INTRODUCCIÓN
Hola:
Una nueva entrada en el Blog de nuestro amigo Rebocato, en la que se trata el
tema de los antiguos quintos. Parece que fue ayer y llevamos casi 15 años sin
el obligatorio servicio al cual se refiere el abuelo del programa del José Mota con: ”Dices
tú de mili”.
Hoy en día, no es posible imaginarse a la actual juventudbaila haciendo
instrucción, en el patio de armas cuartelero, sin poder tirar de móvil para
atender al whatsapp y las diferentes redes sociales.
En fin, historias para no dormir, que parecen tan lejanas y, sin embargo, puede
que muchos de los que sufrieron en sus carnes el proceso, seguro que, más
de una vez, estando durmiendo, seguirán con la pesadilla de que no se han licenciado aún.
Saludos.
LOS QUINTOS
PREFACIO
Años ha, llegó el día en que a Rebocato le tocó
ser quinto. Decir que, en nuestro pueblo castellanoviejo, como en todos los
demás de España, uno era quinto en el año en que cumplía 20 años de existencia,
sin discriminación alguna de raza, condición social, cultural, religiosa (todos
éramos cristianos católicos, la mayoría a base de hostias, ya fueran de pan
ácimo o de las otras), geográfica, etc.; aunque sí de sexo.
Aunque parezca mentira, entonces ya existía la,
tan traída y llevada, discriminación positiva de hoy en día. Ya está bien,
parece que, respecto a ella, ahora han inventado la sopa de ajo, como si antaño
estuviéramos en la edad de piedra: Las mujeres no iban a la mili, aunque hacían
el Servicio Social, pero no había comparación, donde va a parar, entre el
Servicio Militar de los hombres, con el Servicio Social de las mujeres, el
cual, estuvo en vigor desde octubre de 1937, hasta suprimirse por real decreto
en mayo de 1978, recién
licenciado nuestro amigo Rebocato, si contamos su mes de prelicencia. Las
mujeres quedaron libres del servicio. Los hombres, aún, tendrían que esperar
unos cuantos años más.
Otrora, cuando le tocó a Rebocato ser quinto,
no existía la actual Constitución y andábamos con las siete Leyes Fundamentales
promulgada entre 1938 y 1967 (la película “Los siete magníficos” se estrenó en
1960) y la Ley Orgánica del Estado de 1967; cosa que Rebocato, entonces, y a
pesar de sus asignaturas de FEN (Formación del Espíritu Nacional), interpretaba
la citada Ley Orgánica como una ley que le salía del órgano reproductor a
nuestro Dictador, el cual, según los moros tuvo “baraka”, ya que en una de
nuestras Guerras de África del siglo pasado –en el verano de 1916– recibió un
balazo en sus partes y, a pesar de la gravedad de la herida no llegó a morir
hasta el 20N de 1975, como muy bien sabemos. A causa del balazo, dicen que,
perdió un testículo y por ello quedó monórquido, que no monárquico, de por
vida.
Acontecido todo esto, muchos partidarios del
palo largo y mano dura, en plan nostálgico, todavía mantienen que nos gobernó
con un par de huevos. Serian fritos para su desayuno, claro está.
A su vez, Napoleón y Hitler, también carecían,
ambos, de uno de sus dos testículos (lo de Hitler hay quien dice que si es una
broma de los soviéticos que fueron quienes encontraron su cuerpo enterrado y
mal quemado).
En base a esto, no nos responsabilizamos –si
algún lector de esta perorata tiene ansias de dictador– de que se cape una
turma porque se crea que así, pueda aspirar a dirigir los destinos de la Patria
según sus propios dictados.
PD.- No tiene desperdicio el articulo.
Parece ser que lo del nombre de “quinto”
proviene del siglo XV, que fue cuando se instituyó la obligación de hacer el
servicio militar por el rey Juan
II de Castilla (otro agravio de la bota de Castilla para el resto de sus
esclavos de Iberia). Rey, por otra parte, bajo sospecha de tener relaciones
carnales con su valido don Álvaro de Luna, al que nombró Condestable –no
sabemos si, también, contestable– de Castilla.
Originalmente, el reclutamiento de quintas
consistía en hacer un sorteo de los mozos en edad de merecer, con el fin de
elegir a uno de cada cinco (de ahí el nombre de “quinto”) para, llegado el
momento, ser carne de cañón si pintaban bastos, que era una bonita forma de
servir a la Patria de forma ineludible, es decir, defender los intereses de los
de siempre y ya se cuidaban, muy mucho, las clases pudientes para pasar por caja (pagar al Estado para
salvar a sus hijos del servicio y, así, salvarles de una posible muerte) sobre todo cuando
España andaba metida en conflictos bélicos, ya fuera en Cuba. Filipinas, norte
de África, etc.
