21 de diciembre de 2015

LA NIEVE





              INTRODUCCIÓN


         Carísimos hermanos: 

         Ya que este invierno nos va a costar ver nevar, hemos preparado, en este Blog, un nuevo tostón (no nos referimos al “cochinillo asado” sino, más bien, a “persona habladora y sin sustancia” que es otra acepción del DRAE) con el fin de que “disfrutéis” de la nieve como Dios manda.

    Ahora ya celebradas las Elecciones Generales (lo de las erecciones generales va a ser más difícil de celebrar, sin ayuda física y/o química, dada la edad de muchos de los que estáis/estamos en copia oculta con el fin de preservar la intimidad y virilidad, las cuales, a cualquiera de los varones, se les supone) estamos metidos en un lío, según vaticinó Mariano. No sabemos sí se ha preguntado, él, el porqué muchos millones de votantes han decidido meterse en el lío. 

        Vamos a tratar de respetar la sabia voluntad popular y tirar pa´lante, a base de mazapanes y polvorones, que es lo que toca por estas fechas, y mira que la gente como que no se cansa de la tontuna de todos los años repetir por Navidad siempre lo mismo, y de gastar dinero ­–los que dispongan de él– a lo tonto.

       En fin, como todos los años: Felices Pascuas y Próspero (es un decir tradicional) Año Nuevo. Y que mejoréis, a ser posible, vuestro comportamiento con el prójimo, al menos con el próximo.


         Saludos y gracias por vuestra paciencia.



        DIFERENTES COMPORTAMIENTOS ANTE UNA NEVADA

    ¡Agora me libre Dios del diablo! —respondió Sancho—. ¿Y es posible que tres hacaneas, o como se llaman, blancas como el ampo de la nieve, le parezcan a vuesa merced borricos? ¡Vive el Señor que me pele estas barbas si tal fuese verdad! (El Quijote)


1.- LA MUCHACHA DEL ESTE QUE VIÓ NEVAR POR VEZ PRIMERA.

      –¡Para! ¡Para!

     Rebocato escucha la orden cuando acaba de salir del túnel carretero que perfora la Sierra de Guadarrama, conectando bajo tierra la provincia de la capital de “Españaunaynocincuentayuna” –como reivindicaba el notorio notario don Blas Piñar, otro aspirante a Caudillo por la Gracia de Dios– y la provincia que calza el Acueducto romano famoso. (Reseñar que el día que se independice la provincia del fotografiado Acueducto romano, la aduana se habrá de colocar, más o menos, en la mitad del túnel que une las provincias de la capital del reino y la de los impresionantes arcos levantados para, otrora, suministrar agua corriente a la ciudad. Esta provincia ya intentó en su día, sin éxito, ser autonomía uniprovincial y aunque dieron guerra los lugareños, dicen que si orquestados por sus políticos de turno, no llegó a celebrarse referéndum popular alguno que respetara la sabia voluntad popular. Parece ser que, los descendientes de los antaño rebeldes comuneros de esta provincia, no escarmentaron después de cómo les fue en su lucha contra los imperiales de los Habsburgo –Casa de Austria– y con el agravante añadido de que el líder local comunero Juan Bravo, perdió la cabeza dos veces, a saber: la primera –según los imperiales– mentalmente, por apoyar la revuelta; y la segunda físicamente, ya en el cadalso, de un certero hachazo del verdugo.

   Ahora que está tan de moda el reivindicar los fueros perdidos y los atropellos sufridos, decir que, ¡Castillaenterasesientecomunera! comenzó a perder los suyos en 1521, en abril para más señas a día 23. Se fue al garete el Fuero Viejo de Castilla o Fuero de los Fijosdalgo (nada que ver con pijosdalgo, aunque puede que sí, debido a que entonces los hijosdalgo serían los pijos de ahora). En esta competición de pérdida de fueros, Castilla fue pionera con respecto a otros reinos de la península. Por poner un ejemplo casi 200 años antes que la Corona de Aragón que comprendía los Reinos de: Aragón, Valencia, Mallorca y el Principado de Cataluña. 

     Pero dejémonos de nacionalismos que no vienen a cuento y volvamos junto al túnel de Guadarrama. Rebocato y acompañantes (su hermano inmediatamente superior en edad, la entonces novia de este, y una amiga venida del Este de aquel), ya con el coche a cielo abierto, a la intemperie y dentro de la provincia donde se ubica el Acueducto más impresionante del mundo, van enfilando dirección a la ciudad donde piensan parar para visitarla y proceder a un buen yantar a base de merendarse un buen lechazo (asado de cordero lechal en horno de leña, aunque asado sin presencia de ascuas ni tizones).

   Pero hete aquí que, a la salida del túnel, ya sobre el mediodía, se encuentran con que está nevando copiosamente, por lo que la amiga de Rebocato venida de vacaciones de Semana Santa desde el Levante Español hasta la capital del reino y aledaños, al ver nevar de esa manera tan bestial –a pesar de que ya faltan solo un par de días para mediar abril de 1979–, como hemos expuesto al inicio del relato, le grita, a Rebocato:

    –¡Para! ¡Para!
     A lo que nuestro amigo, sorprendido, la contesta:
    –¿Para, para?, ¿para qué?.

    El coche es detenido al lado de dos guardias civiles que aguantan –estoicamente, a pie de carretera y a la salida del túnel– la nevada con el fin de  informar a los conductores de que vayan preparando las cadenas para las ruedas de los automóviles.

     La muchacha venida de la Costa de Azahar –y no por azar– nunca ha visto nevar en vivo y en directo a pesar de calzar 18 octubres en canal y, al detenerse el coche, abre la puerta y se baja poniendo los brazos en cruz con las palmas de sus manos hacia arriba para recibir en ellas los abundantes ampos (que diría el “docto” Sancho) que van cayendo, a la vez que salta y grita ante las atónitas miradas tanto de Rebocato y acompañantes que permanecen dentro del coche, como de la pareja de la Benemérita, percibiendo todos con cierta extrañeza, tamaña demostración de júbilo, ante la nieve, de la muchacha venida del Este Peninsular.

