UN PASEO
POR EL GRAO
<Guió
don Quijote, y habiendo andado como docientos pasos, dio con el bulto que hacía
la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era
alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo:
—Con la
iglesia hemos dado, Sancho.
—Ya lo veo
—respondió Sancho—, y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura, que no
es buena señal andar por los cimenterios a tales horas, y más habiendo yo dicho
a vuestra merced, si mal no me acuerdo, que la casa desta señora ha de estar en
una callejuela sin salida.> (De El Quijote 2ª parte).
Hete aquí que, una bonita mañana otoñal
del día 19 del presente mes, estando Rebocato haciendo turismo callejero por el
Grao (Grau para los bilingües) de Castellón y a la hora del vermú se sienta con
su fémina acompañante (de la cual no vamos a filtrar ni su nombre, ni su
posible parentesco con nuestro amigo, con el fin de mantener la intimidad de
ambos aunque ello no venga a cuento ni haya mucho que guardar al respecto) en
una de las mesas (más bien en las
sillas que la rodean) de la terraza de un bar ubicado en una plaza lindante con
la iglesia de la citada localidad portuaria.
Una
vez asentados ambos, se les acerca el camarero y ante el clásico: ¿que van a
tomar?, aquellos solicitan unos refrescos y un plato de fritura de pescado
típico de por allí, recién pescado,
según les cerciora el mesero (que dirían en algunos países de America
Latina). Lo de comer pescado es un repente que les ha dado a ambos al ver por
las callejuelas de la población transitar a personas autóctonas de por allí,
portando bolsas de plástico conteniendo pescaditos provenientes de la lonja
cercana, barrunta Rebocato, claro.
Una
vez servidos, Rebocato al dar un trago de su refresco –en forma de cerveza fresca
y con alcohol, por supuesto– levanta la vista y observa a la iglesia cercana, percatándose
de que esta está en proceso de reforma y no luterana precisamente, sino de
albañilería.
Pie de foto.- Iglesia de Sant Pere Apóstol del Gran de Castellón.
Pie de foto.- Iglesia de Sant Pere Apóstol del Gran de Castellón.
Entrevé
los andamiajes y a tres albañiles que andan pululando por el tejado de la iglesia retejando una de las
cúpulas de esta. Ante esa visión a Rebocato le vienen recuerdos de cuando él
fue monaguillo –hace unos 50 años– y retejaron y reformaron interiormente la
iglesia de nuestro pueblo castellanoviejo (con un desastre del interior considerable del que a nadie se le
pidieron responsabilidades, en concreto al cura párroco de entonces, principal
responsable del desaguisado, pero esa ya es otra historia que se contará en
otra entrada si procede).
Al
rato los albañiles se sientan en el tejado sacan sus tupperwares (con todos
nuestros respetos y rabia por la precariedad laboral en la que nos encontramos
que hasta los operarios comen sobre el tejado en lugar de bajarse de él y
hacerlo en el bar de al lado como han hecho toda la vida, pena de tiempos
aquellos de las fiambreras, en fin, ¿el progreso? Y la gente se escandaliza por
lo ocurrido hoy mismo en la UAM de Madrid, por dos dinosaurios aspirantes a
conferenciar y, otrora, aparentemente defensores de la causa de los mas
desfavorecidos y desde hace años utilizando sus influencias políticas en apoyo
de los poderosos) y se disponen a comer.
Hay
otras dos mesas ocupadas en la terraza del bar. Alrededor de una de
ellas departen animosamente tres treintañeros los cuales, por lo que les oye
decir Rebocato, son pescadores, no de los de cañas, a pesar de que se están
bebiendo algunas, sino, aparentemente, de los de la lonja del puerto.
En
otra mesa están sentados 6 hombres, al sentir de Rebocato, ya metidos –quieran
o no– como él, en la tercera edad (antes ancianos, pero claro, hoy en día estás con una
persona de 80 años, o más, y te diriges a él llamándole de usted –más que nada
por urbanidad y respeto– y se te rebota y te espeta:
–Oye,
a mi tutéame que no soy tan mayor. (Sin comentarios).
Los
seis están charlando, a la vez que no dejan que se calienten en demasia sus
consumiciones. Como ya se acerca la hora de comer, poco a poco van abandonando
la mesa para dirigirse cada uno a su casa respectiva, quedándose uno solo sentado
en ella, en concreto el que está bebiendo un gin tonic.
Los
tres supuestos pescadores, con su jeringonza particular de la cual Rebocato no
entiende ciertos tecnicismos que emplean con respecto al arte de la pesca en
alta mar, también han desalojado la
otra mesa hace un momento.
Rebocato
y acompañante ya se han quedado solos en la terraza del bar de la plaza, mirando
a la iglesia, además del señor del
agua tónica “adulterada con alcohol” al cual le dice:
–Maja
está quedando la iglesia.
A
lo que el otro repuna (sic):
–Con
el dinero del contribuyente. –Y añade –Llevo viviendo 50 años en el Grao y conozco
a una mujer mayor y con mucha necesidad que vino hace unos meses a pedir ayuda
económica a la iglesia y los responsables le dijeron que no había dinero (ya estaban
metidos en obras, pero, por lo oído, no sociales) y ella contestó: pues para
reformas si que debe de haber, a la vista está.
