11 de marzo de 2018

EL MAESTRO ESCUELA



              EL MAESTRO ESCUELA


Con el alma en una nube 
y el cuerpo como un lamento
 
viene “el problema” del pueblo
 
viene el maestro…..
(Inicio de la canción “El Maestro”, del madrileño/ vasco Patxi Andión)


  Uno de los maestros, que le tocó en suerte a nuestro amigo Rebocato en la escuela de nuestro pueblo castellanoviejo se llamaba igual que el protagonista masculino de la famosa novela de José Zorrilla que durante los años 60 y 70 se emitía –en formato obra de teatro– en la única cadena de televisión existente, entonces, en este País, en la noche de la festividad de Todos los Santos (habidos y por haber). 

   El educador calzaba un bigote mas amplio que el clásico del funcionario y simpatizante del Régimen, que imperaba en aquel tiempo por nuestro País, aunque sin llegar al tamaño de mostacho, lo que dio lugar a que sus alumnos le apodaran “El Bigote”, así, en singular, evitando que, más de medio siglo después, pudiera confundírsele con el famoso “El Bigotes” implicado en el caso Gürtel. Sin embargo, y como estamos en la vida real, su mujer, la de "El Bigote" (nos referimos al apodado maestro, no a que ella tuviera bozo) no atendía por el nombre de doña Inés.

     Un día el indomable hermano de Rebocato, el que le precedía en edad, tuvo en la calle un rifirrafe (palabras mayores ante la falta de respeto a una de las fuerzas vivas municipal de entonces) con el maestro en la calle y acabadas las hostilidades mutuas, el susodicho hermano echó a correr a la vez que le gritaba: ¡bigote!, ¡bigote!, ¡bigote!. En ese mismo momento el docente se percató de que ya estaba bautizado en nuestro pueblo catellanoviejo. Menos mal que "El Bigote" debió de tomarse bastante a broma la osadía del muchacho y, además, tuvo la deferencia, cosa rara en aquel entonces y lugar, de no comentar el resultado de dicho encuentro a nuestro labriego castellanoviejo, para bien del insultador que salió por piernas.

    El maestro era un fumador empedernido. Utilizaba una boquilla aparente en la que introducía los cigarrillos para dar buena cuenta de ellos. Como solía ocurrir hasta no hace tantos años, los educadores fumaban en el aula sin recato alguno, creando una atmosfera bastante cargada, que se acrecentaba en el invierno cuando se encendía la estufa de leña para caldear el ambiente. Dicho sea de paso, y sin necesidad de la estufa, algún que otro alumno, solía irse calentito a su casa al finalizar las clases, por obra y gracia del maestro, claro, no del Espíritu Santo.

   Durante un curso escolar, Rebocato y su acompañante de pupitre, hicieron las veces de atizadores de estufa ya que, tenían a esta y al cajón de la leña a lado de su pupitre compartido. Cierta tarde nuestro amigo destapó la estufa quitando la placa redonda de encima con el pertinente gancho y dejó a ambos recostados en el cajón de la leña con tan mala fortuna que, al coger un tronco de pino, el canto de su mano derecha tocó la candente placa produciéndole una quemadura considerable en dicha mano. Lejos de quejarse, se aguantó como pudo el dolor, acabó de atizar la estufa, la tapó, se sentó en su sitio y siguió aguantando hasta que acabó la clase vespertina. Obviamente, cuando llegó a la casa de nuestro labriego castellanoviejo tampoco dijo nada al respecto, ya que, podría ser motivo de que le atizaran algún mosconazo por no atizar a la estufa como Dios mandaba. Pero a escondidas se aplicó sobre la quemadura pomada Pental, la cual era así como el ungüento amarillo de entonces, es decir, lo curaba todo. Acto seguido se encaminó hacia las cuadras y al corral para echar de comer a los bichos que le estaban esperando como agua en mayo.




Pie de fotos: La pomada Pental de marras, actualmente fuera del nomenclátor de la Agencia Española de medicamentos. Mano santa en aquellos maravillosos años.

   El maestro en su tiempo libre se dedicaba, entre otros menesteres, a la cría y engorde de cerdos para su posterior venta, excepto el que se guardaba para la matanza y posterior relleno de sus ollas. Los marranos moraban y hacían su vida social en sus cortijos (forma de definir en nuestro pueblo castellanoviejo a las cochineras y no por desprestigiar la fincas rusticas con vivienda de los potentados andaluces o allegados) hasta que les llegaba su San Martín, que no sabemos que protección les da a ellos San Antón Abad, mucha bendición e hisopeo en su festividad para acabar como acaban, los pobres cerdos.

   Cuando se acercaba la fecha de venta de los cerdos, el maestro planteaba a sus alumnos el problema de sus cerdos (nada que ver con la triquinosis de ellos, sino con la economía de él). "El Bigote" no se cortaba (el maestro, no su casi mostacho), planteaba como deberes a sus alumnos problemas en los que facilitando el consumo de sacos de pienso marca Biona que habían digerido sus cerdos durante la temporada de engorde; el precio del saco de pienso; el peso, a ojo de buen cubero que habían conseguido los puercos; etc. y había que resolver los problemas calculando el importe de las ganancias netas que le reportarían al venderlos. En fin, la teoría llevada a la práctica en el ámbito rural. Un hombre avanzado a su tiempo, pues sus escuálidos y mocosos alumnos ya ejercían, mismamente, de becarios sin necesidad de salir del pueblo.