      Rebocato la observa ensimismado a la vez que cavila para sus adentros:

  “¿Y esta zagala estará capacitada para criar a mis potenciales descendientes?

    Claro, es que, en aquellos tiempos que no había necesidad, ni tiempo, de viajar tanto a lo tonto, para muchos de los moradores del litoral el ver nevar era algo realmente sorprendente, al igual que, para los de la Meseta, lo era el contemplar por vez primera la mar salada.

     Como sabrán los sufridos lectores de este blog, nuestro amigo anduvo de campaña militar destinado a un cuartel –sito en una capital de provincia del Levante Español– de intervención inmediata, debido a que perdió la bandera en la guerra con Marruecos (los militares de antaño del cuartel, no Rebocato).           

    Vale que castigaran al cuartel por perder su divisa, pero ¿qué culpa tenia de ello Rebocato para mandarle hasta allí a plantar la era con la excusa de servir a la Patria? Después de esa experiencia de 14 meses (menos uno de permiso) Rebocato empezó a barruntar que: “trapos e himnos le daban lo mismo”.

  Cierta vez que Rebocato fue de permiso militar a nuestro pueblo castellanoviejo, estando en la taberna, un señor –con boina calada sobre la mocha, como mandaban los cánones en aquel tiempo y lugar– se le acercó y le indagó:

   –Me he enterado de que estás haciendo la mili por tierras de Valencia (entonces esta Región no era ni Reino, ni País, ni Comunidad).

     –Pues sí ¿qué se le ofrece? –Apuntó Rebocato.

    –Nada, es que yo estuve por allí combatiendo con los nacionales durante la Guerra Civil y me llamó mucho la atención que el agua del mar estaba a ras de la arena y sin zanja, ni tabique alguno que la contuviera y, a pesar de ello, el agua no se desbordaba. Era muy chocante ver el agua toda plana en la playa y que no se saliera, cosa que por aquí, si las aguas del río o de las caceras superan su cauce, el agua se desmadra y hace bastante estropicio. –Añadió el de la boina.

    –Pues el mar por allí sigue tal cual, planito, planito, como cuando estuvo usted dando tiros, es decir, sin tabicar. –Concluyó Rebocato.

   Pero para algo está el progreso. Muchos años después un grupo empresarial, instaló la Ciudad de Vacaciones en plena Costa de Azahar, enladrilló la playa con un tabique que no se lo salta un galgo. Aunque el soldado de los rebeldes –nato de nuestro pueblo castellanoviejo– jamás llegó a ver el mar tabicado, ni Rebocato oportunidad de contárselo, debido a que el excombatiente no sobrevivió al inicio de la construcción del tabique playero.

   El convecino de la boina tendría unos escasos veinte años cuando, guerreando, vio el mar por vez primera y Rebocato lo contempló con  la misma edad que aquel, aunque, cuarenta años después y en Catalunya. Aún estaba lejos el “procés sobiranista català” y lo “que te rondaré morena”.

  Pero retomemos el caso de la nevada a la salida del tunel de Guadarrama, antes de que los protagonistas se nos congelen, aunque la verdad, cuando está nevando sin ventisca, la sensación de frío no es  excesiva, siempre y cuando vaya uno bien abrigado, claro está.

    Pasada la sorpresa inicial de ver el arrebato de la muchacha retozando bajo los copiosos copos, la pareja del tricornio se arrima al coche y uno de ellos le pregunta a Rebocato que adonde se dirigen, y él les responde que tienen previsto acercarse a la capital de provincia para visitarla y, de paso, meterse en cintura un buen lechazo (nada que ver con recibir una leche de la órdiga) y después enrutarse hasta nuestro pueblo castellanoviejo a pasar lo que queda de Semana Santa con la familia, y a comer rosquillas, y pan mantecado; y que no dispone de  cadenas, aunque nada más llegar a la ciudad se tomarán unas copas de anís, no de “Las Cadenas”, sino, por hacer patria: de anís “La Castellana” que es de la tierra, y así entonarán el cuerpo, ya que lo tienen un tanto resacoso del lerele nocturno de ayer noche por los garitos de la Capital del Reino, trasegando cubatas a mansalva (Decir que el mejor remedio para superar rápidamente la resaca es tener unos 20 años).

      En aquellos tiempos daba gusto conducir porque uno no tenia que andar con el estrés de que si me he tomado varias copas y que si luego me ponen el globo. Cuando uno se lubricaba debidamente por dentro, pues como que, después, te agarrabas al volante e ibas centrado, tranquilo y relajado, para hacer kilómetros a mansalva, sin el miedo y agobio al que te someten los potenciales controles de alcoholemia en carretera de hoy en día. Si es que uno ahora no puede disfrutar del alterne como Dios manda, y la empatía en los bares con los compañeros de barra, va mermando por ello. En fin, no se potencian las relaciones humanas como es debido. Antes, los viajes que se realizaban, en autobús mayormente, durante las excursiones eran inolvidables, y no solo porque las ocasiones eran mínimas y por lo tanto más extraordinarias, sino debido a la alegría que producía el cantar todo el autobús la canción aquella de: “Para ser conductor de primera, y acelera, y acelera. Para ser conductor de primera, hace falta ser buen bebedor. Con el vino se engrasan las ruedas, y acelera…”. Etc.

     Y es que, el conductor, si parabas a comer, se atizaba como mínimo media botella de vino y una o dos copas de coñac, y nadie le denunciaba, ni los pasajeros tenían sensación de peligro al continuar el viaje. Era una comunión fantástica, la que existía entre el chofer y los cantarines ocupantes. Todo aquello se fue al traste por culpa de la DGT y sus represivas normas.

