28 de enero de 2015

REBOCATO Y LAS BREVAS


                


                    REBOCATO Y LAS BREVAS


Mateo 21:19
Y al ver una higuera junto al camino, se acercó a ella, pero no halló nada en ella sino sólo hojas, y le dijo: Nunca jamás brote fruto de ti. Y al instante se secó la higuera.

(Suerte tuvo Jesús a que, en aquel tiempo, parece ser que no existía autoridad forestal alguna que persiguiera este tipo de agresiones, ni tan siquiera ecologistas declarados, ni tal estrago estaba tipificado como delito).


El abuelo materno de Rebocato disponía de tres hermosas higueras biferas, plantadas en una de las cercas de las que disponía dentro del casco urbano de nuestro pueblo castellanoviejo.


Las higueras hallábanse bien hincadas y al abrigaño de las paredes de las casas colindantes a la cerca, con la intención de que no sufrieran los efectos de las recias heladas que caían –y siguen cayendo, aunque no como antaño, donde va a parar– por aquellos andurriales. Que no nos vengan los eruditos a la violeta (que diría José Cadalso) en el asunto de las higueras, con la dichosa cantinela de que la primera cosecha (Las brevas) es a principios de verano y que la segunda (los higos) maduran a principios de septiembre, porque Rebocato siempre comía brevas –caso de que las higueras fueran respetadas por los helazos (sic) y de que su abuelo le diera  alguna– a mediados del mes de agosto; y los higos entraban en la edad de merecer, Dios mediante, en el mes de octubre. Si helaba recio, o si su abuelo (el de Rebocato, no el de Dios que no se le conoce, que sepamos) se adelantaba a cogerlos, no los cataba.

        Según contaba nuestro labriego castellanoviejo (progenitor de Rebocato y de otros muchos más, pero sin llegar a los 17 del coronel Aureliano Buendía) la higuera da dos cosechas al año (brevas por la Virgen de Agosto e higos en octubre, al menos en nuestro pueblo castellanoviejo que se encuentra ubicado a la nada desdeñable altitud de 927 m., aunque lejos de los fatídicos ochomiles donde muere tanta gente tratando de matar el tiempo –escaladores y aventureros sin otra cosa en que entretenerse– o por trabajo –sherpas-. Como dijo alguien: “Estamos tan tontos que lo próximo será escalar todos los ochomiles de espaldas”) y ello (lo de las dos cosechas al año de la higuera) según el padre de Rebocato, era debido a que el Sumo Hacedor, después del diluvio universal, le preguntó a Noé que qué planta le gustaría que diera dos cosechas de fruto al año. A Noé (que según qué Biblia fue el único hombre que quedó vivo después del diluvio) sus hijas le emborracharon, tras la gran llovida, a base de vino (no había otra cosa más aparente a mano, debido a que aún no había llegado la actual tontuna del Gin–tonic perfecto), con el fin de acostarse con él y tratar de procrear para que no  desapareciera la especie humana; y entonces, a causa de la cogorza y lo que aconteció después, es decir, las relaciones incestuosas consentidas (Yahvé todo lo ve) le dio vergüenza el decir que fuera la vid la afortunada planta y se decantó (a pesar de tanto decantar en su estómago) por la higuera. 

       Señalar que Noé no era ansioso ya que cultivaba la tierra y aunque él después del diluvio universal ya tenía una viña plantada se decidió por la higuera. 

     Noé, a pesar de que no lo tenía fácil por la carencia de tabernas en su entorno o hábitat natural, volvió a emborracharse al menos otra vez más y se quedó en pelota picada en su tienda (que no era de vinos sino tipo de campaña) su hijo Cam le vio y le hizo gracia el estado en el que se hallaba su padre por lo que llamó a sus hermanos Sem y Jafet para que se divirtieran ellos también al verle, pero estos dos, sin mirar al padre, le cubrieron con ropajes y no se rieron, con lo que el Cam quedó en mal lugar, de hecho a raíz de este suceso, nació la maldición de Cam y sus descendientes fueron los posteriores negros del África, que no sabemos muy bien que culpa tendrían estos negritos del África tropical y alrededores, de las risas de su progenitor.