Recordad la Semana Trágica de Barcelona (1909),
ocasionada por el envío de tropas reservistas, principalmente padres de familia
y de clase obrera que no tenían recursos para pagar los 6.000 reales con el fin
de librarse de ir a las zonas de Marruecos en conflicto, como hacían los hijos
de las gentes de posibles. Lo que originó el desencadenamiento de actos
violentos y una huelga general, con el resultado final de muchos muertos,
ejecuciones, quema de conventos e iglesias, y dimisión, muy a su pesar, del
Presidente del Consejo de Ministros el conservador don Antonio Maura.
Hubo un tiempo en que dejó de imponerse dicha
obligación militar, para retomarla, posteriormente, por nuestro primer rey
Borbón Felipe V (otro “amigo” de los catalanes separatistas actuales, aunque
muchos catalanes apoyaron, en su día, su aspirantazgo al trono de España y
combatieron a su favor, todo hay que decirlo) el cual reinó más años que los
que estuvo nuestro conocido Caudillo en el poder por la Gracia de Dios. Claro,
así cualquiera, incluso con más ayuda que el Real Madrizz con los arbitrajes.
El día del sorteo de quintos fue una de las
tradiciones mas arraigadas en este país durante el siglo XX, y dicho sorteo se
realizaba en la Caja de Reclutas de las diferentes capitales de provincia, en
un domingo de noviembre.
En nuestro pueblo castellanoviejo la fiesta de
los quintos se celebraba el día de San Blas y también en carnavales.
Los quintos en su fiesta tomaban las calles,
cantando y dando una tabarra considerable, con cencerros y con todo tipo de
instrumentos que pillaran a mano. También iban provistos con alguna que otra
garrafa llenas de vino por si les daba reseco con el cencerrear y el cante.
Entre las mozas casaderas, en esos días
festivos de quintos, existía el temor de salir a la calle, motivado por la
agresividad manifiesta, que mostraban los mozos metidos en suertes, ante la
presencia de las féminas. Rompamos una lanza para justificar aquellos fogosos bríos de
los mozos, porque eran causados por el “ardor guerrero” (novela del A. Muñoz
Molina sobre su paso por el Servicio Militar) y la filomena que solían calzarse
en las celebraciones, tratando de secar las garrafas de vino que portaban, más
que nada por si el vino se picaba, aunque, una vez que empezaban a amorrarse a
la damajuana, los picados eran ellos, no el vino. No había quien los parara en
ese estado, Bueno, tal vez nuestro labriego castellanoviejo.
Tiempos duros aquellos en los que las
indefensas féminas sufrían el acoso montaraz del machismo rural, sin
posibilidad alguna de denunciarlo en comisarías, foros especializados, ni en
números de teléfonos que no dejan rastro, como ocurre actualmente. Ni poder recibir
los actuales apoyos morales en los medios de comunicación social. Todo ello
brillaba por su ausencia, siendo tan necesario.
La bicha machista, garrafa en mano, cayados, cencerros y a veces
alguna guitarra, que nadie poseía, ni sabia tocar, ni falta que les hacía, campaba
a sus anchas por las calles de nuestro pueblo castellanoviejo, quizás, más que
nada, porque no estaba debidamente definida ni denunciada. Nada la detenía en
aquellos días.
Una vez
desviados del tema que nos atañe y estando imbuidos en la violencia machista,
decir que, –aunque no viene mucho a cuento con el asunto de los quintos– según
el diario “El Periodico”:
“Las
denuncias por violencia machista aumentan cuando pierde el Barça”.
NOTA.- Parece una exageración, pero eso es
precisamente lo que ha constatado un estudio de los investigadores Daniel
Montolio y Simón Planells, del Institut d’Economia de Barcelona
(IEB) de la Universitat de Barcelona (UB).
Aunque
estos hechos no son, ni mucho menos, para tomárselos a broma –Dios nos libre de
ello–, la verdad es que, quizás sin saberlo, el tridente del Barca, cuando
golea al equipo contrario, está haciendo mucho bien a las mujeres de los aficionados
barcelonistas.
Desde este Blog deseamos que los Mossos dÉscuadra, o a quien
corresponda (lo de que intervenga la Guardia Civil, tal y como está el asunto
con el Proceso Independentista, no sería lo más aconsejable), que solucionen el
asunto lo antes posible, y que las
expuestas agresiones en el articulo –ya lamentables de por sí–, como mal menor,
esperemos que únicamente se den en lo referente al futbol, y que no se
extiendan a todas las actividades deportivas, dada la cantidad de equipos que
tiene el F.C. Barcelona en las diferentes y variadas competiciones deportivas
celebradas en todo el Estado Español. Ahora bien, si ganando siempre el Barça
se acaba con la violencia de género, que gane todos los partidos aunque sea por
Real Decreto.