     Pero, antes de que se derrita la nieve, continuemos con Rebocato y su R–5 aparcado en el arcén a la salida del túnel de marras:

     Los números de la Benemérita le aconsejan a nuestro amigo que se dejen de copas y lechones, y mejor que se dirijan al pueblo directamente antes de que caiga la noche y que la posible helada les dificulte el viaje de veras.

     Rebocato como observa que cada vez nieva más copiosamente, hace caso a los sabios consejos de la pareja de guardias, a duras penas consigue introducir en el coche a su chica "locadelasnieves" y enfilan directos rumbo a nuestro pueblo castellanoviejo.

     Una vez llegados al pueblo saludan a los padres y hermanos (en aquellos tiempos, al decir padres estaba incluida la madre y al decir hermanos también las hermanas) y algunos de ellos salen a la plaza del pozo a darse unos bolazos con bolas de nieve sin congelar. La chica venida del Este a la fría meseta, recibe su bautismo de fuego y se defiende como gato panza arriba ante el ataque múltiple, en forma de bolas de nieve, procedente de la jarca de hermanos y sobrinos de Rebocato. Después, para no desentonar con los lugareños, se dirigen todos hacia las tabernas con el fin de recuperar fuerzas e hidratarse debidamente.



2.- PRIMERA NEVADA VIVIDA POR REBOCATO EN EL LITORAL ESTE

    Ya con nuestro amigo Rebocato felizmente casado, a causa de estar cansado cansado (según el fénix de los ingenios: “No quiso la lengua castellana que de casado a cansado hubiese más de una letra de diferencia”) de "quemar" los Pubs y discotecas de moda de la capital, por donde cencerreaba de forma un tanto errática y equivocada, notó –a pesar de la casi depresión que pilló al morar perennemente en la ciudad del casamiento, actualmente con la playa cercana enladrillada  y en ese tiempo aún sin enladrillar– una mejora innegable en su castigado cuerpo al desterrar su antigua vida un tanto, digamos, disoluta de fines de semana desde viernes tardes a domingo noche, ambas inclusive.

   Una vez abandonada la vida mundana y en situación civil del estado perfecto del hombre que es el del matrimonio, se avino a residir en una pequeña ciudad de nuestro litoral Este, donde casi nunca nevaba. Quiso el azar (que no el azahar cuasi perenne, en el ambiente de por aquellos lares) que el primer invierno que anduvo Rebocato por esa ciudad, cayó una nevada que llegó a cuajar, de tal forma que al día siguiente, en el trabajo, un compañero, también casado y, además, con niños de corta edad propuso a nuestro amigo que, después de laborar, como él iba a ir por la tarde con la mujer y los chicos a un monte cercano a disfrutar de la nieve, que podría irse con ellos.

    Ante este envite nuestro amigo se quedó un tanto perplejo y meditó para sus adentros: ¿Me está vacilando? ¿Qué pinto yo, pateando y tocando la nieve, con lo que he luchado, a lo largo de mi vida, por evitar el contacto directo con ella, con el fin de no pillar sabañones en pies, orejas y manos? ¿Estamos tontos o qué?

    No obstante, nuestro amigo, para no parecer raro en tierra extraña, y por aquello de que “allá donde fueres, haz lo que vieres” (lo de tirar petardos en las fiestas locales a todo lo que se menea es otra historia) se avino a ir a ver la nieve y, después de comer, quedó con el compañero de trabajo, el cual, como se ha dicho, iba acompañado de su mujer y de los dos niños de los que disponían ambos.

    Ya todos montados en el coche se encaminaros a un monte cercano a la ciudad. La carretera de acceso al monte, a esas horas, ya estaba bastante transitada y el aparcar arriba resultó un tanto complicado debido al exceso de vehículos con ocupantes deseosos de retozar en la nieve.

     Una vez que estacionaron el coche, descendieron de él  y los dos guajes del compañero de Rebocato comenzaron a arrojarse bolas de nieve con su padre, a tres bandas. Mientras la madre de los cachorros y Rebocato observaban expectantes la escena.

    “Ni pajarolera idea tienen estos de hacer bolas de nieve, en mi pueblo serian carne de cañon”. Rumiaba para si Rebocato.

    Al regresar, de bajada a la ciudad, se encontraron con otro atasco de coches y eso que entonces no se veían muchos pululando por esa población, pues los lugareños no estaban mucho por la labor de comprarlos y no era por andar mal de peculio. En todas las calles  se aparcaba con facilidad y aún se veían carros de tracción animal, con el perro atado al eje de las ruedas caminando debajo del carro, cosa que chocaba a Rebocato porque en nuestro pueblo castellanoviejo los perros siempre iban sueltos a todos sitios y ojo de aquel que se escapara.



3.- NEVADA EN SANT JOAN DE PENYAGOLOSA  (Se Ignora si “peña golosa” de trasegar dulces o “peña colosa” de colosal).

     Hace unos 24 años cayó una nevada del copón bendito en la ciudad del litoral Este del suelo patrio donde laboraba Rebocato, ya disfrutando del estado de casado y con dos retoños (mas bien retoñas) en su haber.
 Un compañero de trabajo se empeño en que el sábado había que organizar una excursión al Penyagolosa, que es el segundo pico más alto de la Comunidad Valenciana, para disfrutar de la nieve.

     El día de autos los compañeros de trabajo –Rebocato incluido– trincaron sus autos, a las contrarias y retoños (los hombres que disponian de ambos inconvenientes, es un decir, no queremos líos parentales y feministas) respectivos y se encaminaron hacia el interior de la provincia camino de las alturas donde permanecía el colosal, y goloso, a la vista, con su inmaculado manto blanco de nieve incluido, esperándoles.

