21 de octubre de 2016

OCHENTA AÑOS DESPUÉS




                                 UN PASEO POR EL GRAO


<Guió don Quijote, y habiendo andado como docientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo:
—Con la iglesia hemos dado, Sancho.
—Ya lo veo —respondió Sancho—, y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura, que no es buena señal andar por los cimenterios a tales horas, y más habiendo yo dicho a vuestra merced, si mal no me acuerdo, que la casa desta señora ha de estar en una callejuela sin salida.> (De El Quijote 2ª parte).


    Hete aquí que, una bonita mañana otoñal del día 19 del presente mes, estando Rebocato haciendo turismo callejero por el Grao (Grau para los bilingües) de Castellón y a la hora del vermú se sienta con su fémina acompañante (de la cual no vamos a filtrar ni su nombre, ni su posible parentesco con nuestro amigo, con el fin de mantener la intimidad de ambos aunque ello no venga a cuento ni haya mucho que guardar al respecto) en una de las  mesas (más bien en las sillas que la rodean) de la terraza de un bar ubicado en una plaza lindante con la iglesia de la citada localidad portuaria.

       Una vez asentados ambos, se les acerca el camarero y ante el clásico: ¿que van a tomar?, aquellos solicitan unos refrescos y un plato de fritura de pescado típico de por allí, recién pescado,  según les cerciora el mesero (que dirían en algunos países de America Latina). Lo de comer pescado es un repente que les ha dado a ambos al ver por las callejuelas de la población transitar a personas autóctonas de por allí, portando bolsas de plástico conteniendo pescaditos provenientes de la lonja cercana, barrunta Rebocato, claro.

     Una vez servidos, Rebocato al dar un trago de su refresco –en forma de cerveza fresca y con alcohol, por supuesto– levanta la vista y observa a la iglesia cercana, percatándose de que esta está en proceso de reforma y no luterana precisamente, sino de albañilería.




                             Pie de foto.- Iglesia de Sant Pere Apóstol del Gran de Castellón.

    Entrevé los andamiajes y a tres albañiles que andan pululando por el tejado  de la iglesia retejando una de las cúpulas de esta. Ante esa visión a Rebocato le vienen recuerdos de cuando él fue monaguillo –hace unos 50 años– y retejaron y reformaron interiormente la iglesia de nuestro pueblo castellanoviejo (con un  desastre del interior considerable del que a nadie se le pidieron responsabilidades, en concreto al cura párroco de entonces, principal responsable del desaguisado, pero esa ya es otra historia que se contará en otra entrada si procede).

    Al rato los albañiles se sientan en el tejado sacan sus tupperwares (con todos nuestros respetos y rabia por la precariedad laboral en la que nos encontramos que hasta los operarios comen sobre el tejado en lugar de bajarse de él y hacerlo en el bar de al lado como han hecho toda la vida, pena de tiempos aquellos de las fiambreras, en fin, ¿el progreso? Y la gente se escandaliza por lo ocurrido hoy mismo en la UAM de Madrid, por dos dinosaurios aspirantes a conferenciar y, otrora, aparentemente defensores de la causa de los mas desfavorecidos y desde hace años utilizando sus influencias políticas en apoyo de los poderosos) y se disponen a comer.


     Hay otras dos mesas ocupadas en la terraza del bar. Alrededor de una de ellas departen animosamente tres treintañeros los cuales, por lo que les oye decir Rebocato, son pescadores, no de los de cañas, a pesar de que se están bebiendo algunas, sino, aparentemente, de los de la lonja del puerto.

     En otra mesa están sentados 6 hombres, al sentir de Rebocato, ya metidos –quieran o no– como él, en la tercera edad (antes ancianos, pero claro, hoy en día estás con una persona de 80 años, o más, y te diriges a él llamándole de usted –más que nada por urbanidad y respeto– y se te rebota y te espeta:

     –Oye, a mi tutéame que no soy tan mayor. (Sin comentarios).

     Los seis están charlando, a la vez que no dejan que se calienten en demasia sus consumiciones. Como ya se acerca la hora de comer, poco a poco van abandonando la mesa para dirigirse cada uno a su casa respectiva, quedándose uno solo sentado en ella, en concreto el que está bebiendo un gin tonic.

    Los tres supuestos pescadores, con su jeringonza particular de la cual Rebocato no entiende ciertos tecnicismos que emplean con respecto al arte de la pesca en alta mar, también han desalojado  la otra mesa hace un momento. 

     Rebocato y acompañante ya se han quedado solos en la terraza del bar de la plaza, mirando a la iglesia, además del señor del  agua tónica “adulterada con alcohol” al cual le dice:
     –Maja está quedando la iglesia.

     A lo que el otro repuna (sic):
    –Con el dinero del contribuyente. –Y añade –Llevo viviendo 50 años en el Grao y conozco a una mujer mayor y con mucha necesidad que vino hace unos meses a pedir ayuda económica a la iglesia y los responsables le dijeron que no había dinero (ya estaban metidos en obras, pero, por lo oído, no sociales) y ella contestó: pues para reformas si que debe de haber, a la vista está.

