7 de febrero de 2016

LOS QUINTOS




         INTRODUCCIÓN
        
          Hola:

     Una nueva entrada en el Blog de nuestro amigo Rebocato, en la que se trata el tema de los antiguos quintos. Parece que fue ayer y llevamos casi 15 años sin el obligatorio servicio al cual se refiere el abuelo del programa del José Mota con: ”Dices tú de mili”.

      Hoy en día, no es posible imaginarse a la actual juventudbaila haciendo instrucción, en el patio de armas cuartelero, sin poder tirar de móvil para atender al whatsapp y las diferentes redes sociales.

      En fin, historias para no dormir, que parecen tan lejanas y, sin embargo, puede que muchos de los que sufrieron en sus carnes el proceso,  seguro que, más de una vez, estando durmiendo, seguirán con la pesadilla de que no se han licenciado aún.


         Saludos.




                         LOS QUINTOS


           
        PREFACIO


        Años ha, llegó el día en que a Rebocato le tocó ser quinto. Decir que, en nuestro pueblo castellanoviejo, como en todos los demás de España, uno era quinto en el año en que cumplía 20 años de existencia, sin discriminación alguna de raza, condición social, cultural, religiosa (todos éramos cristianos católicos, la mayoría a base de hostias, ya fueran de pan ácimo o de las otras), geográfica, etc.; aunque sí de sexo.

       Aunque parezca mentira, entonces ya existía la, tan traída y llevada, discriminación positiva de hoy en día. Ya está bien, parece que, respecto a ella, ahora han inventado la sopa de ajo, como si antaño estuviéramos en la edad de piedra: Las mujeres no iban a la mili, aunque hacían el Servicio Social, pero no había comparación, donde va a parar, entre el Servicio Militar de los hombres, con el Servicio Social de las mujeres, el cual, estuvo en vigor desde octubre de 1937, hasta suprimirse por real decreto en mayo de 1978, recién licenciado nuestro amigo Rebocato, si contamos su mes de prelicencia. Las mujeres quedaron libres del servicio. Los hombres, aún, tendrían que esperar unos cuantos años más.

      Otrora, cuando le tocó a Rebocato ser quinto, no existía la actual Constitución y andábamos con las siete Leyes Fundamentales promulgada entre 1938 y 1967 (la película “Los siete magníficos” se estrenó en 1960) y la Ley Orgánica del Estado de 1967; cosa que Rebocato, entonces, y a pesar de sus asignaturas de FEN (Formación del Espíritu Nacional), interpretaba ­la citada Ley Orgánica como una ley que le salía del órgano reproductor a nuestro Dictador, el cual, según los moros tuvo “baraka”, ya que en una de nuestras Guerras de África del siglo pasado –en el verano de 1916– recibió un balazo en sus partes y, a pesar de la gravedad de la herida no llegó a morir hasta el 20N de 1975, como muy bien sabemos. A causa del balazo, dicen que, perdió un testículo y por ello quedó monórquido, que no monárquico, de por vida.

     Acontecido todo esto, muchos partidarios del palo largo y mano dura, en plan nostálgico, todavía mantienen que nos gobernó con un par de huevos. Serian fritos para su desayuno, claro está.

     A su vez, Napoleón y Hitler, también carecían, ambos, de uno de sus dos testículos (lo de Hitler hay quien dice que si es una broma de los soviéticos que fueron quienes encontraron su cuerpo enterrado y mal quemado).

      En base a esto, no nos responsabilizamos –si algún lector de esta perorata tiene ansias de dictador– de que se cape una turma porque se crea que así, pueda aspirar a dirigir los destinos de la Patria según sus propios dictados.



       PD.- No tiene desperdicio el articulo.

      Parece ser que lo del nombre de “quinto” proviene del siglo XV, que fue cuando se instituyó la obligación de hacer el servicio militar por el rey  Juan II de Castilla (otro agravio de la bota de Castilla para el resto de sus esclavos de Iberia). Rey, por otra parte, bajo sospecha de tener relaciones carnales con su valido don Álvaro de Luna, al que nombró Condestable –no sabemos si, también, contestable– de Castilla.