    Una vez llegados a la población de Vistabella la caravana de coches cruzó el pueblo y enfilaron el camino que les llevaría al Santuario de Sant Joan de Penyagolosa. Dicho camino presentaba unas roderas causadas por las ruedas de los coches que habían transitado por él en días anteriores y, en el centro del camino, la nieve que se había depositado por el paso de los coches se presentaba helada y dura como una piedra.

  Un lugareño del lugar, que cencerreaba por allí, les aconsejó a los visitanieves que el acceso al Santuario se presentaba un tanto dificultoso, y que mejor desistían de acercarse a él en los coche para evitar posibles daños colaterales en los bajos de los mismos.

    Pero hete aquí, que el compañero que encabezaba la caravana de coches –maño para más señas– enfiló con su auto y familia dentro, camino adelante hacia el Santuario, y Rebocato, que iba en segunda posición vehicular, para no ser menos que el maño y familia, le imitó siguiéndole con su coche y la suya. Los demás vehículos y ocupantes que venían detrás hicieron lo propio.

   Rebocato, dicho sea de paso, iba acojonado por si los bajos, es decir, como su Renault era mas bajo que el Peugeot del maño, temía que el cárter se rompiera al impactar con la nieve helada acumulada en el centro del camino. Pero no tenia otra opción que seguir hacia el Santuario, ¿cómo iba un maño –por muy devoto que fuera de “La Virgen del Pilar dice….” a poner en entredicho la bizarría de un auténtico castellanoviejo, aunque ya quizás contaminado de sus años de residencia por aquellos lares?

  Llegados, todos, felizmente al Santuario de San Juan Bautista de Peñagolosa y Santa Bárbara de marras, se encontraron con que la explanada del aparcamiento de vehículos se había convertido en una pista de hielo y tuvieron que estacionar los coches a empujones, o sea, con tracción animal, racional, se supone.

   Salieron de la zona del Santuario, toda la recua, monte arriba hacia el pico, y al ir ascendiendo Rebocato  se iba descojonando de risa porque la nieve les llegaba, en algunas zonas, hasta las corvas; eso a los adultos ya que, a los niños les alcanzaba, casi, hasta el pescuezo, pero las madres y sus crías tan campantes y felices.

    Al oír las risas de Rebocato el compañero que iba detrás de él (para más señas valenciano de Valencia, y una persona educada, bienhechora, bienintencionada y generosa a pesar de ser ateo y comunista convencido, pero vaya usted a saber si no se pasaba, el hombre, la vida fingiendo lo que no era, con el fin de que los que le rodeaban hablaran siempre bien de él), le indagó: “Rebocato, ¿de qué te ríes?”. El riente le contestó: “Es que si las gentes de mi pueblo castellanoviejo me vieran en estos bretes, se preguntarían “Que cojones hará el tonto del Rebocato trotando sobre la nieve por el monte, con la manta que ha caído”.

    La mañana transcurrió, para todos, excepto para Rebocato, de forma lúdica y agradable. Los niños lo pasaron fenomenal aunque, antes de comer de vuelta al pueblo cercano, hubo que cambiarles de ropa de cabo a rabo.

   Después de comer y de la sobremesa, a base de charlas a discreción y carajillos a mogollón, regresaron todos a la ciudad sin miedo a los controles de alcoholemia y sin novedad. La jornada finalizó sin cosa más de sustancia que mentar.


4.- NEVADA EN NUESTRO PUEBLO CASTELLANOVIEJO

  Pongámonos un momento en plan “revival” (que bien tocaban los Creedence Clearwater Revival) para recordar que nuestro amigo Rebocato emigro a los 13 años desde nuestro pueblo castellanoviejo a la Capital, del ahora otra vez Reino, con el fin de pulirse. Lo hizo calzando una edad dos años mayor que cuando lo hizo Daniel “El mochuelo” –según nos relata sobre este personaje– Miguel Delibes en su novela “El camino”. Nada que ver con el libro “Camino” de Monseñor Escrivá de Balaguer –fundador del Opus Dei y santo de la Santa Iglesia Católica–, en el cual, dicen que, se basó “El Perich” para parodiarlo con una composición similar aunque con aforismos cáusticos, juegos de palabras y crítica humorística de la España franquista al escribir el libro “Autopista”.

   En base a esto, y como decía el otro: Los caminos del Señor son inescrutables”.

   Ahí van un par de píldoras y un ¿chiste? de “Autopista” que se convirtió en el libro más vendido en España, en su año de publicación, allá por 1971:

      <Los ceros. ¡En qué sociedad vivimos que hasta los ceros, para ser algo, han de estar a la derecha!

    Bienaventurados. Bienaventurados los que pasan hambre y sed de justicia porque además pasarán hambre y sed de la otra>.

                    Pie de chiste.- Panteón familiar y fosa común.





          Creedence Clearwater Revival: Have your everer seen the rain (Pendulum 1970).

    Rebocato cuando aún no pertenecía a la “juventud baila” y volvía de la ciudad por Navidad de vacaciones escolares a nuestro pueblo castellanoviejo, no se dedicaba, en dicho periodo vacacional, a la holganza, y no era con el fin de evitar aquello de que “la ociosidad es la madre de todos los vicios”, era porque no había muchas ocasiones para haraganear. El único relax que lograba permitirse nuestro amigo, era en el caso de que la nieve tendiera su blanco manto, es decir, que cayera una manta de tres pares de narices, que decían por allí.

   Con todo el término municipal, y alrededores de este, cubierto de una buena capa de nieve, nadie que estuviera en su sano juicio, se le ocurría el salir del pueblo a cencerrear por el campo, si acaso, y por imperativo legal, a llevar alforjones de paja de algarrobas –debidamente predispuestos a lomos de las burras o de los machos– para echar de comer a las ovejas y carneros, que a causa de las inclemencias del tiempo no podían salir a carear y permanecían, a buen recaudo, resguardados en los corrales de ovejas, hechos de ramaje y cabrios de pino negral o resinero, y aparentemente ubicados en lugares cercanos a los pastos, aunque, estos, se encontraban un tanto alejados del núcleo urbano. El pastor, mientras durara la nevada, no pastoreaba y se quedaba tan ricamente en su casa y los dueños de los ovejas tenían que alimentarlas a base de paja de algarrobas, mayormente.

