30 de abril de 2021

CONTROL DE ALCOHOLEMIA



                          CONTROL DE ALCOHOLEMIA

 

En el verano de 1985 tuvo nuestro amigo Rebocato su primera, y única (de momento, adiós gracias) experiencia con un control de alcoholemia, el cual lo coordinaba un teniente de la Benemerita, ayudado por un numero del Cuerpo de unos 50 años y un chaval con boina (“pitufos” los llamaban cariñosamente en la Guardia Civil, según comentaba el hermano nº7 de Rebocato) de los que hacían el Servicio Militar en la Guardia Civil en aquel entonces. Estuvo en vigor, esa posibilidad de hacer la Mili, desde noviembre de 1981 hasta diciembre de 1993).

 

Eran las 04h. de la mañana de una noche calurosa de verano y Rebocato volvía desde un chiringuito discotequero de la playa hasta su casa. Iba acompañado por su contraria y de otra pareja (heterosexual) amiga, y viajaban en el R-5 de Rebocato conducido por este, y con todo el grupo acompañante bastante jarreado debido a la ingesta de alcohol a lo largo del tiempo de esa tarde/ noche, sin miedo alguno a la correspondiente resaca de la mañana siguiente, porque…. ya se sabe el mejor secreto guardado del mundo para estar en forma es: “tener 20 años”. 

 

       Habían estado toda la tarde/ noche en una despedida de soltero y soltera –amigos y amigas de la pareja todos mezclados– celebrando la despedida. Comieron en la calle de un barrio de El Grao y bebieron como cosacos (y cosacas) aunque sin vestir casacas.

 

        Acabaron todo el grupo –de edades comprendidas entre los 25 y 30 años–  la fiesta en un bar-restaurante, el cual, de noche, se convertía en bar de copas y discoteca a pie de playa. Entonces, llegado ya el momento de regresar cada mochuelo (y mochuela) a su olivo, nuestro amigo, su pareja y la pareja (también heterosexual) de amigos se metieron los cuatro en el R-5 con Rebocato al volante. Se enrutaron desde la costa hacia la ciudad que se encontraba (aunque, a día de hoy, sigue donde estaba) a una distancia de unos 7 Km. Para acceder a la ciudad contemplaron un par de alternativas (no había muchas más) y se decantaron por la equivocada. (Recordar que, en Madrid, un profesor de nuestro amigo impartiendo la clase pertinente a sus impertinentes alumnos, en un momento dado en el devenir de la impartición, daba dos opciones a elegir al alumno de turno en la tarima y, casi siempre, este contestaba de forma errónea, entonces el profesor alegaba: “La desgracia del alumno, si tiene que elegir entre: sí o no, blanco o negro, bien o mal, siempre se equivoca”, ante el regocijo general del resto del alumnado del aula).

 

         Volviendo a la despedida decir que, en la entrada a la ciudad, en un conocido bulevar  en el que al final de él se encontraba (y se encuentra) un afamado ermitorio muy venerado por los feligreses (y feligresas) de la urbe, Rebocato y acompañantes observaron a un guardia civil plantado en mitad de la calzada del bulevar que les daba el alto, dicho sea de paso, malditas las ganas que tenia nuestro amigo conductor de entablar conversación alguna, con nadie y menos con un guardia civil que, seguro que, le iba a acarrear problemas a esas horas ya intempestivas, a las 4 de la madrugada –cubata arriba, cubata abajo–  que marcaba el reloj luminoso de pulsera de Rebocato, al cual este miró de soslayo guiñando un ojo con el de fin evitar el verlo doble  por la ingesta de alcohol acontecida.

 

 

       JOSÉ MARIÁ:

 

     José María era (y seguirá siéndolo, aunque Rebocato le ha perdido la pista desde años ha, ya que, aquel, cambió de Comunidad de vecinos y Autónoma) un hombre simpático y dicharachero, madrileño para más señas, vecino del rellano de escalera del piso de Rebocato. Dicho vecino ejercía de Policía Municipal en una localidad próxima, y una semana antes del encuentro en el mentado bulevar de Rebocato con el guardia civil, le dijo a nuestro amigo que si alguna vez se encontraba este –yendo jarreado y conduciendo– con un control de alcoholemia que: aparentase tranquilidad, no entrara en debates con la autoridad competente y que soplara en el aparato que le presentaran, ahora bien, le recalcó a Rebocato que, en el momento en que el artilugio empezara a pitar ante el recibimiento interior del aire expelido, interrumpiera el soplido, con lo cual el aparato no tendría tiempo suficiente para dar un veredicto del índice de alcohol del soplador. El azar quiso que, una semana después de recibir los consejos del vecino, Rebocato se encontró con la ocasión de poner en practica dichos consejos.