      Originalmente, el reclutamiento de quintas consistía en hacer un sorteo de los mozos en edad de merecer, con el fin de elegir a uno de cada cinco (de ahí el nombre de “quinto”) para, llegado el momento, ser carne de cañón si pintaban bastos, que era una bonita forma de servir a la Patria de forma ineludible, es decir, defender los intereses de los de siempre y ya se cuidaban, muy mucho, las clases pudientes para pasar por caja (pagar al Estado para salvar a sus hijos del servicio y, así, salvarles de una posible muerte) sobre todo cuando España andaba metida en conflictos bélicos, ya fuera en Cuba. Filipinas, norte de África, etc.

     Recordad la Semana Trágica de Barcelona (1909), ocasionada por el envío de tropas reservistas, principalmente padres de familia y de clase obrera que no tenían recursos para pagar los 6.000 reales con el fin de librarse de ir a las zonas de Marruecos en conflicto, como hacían los hijos de las gentes de posibles. Lo que originó el desencadenamiento de actos violentos y una huelga general, con el resultado final de muchos muertos, ejecuciones, quema de conventos e iglesias, y dimisión, muy a su pesar, del Presidente del Consejo de Ministros el conservador don Antonio Maura.

      Hubo un tiempo en que dejó de imponerse dicha obligación militar, para retomarla, posteriormente, por nuestro primer rey Borbón Felipe V (otro “amigo” de los catalanes separatistas actuales, aunque muchos catalanes apoyaron, en su día, su aspirantazgo al trono de España y combatieron a su favor, todo hay que decirlo) el cual reinó más años que los que estuvo nuestro conocido Caudillo en el poder por la Gracia de Dios. Claro, así cualquiera, incluso con más ayuda que el Real Madrizz con los arbitrajes. 

    El día del sorteo de quintos fue una de las tradiciones mas arraigadas en este país durante el siglo XX, y dicho sorteo se realizaba en la Caja de Reclutas de las diferentes capitales de provincia, en un domingo de noviembre.

       En nuestro pueblo castellanoviejo la fiesta de los quintos se celebraba el día de San Blas y también en carnavales.

     Los quintos en su fiesta tomaban las calles, cantando y dando una tabarra considerable, con cencerros y con todo tipo de instrumentos que pillaran a mano. También iban provistos con alguna que otra garrafa llenas de vino por si les daba reseco con el cencerrear y el cante.

     Entre las mozas casaderas, en esos días festivos de quintos, existía el temor de salir a la calle, motivado por la agresividad manifiesta, que mostraban los mozos metidos en suertes, ante la presencia de las féminas. Rompamos una lanza para justificar aquellos fogosos bríos de los mozos, porque eran causados por el “ardor guerrero” (novela del A. Muñoz Molina sobre su paso por el Servicio Militar) y la filomena que solían calzarse en las celebraciones, tratando de secar las garrafas de vino que portaban, más que nada por si el vino se picaba, aunque, una vez que empezaban a amorrarse a la damajuana, los picados eran ellos, no el vino. No había quien los parara en ese estado, Bueno, tal vez nuestro labriego castellanoviejo.

     Tiempos duros aquellos en los que las indefensas féminas sufrían el acoso montaraz del machismo rural, sin posibilidad alguna de denunciarlo en comisarías, foros especializados, ni en números de teléfonos que no dejan rastro, como ocurre actualmente. Ni poder recibir los actuales apoyos morales en los medios de comunicación social. Todo ello brillaba por su ausencia, siendo tan necesario.

    La bicha machista, garrafa en mano, cayados, cencerros y a veces alguna guitarra, que nadie poseía, ni sabia tocar, ni falta que les hacía, campaba a sus anchas por las calles de nuestro pueblo castellanoviejo, quizás, más que nada, porque no estaba debidamente definida ni denunciada. Nada la detenía en aquellos días.

    Una vez desviados del tema que nos atañe y estando imbuidos en la violencia machista, decir que, –aunque no viene mucho a cuento con el asunto de los quintos– según el diario “El Periodico”: 

Las denuncias por violencia machista aumentan cuando pierde el Barça”.


NOTA.- Parece una exageración, pero eso es precisamente lo que ha constatado un estudio de los investigadores Daniel Montolio y Simón Planells, del Institut d’Economia de Barcelona (IEB) de la Universitat de Barcelona (UB).


     Aunque estos hechos no son, ni mucho menos, para tomárselos a broma –Dios nos libre de ello–, la verdad es que, quizás sin saberlo, el tridente del Barca, cuando golea al equipo contrario, está haciendo mucho bien a las mujeres de los aficionados barcelonistas.