Decir desde aquí, que Rebocato tiene bastantes amigos culés y, que
él sepa, ninguno de ellos muele a palos a su mujer (a la propia de cada amigo,
no a la de Rebocato) caso de perder el Barça F. C., ya sea por la mínima o por
goleada. Eso sí, en caso de derrota, alguno, esa noche, no cena en casa,
alegando estar a régimen.
A pesar de estos lamentables hechos, llevados a
cabo por descerebrados (no lo decimos porque sean hinchas del Barça), la vida
continúa y, ante la gravedad del tema, no debemos dar muestras de flaqueza con
el fin de tratar de erradicarlos, por muy hinchas del Barça que sean los
agresores.
En fin, sin olvidarlos del asunto, ni mucho menos,
hagamos de tripas corazón y retomemos el hilo de los quintos porque si no, no
acabamos nunca:
Los quintos plasmaban la pintada del año de su
quinta en la fachada de una de las
casas del pueblo, por ejemplo, el quinto con mejor caligrafía de toda la
hornada de ese año, escribía con pintura negra y brocha gorda : “Viva los quintos del 45”. Escrito como Dios manda y en una única
pared, no como ahora que vas de veraneo por algún que otro pueblo, de la
casposa y dormida “CastillaenterasesienteComunera”, y ves, en un mismo pueblo,
la nada desdeñable cantidad de treinta y siete pintadas plasmadas en otras
treinta y siete paredes, de esta guisa: “Vivan
los 14/5” o “Vivan los kintos”. Resultando que ninguno de los 14 es
originario del pueblo (en los pueblos ya no nace nadie) y, además, escriben
quintos con “K” (barruntamos que, reminiscencias o influencias de algún machote
charnego/veraneante nacido en Euskadi o, en su defecto, de algún pseudo
“rockero” chulapo macarra de Madrizz). Eso sí, los nacidos fuera del pueblo y,
a su vez, retoños de los padres nacidos en nuestro pueblo castellanoviejo,
durante las bonitas noches vacacionales agosteras (menos mal que el resto del
año aparecen poco), montan unas escandaleras de padre y muy señor mío, de tal
forma que no dejan descansar a ningún hijo de vecino, ni tan siquiera a los
arrimados, menos mal que al día siguiente no hay que madrugar para recoger
miera o ir a la era a trillar la parva con la yunta, como antaño.
Para muchos mozos de nuestro pueblo
castellanoviejo, el ir a la mili, independientemente de la disciplina y las
hostias que te pudiera meter el pertinente (la mayor de las veces, también,
impertinente) sargento chusquero de semana –tu padre, igualmente, en la era, te
administraba algún horcazo que otro, y los soplamocos, recibidos de forma
espontánea, te mostraban el sentido de la vida y te ponían en tu sitio–, era un
forma de subir de escala social, es decir:
Hacías tres comidas al día; te duchabas en un
mes más que en el pueblo en todo el año; te proporcionaban ropa y un calzado
apropiado y resistente.
De acuerdo, a cambio tenias que hacer
instrucción, guardias, imaginarias, refuerzos, servicios económicos, etc..
En cambio te ahorrabas, a saber:
El cavar (no el caviar, que también); el segar;
el trillar; el subir sacos de fanega y media, llenos hasta los topes con el
producto de las diferentes cosechas, hasta el desván; el meter paja a los
pajares; el vendimiar; el partir leña; el echar de comer a los bichos; el sacar
basura de las cuadras; el cortar, desramar y entresacar pinos negrales en los
pinares; el arrancar patatas, escarbando entre abrojos y sin guantes; el escardar,
y otras actividades lúdicas y recreativas que fomentaban las relaciones humanas
–al trabajar en equipo– y te acarreaba, con el tiempo, unas espaldas y
musculaturas considerables, evitándote horas de dedicación al gimnasio o a
otros deportes con los que matar el aburrimiento, aparte del consiguiente
ahorro de matriculas de alta y mensualidades.
Actividades, la mayoría de ellas, ejercidas en
plena naturaleza, oyendo el trinar de los pajarillos, el canto de las
chicharras, respirando un aire puro sin contaminar, excepto cuando estabas
trasegando paja (sin plural) dentro del pajar o si limpiabas de basura:
cuadras, gallineros y porqueras.
“Dices tú de mili”:
No era el caso de los mozos de nuestro pueblo
castellanoviejo, donde todo el mundo iba a la escuela hasta los 14 años, pero
determinados quintos, del Estado español, iban a la mili sin apenas saber leer
ni escribir. Hasta cuando Rebocato fue a la mili, conoció a algún recluta al
que el leer y escribir se le hacía cuesta arriba, eso sí, militaba alguno que se
hacia el analfabeto, sin serlo –el vacilón de turno–. Hasta Rebocato estuvo
tentado de hacerse pasar por uno de ellos. Por lo que a estos se les mandaba a
clase matinal para formarse. O sea, que para algunos la mili, sobre todo años
atrás, les sirvió, exagerando, para aprender a: leer, escribir y las cuatro
reglas.