    La forma de proceder, caso de nevar abundantemente, era quedarse en casa arrimado a la lumbre asando castañas, si se disponía de ellas, y esto no acontecía todos los días. Otra alternativa era el irse a las tabernas a chatear apoyándose en la barra (no confundir con la actual tontuna que se ejerce apoyándose en los aparatos cibernéticos) o jugar a la brisca, al cinquillo, al tute o al julepe, entre otros juegos de naipes.

    En ausencia de nieve, durante las vacaciones navideñas, nuestro labriego castellanoviejo hacia acopio de la mano de obra barata venida de la capital –en forma de incautos hijos en plan vacacional, aunque no vocacional, para el corte y tala– y se dirigían a los pinares, con hachón, hacha y tronzador en mano, a cortar pinos o, en su defecto, a los pimpollares para entresacarlos y desrramarlos.

   De cualquier manera en aquellos tiempos y habiendo caído en el término de nuestro pueblo castellanoviejo, una nevada que no se la saltaba un gitano, a nadie que estuviera en su sano juicio, se le pasaba por la cabeza el salir al monte en plan senderista como hoy en día. Al fin y al cabo, los senderistas lo único que hacen es incordiar a los bichos del campo y por muy ecologistas que se crean, no lo son más que el urbanita que no sale de la ciudad a patear fauna y flora, pero allá cada cual con sus modas y manías.

    Las nevadas duraderas en el pueblo eran un incordio. Si después de nevar por la noche helaba, había nieve para una temporada y en el sombrío de las calles no digamos.

    No obstante, el primer día de nevada, en nuestro pueblo castellanoviejo, era recibido con júbilo hasta por los mayores, y los críos ya camino de la escuela montaban, entre ellos, algunas escaramuzas en forma de lanzamientos al cuerpo del contrario de bolas de nieve. En la hora del recreo los muchachos se disponían en grupos para hacer grandes bolas de nieve, daba gusto al ir girando la bola –atravesada por un cándalo para moverla cuando alcanzaba un volumen considerable– el ver como se enrollaban las capas de la nieve depositada sobre la pradera, cono si fueran rollos gigantes de tela.

    Si la nieve tardaba días en deshacerse a causa de las heladas nocturnas, las peleas de bolazos de nieve entre chicos del pueblo –muchas veces comenzaban de improvisto al grito de: “Barrio contra barrio”– se complicaban debido a que algunos muchachos tenían “muy mala sombra” (como diría la querida suegra de Rebocato), es decir, para que los bolazos dolieran más al impactar contra los cuerpos de los potenciales enemigos, se preparaban las bolas y se dejaban almacenadas al raso, a la puerta de casa, toda la noche, con lo cual se congelaban y quedaban duras y prietas como piedras, dispuestas para la pelea camino a la escuela a la mañana siguiente.

    Pobre del incauto que recibiera un impacto con una de esas bola en plena chola. Posiblemente la idiosincrasia de los varones de nuestro pueblo castellanoviejo venía bastante moldeada por los bolazos recibidos en la cabeza de las bolas heladas lanzadas por sus camaradas y por los cantazos, de los cantos de diferentes formas y tamaños, que buenamente se tenían al alcance de la mano en cualquier sitio.

    Afortunadamente no eran muchos los chicos del lugar los que utilizaban esas armas de destrucción, cuasi, masiva (nos referimos a las bolas de nieve helada, lo de los cantos era una cosa más cotidiana), aunque, también, algún chichón o piquera ocasionaron en las cabezas donde impactaban. Por otra parte, que decir tiene que, a ningún zagal agredido se le ocurría ir jimplando a casa a quejarse de los bolazos o cantazos recibidos, ya que, aparte de no servir de nada, te decían tonto y que te espabilaras.

    Metido en esos bretes el tener hermanos más mayores que uno mismo, era una bendición del cielo –en aquel entonces Rebocato era muy creyente y nunca es tarde para volver a la grey, pues a medida que uno cumple años, como que te vas trastornando a causa del inexorable paso del tiempo y del por si acaso–, porque los chicos del pueblo se cuidaban muy mucho de agredir a alguien que tuviera hermanos mayores que ellos, por las represalias que acarreaba.

     El calzado de Rebocato, hermanos y chicos del contorno, para combatir la nieve y el agua, eran prácticamente del mismo tipo y consistían en unas botas cortas de goma de color rojizo, que resultaban dejar los pies casi más fríos que yendo descalzo. Dichas botas se ataban con cordones, y el material de dentro era goma pura, fría y dura, era igual que el de por fuera, es decir, no iban interiormente forradas de fieltro alguno. Las botas katiuskas apenas se dejaban ver por allí en los chicos y eran, mas bien, cosa de uso de las chicas.

     En aquel tiempo, la mayoría de calles de nuestro pueblo castellanoviejo ya estaban adoquinadas, ya que, en 1960 se hicieron las obras de instalación de agua corriente (aunque no vulgar) hasta la entrada de las casas de todos los vecinos, así como el alcantarillado. Debido a esto la nieve tardaba más en deshacerse sobre todo en las zonas de sombrío donde si las heladas acompañaban, la nieve persistía en el tiempo. La gente hacia sus senderos de acceso a casa a golpe de pala, que era otra forma de entrar en calor.

    En fin, paradojas de la vida, antaño si nevaba uno procuraba no pisar la nieve a no ser por causa de fuerza mayor, o sea, cuando te mandaban tus progenitores a hacer algún recado o trabajillo. En cambio hoy en día si nieva es el disloque, la gente se desordena y hay que salir a buscar la nieve donde sea, aunque se encuentre en el limbo y no en de los Justos precisamente que ahora ni existe, pues según el Vaticano ya no es un dogma de fe.