    Desde este Blog deseamos que los Mossos dÉscuadra, o a quien corresponda (lo de que intervenga la Guardia Civil, tal y como está el asunto con el Proceso Independentista, no sería lo más aconsejable), que solucionen el asunto lo antes posible, y que  las expuestas agresiones en el articulo –ya lamentables de por sí–, como mal menor, esperemos que únicamente se den en lo referente al futbol, y que no se extiendan a todas las actividades deportivas, dada la cantidad de equipos que tiene el F.C. Barcelona en las diferentes y variadas competiciones deportivas celebradas en todo el Estado Español. Ahora bien, si ganando siempre el Barça se acaba con la violencia de género, que gane todos los partidos aunque sea por Real Decreto.

    Decir desde aquí, que Rebocato tiene bastantes amigos culés y, que él sepa, ninguno de ellos muele a palos a su mujer (a la propia de cada amigo, no a la de Rebocato) caso de perder el Barça F. C., ya sea por la mínima o por goleada. Eso sí, en caso de derrota, alguno, esa noche, no cena en casa, alegando estar a régimen.

    A pesar de estos lamentables hechos, llevados a cabo por descerebrados (no lo decimos porque sean hinchas del Barça), la vida continúa y, ante la gravedad del tema, no debemos dar muestras de flaqueza con el fin de tratar de erradicarlos, por muy hinchas del Barça que sean los agresores.

   En fin, sin olvidarlos del asunto, ni mucho menos, hagamos de tripas corazón y retomemos el hilo de los quintos porque si no, no acabamos nunca:

    Los quintos plasmaban la pintada del año de su quinta en la fachada  de una de las casas del pueblo, por ejemplo, el quinto con mejor caligrafía de toda la hornada de ese año, escribía con pintura negra y brocha gorda : “Viva los quintos del 45”. Escrito como Dios manda y en una única pared, no como ahora que vas de veraneo por algún que otro pueblo, de la casposa y dormida “CastillaenterasesienteComunera”, y ves, en un mismo pueblo, la nada desdeñable cantidad de treinta y siete pintadas plasmadas en otras treinta y siete paredes, de esta guisa: “Vivan los 14/5” o “Vivan los kintos”. Resultando que ninguno de los 14 es originario del pueblo (en los pueblos ya no nace nadie) y, además, escriben quintos con “K” (barruntamos que, reminiscencias o influencias de algún machote charnego/veraneante nacido en Euskadi o, en su defecto, de algún pseudo “rockero” chulapo macarra de Madrizz). Eso sí, los nacidos fuera del pueblo y, a su vez, retoños de los padres nacidos en nuestro pueblo castellanoviejo, durante las bonitas noches vacacionales agosteras (menos mal que el resto del año aparecen poco), montan unas escandaleras de padre y muy señor mío, de tal forma que no dejan descansar a ningún hijo de vecino, ni tan siquiera a los arrimados, menos mal que al día siguiente no hay que madrugar para recoger miera o ir a la era a trillar la parva con la yunta, como antaño.

    Para muchos mozos de nuestro pueblo castellanoviejo, el ir a la mili, independientemente de la disciplina y las hostias que te pudiera meter el pertinente (la mayor de las veces, también, impertinente) sargento chusquero de semana –tu padre, igualmente, en la era, te administraba algún horcazo que otro, y los soplamocos, recibidos de forma espontánea, te mostraban el sentido de la vida y te ponían en tu sitio–, era un forma de subir de escala social, es decir:

    Hacías tres comidas al día; te duchabas en un mes más que en el pueblo en todo el año; te proporcionaban ropa y un calzado apropiado y resistente.

   De acuerdo, a cambio tenias que hacer instrucción, guardias, imaginarias, refuerzos, servicios económicos, etc..

    En cambio te ahorrabas, a saber:
   El cavar (no el caviar, que también); el segar; el trillar; el subir sacos de fanega y media, llenos hasta los topes con el producto de las diferentes cosechas, hasta el desván; el meter paja a los pajares; el vendimiar; el partir leña; el echar de comer a los bichos; el sacar basura de las cuadras; el cortar, desramar y entresacar pinos negrales en los pinares; el arrancar patatas, escarbando entre abrojos y sin guantes; el escardar, y otras actividades lúdicas y recreativas que fomentaban las relaciones humanas –al trabajar en equipo– y te acarreaba, con el tiempo, unas espaldas y musculaturas considerables, evitándote horas de dedicación al gimnasio o a otros deportes con los que matar el aburrimiento, aparte del consiguiente ahorro de matriculas de alta y mensualidades. 

