.




      UN DÍA DE RIEGO EN EL PUEBLO:


   En verano el tío Tente y su familia se bajaban a vivir a la villa de la playa. Cuando se jubiló subía al pueblo todos los miércoles con el fin de regar la huerta y dar de comer a su perra de caza. En julio, Rebocato, un día solía acompañarle a regar, para ello su tío le recogía con su todoterreno sobre las 7 de la mañana y en media hora estaban en el pueblo. Pero antes de empezar la faena el tío decía que él cuando subía al pueblo, los miércoles, se tomaba un café y una copeta, “tú toma lo que quieras” le dijo a Rebocato. Este con el fin de no desentonar pedía un poleo y un chupito de anís. Después, se dirigían a la huerta, regaban, recolectaban las hortalizas, y cuando empezaba a calentar bien el sol –sobre las 10– retornaban al pueblo con el fin de almorzar.

   El almuerzo consistía en un par de cervezas por barba, un bocadillo, café y copeta o carajillo.

   Luego iban a otra finca (donde el tío Tente, tenia una pequeña casa) para echar de comer a la perra. Allí, mientras la perra se desfogaba a base de carreras entre los olivos, almendros y los tres paranys (en desuso, estos, desde hacía años, mas que nada por ecologismo) de la finca, se tomaban tío y sobrino una lata de cerveza cada uno, bien frías, como le gustaba siempre la cerveza al tío.


 
   Pie de foto.- El típico “Parany de tords” (trampa para tordos, para que lo entiendan los recalcitrantes “no bilingües”).


    La primera vez que la acompañó Rebocato a regar, después de tomar la cerveza echaron de comer a la perra, la encerraron en su recinto se montaron en el todoterreno y el tío Inocente le dijo a Rebocato: “Vamos a tomar una cerveza a un bar campestre de aquí al lado”. Dicho bar, resultó ser la casa de un lugareño amigo del tío. Allí tomaron un par de cervezas, los tres, por barba y estuvieron al menos una hora de plática disertando sobre lo divino y lo humano.

   Más tarde regresaron al pueblo para llenar de agua unas cuantas garrafas de plástico para el consumo domestico, en una de las fuentes públicas situada al lado de la casa del tío Tente. En el pueblo siempre se topaban con alguna persona que se emperraba en que fueran con él al bar a tomar unos botellines. Tío y sobrino, por no hacer un feo al lugareño de turno, le acompañaban a la taberna.

   Ya cumplida la faena de riego huertano e interior del cuerpo de los regantes, retornaban a la villa de la playa.

   Ese día, durante el trayecto de vuelta a casa, Rebocato, a pesar de que él no conducía el coche, iba cruzando los dedos, con el fin de que no les pararan en un control de alcoholemia la poli local o los picoletos.

   Desde hacía 6 años, un miércoles del mes de julio al año, Rebocato acompañaba a su tío para cumplir con los rituales pertinentes de los regadíos. Lejos estaba de imaginar nuestro amigo que, este año, sería el último, debido a que, al miércoles siguiente de acompañarle a regar, su tío ingresaría en Urgencias para ya no salir de allí por su propio pie.



       LA DESPEDIDA:


   Ya con el tío Tente ingresado en el Hospital General, Rebocato junto a sus dos concuñados, decidieron ir a visitarle para darle el posible último adiós, sin manifestar esto al paciente, claro está.

  Entraron en la habitación, primero el concuñado mayor de Rebocato y este detrás. Saludaron al tío encamado, el cual andaba con ganas de levantarse  a orinar a pesar de estar sondado. Su hijo permanecía, de pie, a su lado, y con delicada atención y dedicación se prestaba a sus cuidados. Trataba de evitar que, el impaciente paciente, saltara de la cama, a la vez que, pacientemente, le enjugaba los sudores del cuerpo. A continuación entró el concuñado mas joven de Rebocato, el cual ejerce de Policía Local en la capital de provincia. Entonces, fue cuando ocurrió. 

    El tío Tente al reconocer a este último visitante le espetó:

   –“Tú si fueras un policía que mandara de verdad, ahora mismo ordenarías que me trajeran un gin-tonic”. 

   La suerte estaba echada. Ya no habría nunca jamás riegos rurales entre tío y sobrino. Los médicos pusieron fecha de caducidad al tío Tente: “cuestión de pocos días”, comunicaron a su mujer e hijos. Al final fueron cuatro los días de espera para el triste desenlace final.

    El domingo, sobre las 8 de la tarde fallecía el tío Inocente y el funeral se llevó a cabo en la tarde del lunes siguiente en el pueblo del regadío.

   Esa noche, después del funeral, una vez ya en la casa de la playa,  la contraria de Rebocato no daba crédito a lo que veían sus ojos al ver a su contrario –el cual llevaba la friolera cifra de 25 años sin tomar combinados con alcohol– blandir un gin-tonic en su mano del cual estaba dando buena cuenta. “Es en homenaje al tío Tente”, atinó a decir.


      HistoriasdeRebocato@agosto-2018