Otra ventaja añadida –para alguien: daño
colateral– de la incorporación a filas, era que alguno hasta encontró novia y
llegó, posteriormente, ya libre del periodo militar obligatorio, a casarse
felizmente. Hasta nuestro amigo Rebocato conoció a algún que otro caso de
soldado, perteneciente a su reemplazo que casó bien con alguna lugareña nata de
donde estaba destinado al servicio de la patria.
Antaño, una vez cumplido el Servicio Militar el mozo
regresaba a nuestro pueblo castellanoviejo, ya como un hombre hecho y derecho.
Adquiría el privilegio de fumar en presencia de su padre, sin sufrir por ello
represalia alguna por parte de este. Tal acción ya no era una falta de respeto
hacía el progenitor, incluso el padre daba el primer paso ofreciéndole, al
hijo (este dudasba de si cogerlo o nó el miedo guarda la viña), la petaca de tabaco y a continuación el librillo de liar.
Para el licenciado militar el sentido de la vida ya se
centraba en buscar moza aparente (casa de no tenerla camelada de antemano) con
la que entablar castas relaciones –de las de entonces– con el fin de, un día
futuro, poder casarse y formar un hogar con mucha prole venidera, tal como demandaban:
tanto la Santa Madre Iglesia, para incremento de futuras almas en el seno de
Abraham -un saludo al amigo maño de Rebocato que calza el mismo nombre que el famoso Patriarca del que descienden judios y palestinos de la patria de Ur, los cuales se llevan como hermanos, es decir, como Caín y Abel–, como el campo de secano y pinares, todos deseosos de futura mano de obra
barata–.
Resumiendo, toda una vida de ilusión y de
fantasía por delante, para el reincorporado a la vida civil, es decir, trabajar
como un burro para poder malvivir por los siglos de los siglos. Amén.
También, el ya no quinto, podía calzarse la
boina y no quitársela nunca, excepto, al entrar: en la Iglesia; en la Escuela;
en el Ayuntamiento; en edificios públicos de la capital de provincia caso de
tener que ir a arreglar papeles; o al acostarse en la cama, aunque, dentro de
esta, no era obligatorio el descubrirse la testa, imperaba, en este último
caso, el “derecho a decidir” de cada cual, por el que muchos, actualmente,
ponen el grito en el cielo al oír que lo demandan, gentes de otras
nacionalidades.
La mili pasó legalmente a la historia
en marzo de 2001, ejerciendo Josemaripresidente (el de:
“Déjame que beba tranquilamente;….”). Pa´que luego digan que era militarista. Una guerra la tiene
cualquiera, y más si estás absolutamente seguro que será para el bien y
grandeza de España, a pesar de tener a toda la gente en las calles a lo largo y
ancho de todo el País –hasta sus propios votantes– con el clamor unánime del: “No a la guerra”. Pero que sabrá, la
gente de a pie, de los asuntos de Estado. Se tomó la decisión y punto.
Finalizaron los sorteos del
Servicio Militar con el último celebrado de los quintos del reemplazo del año
2001, que eran los mozos nacidos en 1982 (año, este, en el que ganaron las
elecciones generales los “socioslistos”, como gustaban de llamarles los
militantes del PCE a los dirigentes del PSOE, en aquellos tiempos de cuando,
aún, éramos jóvenes ingenuos y teníamos “esperanza” (aunque la Aguirre del
mismo nombre estaba al caer, en 1983, como concejala del Ayuntamiento de
Madrid para no irse, casi nunca jamás) de que la tortilla se iba a volver algún
día. Sigue quemándose por la misma cara. Impertérrita en la sartén y lo que te
rondaré morena.
CORRER LOS GALLOS
Antaño, al menos hasta principios de los años
70 del siglo pasado, en nuestro pueblo castellanoviejo, por San Blas, los
quintos corrían los gallos –dicen, los eruditos en el tema, que era una
costumbre celta, aunque vaya usted a saber, ya que no hay fotografías, ni
videos, ni tan siquiera periodicos, de celtas ni de celtiberos que lo corroboren–, y no es que
soltaran gallos por la calle y que los mozos, en quintas, fueran corriendo tras
ellos, es decir, al contrario de lo que hacen los mozos en Pamplona en los
Sanfermines con respecto a los toros, rotundamente ¡no!
El proceso para correr los gallos consistía,
primeramente, en pingar dos carros, enfrentados y distanciados entre si, por
ejemplo, bien en las praderas frente a las escuelas o bien en la dehesa.