          HistoriasdeRebocato@diciembre-2015













3 de diciembre de 2015

LOS CORTES DE HOZ DE REBOCATO

         LOS CORTES DE HOZ DE REBOCATO

I.- “Corte” o Bautismo de fuego:

      Una cálida y bonita tarde de julio –en plena rastrojera castellanovieja– recibió Rebocato su bautismo de fuego. A pesar de lo que había escuchado comentar, a las buenas gentes de nuestro pueblo castellanoviejo, que si bien la hoz de dientes no cortaba como Dios mandaba, nuestro amigo comprobó en sus propias carnes –concretamente en el dedo meñique de su mano izquierda– que, al menos, dicha hoz, al menos mordía.

     Aconteció que estando, él, segando en familia y a resultas de dar fe de que la hoz de dientes tajaba parvamente, tiró en demasía de ella con la mano derecha, a la vez que agarraba el manojo de pajas de trigo, aun prendidas en el surco, con la mano izquierda; a causa de ello, la hoz resbaló hacia arriba e hizo mella en el dedo meñique del neófito segador. Rebocato soltó la manada y la hoz, y picando espuelas, dando saltos y algún que otro grito, corrió desesperado surcos abajo y, al llegar a la altura de su familia, que segaba más atrás, nuestro labriego castellanoviejo le hizo un placaje para sujetarle y, de paso, tratar  de aplacar la llorera del alterado.

     Mientras, los demás hermanos, una vez que vieron todos el fluir de la sangre del dedo meñique de Rebocato y después de echarse unas risas –que le dolieron al herido mas que el propio corte en sí–, continuaron con la siega y nuestro labriego castellanoviejo llevó al lastimado hasta la sombra de los tapiales del carro para proceder a curarle.

      El botiquín de campaña del que se disponía para estos aprietos, consistía en unos retales de sabana vieja –aunque limpia– para vendar las posibles heridas de los cortes, y un chorro de vino de la bota de vino sobre la incisión. El vino hacía las veces de desinfectante y a su vez (optimización de recursos sobre el terreno) sendos chorros de vino al gaznate del herido y del curador, que hacían las veces de sedante. Aunque parezca mentira los resultados curativos eran altamente satisfactorios, no recuerda nuestro amigo Rebocato infección alguna en su luenga familia tras sufrir alguien un corte de hoz (ya no hablemos de pinchazos en piernas, ocasionadas por las púas de bieldos metálicos al sacar la basura de las cuadras de las caballería al corral) y eso con el mérito añadido de que nuestro labriego castellanoviejo, jamás de los jamases, recibió cursillo alguno de primeros auxilios, ni de seguridad e higiene (ahora salud) en el trabajo, quizás todos sus conocimientos en estos temas los adquirió de forma empírica aunque, posiblemente hacia trampa, ya que,  como sabemos, el hombre era muy leído para la época.

    El procedimiento que aplicaba para la cura de urgencias de sus hijos lacerados con cortes de hoz era, más o menos, el siguiente:

      Trataba de calmar a su herido retoño conminándole a que concluyera la llantina. Caso de no obedecer la orden el lesionado, se procedía –según la normativa legal del convenio de la siega que no estaba escrita pero procedía de tiempos ancestrales, quizás desde que Caín ejercía de labrador antes que de asesino de su propio hermano el ovejero–  a darle un soplamocos no demasiado fuerte, y si eso no le aplacaba le aplicaba otro más contundente que, en condiciones normales, era acertadamente disuasorio para que dejara de jimplar el susodicho.
      Ya debidamente mitigado el herido y avenido a dejarse curar, nuestro labriego castellanoviejo apretando fuertemente la herida con los dedos pulgar e índice de una mano, con la otra echaba un chorro de vino de la bota sobre el corte y procedía a realizar el vendaje pertinente, para ello se agenciaba, no de una venda de rollo, ni triangular, sino de un trozo de sábana vieja y llevaba a cabo una técnica de vendaje, muy de por aquellos contornos y mas bien de gusanillo en prolongación, nada que ver con los vendajes: en V, en espiga, en espiral o en espiral invertida. Para rematar la faena rasgaba el extremo final del trozo de sabana vieja por la mitad y anudaba las dos mitades alrededor del vendaje con el fin de que quedara bien sujeto. Esta era una forma de ahorrar espadrapo y, además, de esa manera la herida respiraba mejor.
      Una vez debidamente vendado el herido, se le aplicaba un calmante vía oral en forma de trago de vino de la bota, la cual, nuestro labriego castellanoviejo, tenía siempre dispuesta en el ropero a la sombra y envuelta en un trapo mojado con el fin de que el vino se mantuviera bien fresco (es un decir, claro).
      Finalizada la cura y sin necesidad de rehabilitación alguna retomaban, ambos, sus hoces respectivas y se dirigían hacia el tajo donde se encontraba el resto de la familia de segadores para continuar, ahora de nuevo todo el equipo junto, con el trajín de los surcos y sus pajas.


II.- “Recorte” o vuelta la burra al trigo.

    Ya con nuestro amigo Rebocato imbuido en la adolescencia –por accidente y sin que él lo requiriera– y con un bagaje ducho en segar a ducha por la evolución de a surco inicial, aconteció que nuestro labriego castellanoviejo les comunicó a él y al hermano de este, inmediatamente superior en edad, dignidad y gobierno; que se dispusieran, al día siguiente, para ir a ayudar a segar a una familia cuyo padre –ya calzando mediana edad– rabiaba cual enfermo en fase terminal y con el agravante de tener a su cargo  esposa y tres hijos pequeños y no aptos, aún, para el oficio de la siega.