      Estos hechos y muchos más los leyó nuestro labriego castellanoviejo en una vieja y ¿rara? Biblia, encuadernada con pastas de cuero repujado, y que obraba en posesión de sus suegros y que un buen día cayó en manos de un nuevo cura del pueblo y al leerla se escandalizó tanto que ordenó a la abuela de Rebocato que la quemara, cosa que cumplió la mujer metiéndola en el horno de cocer el pan, más o menos como haría con otros libros, años después, para encender la chimenea el detective Pepe Carvalho en las novelas de la serie Carvalho escritas por el gran Manuel Vázquez Montalbán.

Recalcar que estos acaeceres bíblicos solo acontecen de higos a brevas (como alude el J. Sabina en su canción: “Como te digo una co, te digo la o”) aunque la quema de libros, desgraciadamente, ha sido mucho más habitual de lo que quisiéramos a lo largo de nuestra historia escrita y nuestro Dios no solo tuvo que crear a Adán si no que, después, tuvo que consentir (a causa del libre albedrío que nos concedió) ciertas cosas para que no se le fuera toda la creación al traste.



Pie de vídeo.- El Sabina con una de marujas


En casa de Rebocato en Nochebuena se cocían higos secos (aunque no procedentes de las higueras del abuelo materno, pues no daba tiempo a que se secaran con la demanda que había para su degustación) en una perola llena de vino y azúcar, y después, nuestro labriego castellanoviejo, mujer e hijos, se comían los higos y se bebían el vino en buena armonía, tanto mayores como niños. Era Nochebuena.

Al arrancar un higo o una breva, sin madurar, de la higuera esta rezuma una especie de líquido viscoso de color blanco (leche de higuera), ese fluido, decían en nuestro pueblo castellanoviejo, que era eficaz contra los clavos (no los de Cristo crucificado, sino con las verrugas duras que afloraban en las manos), lo cierto es que Rebocato tenía 63 clavos de vellón entre las dos manos y para tratar de quitárselos aplicó leche de higuera sobre ellos y que si quieres arroz Catalina, los clavos permanecían impasibles aunque crecederos.

Después experimentó otro remedio que, por aquellos lares, se decía “manosanta”  contra los clavos y que consistía en tirar un garbanzo al interior de un pozo (en la cerca del citado abuelo materno existía un pozo artesiano para regar las cuatro lechugas y tomateras de la cerca sitas en un rincón aparente al lado del patatal) salir corriendo y si no oías el ruido del garbanzo al chocar contra el agua del fondo (decía la tradición, un tanto empírica, aunque no asaz eficaz)  se te caían los clavos. Segundo intento fallido.

Entonces la madre de Rebocato le dijo a este que fuera a la casa de un vecino del pueblo (al cual si le silbaban los chicos por la calle o explosionaban a su paso pastillas de clorato mezcladas con azufre cúprico con un trozo de teja encima y que se hacia detonar con el tacón del zapato arrastrándolo contra la teja, salía el hombre corriendo detrás de ellos) para que le curara los clavos mediante unas oraciones o letanías que invocaba el hombre de marras.

Rebocato por aquello de lo de: “de perdidos al río” se encaminó a la casa del curandero de clavos. Cuando llegó a ella llamó a la puerta y salió la mujer del medicastro. Ya puesta aquella en antecedentes, por el muchacho, sobre el motivo de su visita, le comunicó que su marido no se encontraba en casa pero que no obstante que le dijera los clavos que tenía en las manos y que su esposo obraría en consecuencia a su regreso. Rebocato le dijo que un total de 63 y ella le anunció que podía irse en paz.

Nuestro amigo se encaminó, un tanto escéptico y muy decepcionado, hacia su casa. Pasó el tiempo, y al cabo de un par de semanas, poco a poco, empezaron a caérsele todos los clavos de las manos hasta desaparecer los 63 y no volverle, hasta el día de hoy, a salir clavo alguno ni por asomo.

En nuestro pueblo castellanoviejo era pecado mortal el no oír misa, y el trabajar, los domingos y fiestas de guardar, no obstante, durante el verano debido a las tareas recolectoras de la cosecha de cereales, garbanzos, patatas y demás, se permitía trabajar los domingos pero permanecía estigmatizada la obligación de asistir a la iglesia para oír la Santa Misa, aunque los días festivos, tales como Santiago Apóstol "matamoros" (25 de julio) y la Virgen de Agosto (15 de agosto), había que santificarlos y no se laboraba (el Cura, obviamente, sí que curraba, oficiando).