Después se encaramaba un quinto en lo alto de cada carro y agarraba, cada uno
de ellos, un extremo de una soga carretera, en la cual, a su mitad, se colgaba
un gallo, vivo, atado por las patas. Luego, levantaban la soga, quedando el gallo
suspendido en el aire y aleteando pico abajo a una altura de unos dos metros y
medio del suelo. Acto seguido, los quintos expectantes y montados en machos, o
en burros, se disponían, de uno en uno, a pasar galopando entre los dos carros
empinados, en lo cuales estaban subidos los dos quintos con la misión de tensar
la soga de la que pendía el gallo de turno. Un quinto, a lomos del cuadrúpedo
pertinente, picaba espuelas (aunque sin espuelas físicas, eso queda, por decir
algo, para los jinetes de la Pampa argentina o del salvaje oeste de
yankilandia) y enfilaba, alzando el brazo derecho, trotando hacia el gallo –que
permanecía estoicamente, pero aleteando, colgado de la soga entre carros– con
el fin de trincarle del pescuezo, tirar de él y tratar de separárselo del
cuerpo junto con la cabeza. Al llegar el jinete y montura a la altura de la
soga, los quintos del carro la tensaban con el fin de subirla y evitar, de paso, que el
jinete agarrara fácilmente la cabeza del gallo atado.
Un jinete tras otro, por turno, iban probando
suerte hasta que alguno arrancaba la cabeza del gallo, y con ella sangrando en
la mano, la mostraba gozoso y victorioso al público presente que, en
agradecimiento, aplaudía a rabiar a la vez que vitoreaba al arrancacabezas de
turno.
A continuación los dos quintos empinados a los
carros procedían a bajar la soga hasta la pradera con el fin de desatar al
gallo cruelmente decapitado, que agonizaba dando estertores, y procedían a atar
a la soga a otro gallo vivo. Ojo, allí no había trampa ni cartón: a los gallos no
se les vendaba los ojos; ni se les anestesiaba; ni se les dejaba pedir el
último deseo –por si solicitaban que les soltaran, barruntamos–; ni se les
mataba previamente; que va, para dar más viveza al espectáculo se les ataba
vivos de las patas en mitad de la soga
y, al izar esta, la galliforme quedaba aparentemente colgada cabeza
abajo, presta para la siguiente tanda de quintos arrancadores de cabezas a base
de tirones a mano alzada. Reseñar que el tirón se hacia en carrera libre y el
jinete no podía pararse con el macho o burro debajo del gallo. Existían unas
reglas a respetar, faltaría más, era una lucha noble, entre el gallo atado de
patas a la soga y el aspirante a decapitador, junto a la habilidad de los
tensores de la soga que, aupados en los carros, trataban de evitar que descabezaran
al gallo colgado.
Cierto año que fue quinto el quinto hermano
(que ese año le tocó ser quinto, aparte de ser el hijo número cinco, en orden
de nacimiento, de nuestro labriego castellanoviejo) de Rebocato, después de
correr los quintos los gallos colgados de la soga colocada entre carros
pingados, decidieron salir de la rutina e improvisaron una nueva modalidad: la de
separar la cabeza del gallo de su, barruntamos por él, apreciado cuerpo, y para
ello decidieron enterrar un gallo en la tierra con la cabeza fuera, coger al
quinto –quinto hermano de Rebocato–, vendarle los ojos con un tapabocas,
entregarle una hoz de corte y dándole unas vueltas –tipo juego de la gallinita
ciega– se le dejó, medio mareado y sin saber donde estaba ubicado, para que
tratara de localizar el gallo enterrado y cortarle la cabeza con la hoz.
El hermano de Rebocato se fijó, antes de que le
dejaran ciego, donde posicionaban al gallo, el cual, estaba enterrado en el
centro de un amplio corro de lugareños del lugar, en un punto al lado donde
estaba ubicado un primo hermano suyo (del quinto/quinto hermano de Rebocato, no
del gallo) venido de Madrid que contemplaba el juego con su pequeño hijo, este
tendría unos cinco años, en canal. Como el niño era de Madrizz, estaba
impresionado por las costumbres bárbaras que estaba viendo a lo largo de esa
pedagógica y lúdica tarde, y no paraba de hacer preguntas a su ancestro, por lo que el
quinto de hoz en mano –quinto hijo de nuestro labriego castellanoviejo y, a su
vez, primo hermano de su primo hermano de sangre vuelto de la capital al pueblo
y primo segundo del vástago que este acarreaba– se guió por las voces de su
primo segundo venido de la capital y palpando el terreno dio con la cabeza del
pollo, trincole del pescuezo y se lo segó con un corte limpio de la hoz de
corte, lo que provocó un gran alborozo entre los presentes.
Una vez terminado el espectáculo de correr (más
bien torturar y matar, pero era lo que había y hay que ponerse en aquel lugar,
situación y tiempo para tratar de asimilar lo narrado) los gallos, antes
colgados o enterrados, aunque de todas formas quitados de la circulación, los
quintos procedían a merendarse los
gallos, eso sí –maticemos la barbarie–, una vez guisados estos, y regados, para
ayudar a trasegarlos, con el vino peleón depositado en las garrafas de arroba,
nada que ver con la letra de las actuales direcciones de correo electrónico
–aún sin entrar en acción en aquellos tiempos, ni tan siquiera se les echaba de
menos–, sino que, como bien saben nuestros lectores metidos en harina, es una
medida de capacidad. Ni que decir tiene que cuando la garrafa se vaciaba se
volvía a rellenar las veces que hiciera falta a lo largo del día de fiesta todo ello en función del reseco de los quintos de marras.