Rebocato
le anuncia al del gin tonic:
–Hombre,
en la Iglesia habrá de todo como en botica, quizás no convenga generalizar.
El
hombre del gin tonic responde:
–Son
unos sinvergüenzas, utilizan la doble moral para engañar a la gente pobre y,
que conste, que yo no vengo de una familia pagana ya que mi tío Pascualet "quepadescanse" era bastante de iglesia, incluso tenia un Cristo crucificado que
heredó de sus padres, al cual le hizo, el mismo con sus manos, una cajita de
madera con un cristal en el frontal.
–¿Con
el fin de que nuestro Señor no cogiera frío? –Le indaga Rebocato en plan de
broma.
–No
hombre, no. –Contesta el otro a la
vez que continúa –Era para protegerle de las moscas, según mi tío "quepadescanse".
–¿De
las moscas?, pero si sería una figura crucificada de metal, madera o de yeso
pintado” – Le suelta Rebocato estupefacto.
–Sí,
pero mi tío quería protegerlo de las posibles cagadas de las moscas. –Y dicho
esto le da tal trago al gin tonic que deja la copa temblando.
Rebocato,
para no desentonar, bebe de su cerveza y piensa que el otro le está vacilando
con el asunto del Crucifijo, aunque por otra parte su interlocutor parece hablar
con cierta sinceridad, y añade:
–Ya,
pero cagarían encima del cristal, y Dios, que todo lo ve, visionaría los
excrementos delante de sus narices, porque no creo que el tío de usted
estuviera todo el santo día con un trapo delante de la imagen para limpiar los daños
colaterales de los aterrizajes de las moscas sobre el cristal protector del
Crucifijo, digo yo.
Acto
seguido, el que dice ser sobrino del tío Pascualet –pasado ya a mejor vida–
acaba su copazo y abandona el lugar echando una mirada de soslayo a la iglesia
(posiblemente su Parroquia ya que lleva él residiendo allí 50 años y confesado
que él ha alcanzado ya los 56 de edad) a la vez que vuelve a las andadas
diciendo:
–Son
unos sinvergüenzas, pobre señora. Bon día.
–Bon
día. –responden al unísono Rebocato y su acompañante.
Mientras,
Rebocato se queda meditando para sus adentros sobre lo dañino que es el alcohol
para la sesera humana. Piensa que, dada la hora a la que se ha levantado ese
hombre de la mesa., y que el haberse manifestado de una forma tan anticlerical,
puede que haya sido a causa de que se haya sentado a almorzar con sus amigos
sobre las 10 de la mañana: habrá pedido el almuerzo regado con vino y gaseosa;
después se habrá tomado un carajillo; mas tarde algún que otro chupito y para
rematar la faena, que menos que un gin tonic. Es lo típico por estos lares,
sobre todo los fines de semana en los que se prolonga la sobremesa a causa de que
la gente no tiene que reincorporarse al curro después del almuerzo. Este día no
es fin de semana, pero, claro, uno se jubila y piensa que todos los días lo son.
Una
vez que a Rebocato la variedad de pescaditos fritos le salen por las orejas,
apura su segundo tercio de cerveza, pide un carajillo, su acompañante un café
bombón y la cuenta, Después, pagan y continúan su paseo hacia la iglesia.
Delante de su puerta principal hay instalada una gran grúa y la calle está
cortada al tráfico y al peatón.
Nuestra
pareja se dirige a un portalón, de otra entrada de acceso a la iglesia, que se
encuentra ubicado en una calle lateral y también está cerrado a cal y canto. No obstante Rebocato observa
que, fijado con chinchetas en una de las hojas de madera del portalón, figura
un folio plastificado que lee y lo fotografía. Lo exponemos a continuación:
Pie de foto.- Manifiesto de las obras de la iglesia del Grao.
“Una
pena, piensa nuestro amigo, que no esté abierta la Parroquia a los feligreses
con el fin de visitarla interiormente y, de paso, echar algún que otro rezo que
nunca viene mal, y la Parroquia sustitutoria nos pilla un tanto a trasmano.
Otra vez será”.
OCHENTA AÑOS DESPUÉS
Una
vez que Rebocato ha leído y fotografiado el manifiesto del portalón, vuelve a
fijar la vista en la fecha de inicio de las obras que reza el pliego de marras:
“18 julio de 2016”, y cae en la
cuenta de que, esa fecha, coincide en día y mes, con la que 80 años antes dio
inicio, al menos oficialmente, a nuestra última Guerra Civil y se interroga a
sí mismo: ¿Otro caso de la, tan traída y llevada, Memoria histórica?
¿Casualidad?
¿Falta de tacto?. ¿Ignorancia del responsable de la fijación de la fecha de
inicio de las obras de dicha iglesia, de las “grandes efemérides” de la nuestra
historia? ¿Comían, hace 80 años, nuestros albañiles en los tejados?
Quizás,
la persona responsable que fijó la fecha de inicio de las obras, caso de que lo
hiciera a posta, si que pudiera ser un sinvergüenza superlativo, como diría el
nebot del tío Pacualet "quepadescanse".
“Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras”.
(Cantar de Mio Cid)
Con Dios.
Con Dios.
HistoriasdeRebocato@octubre-2016