Pie de video: Canción El maestro del Patxi Andión. Apuntar que es del año 1973 y no sabemos como pudo pasar la pertinaz censura existente. Algo de censura barruntamos que sufrió, ya que, cuando canta: “Al explicar cualquier guerra….”, ya en Democracia Patxi en los directos cambiaba la letra y cantaba: “Al explicar nuestra Guerra…”

    El maestro, ni por asomo, tenia algo que ver con el de la canción del Patxi Andión. Aquel era un hombre al servicio del régimen imperante. Rebocato, en la escuela, se aprendió todas las canciones habidas y por haber de nuestras grandes gestas imperiales y de las potenciales llamadas a la defensa de la Patria, la raza y las buenas costumbres reinantes entre ”las buena gentes del pueblo”, de tal forma que cuando vio, por vez primera, la película documental “Canciones para después de una guerra” del Martín Patino, la B.S.O. de aquella se le quedó corta a nuestro amigo, dado su bagaje de canciones patrias del momento, acumuladas en su sesera, de ahí los posibles daños colaterales que actualmente rondan por su quijotería.

    Muy ocasionalmente, otra de las destrezas del docente –en invierno y cuando estaba de humor– era calentar el gancho de la estufa y correr detrás de algún que otro alumno por los pasillos de la escuela, provocando la algarabía general.


   Al maestro, una vez al mes, le agradaba que los dos alumnos de cada pupitre de la clase, compitieran entre si haciéndose cada uno 5 preguntas del Catecismo. El que mas preguntas acertara adelantaba al otro en el puesto de la clase. En caso de empate no cambiaban el puesto.









   













Pie de fotos: Anverso y reverso del Catecismo cuyas preguntas del interior Rebocato se sabia de pe a pa.

    Los domingos y festivos asistía a la Santa Misa y al no menos santo Rosario, y se instalaba en una de las capillas de la iglesia con sus alumnos (las alumnas iban con las maestras), con el fin de controlarlos durante el santo oficio por la mañana y el Rosario, Letanía y Novena por la tarde.

    Cuando Rebocato ya tenia unos 9 años en canal, hubo un cambio en el sistema de enseñanza, lo que implicó un transformación en el material docente, es decir, las Cartillas, el Parvulito y las enciclopedias de Álvarez (1º, 2º y 3º Grado) pasaron a mejor vida, siendo sustituidos por los libros de la editorial Anaya con las diferentes asignaturas a impartir por los maestros (y maestras, no tengamos un lío por los tiempos que corremos y las recientes y multitudinarias manifestaciones y huelga de este pasado 8 de marzo) y a asimilar por el alumnado (y alumnada). Todo dejó de estar compactado y concentrado en un único libro (y libra) por alumno (y alumna), para pasar a tener libros varios que había que sustituir cada curso, menos mal que, en aquel entonces, los libros –los cuales se mantenían impolutos sin mácula alguna de escritura adicional en sus márgenes, ni subrayado que llevarse a la boca– servían para otros alumnos (hermanos, primos, vecinos, etc.) de cursos venideros.

  Este cambio en la educación escolar, se inició con la realización de unas pruebas para calibrar el nivel formativo de los alumnos (y alumnas). A Rebocato le colocaron en un grupo para hacer las pruebas de acceso a 5º curso, las cuales superó a pesar de que eran para alumnos un año mayor que él (dicho sea de paso y sin que se entere nuestro amigo, al cual no le va la coba ni el boato). Resultando que cuatro cursos después (cumplidos los 13 años) habiendo finalizado 8º y ser el 2º de la clase, El Bigote le dijo que no podía presentarse para realizar la prueba final para obtener el certificado de Estudios Primarios y que tenia que repetir curso debido a que iba un curso adelantado con respecto a su edad, según plasmó de puño y letra en la cartilla escolar de nuestro amigo. Menos mal que Rebocato al comenzar el curso siguiente se iba a ir a estudiar a la Capital del Reino y no necesitaba el certificado de marras para ello.