(Una arroba equivale a 8 azumbres. Un azumbre equivale a unos dos litros,
excepto en Bilbao y alrededores que son 2,52 litros, faltaría más).
El día concurría felizmente tanto para los
quintos, como para las quintas, aunque para algunos y/o algunas, quizás, mejor
que para otros/ otras, dependiendo de cómo se diera la tarde/noche con los
posibles flirteos, caso de que se dieran.
LA CENIZA Y LAS VAQUILLAS
Otras
bonitas actividades que tenían que desempeñar, por obligación y tradición, los
quintos de nuestro pueblo castellanoviejo, se desarrollaban durante los
carnavales, antes de meterse en el periodo de preparación para la Pascua y el
arrepentimiento que comprende, o comprendía, la Cuaresma.
En carnaval, aprovechando que solía hacer un
frío de la órdiga, los quintos llevaban un carro a la Plaza de España del
pueblo conteniendo bidones llenos de agua, bien fresquita, dada la meteorología
imperante por esas fechas en la Meseta, a los que añadían ceniza. Una vez el
carro debidamente aparcado en la plaza de marras, los quintos provistos de
calderos de cinc llenaban estos
con el agua, a su vez, mezclada con ceniza, como se ha mentado anteriormente, y
corrían, como alma que lleva el diablo, asiendo el caldero con una mano y una
corta escoba vieja con la otra, detrás de todo quisqui presente por los
alrededores, y trataban de hisopearlos, en carrera libre, con la escoba
previamente mojada en el agua del cubo. A veces acontecía que, si el asperjado
renegaba, o se molestaba, en exceso por el bautismo recibido, podía caerle todo
el contenido del cubo sobre su mocha, lo que provocaba gran satisfacción y
risas entre los presentes, ya fueran quintos o paisanos.
También se celebraban las vaquillas. En nuestro
pueblo castellanoviejo, en ciertos tiempos acontecían corridas de toros en la
Plaza Mayor, formando el coso taurino con carros de labranza de enormes ruedas
de madera, provistas de grandes radios (no radiorreceptores) del mismo material.
No había necesidad alguna en echar arena sobre el improvisado ruedo ya que,
antaño, la plaza estaba sin asfaltar. Años después, ya con Rebocato medio mozo,
llegaron al pueblo las plazas portátiles, hasta él, un año, ayudó a montar una,
aunque no por simple altruismo, sino de forma remunerada. Al menos un par de
años hubo toros lidiados, por profesionales del toreo, en la plaza portátil. Hasta El Platanito apareció por allí unas fiestas para torear.
Si había corridas de toros los quintos se
encargaban de arrastrar, con las mulillas nasta el matadero, a los toros ya lidiados.
Un quinto hacía de espejo plaza, el cual iba
debidamente engalanado y a caballo. Montado a caballo y trotando por la Plaza
España del pueblo se acercaba al balcón de la Casa Consistorial y quitándose
con gallardía –lo cual no era poco pedir por aquel entonces– el sombrero, recogía, galantemente,
con él en la mano, las llaves que, con gesto gracioso y sonriente semblante, le
arrojaba, desde uno de los balcones del Ayuntamiento, una guapa moza lugareña
rodeada de las fuerzas vivas, de la autoridad competente de nuestro pueblo castellanoviejo y de la guardia civil del pueblo vecino.
Cuando Rebocato era niño al no haber toros a
mano a los que ver torear los quintos hacían de vaquillas, para ello disponían
de unos ligeros armazones rectangulares formados por listones de madera, a los
cuales, en su parte delantera, se les colocaba unas astas de toro auténticas y
sin afeitar.
El quinto levantaba el armazón y se metía
debajo de él. Luego se procedía a tapar
todo el conjunto –armazón y quinto, excepto las astas, dejando debajo de
estas, sin tapar con la manta, una abertura para poder ver a la persona a
embestir– con una manta vieja de las de arropar caballerías, la cual olía a
bestia que tiraba para atrás. El mozo en quintas se colocaba todo el tinglado
sobre sus hombros y sujetaba el armazón con sus callosas manos, quedando, el
remedo de toro, más majo que un san Luis. Acto seguido, el quinto, sin escarbar
en el suelo con la pezuña antes de la arrancada, embestía a la multitud con la
cornamenta (la que coronaba el tinglado que portaba sobre sus hombros, no la
suya, que dada su edad, posiblemente carecería de ella) tratando de amurcar al
gentío. El terror, ante la arrancada del apócrifo morlaco, se extendía por el
cuerpo de todo el personal presente en la plaza, aunque, eso sí, su presencia
era un tanto harto voluntaria, pero, quizás, debido a la falta de parques
temáticos ubicados por las cercanías para el ocio del vecindario.