    Como bien sabemos en aquellos tiempos la gente se moría de repente (hoy en día, mayormente, esto es: parada cardiaca o infarto cerebral fulminante) o de cólico miserere (en estos tiempos de “emancipación autonómica fifty-fifty”: cáncer terminal, peritonitis o vaya usted a saber).

   Al día siguiente los dos hermanos mandados se encaminaron, hoz y zoqueta en mano, a la casa del enfermo donde a las puertas carreteras estaban esperandoles, con el carro y los machos uncidos a él, el suegro y un hijo de este y, a su vez, cuñado del doliente.

    Subidos todos al carro se enlutaron hacia las tierras de siega, ese año de magníficos trigales, culpa de esto era a causa de los rezos, letanías, bendiciones y aspersiones de agua bendita con hisopo, sobre ellos, en los meses de mayo durantes las incursiones de las eficaces rogativas campestres, con Rebocato ejerciendo de monaguillo.

     Llegados a la tierra segaron el trigal, engavillaron las gavillas, ataron los haces y los hacinaron.

   Las hacinas, en el rastrojo, se componían de 10 haces cada una y se formaban colocando, inicialmente, abajo 4 haces adosados y atravesados sobre los surcos, de tal forma que las espigas quedaran sobre los montes del surco sin caer en sus valles, por si las lluvias. Encima de los cuatro se ponían otros tres haces y, sobre estos, dos haces más. Se culminaba la hacina con un último haz. Ni que decir tiene que si el cómputo total de haces no era múltiplo de 10, el número de haces de la última hacina sería: mayor o menor de 10. A la escuela pública se iba para algo.

     Acto seguido almorzaron.

  Una vez dieron buena cuenta del almuerzo (Rebocato intuyó que el almuerzo fue bastante opíparo a causa de los dos segadores, altruistas a la fuerza), se dirigieron a otra tierra y no hubo necesidad de uncir los machos al carro para desplazarse de una tierra a otra ya que, esta última se encontraba a tiro de piedra, simplemente cruzando un pequeño pinar que se interponía entre la que acababan de segar y la aspirante a ser segada.

    El suegro del socorrido metió en unas alforjas una botija con agua en un serón y en el otro la bota de vino junto a una piedra para contrapesar el peso de los sermones de la alforja, y se dirigieron hacia el pinar intercalado entre la tierra segada y la de sin segar.

   Una regla nemotécnica para acordarse de colocar la piedra en el serón adecuado de la alforja, era recordar uno de los refranes que suelta Sancho Panza a requerimiento de don Quijote en uno de los didácticos diálogos de razonamientos que entablaban ambos: Si da (no juntar estas sílabas, con el fin de evitar que aparezca el virus VIH) el cántaro en la piedra, o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro”.

    Reseñar que en la escuela de nuestro pueblo castellanoviejo se disponía de varios libros de una edición abreviada de El Quijote que los alumnos (incluido Rebocato) leían en voz alta turnándose, según las órdenes aleatorias de turno que cantaba el maestro de escuela, y hay de aquel que, ante la orden del docente, no  prosiguiera  la lectura desde el punto donde tocaba continuar. Decir que si a un alumno le nombraba el maestro para que prosiguiera la lectura y, así, relevar al alumno que leía en ese momento, si no continuaba en el punto exacto, porque estaba pensando en las musarañas en lugar de deleitarse con la lectura de nuestra mejor novela jamás escrita y que fue el antes y el después de la novela moderna, los propios compañeros avisaban al maestro si este no había caído en la cuenta del equívoco.

    Al alumno no continuador de la lectura en el punto donde tocaba, el maestro le ordenaba que se pusiera de rodillas cara a la pared, con un sopapo previo.

    Como a veces los alumnos, durante la leída, se reían espontáneamente ante el chocante desfacer de entuertos de nuestra famosa pareja literaria, el didáctico (muy del régimen imperante, como Dios, y el iluminado Caudillo por la gracia de Aquel, mandaban) decía a sus discípulos: “La lectura de El Quijote hace reír a los tontos y meditar a los inteligentes”.

    A pesar de este consejo repetitivo, las inevitables risas, a discreción, de toda la clase –a causa de los devenires del amigo Sancho y del Caballero de la Triste Figura–, continuaban de forma manifiesta cuando la situación de la lectura, a juicio espontáneo de los alumnos, lo requería.

    Pero emplacémonos con nuestros segadores en su travesía, a lo largo del pinar, camino a la tierra cercana –que no Prometida– que espera su siega.

   Rebocato calzaba unas playeras de lona marca Tao (la única marca existente en una de las dos pequeñas tiendas de ropa y calzado de  nuestro pueblo castellanoviejo. Un día nuestro labriego castellanoviejo acompañado de Rebocato fueron a la casa de una de las tenderas a  no se sabe muy bien a qué, el caso es que estando en el corral de la casa con el marido de la tendera –padre y madre, ambos, de seis hijas aunque sin hijo varón alguno– nuestro labriego castellanoviejo le dijo, en broma, al marido de la tendera y en presencia de Rebocato: “ y digo yo que, como tú no tienes hijos y yo tengo muchos, podría quedarse este mío con vosotros”. Rebocato no necesitó oír más salió raudo y veloz, como alma que lleva el diablo o más, por las puertas carreteras, cruzó la carretera que partía el pueblo por la mitad y, sin mirar hacia atrás, no paró hasta que llegó a su casa donde llorando le dijo a su madre: “madre, padre me quiere vender”) y un agujo (aguja para los no nacidos en nuestro castellanoviejos y aledaños) de pino se le introdujo en los cordones de la zapatilla del pie izquierdo y le pinchó en la piel, concretamente, en la zona donde confluyen pierna y pie.