    Actividades, la mayoría de ellas, ejercidas en plena naturaleza, oyendo el trinar de los pajarillos, el canto de las chicharras, respirando un aire puro sin contaminar, excepto cuando estabas trasegando paja (sin plural) dentro del pajar o si limpiabas de basura: cuadras, gallineros y porqueras.

    “Dices tú de mili”:
   No era el caso de los mozos de nuestro pueblo castellanoviejo, donde todo el mundo iba a la escuela hasta los 14 años, pero determinados quintos, del Estado español, iban a la mili sin apenas saber leer ni escribir. Hasta cuando Rebocato fue a la mili, conoció a algún recluta al que el leer y escribir se le hacía cuesta arriba, eso sí, militaba alguno que se hacia el analfabeto, sin serlo –el vacilón de turno–. Hasta Rebocato estuvo tentado de hacerse pasar por uno de ellos. Por lo que a estos se les mandaba a clase matinal para formarse. O sea, que para algunos la mili, sobre todo años atrás, les sirvió, exagerando, para aprender a: leer, escribir y las cuatro reglas.

     Otra ventaja añadida –para alguien: daño colateral– de la incorporación a filas, era que alguno hasta encontró novia y llegó, posteriormente, ya libre del periodo militar obligatorio, a casarse felizmente. Hasta nuestro amigo Rebocato conoció a algún que otro caso de soldado, perteneciente a su reemplazo que casó bien con alguna lugareña nata de donde estaba destinado al servicio de la patria.

    Antaño, una vez cumplido el Servicio Militar el mozo regresaba a nuestro pueblo castellanoviejo, ya como un hombre hecho y derecho. Adquiría el privilegio de fumar en presencia de su padre, sin sufrir por ello represalia alguna por parte de este. Tal acción ya no era una falta de respeto hacía el progenitor, incluso el padre daba el primer paso ofreciéndole, al hijo (este dudasba de si cogerlo o nó el miedo guarda la viña), la petaca de tabaco y a continuación el librillo de liar.

    Para el licenciado militar el sentido de la vida ya se centraba en buscar moza aparente (casa de no tenerla camelada de antemano) con la que entablar castas relaciones –de las de entonces– con el fin de, un día futuro, poder casarse y formar un hogar con mucha prole venidera, tal como demandaban: tanto la Santa Madre Iglesia, para incremento de futuras almas en el seno de Abraham -un saludo al amigo maño de Rebocato que calza el mismo nombre que el famoso Patriarca del que descienden judios y palestinos de la patria de Ur, los cuales se llevan como hermanos, es decir, como Caín y Abel–, como el campo de secano y pinares, todos deseosos de futura mano de obra barata–.

    Resumiendo, toda una vida de ilusión y de fantasía por delante, para el reincorporado a la vida civil, es decir, trabajar como un burro para poder malvivir por los siglos de los siglos. Amén.

    También, el ya no quinto, podía calzarse la boina y no quitársela nunca, excepto, al entrar: en la Iglesia; en la Escuela; en el Ayuntamiento; en edificios públicos de la capital de provincia caso de tener que ir a arreglar papeles; o al acostarse en la cama, aunque, dentro de esta, no era obligatorio el descubrirse la testa, imperaba, en este último caso, el “derecho a decidir” de cada cual, por el que muchos, actualmente, ponen el grito en el cielo al oír que lo demandan, gentes de otras nacionalidades.

   La mili pasó legalmente a la historia en marzo de 2001, ejerciendo Josemaripresidente (el de: “Déjame que beba tranquilamente;….”). Pa´que luego digan que era militarista. Una guerra la tiene cualquiera, y más si estás absolutamente seguro que será para el bien y grandeza de España, a pesar de tener a toda la gente en las calles a lo largo y ancho de todo el País –hasta sus propios votantes– con el clamor unánime del: “No a la guerra”. Pero que sabrá, la gente de a pie, de los asuntos de Estado. Se tomó la decisión y punto.

    Finalizaron los sorteos del Servicio Militar con el último celebrado de los quintos del reemplazo del año 2001, que eran los mozos nacidos en 1982 (año, este, en el que ganaron las elecciones generales los “socioslistos”, como gustaban de llamarles los militantes del PCE a los dirigentes del PSOE, en aquellos tiempos de cuando, aún, éramos jóvenes ingenuos y teníamos “esperanza” (aunque la Aguirre del mismo nombre estaba al caer, ­en 1983, como concejala del Ayuntamiento de Madrid para no irse, casi nunca jamás) de que la tortilla se iba a volver algún día. Sigue quemándose por la misma cara. Impertérrita en la sartén y lo que te rondaré morena.