Las embestidas de la vaquilla de mentira a la
plebe se llevaba a clavo sin discriminación alguna sobre los presentes en la
plaza o alrededores de nuestro pueblo castellanoviejo. Daba igual que fueran
ancianos, mujeres o niños. Aquello era una representación perfecta de
democracia plena, que ya quisieran para si los ciudadanos de la península
escandinava, que tanto presumen de ser el paradigma de la democracia perfecta.
Esto era la representación de las vaquillas con
tracción humana, aunque hoy en día parezca un entretenimiento harto pobre, sin
embargo había jolgorio cuando alguna vaquilla empitonaba a alguien, pero claro,
a falta de pan…
Al menos no acontecían muertes e imaginación y
ganas de fiesta no faltaban. Era lo que había.
REBOCATO QUINTO
Hete aquí que, al igual que a todo cerdo le
llega su San Martín, a Rebocato le llegó la hora de cumplir con la obligación
de servir a la Patria, y para ello recibió la citación pertinente para tallarse
en el Ayuntamiento madrileño de Moncloa.
Llegado el día del tallamiento, nuestro amigo
cogió la citación dichosa y se dirigió, “cantando bajito” –como a veces se
refería nuestro labriego castellanoviejo para definir la situación de una
persona al encaminarse a cumplir, inexorablemente, con algo que no deseaba, es
decir, como si fuera directo al matadero, y no a ejercer de matarife
precisamente– hacia el Consistorio. Una vez llegado a él, en el despacho
asignado de rigor, preguntó si él podría tallarse en la Casa Consistorial de
nuestro pueblo castellanoviejo (un monumental edificio –para aquellos tiempos y
lares– levantado en el primer lustro del pasado siglo XX), en lugar de en el
sitio que tenia ya asignado en la Capital del Reino (Rebocato ya estaba un
tanto harto del centralismo de Madrid que le había arrancado –tratando de huir
de la hoz y del azadón– de su pueblo natal, y con esa decisión, colaboró,
quizás de forma inconsciente, para que comenzara a germinar el, entonces
inexistente, Proceso Independentista). El funcionario, amablemente, le contestó
que no existía problema alguno para que se tallara y sorteara en su pueblo de
origen, siempre y cuando se realizara en los plazos establecidos para los
quintos pertenecientes a dicho Ayuntamiento.
Rebocato salió feliz y contento del edifico
público, porque pensaba que si sorteaba por la capital del Reino le destinarían
de campamento, y posterior cuartel, a otra provincia distinta de Madrid, en cambio,
si sorteaba por su Ayuntamiento natal podría tocarle como destino la Capital
del Reino, en la cual, él, se encontraba como pez en el agua, sobre todo los
fines de semana frecuentando los Pubs y discotecas del Barrio de Salamanca
donde pululaban los “niños y niñas pera” (expresiones hoy en día desaparecidas,
aunque imperantes en los “mentideros” del actual Madrid casposo) y Rebocato,
con mono y maletín de herramientas en mano los días laborables, y los fines de
semana disfrazado de “niño pera”, convenientemente vestido con ropa que
compraba en la tienda “Zarauz” sita en la Plaza de Colón y por lo tanto muy cerca del edificio de IBM de
Castellana donde tenia su cuartel general laboral nuestro amigo. Pues…. que por
allí andaba, cencerreando. Ya que no pudo cencerrear como quinto en nuestro
pueblo castellanoviejo.
Apuntar que Rebocato daba el pego, pues se
mimetizaba perfectamente en los ambientes de niños bien. Ya sus manos carecían
de los callos adquiridos, no como niño yuntero (poema del malogrado Miguel
Hernández y que versionó, entre otros, el también malogrado Víctor Jara. Los
dos acabaron sus vidas –como otros muchos y.. ¡muchas!, a causa de dos sátrapas iluminados, uno de por
aquí y el otro, de allende los mares, este último derrocando a Allende), sino
de cuando tiraba en verano de hoz y azadón, años atrás en nuestro pueblo
castellanoviejo y, además, realizaba esas actividades campestres, dirigido bajo
la acertada supervisión de nuestro labriego castellanoviejo. No obstante, la
forma de vestir la decidía él mismo y lograba aparentar lo que no era, aunque
sus vivencias, hasta entonces, habían sido más de ejercer en el medio rural,
que de tratar de pasar por niño pera.