En aquellos tiempos se celebraba a diario una misa (que se conocía como “rezada”) y dos misas los domingos y festivos, a saber: sobre las 09:00h (Misa pequeña, o rezada de corta duración, y a la que acudían normalmente los niños para no cansarse en demasía en el oficio) y la otra a las 11:00h. (Misa mayor, o cantada, que era de una duración harto luenga y que producía un letargo considerable en la mayoría de las personas, ya fueran hombres, mujeres y/o niños).

No perdamos el hilo y centrémonos (como los liberales de nuevo cuño) en las tres higueras de la cerca del abuelo materno de Rebocato y lo que acaeció:

Habiendo sobrepasado Rebocato la friolera edad de 8 años y 8 meses, una bonita mañana de agosto (día 15 y festivo de “día de obligación de oír misa y no se puede trabajar” –como anunció, amenazante, el cura párroco de la parroquia durante la misa del domingo anterior a dicha festividad) aconteció, durante la misa mayor, el asalto a las brevas de las tres higueras bíferas del abuelo materno de Rebocato, y dicha mañana acabó en tragedia para el hermano que le precedía, y precede, en edad, a Rebocato (y no fue cuando le atropelló, a aquel, un camión dos veces en el mismo día, en la misma pierna y en el mismo accidente, pero esa ya es otra historia que se contará en otra ocasión, si se tercia).

Los hechos de las brevas de desarrollaron, más o menos, así:

"Encontrose la mañana de autos, Rebocato con su hermano predecesor y con la pandilla de este (todos más malos que “arrancaos” como apuntaban las gentes de bien de nuestro pueblo castellanoviejo)  todos ellos habían cumplido, ese día, con el precepto divino de oír misa aunque fuera “la pequeña”, y en aquel momento casi todo el mundo estaba dentro de la iglesia oyendo “misa mayor”; los hombres descubiertos de boina y las mozas y mujeres cubiertas con velos (aún no se barruntaba, ni de lejos, la llegada de la ley para la igualdad efectiva de hombres y mujeres que puso en boga, muchos años después, la Ministra socialista de “igualda”).


                                Pie de foto.- Chirigota en honor de la ministra de Igualdad 


Al hermano predecesor de Rebocato se le ocurrió la idea del asalto a las higueras del abuelo materno de ambos, para ello explicó su plan de acción a su tropa de amigos, no exento de dificultades por la poca edad que calzaban (ahora serían impensables de llevar esas gestas a cabo por nuestros pobres niños de hoy en día) y sabiendo lo que les pasaría después si les descubrían, como solía ocurrir casi siempre que se hacía una faena en nuestro pueblo castellanoviejo. 

El plan consistía en escalar las paredes, de piedra fijada con cal, de la cerca, de unos tres metros de altura, para ello el presente (y más adelante presunto culpable) hermano de Rebocato trepó por el poste de la luz adosado a una de las paredes y una vez, él, dentro de la cerca abriría las puertas carreteras para que entrara el resto de los aspirantes a comebrevasrobadas. (Reseñar que la cerca disponía de una puerta de entrada de personas, cerrada con llave y cerradura de las de antes –casi del tamaño de las de las puertas de la iglesia– y otras puertas carreteras, por donde entraba el carro y la yunta de machos, que se podían abrir desde dentro).

Una vez todos los zarrapastrosos dentro de la cerca (incluido el bendito de Rebocato) hicieron zafarrancho de combate subiéndose (cual bandada de estorninos, quizás tordos en nuestro pueblo castellanoviejo) por las higueras hasta dejarlas más peladas de brevas que si hubiera caído un pedrisco de los de antes.





Pie de foto.- Tal que así eran y son las brevas blancas –aunque externamente de color verde amarillento– . Aún coexisten en la cerca dos higueras, de las tres de origen, del abuelo materno de Rebocato.

Concluida la faena salieron todos arreando brisca por las puertas carreteras y el hermano revolera de Rebocato “El bendito”,  cerró las puertas carreteras escaló, intramuros hacia extramuros, la pared de la cerca y bajó a la calle por el extramuros palo de la luz. Resultando las operaciones un éxito total ya que, la gente, aún no había salido de la misa cantada, con homilía arengada incluida, por el cura párroco.
  
Al salir de la iglesia, nuestro labriego castellenoviejo se dirigió a una de las tabernas del pueblo, como solía hacer todos los domingos después de misa, con el fin de echar la partida a la brisca, fumarse un cigarro picado, tomar un vermut y pegar un rato la hebra con los amigos hasta la hora de comer.