     Rebocato le anuncia al del gin tonic:
    –Hombre, en la Iglesia habrá de todo como en botica, quizás no convenga generalizar.

     El hombre del gin tonic responde:
   –Son unos sinvergüenzas, utilizan la doble moral para engañar a la gente pobre y, que conste, que yo no vengo de una familia pagana ya que mi tío Pascualet "quepadescanse" era bastante de iglesia, incluso tenia un Cristo crucificado que heredó de sus padres, al cual le hizo, el mismo con sus manos, una cajita de madera con un cristal en el frontal.

   –¿Con el fin de que nuestro Señor no cogiera frío? –Le indaga Rebocato en plan de broma.

  –No hombre, no.  –Contesta el otro a la vez que continúa –Era para protegerle de las moscas, según mi tío "quepadescanse".

    –¿De las moscas?, pero si sería una figura crucificada de metal, madera o de yeso pintado” – Le suelta Rebocato estupefacto.

   –Sí, pero mi tío quería protegerlo de las posibles cagadas de las moscas. –Y dicho esto le da tal trago al gin tonic que deja la copa temblando.

   Rebocato, para no desentonar, bebe de su cerveza y piensa que el otro le está vacilando con el asunto del Crucifijo, aunque por otra parte su interlocutor parece hablar con cierta sinceridad, y añade:
   –Ya, pero cagarían encima del cristal, y Dios, que todo lo ve, visionaría los excrementos delante de sus narices, porque no creo que el tío de usted estuviera todo el santo día con un trapo delante de la imagen para limpiar los daños colaterales de los aterrizajes de las moscas sobre el cristal protector del Crucifijo, digo yo.

   Acto seguido, el que dice ser sobrino del tío Pascualet –pasado ya a mejor vida– acaba su copazo y abandona el lugar echando una mirada de soslayo a la iglesia (posiblemente su Parroquia ya que lleva él residiendo allí 50 años y confesado que él ha alcanzado ya los 56 de edad) a la vez que vuelve a las andadas diciendo:
    –Son unos sinvergüenzas, pobre señora. Bon día.

    –Bon día. –responden al unísono Rebocato y su acompañante.

    Mientras, Rebocato se queda meditando para sus adentros sobre lo dañino que es el alcohol para la sesera humana. Piensa que, dada la hora a la que se ha levantado ese hombre de la mesa., y que el haberse manifestado de una forma tan anticlerical, puede que haya sido a causa de que se haya sentado a almorzar con sus amigos sobre las 10 de la mañana: habrá pedido el almuerzo regado con vino y gaseosa; después se habrá tomado un carajillo; mas tarde algún que otro chupito y para rematar la faena, que menos que un gin tonic. Es lo típico por estos lares, sobre todo los fines de semana en los que se prolonga la sobremesa a causa de que la gente no tiene que reincorporarse al curro después del almuerzo. Este día no es fin de semana, pero, claro, uno se jubila y piensa que todos los días lo son.

    Una vez que a Rebocato la variedad de pescaditos fritos le salen por las orejas, apura su segundo tercio de cerveza, pide un carajillo, su acompañante un café bombón y la cuenta, Después, pagan y continúan su paseo hacia la iglesia. Delante de su puerta principal hay instalada una gran grúa y la calle está cortada al tráfico y al peatón.

   Nuestra pareja se dirige a un portalón, de otra entrada de acceso a la iglesia, que se encuentra ubicado en una calle lateral y también  está cerrado a cal y canto. No obstante Rebocato observa que, fijado con chinchetas en una de las hojas de madera del portalón, figura un folio plastificado que lee y lo fotografía. Lo exponemos a continuación:



                                      Pie de foto.- Manifiesto de las obras de la iglesia del Grao.

   “Una pena, piensa nuestro amigo, que no esté abierta la Parroquia a los feligreses con el fin de visitarla interiormente y, de paso, echar algún que otro rezo que nunca viene mal, y la Parroquia sustitutoria nos pilla un tanto a trasmano. Otra vez será”.


               OCHENTA AÑOS DESPUÉS

   Una vez que Rebocato ha leído y fotografiado el manifiesto del portalón, vuelve a fijar la vista en la fecha de inicio de las obras que reza el pliego de marras: “18 julio de 2016”, y cae en la cuenta de que, esa fecha, coincide en día y mes, con la que 80 años antes dio inicio, al menos oficialmente, a nuestra última Guerra Civil y se interroga a sí mismo: ¿Otro caso de la, tan traída y llevada, Memoria histórica?

   ¿Casualidad? ¿Falta de tacto?. ¿Ignorancia del responsable de la fijación de la fecha de inicio de las obras de dicha iglesia, de las “grandes efemérides” de la nuestra historia? ¿Comían, hace 80 años, nuestros albañiles en los tejados?

   Quizás, la persona responsable que fijó la fecha de inicio de las obras, caso de que lo hiciera a posta, si que pudiera ser un sinvergüenza superlativo, como diría el nebot del tío Pacualet "quepadescanse".

   “Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras”. (Cantar de Mio Cid)

     Con Dios.



          HistoriasdeRebocato@octubre-2016