     CORRER LOS GALLOS

   Antaño, al menos hasta principios de los años 70 del siglo pasado, en nuestro pueblo castellanoviejo, por San Blas, los quintos corrían los gallos –dicen, los eruditos en el tema, que era una costumbre celta, aunque vaya usted a saber, ya que no hay fotografías, ni videos, ni tan siquiera periodicos, de celtas ni de celtiberos que lo corroboren–, y no es que soltaran gallos por la calle y que los mozos, en quintas, fueran corriendo tras ellos, es decir, al contrario de lo que hacen los mozos en Pamplona en los Sanfermines con respecto a los toros, rotundamente ¡no!

   El proceso para correr los gallos consistía, primeramente, en pingar dos carros, enfrentados y distanciados entre si, por ejemplo, bien en las praderas frente a las escuelas o bien en la dehesa. Después se encaramaba un quinto en lo alto de cada carro y agarraba, cada uno de ellos, un extremo de una soga carretera, en la cual, a su mitad, se colgaba un gallo, vivo, atado por las patas. Luego, levantaban la soga, quedando el gallo suspendido en el aire y aleteando pico abajo a una altura de unos dos metros y medio del suelo. Acto seguido, los quintos expectantes y montados en machos, o en burros, se disponían, de uno en uno, a pasar galopando entre los dos carros empinados, en lo cuales estaban subidos los dos quintos con la misión de tensar la soga de la que pendía el gallo de turno. Un quinto, a lomos del cuadrúpedo pertinente, picaba espuelas (aunque sin espuelas físicas, eso queda, por decir algo, para los jinetes de la Pampa argentina o del salvaje oeste de yankilandia) y enfilaba, alzando el brazo derecho, trotando hacia el gallo –que permanecía estoicamente, pero aleteando, colgado de la soga entre carros– con el fin de trincarle del pescuezo, tirar de él y tratar de separárselo del cuerpo junto con la cabeza. Al llegar el jinete y montura a la altura de la soga, los quintos del carro la tensaban con el fin de subirla y evitar, de paso, que el jinete agarrara fácilmente la cabeza del gallo atado.

    Un jinete tras otro, por turno, iban probando suerte hasta que alguno arrancaba la cabeza del gallo, y con ella sangrando en la mano, la mostraba gozoso y victorioso al público presente que, en agradecimiento, aplaudía a rabiar a la vez que vitoreaba al arrancacabezas de turno.

    A continuación los dos quintos empinados a los carros procedían a bajar la soga hasta la pradera con el fin de desatar al gallo cruelmente decapitado, que agonizaba dando estertores, y procedían a atar a la soga a otro gallo vivo. Ojo, allí no había trampa ni cartón: a los gallos no se les vendaba los ojos; ni se les anestesiaba; ni se les dejaba pedir el último deseo –por si solicitaban que les soltaran, barruntamos–; ni se les mataba previamente; que va, para dar más viveza al espectáculo se les ataba vivos de las patas en mitad de la soga  y, al izar esta, la galliforme quedaba aparentemente colgada cabeza abajo, presta para la siguiente tanda de quintos arrancadores de cabezas a base de tirones a mano alzada. Reseñar que el tirón se hacia en carrera libre y el jinete no podía pararse con el macho o burro debajo del gallo. Existían unas reglas a respetar, faltaría más, era una lucha noble, entre el gallo atado de patas a la soga y el aspirante a decapitador, junto a la habilidad de los tensores de la soga que, aupados en los carros, trataban de evitar que descabezaran al gallo colgado.

    Cierto año que fue quinto el quinto hermano (que ese año le tocó ser quinto, aparte de ser el hijo número cinco, en orden de nacimiento, de nuestro labriego castellanoviejo) de Rebocato, después de correr los quintos los gallos colgados de la soga colocada entre carros pingados, decidieron salir de la rutina e improvisaron una nueva modalidad: la de separar la cabeza del gallo de su, barruntamos por él, apreciado cuerpo, y para ello decidieron enterrar un gallo en la tierra con la cabeza fuera, coger al quinto –quinto hermano de Rebocato–, vendarle los ojos con un tapabocas, entregarle una hoz de corte y dándole unas vueltas –tipo juego de la gallinita ciega– se le dejó, medio mareado y sin saber donde estaba ubicado, para que tratara de localizar el gallo enterrado y cortarle la cabeza con la hoz.