Acabadas tanto la partida como la plática, nuestro labriego castellanoviejo regresó a su casa, en ella estaba esperándole su querido suegro (abuelo materno de Rebocato) el cual le contó que después de salir de misa y echar una parrafada con otros dos vecinos (al igual que él no amigos de tabernas, aunque en casa  cada cual jarreaba lo suyo de la cuba de vino cosechero propio) delante del ayuntamiento (nos referimos a la casa consistorial, no a la acción de ayuntar) se dirigió a la cerca con el fin de recoger unas brevas ya que hacía días que las había visto casi en su punto para trasegarlas al coleto. Cuál no sería su sorpresa al observar el estado de las higueras, allí no quedaba una breva ni por asomo, el espectáculo era desolador: ramas desgajadas, hojas y pieles de brevas por el suelo, etc.. 

Al salir el abuelo de la cerca con un cabreo considerable, una de las vecinas de las casas de enfrente le refirió lo que había visto (cual vieja al visillo, ya estaba inventada y eso que entonces el José Mota ni había nacido) durante la celebración de la “misa mayor”. Contole que uno de sus propios nietos (del abuelo de Rebocato, no de ella) escaló a la cima de la pared de la cerca por el poste de la luz adosado a aquella, y que, después, una vez dentro, abrió la puerta a toda la jarca moruna que le acompañaba y que, ella, desde su ventana veía por encima de la pared de la cerca moverse las ramas de las tres higueras y oía un jolgorio considerable. El abuelo a pie, aunque montando en cólera, se dirigió, como alma que lleva el diablo, a casa de su yerno a pedir que se aplicara el castigo pertinente al nieto causante del destrozo.

Rebocato, cuando llegó la hora de comer y barruntando la gresca, en vez de ir a su casa enfiló a la de sus abuelos maternos donde iba a comer todos los días a mediodía en compañía de una prima hermana y así ganaba tiempo –a no ser que fuera llamado a consultas antes– a que amainara la tormenta.

 No tuvo tanta suerte su hermano asaltacercas, ya que cuando llegó a casa estaban alli su padre y su abuelo materno, ambos esperándole para someterle al tercer grado de interrogatorio antes de aplicarle el castigo de la rápida sentencia. En principio lo negó todo como era habitual a esas edades después de cometer una fechoría, pero con todos los argumentos que aportó su abuelo entre ellos el relato de la vieja al visillo, no tuvo por menos que reconocer el delito y de paso dijo que Rebocato también estaba en el embolado, cosa que no le eximio de llevarse una zarapinda, de padre y muy señor mío, aplicada en su raquítico cuerpo (todo nervios) por su progenitor.

Una vez Rebocato en casa de su abuelo y llegado este también, le preguntó, su abuelo, que qué había pasado con las brevas. Rebocato para evitar el castigo contestó, mintiendo, que cuando su hermano iba a saltar a la cerca para asaltar a las higueras, que él quiso ir corriendo a avisar a la gente de las intenciones de la panda, pero que su hermano y amigos le retuvieron y le amenazaron con pegarle si decía algo. Al abuelo se le olvidó preguntarle si había comido brevas como los otros –obviamente, se había puesto como el Quico–. El asunto se zanjó con la intervención de la abuela materna que le dijo a Rebocato: “Bendito, bendito, si es que no deberías juntarte con esos zarrias, que no te hace nada bien y te malmeten”.

Rebocato mantuvo la cara de “bendito” y, sin más, se sentaron todos a le mesa, el abuelo se quitó la boina, rezó un padrenuestro después de iniciar la ceremonia con el clásico: “Demos gracias a Dios por los beneficios recibidos” (ese día no muchos la verdad, por la merma de las brevas) y luego de santiguarse todos y calzarse, de nuevo y a una mano, la boina el abuelo  se dispusieron a comer.

Finalizada la comida y como seguía siendo día festivo de santificar, Rebocato se fue a jugar con sus amigos, eludiendo las malas compañías mañaneras de la pandilla de su hermano, y cuando volvió por la noche a casa, su padre ya estaba informado de su versión de los hechos por la suegra, resultando que, como tantas otras veces, aunque estuviera metido en el ajo de las tropelías, se quedara sin castigo.

Bendito, bendito...


         HistoriasdeRebocato@enero-2015