Pie de video.- Victor Jara. "El niño yuntero"
Por fin llegó el día de que se tallara Rebocato
en su natal Casa Consistorial de nuestro pueblo castellanoviejo, pero no pudo
presentarse en cuerpo, ni tan siquiera en alma, a causa de que se encontraba
ingresado en La Paz (Hoy en día Hospital Universitario La Paz). El ingreso lo
realizó sin acompañante alguno y por su propio pie, aunque en taxi y por la
puerta de urgencias, por sufrir una úlcera gástrica duodenal sangrante. Una
herencia genética –sin necesidad de notario de por medio que diera fe para los
derechos de sucesión– de su abuelo materno –leed la entrada “Rebocato y las
roñas, donde se le menta”– que heredaron casi todos los hijos de la hija mayor
de dicho abuelo, pero, no así el resto de sus nietos –hijos de sus otros hijos–
que eran los que se llevaban, habitualmente, las propinas y parabienes.
Que protervos son los celos, pero hay que
repartir a cada uno lo suyo, no se puede aspirar a tenerlo todo.
Tampoco pudo asistir, a causa del ingreso, a
recoger la tradicional quintada por las casas de nuestro pueblo
castellanoviejo, debido a estar esperando ser intervenido quirúrgicamente para
quitarle dos tercios de estómago a causa de su herencia genética de marras. No
obstante, estando hospitalizado, pidió permiso una semana para realizar unas
evaluaciones de COU, cosa que le fue concedida, abandonó el hospital y, una vez
realizadados los exámenes, reingresó en el hospital y fue operado con éxito,
aunque sin ovaciones.
Eran fechas, las de la hospitalización de
nuestro amigo, que coincidieron con los hechos en Argentina del golpe de
estado de los milicos (aunque el
asunto estaba mal, fue mucho peor el remedio que la enfermedad) para derrocar a
la “pájara” presidenta María Estela Martínez de Perón y a su “Brujo” López Rega
(organizador del grupo paramilitar y ultraderechista llamado: Triple A).
Dicen que, el López Rega, cuando despachaba con
la María Estela, hasta se tirado pedos en su presencia y se justificaba
diciendo que era para ahuyentar a los malos espíritus y que así la protegía,
alegaba la criatura, ignoramos si la bailarina de club nocturno, llegó a
utilizar mascarilla para tratar con él.
Pero dejémonos
de malos rollos y peores quereres y centrémonos en la venidera vida militar
obligatoria de nuestro amigo que le cambió su vida sentimental para siempre
jamás; aunque a él –en aquellos tiempos en los que estaba plenamente integrado
en la juventudbaila de entonces– si le hubieran dejado elegir entre el ir o no
ir, a cumplir con su deber de servir a la Patria, hubiera decidido el ir.
Aparte de que era la moda obligatoria de entonces, argumentaban, los mayores,
que se hacía uno hombre. Ante esos pensamientos de atrás de nuestro amigo, se
viene a demostrar que la tontuna ya estaba asentada en la cabeza de él y de la que
aún posiblemente, hoy en día, le queden secuelas.
Celebrado el sorteo de quintos, una fría mañana
de sábado de noviembre, Rebocato volvió –después de una agotadora tarde/noche
visitando discotecas y pubs de la capital del reino y del duro trasegar de los
cubatas pertinentes– a su piso madrileño. Nuestro amigo no tenía ni pajarolea
idea de la suerte deparada en el sorteo, es decir, a que lugar le habría tocado
para realizar su cumplimiento del servicio para con la Patria. Una hermana, al
oírle entrar en casa, desde la cama le comunicó que le había tocado Marines.
Rebocato, al recibir la noticia, pensó que esa
noche se había extralimitado dándole al jarro (él, no la hermana), y bajo los efectos de los
efluvios etílicos y viendo que eran ya las 3:3oh. de la mañana y que tenia que
estar de guardia (y eso que aún no ejercia de soldado) en el curro a las 07:00h. contestó:
–¿Marines? Y…. ¿Qué coños pinto yo en el Cuerpo
de Marines de Gringolandia?
Su hermana le respondió que le había dicho
nuestro labriego castellanoviejo que en el Ayuntamiento, al comunicarle el
resultado del sorteo, le dijeron que era un campamento militar ubicado por el
litoral mediterráneo, aunque unos cuantos kilómetros tierra adentro. Ni la
Platja (sic), al sentir de Rebocato, repleta de imponentes nórdicas –europeas,
no de por aquí– deseosas de tirarse a un posible fascista, le iba a quedar a
mano.
Rebocato se acostó a dormir la mona pertinente
de los largos fines de semana, lamentándose –ante el resultado obtenido– el
haber sorteado por nuestro pueblo castellanoviejo, en vez de por Madrid.
Al despertase, tres horas después, en la misma
mañana en que se metió entre sábanas, quiso creer que, lo de Marines, había
sido una pesadilla. Aún, la criatura, ignoraba lo que le iban a deparar los
hados por el Mediterráneo. Apagó el brutal despertador y saltó de la cama.
HistoriasdeRebocato@febrero-2016