   El hermano de Rebocato se fijó, antes de que le dejaran ciego, donde posicionaban al gallo, el cual, estaba enterrado en el centro de un amplio corro de lugareños del lugar, en un punto al lado donde estaba ubicado un primo hermano suyo (del quinto/quinto hermano de Rebocato, no del gallo) venido de Madrid que contemplaba el juego con su pequeño hijo, este tendría unos cinco años, en canal. Como el niño era de Madrizz, estaba impresionado por las costumbres bárbaras que estaba viendo a lo largo de esa pedagógica y lúdica tarde, y no paraba de hacer preguntas a su ancestro, por lo que el quinto de hoz en mano –quinto hijo de nuestro labriego castellanoviejo y, a su vez, primo hermano de su primo hermano de sangre vuelto de la capital al pueblo y primo segundo del vástago que este acarreaba– se guió por las voces de su primo segundo venido de la capital y palpando el terreno dio con la cabeza del pollo, trincole del pescuezo y se lo segó con un corte limpio de la hoz de corte, lo que provocó un gran alborozo entre los presentes.

     Una vez terminado el espectáculo de correr (más bien torturar y matar, pero era lo que había y hay que ponerse en aquel lugar, situación y tiempo para tratar de asimilar lo narrado) los gallos, antes colgados o enterrados, aunque de todas formas quitados de la circulación, los quintos procedían  a merendarse los gallos, eso sí –maticemos la barbarie–, una vez guisados estos, y regados, para ayudar a trasegarlos, con el vino peleón depositado en las garrafas de arroba, nada que ver con la letra de las actuales direcciones de correo electrónico –aún sin entrar en acción en aquellos tiempos, ni tan siquiera se les echaba de menos–, sino que, como bien saben nuestros lectores metidos en harina, es una medida de capacidad. Ni que decir tiene que cuando la garrafa se vaciaba se volvía a rellenar las veces que hiciera falta a lo largo del día de fiesta todo ello en función del reseco de los quintos de marras. (Una arroba equivale a 8 azumbres. Un azumbre equivale a unos dos litros, excepto en Bilbao y alrededores que son 2,52 litros, faltaría más).

     El día concurría felizmente tanto para los quintos, como para las quintas, aunque para algunos y/o algunas, quizás, mejor que para otros/ otras, dependiendo de cómo se diera la tarde/noche con los posibles flirteos, caso de que se dieran.



 LA CENIZA Y LAS VAQUILLAS

      Otras bonitas actividades que tenían que desempeñar, por obligación y tradición, los quintos de nuestro pueblo castellanoviejo, se desarrollaban durante los carnavales, antes de meterse en el periodo de preparación para la Pascua y el arrepentimiento que comprende, o comprendía, la Cuaresma.

    En carnaval, aprovechando que solía hacer un frío de la órdiga, los quintos llevaban un carro a la Plaza de España del pueblo conteniendo bidones llenos de agua, bien fresquita, dada la meteorología imperante por esas fechas en la Meseta, a los que añadían ceniza. Una vez el carro debidamente aparcado en la plaza de marras, los quintos provistos de calderos de cinc  llenaban estos con el agua, a su vez, mezclada con ceniza, como se ha mentado anteriormente, y corrían, como alma que lleva el diablo, asiendo el caldero con una mano y una corta escoba vieja con la otra, detrás de todo quisqui presente por los alrededores, y trataban de hisopearlos, en carrera libre, con la escoba previamente mojada en el agua del cubo. A veces acontecía que, si el asperjado renegaba, o se molestaba, en exceso por el bautismo recibido, podía caerle todo el contenido del cubo sobre su mocha, lo que provocaba gran satisfacción y risas entre los presentes, ya fueran quintos o paisanos.

     También se celebraban las vaquillas. En nuestro pueblo castellanoviejo, en ciertos tiempos acontecían corridas de toros en la Plaza Mayor, formando el coso taurino con carros de labranza de enormes ruedas de madera, provistas de grandes radios (no radiorreceptores) del mismo material. No había necesidad alguna en echar arena sobre el improvisado ruedo ya que, antaño, la plaza estaba sin asfaltar. Años después, ya con Rebocato medio mozo, llegaron al pueblo las plazas portátiles, hasta él, un año, ayudó a montar una, aunque no por simple altruismo, sino de forma remunerada. Al menos un par de años hubo toros lidiados, por profesionales del toreo, en la plaza portátil. Hasta El Platanito apareció por allí unas fiestas para torear.