    Rebocato en lugar de doblar el lomo (no sería por falta de entrenamiento al segar, engavillar y atar) para quitarse el agujo que le quinchaba y pinchaba, se le ocurrió tratar de desprendérselo utilizando el filo de la hoz de corte. Sin apenas parar de andar bajó la hoz hasta el nivel superior de su zapatilla izquierda y metiendo el acero entre el agujo y el cordón, tiró de la hoz hacia arriba con tan mala fortuna que se dio un corte considerable en el final de la pierna, concretamente donde acaba la pierna y comienza el pie. A causa de ello comenzó a sangrar considerablemente y se ató el moquero –no sin algún que otro moco seco acampado en él– para contener la hemorragia y continuo andando. Llegado el grupo al trigal a segar, emprendieron a tirar de hoz, Rebocato incluido, que no paraba de sangrar, por lo que el suegro del enfermo dueño del trigal, le sugirió que se pusiera a atar los haces, pero claro, el herido al engavillar y poner la rodilla izquierda para presionar las gavillas para que el haz quedara bien prieto, tenia como consecuencia que el corte sangrara más. Por lo que al final le aconsejaron a Rebocato que se fuera al pinar y que se sentara hasta la hora del regreso a casa para comer el cocido.

     Sobre la una de la tarde uncieron los machos al carro, subieron en él todos los artes y después se montaron el suegro y cuñado del enfermo (en el carro, no para la cópula). Rebocato y su hermano hicieron lo propio.

     Una vez en el pueblo al llegar a la altura de su casa se apearon del carro los dos hermanos y el herido fue reconocido por nuestro labriego castellanoviejo y al observarle la herida –que volvió a sangrar abundantemente al dar, el observador, un tirón del pañuelo pegado a la herida por la sangre reseca– decidió llevarle al médico de iguala con servicio “24 horas”, y ante la urgencia que demandaba el cierre de la herida se decidió ir a la casa del galeno en carretilla con Rebocato montado en ella, a pesar de los reniegos de este –dado su desarrollado sentido del ridículo– por el espectáculo de ser paseado (guardando las distancias, cual Lady Godiva por Coventry a caballo, y precursora del anuncio del brandy Terry a mediados de los años 60 del siglo pasado) a sus mas de catorce años en aquel, digamos, medio de transporte mas bien para cántaros, sacos de hierba, de paja o de piñas, que de personas, excepto niños. No había tiempo que perder en ponerse a aparejar una burra o un macho, como demandaba Rebocato.



Pie de video.- La pintora Margit Kocsis (da igual lo que pintara. Simplemente espectacular, a pesar de haber sufrido la polio de pequeña) anunciando el brandy Terry, aquel del: “Terry me va….Usted si que sabe”, montada a lomos del caballo llamado "Descarado II", aunque, en aquellos “maravillosos años”, para muchas, la descarada era ella. A destacar las patillas que se gasta el gachó ibérico de turno, no sabemos si tan tupidas a causa del copazo que se está metiendo entre cuerpo y espalda.

    Llegados a la casa municipal del médico y, ya ante este, Rebocato le dijo que se había cortado con la hoz una vena, a lo que el matasanos al observar la herida le contestó: “Sí, una vena cojonuda”.

    Dicho esto se puso manos a la obra desinfectó la herida cogió las tenazas de lañar heridas y, en menos que canta un gallo  le aplicó tres grapas a pelo, es decir, sin anestesia ni trago de vino alguno, que le dolieron a Rebocato más que el corte de la hoz de corte en sí.

    Le cubrió la herida con una gasa que sujetó con un trozo de esparadrapo y le largó para casa ya que era la hora de comer, cosa que satisfizo doblemente a Rebocato: por escapar cuanto antes de la consulta y porque, a esas horas, apenas habría gente pululando por las calles del pueblo que pudieran verle paseado en carretilla, ya que estarían, todo los vecinos dentro de sus casas respectivas, dando buena cuenta de los cocidos, también respectivos.

   No hubo baja laboral, ni parte a la mutua, ni los cansinos trámites burocráticos de hoy en día. Ya no digamos lo que ocurre actualmente: si te lesionas, por ejemplo, de vacaciones en una comunidad autónoma y resides en otra, a la vuelta todos son líos y papeleos; como le ocurrió, años después, a nuestro amigo Rebocato cuando estando de vacaciones en nuestro pueblo castellanoviejo, jugando al futbol en un partido de futbol (derbi solteros contra casados), se rompió un brazo, regresando enyesado a la comunidad autónoma donde residía y laboraba, y le costo Dios y ayuda para que le retiraran la escayola. Si no llega a tirar de amistades sanitarias, lo mismo seguiría, a día de hoy, acarreando la escayola de marras.

    No obstante como el médico dijo que el herido (por la hoz de corte, lo del brazo roto aún tardaría en acaecer) tendría que guardar reposo absoluto y que, a su vez, tratara de andar lo mínimo posible con el fin de que, como el tajo estaba justo en el juego del pie, si hacia caso omiso a los consejos dados, la herida no cerraría. Debido a esto Rebocato disfrutó de una verdadera semana de vacaciones pues estuvo, durante esos días, sin dar un palo al agua, si acaso echar de comer a los cerdos, conejos, gallinas y otros bichos del corral, no iba a ser el estar todo el día mano sobre mano y sentado a la sombra del pozo de la plaza.

    Desgraciadamente, el vecino enfermo acabó muriendo ese mismo verano, aunque el altruismo de Rebocato y su hermano –no entremos ahora en dimes y diretes, de que si el altruista fue en realidad nuestro labriego castellanoviejo o sus enviados– ahí quedó para las generaciones venideras.

PD.- Si, por un casual, algún día os encontráis en persona con Rebocato, no huyáis, sed osados y decidle que os muestre las costuras generadas por los cortes sufridos –tanto con la hoz de dientes, como con la de corte– que atavían sus penadas carnes, a pesar de que, a los que las vean, no se les garantice día alguno de indulgencia plenaria por ello.


     HistoriasdeRebocato@noviembre-2015