    Para las pruebas de nivel de acceso al nuevo plan de educación juntaron, en un mismo aula, a chicos y chicas (por primera y única vez desde el curso de párvulos). En el aula estaban los chicos y chicas para la prueba de 5º junto con Rebocato. Una de las maestra (la cual era soltera y medio monja) de las chicas, escribía con blanca tiza en uno de los encerados los enunciados de los ejercicios a resolver. Trazando una raya dividió la pizarra verticalmente por la mitad y comenzó a escribir los problemas primero en una parte y luego en la otra. Cuando estaba completando la segunda mitad del encerado con un problema que trataba sobre el cálculo del área de un circulo dado su radio, un alumno (entonces monaguillo y que llegó pocos años después a sacristán, no como Rebocato que no pasó de monaguillo raso) se levantó de su pupitre y dijo a la escritora: “Doña Gertrudis, me parece que se ha comido una sílaba”. Toda la clase se quedó petrificada mirando la pizarra, "El Bigote" sonrió nerviosamente, cogió un libro y se puso a hacer como que leía paseando por la parte trasera de la clase fuera del alcance de la vista de los alumnos (y alumnas). La maestra, aún tiza en mano, se puso roja como un tomate y no sabía donde meterse. Ocurrió que la maestra estando escribiendo el enunciado del problema y, cuando llegó al final de la pizarra, volvió a la mitad de ella para continuar redactando y plasmó: “culo”pensando que al final de la pizarra, en el renglón anterior, había puesto “cir” seguido de un guión, para completar la palabra “circulo” en el renglón de más abajo. Ante la atenta mirada del alumnado al final reaccionó, borró “culo” y escribió lo que tocaba, es decir, “circulo”. Aquello fue muy comentado por todo el pueblo durante una buena temporada. Que mal lo pasaría la pobre maestra pseudomonja.

   El maestro, adicto al Régimen, recordaba a sus alumnos que nuestra ultima Guerra Civil  se desencadenó por el asesinato –en la madrugada del 13 de julio de 1936 a continuación de ser detenido en su casa por: guardias de asalto, componentes de las milicias socialistas y un oficial de la Guardia Civil– del diputado monárquico José Calvo Sotelo (vamos, como si un golpe de Estado se planificara, desarrollara y ejecutara en cuatro días). En cambio, “El Bigote”, se guardó muy mucho de decir a sus alumnos que el teniente Castillo de la Guardia de Asalto fue asesinado el día anterior (12 de julio de 1936) por cuatro pistoleros de extrema derecha (carlistas o falangistas, según Ian Gibson o Paul Preston, respectivamente). El asesinato del teniente Castillo, tuvo como reacción el de Calvo Sotelo (el que dijo: “Yo, señor Casares Quiroga, anchas espaldas tengo…”. Frase que gustaba recordar el maestro escuela a sus alumnos).

   En todas las aulas de la escuela de nuestro pueblo castellanoviejo, encima de la pizarra, mirándola de frente, aparecía a la izquierda (paradojas de la vida) el retrato del general Franco con uniforme y luciendo la Cruz Laureada de San Fernando (la condecoración bien valía una Guerra Civil, pensaría él Dictador. Se la concedieron recién acabada la guerra, en mayo de 1939); en el centro el crucifijo y a la derecha (como mandan los cánones, dadas sus ideas políticas) la fotografía de José Antonio Primo de Rivera luciendo en su viril pose: la camisa falangista: "... que tú bordaste en rojo ayer", engominado pelo y arremangados brazos, a su vez cruzados.




















Pie de fotos: Tal que así, posando con sobrada gallardía, aparecían los retratos de los dos personajes. Ambos ubicados encima de las pizarras en las aulas de la escuela de nuestro pueblo castellanoviejo. 
En homenaje a la tan traída y llevada austeridad castellana, hemos obviado el Crucifijo en medio. Todo no se puede tener.

  Decir, a favor del maestro, que estaba totalmente en contra del maltrato a los animales, sobre todo a los perros, los cuales se llevaban algún que otro cantazo a lo largo del día, por parte de los alumnos (las alumnas no participaban en ello) y, también, ponía el grito en el cielo cuando los quintos corrían los gallos, relatada, esta barbara costumbre ancestral, en este blog en la entrada que lleva por titulo: “Los Quintos”.

   También reseñar que, cuando Rebocato tenia unos 6 años y estando en la pradera del recreo, un chico mayor que él, le pegó un cantazo en la sien (un lance cotidiano en aquel tiempo y lugar, propio del hábitat en el que se encontraban). El agresor inmediatamente adujo que fue sin querer, posiblemente por miedo a las posibles venideras represalias de los hermanos mas mayores de Rebocato. "El Bigote", viendo que nuestro amigo no paraba de sangrar, le tomó en brazos y lo llevó, raudo y veloz, a la casa del médico, la cual se encontraba cercana a las escuelas, para que le restañara la piquera. Ignoramos si, a causa de la pedrada, a Rebocato le quedaron secuelas psíquicas dentro de su mollera y/o si le produjeran menguas en sus ya de por si cortas entendederas.

    Ni las buenas, ni las malas (caso de que existieran estas) gentes de nuestro pueblo castellanoviejo, escribieron al “Menestrerio” y, al revés que en la canción, no libraron a sus hijos del peligro de un maestro.


   “El Bigote", afortunadamente para él, no salió del pueblo como el maestro de la película: "La lengua de las mariposas" del director José Luis Cuerda.


Con el alma en una nube 
y el cuerpo como un lamento
 
se marcha, se marcha “el padre” del pueblo
 
se marcha el maestro…..
(Conclusión de la canción “El Maestro", del Patxi Andión ).


          HistoriasdeRebocato@marzo-2018