     Si había corridas de toros los quintos se encargaban de arrastrar, con las mulillas nasta el matadero, a los toros ya lidiados.

    Un quinto hacía de espejo plaza, el cual iba debidamente engalanado y a caballo. Montado a caballo y trotando por la Plaza España del pueblo se acercaba al balcón de la Casa Consistorial y quitándose con gallardía –lo cual no era poco pedir por aquel entonces– el sombrero, recogía, galantemente, con él en la mano, las llaves que, con gesto gracioso y sonriente semblante, le arrojaba, desde uno de los balcones del Ayuntamiento, una guapa moza lugareña rodeada de las fuerzas vivas, de la autoridad competente de nuestro pueblo castellanoviejo y de la guardia civil del pueblo vecino.

   Cuando Rebocato era niño al no haber toros a mano a los que ver torear los quintos hacían de vaquillas, para ello disponían de unos ligeros armazones rectangulares formados por listones de madera, a los cuales, en su parte delantera, se les colocaba unas astas de toro auténticas y sin afeitar.

    El quinto levantaba el armazón y se metía debajo de él. Luego se procedía a tapar  todo el conjunto –armazón y quinto, excepto las astas, dejando debajo de estas, sin tapar con la manta, una abertura para poder ver a la persona a embestir– con una manta vieja de las de arropar caballerías, la cual olía a bestia que tiraba para atrás. El mozo en quintas se colocaba todo el tinglado sobre sus hombros y sujetaba el armazón con sus callosas manos, quedando, el remedo de toro, más majo que un san Luis. Acto seguido, el quinto, sin escarbar en el suelo con la pezuña antes de la arrancada, embestía a la multitud con la cornamenta (la que coronaba el tinglado que portaba sobre sus hombros, no la suya, que dada su edad, posiblemente carecería de ella) tratando de amurcar al gentío. El terror, ante la arrancada del apócrifo morlaco, se extendía por el cuerpo de todo el personal presente en la plaza, aunque, eso sí, su presencia era un tanto harto voluntaria, pero, quizás, debido a la falta de parques temáticos ubicados por las cercanías para el ocio del vecindario.

     Las embestidas de la vaquilla de mentira a la plebe se llevaba a clavo sin discriminación alguna sobre los presentes en la plaza o alrededores de nuestro pueblo castellanoviejo. Daba igual que fueran ancianos, mujeres o niños. Aquello era una representación perfecta de democracia plena, que ya quisieran para si los ciudadanos de la península escandinava, que tanto presumen de ser el paradigma de la democracia perfecta.

    Esto era la representación de las vaquillas con tracción humana, aunque hoy en día parezca un entretenimiento harto pobre, sin embargo había jolgorio cuando alguna vaquilla empitonaba a alguien, pero claro, a falta de pan…

    Al menos no acontecían muertes e imaginación y ganas de fiesta no faltaban. Era lo que había.


REBOCATO QUINTO

   Hete aquí que, al igual que a todo cerdo le llega su San Martín, a Rebocato le llegó la hora de cumplir con la obligación de servir a la Patria, y para ello recibió la citación pertinente para tallarse en el Ayuntamiento madrileño de Moncloa.

    Llegado el día del tallamiento, nuestro amigo cogió la citación dichosa y se dirigió, “cantando bajito” –como a veces se refería nuestro labriego castellanoviejo para definir la situación de una persona al encaminarse a cumplir, inexorablemente, con algo que no deseaba, es decir, como si fuera directo al matadero, y no a ejercer de matarife precisamente– hacia el Consistorio. Una vez llegado a él, en el despacho asignado de rigor, preguntó si él podría tallarse en la Casa Consistorial de nuestro pueblo castellanoviejo (un monumental edificio –para aquellos tiempos y lares– levantado en el primer lustro del pasado siglo XX), en lugar de en el sitio que tenia ya asignado en la Capital del Reino (Rebocato ya estaba un tanto harto del centralismo de Madrid que le había arrancado –tratando de huir de la hoz y del azadón– de su pueblo natal, y con esa decisión, colaboró, quizás de forma inconsciente, para que comenzara a germinar el, entonces inexistente, Proceso Independentista). El funcionario, amablemente, le contestó que no existía problema alguno para que se tallara y sorteara en su pueblo de origen, siempre y cuando se realizara en los plazos establecidos para los quintos pertenecientes a dicho Ayuntamiento.