 

 

        EL TENIENTE DE LA GUARDIA CIVIL:

 

El agente que dio el alto en el bulevar a Rebocato y acompañantes resultó ser un teniente, el cual, muy amablemente, se acercó a la ventanilla del conductor del R-5, la cual se encontraba con el cristal totalmente bajado, por la canícula y la falta de aire acondicionado, y le dijo a Rebocato:

 

     –Buenas noches, estamos haciendo un control de alcoholemia, ¿sería tan amable de soplar en el alcoholímetro? –a la vez que introducía una boquilla de plástico en el artilugio y se lo extendía a Rebocato.

 

      A nuestro amigo se le fue la embriaguez de golpe, murmuró un –“Dios nos la dé buenas” como antaño se contestaba en nuestro pueblo castellanoviejo a esos pertinentes saludos de rigor, y tomando el aparato se dispuso a soplar acordándose de su vecino de rellano José María.

      Cuando el artilugio comenzó a sonar Rebocato interrumpió el soplo, el aparato dejó de silbar y el soplador retomó el soplido.

 

    –No, no, eso no vale  –dijo el teniente –el soplido ha de ser continuo  y duradero, inténtelo de nuevo.

 

    Rebocato sopló de nuevo y en cuanto aquello empezó a pitar volvió a interrumpir el soplido.

 

     –Vamos mal –dijo el teniente. –Usted se está negando a soplar. ¿Ha ingerido alcohol?.

 

     –Mire agente, a mi lo que me pasa es que fumo mucho y tengo poca capacidad pulmonar. –Aludió nuestro amigo.

 

    –Creo que van a tener que acompañarme al Cuartel. Por favor, déme su carnet de conducir y la documentación del vehiculo. –Contestó el teniente, ya un tanto tenso y mosqueado.

 

      Entonces, para liar más la madeja, la mujer de Rebocato, que iba de copiloto suelta: 

–¿No le está diciendo mi marido que no puede soplar más? ¿Qué quiere..... que le de un soponcio?

 

      Rebocato piensa en Vargas LLosas y en el arranque de su novela "Conversaciones en la catedral" y cree que, ahora si, "ya se jodió el Perú" por la intervención de su pareja, y le dice a ella: 

–Cállate, por favor. –Y acto seguido coge la documentación de la guantera del coche, saca su carnet de conducir de su cartera y se lo entrega todo al teniente, el cual les dice que esperen en el coche pero que el conductor le acompañe. 

 

Se dirigen ambos (Rebocato se esfuerza en mantener la verticalidad y aparentar marcialidad), bulevar abajo, hasta una DKW de la Guardia Civil de Trafico, aparentemente aparcada en una orilla del bulevar. 





         Pie de foto.-
Tal que así era la furgoneta, aunque bastante mas discreta.


Al lado de ella se encuentran un número de la guardia civil de unos 50 años y el guardia civil auxiliar de unos 20 años. El teniente les dice a sus dos subordinados que se queden con Rebocato y que a ver si consiguen hacerle soplar como Dios manda. Dicho esto se mete él en la DKW documentación en mano, se supone que para comprobar datos, y posibles antecedentes de Rebocato, a través de la emisora de la furgoneta. En aquel tiempo y lugar no habían llegado aún los adelantos cibernéticos que tanto nos retratan y atosigan hoy en día.

 

 

       EL NÚMERO Y EL PITUFO:

 

Ya eran las 04:20 de la mañana y nuestro amigo seguía sin pegar ojo, pero eso si, bien pegado al numero de la guardia civil  y al mudito guardia civil auxiliar (Pitufo) que el muchacho no abrió la boca durante todo el proceso.

 

Si situaron los tres en una de las aceras del bulevar al lado de un huerto de naranjos. El teniente le había entregado al número el alcoholímetro y las cánulas respectivas. El número tiró la boquilla usada anteriormente por Rebocato, puso una nueva y llevándose a la boca el cacharro dijo:

 –Observe. –Y dicho esto pegó un soplido largo y continuado, con lo cual el aparato emitió un pitido de tres pares de narices (procedía mejor decir los otros órganos, pero…...no lo expresamos por si hay niños leyendo, bastante cruz tendrían los pobres tratando de asimilar con el relato).

Una vez acabada la demostración el numero mostró el display del artilugio a nuestro amigo y……sorpresa: marcaba todo ceros.

 

Rebocato no daba crédito a lo que acababa de ver y pensaba: debo de estar más borracho de lo que creía. Él había estado, algunas veces, acompañado por su hermano nº7  –que era del gremio– en Madrid en las cantinas de la Benemérita, tanto en la de la Dirección General de la Guardia Civil, sita en Guzmán el Bueno y como en la del Parque Móvil de Príncipe Vergara (antes General Mola). Allí se trasegaba alcohol al coleto de lo lindo y a un precio bastante asequible respecto a los bares de todo hijo de vecino del lugar, por lo tanto a nuestro amigo le chocaba que un número, ya metido en edad que, de madrugada y en fin de semana, no hubiera bebido ni tan siquiera una sola gota de alcohol. En ese momento llegó a pensar tres cosas: que el aparato estaba averiado, que el número había hecho trampas al soplar, o bien que era musulmán.

 

Comprobado el resultado de la demostración, el número sacó la cánula del aparato, con cierta elegancia la lanzó al interior de los naranjos y, acto seguido, colocó una nueva boquilla ofreciendo el alcoholímetro a Rebocato para que le emulara en el soplo.


Rebocato se introdujo la boquilla en la boca e inició el soplido, pero acordándose de José María, cuando empezó el pitido dejó de soplar en seco.


El número, con mas paciencia que un santo, retiró la boquilla, volvió a lanzarla –como a las otras– al huerto, puso una nueva en el cacharro y tornó a soplar él en él. Acabado el soplido enseño de nuevo los dígitos a Rebocato: todo ceros. Retiró de nuevo la boquilla, la arrojó al huerto, puso una nueva y le ofreció el aparato otra vez a Rebocato. Este sopló, al oír el pitido paró, el número comprobó, y la prueba de nuevo, erre que erre, sin marcar resultado. Tiró la boquilla al huerto, puso otra….etc. etc.

 

Estando en estos bretes se aproximó hasta su altura, por el bulevar, un coche con dos chicas dentro, el número les dio el alto, explicó lo del control, sopló con éxito la conductora y mostrando el numero el resultado negativo a Rebocato le dijo:

       –¿Lo ve? Hasta la señorita ha superado la prueba.

 

      –Ya, pero es que yo fumo en demasía y no tengo capacidad pulmonar para aguantar el soplido el tiempo necesario (pensó en añadir que de pequeño segó mucho y que anduvo, en verano, por los pajares de la casa de nuestro labriego castellanoviejo almacenando paja para el invierno, con el consiguiente efecto secundario de la acumulación de tamo en los pulmones y, lo más grave, sin Seguridad Social, aunque tirando de médico de iguala, pero desistió en decírselo porque el número no le creería). –Le contestó Rebocato.

 

      –Mire, yo a usted no le veo mal. Pero es que el teniente tiene un cabreo monumental (un par de veces asomó la cabeza por la ventanilla de la furgoneta y vio las maniobras del trío). Debería de soplar como es debido y acabarímos de una vez, que ya son las 5 de la mañana. –decía el número.

 

    –Mas prisa tengo yo, que mañana hemos quedado en el restaurante El Perrico con una prima de mi mujer y su novio el cual vota al PP (faltaban casi 30 años para la aparición de VOX en escena)  a las 9 de la mañana, para almorzar pronto e irnos después a la playa de una localidad que dista 40 Km. de aquí, pero en fin, vamos a intentarlo –el soplar de nuevo–, y espero que no me monten ustedes mañana otro control a la salida del almuerzo de El Perrico, después de la ingesta de callos, sepia, conejo, vino, cerveza, carajillo, chupito..... –Le contestó nuestro amigo.

 

     El número, no prestando demasiada atención a la retahíla de nuestro amigo, tiró al huerto la boquilla de la señorita, colocó una nueva y le alargó el aparato a Rebocato. Este sopló, interrumpió y cánula a los naranjos.

 

    El número (que al sentir de Rebocato, era una buena persona y hasta le daba un poco de pena a este por lo que le estaba haciendo con no prolongar el soplido) le dijo a nuestro amigo:

   –Mire, voy a decirle al teniente que ha soplado usted como es debido y que ha dado negativo. Váyase al coche y, por favor, no cuente nada a sus acompañantes.

 

    Rebocato se dirigió a su R-5 rojo (como era él entonces) y se acordó de su carné y de la documentación del coche. Volvió sobre sus pasos y se lo dijo al número, este entró, por atrás en la furgoneta y a los dos minutos salió de ella con ella (documentación, no con la furgoneta) y se la entregó a nuestro amigo.

 

    –Buenas noche. – dijo el número.

 

    –Buenas noches, agente. –Correspondió Rebocato.

 

    Cuando llegó al R-5, tanto la pareja del asiento de atrás como su mujer en el del copiloto, estaban dormidos. Fue una hora y pico intensísima. 

 

    Jamás de los jamases le han vuelto a parar en un control de alcoholemia a Rebocato. La primera y la única hasta hoy. Crucemos los dedos. 


  ¡Aaaadios! (Como dice el Guillermo Fesser en las despedidas de sus divertidas crónicas sobre Yankilandia en el Intermedio)

                 

                 HistoriasdeRebocato@abril2021