    Rebocato salió feliz y contento del edifico público, porque pensaba que si sorteaba por la capital del Reino le destinarían de campamento, y posterior cuartel, a otra provincia distinta de Madrid, en cambio, si sorteaba por su Ayuntamiento natal podría tocarle como destino la Capital del Reino, en la cual, él, se encontraba como pez en el agua, sobre todo los fines de semana frecuentando los Pubs y discotecas del Barrio de Salamanca donde pululaban los “niños y niñas pera” (expresiones hoy en día desaparecidas, aunque imperantes en los “mentideros” del actual Madrid casposo) y Rebocato, con mono y maletín de herramientas en mano los días laborables, y los fines de semana disfrazado de “niño pera”, convenientemente vestido con ropa que compraba en la tienda “Zarauz” sita en la Plaza de Colón y por lo tanto  muy cerca del edificio de IBM de Castellana donde tenia su cuartel general laboral nuestro amigo. Pues…. que por allí andaba, cencerreando. Ya que no pudo cencerrear como quinto en nuestro pueblo castellanoviejo.

     Apuntar que Rebocato daba el pego, pues se mimetizaba perfectamente en los ambientes de niños bien. Ya sus manos carecían de los callos adquiridos, no como niño yuntero (poema del malogrado Miguel Hernández y que versionó, entre otros, el también malogrado Víctor Jara. Los dos acabaron sus vidas –como otros muchos y.. ¡muchas!, a causa de  dos sátrapas iluminados, uno de por aquí y el otro, de allende los mares, este último derrocando a Allende), sino de cuando tiraba en verano de hoz y azadón, años atrás en nuestro pueblo castellanoviejo y, además, realizaba esas actividades campestres, dirigido bajo la acertada supervisión de nuestro labriego castellanoviejo. No obstante, la forma de vestir la decidía él mismo y lograba aparentar lo que no era, aunque sus vivencias, hasta entonces, habían sido más de ejercer en el medio rural, que de tratar de pasar por niño pera.



       Pie de video.- Victor Jara. "El niño yuntero"

    Por fin llegó el día de que se tallara Rebocato en su natal Casa Consistorial de nuestro pueblo castellanoviejo, pero no pudo presentarse en cuerpo, ni tan siquiera en alma, a causa de que se encontraba ingresado en La Paz (Hoy en día Hospital Universitario La Paz). El ingreso lo realizó sin acompañante alguno y por su propio pie, aunque en taxi y por la puerta de urgencias, por sufrir una úlcera gástrica duodenal sangrante. Una herencia genética –sin necesidad de notario de por medio que diera fe para los derechos de sucesión– de su abuelo materno –leed la entrada “Rebocato y las roñas, donde se le menta”– que heredaron casi todos los hijos de la hija mayor de dicho abuelo, pero, no así el resto de sus nietos –hijos de sus otros hijos– que eran los que se llevaban, habitualmente, las propinas y parabienes.

    Que protervos son los celos, pero hay que repartir a cada uno lo suyo, no se puede aspirar a tenerlo todo.

   Tampoco pudo asistir, a causa del ingreso, a recoger la tradicional quintada por las casas de nuestro pueblo castellanoviejo, debido a estar esperando ser intervenido quirúrgicamente para quitarle dos tercios de estómago a causa de su herencia genética de marras. No obstante, estando hospitalizado, pidió permiso una semana para realizar unas evaluaciones de COU, cosa que le fue concedida, abandonó el hospital y, una vez realizadados los exámenes, reingresó en el hospital y fue operado con éxito, aunque sin ovaciones.

     Eran fechas, las de la hospitalización de nuestro amigo, que coincidieron con los hechos en Argentina del golpe de estado  de los milicos (aunque el asunto estaba mal, fue mucho peor el remedio que la enfermedad) para derrocar a la “pájara” presidenta María Estela Martínez de Perón y a su “Brujo” López Rega (organizador del grupo paramilitar y ultraderechista llamado: Triple A).

    Dicen que, el López Rega, cuando despachaba con la María Estela, hasta se tirado pedos en su presencia y se justificaba diciendo que era para ahuyentar a los malos espíritus y que así la protegía, alegaba la criatura, ignoramos si la bailarina de club nocturno, llegó a utilizar mascarilla para tratar con él.

    Pero dejémonos de malos rollos y peores quereres y centrémonos en la venidera vida militar obligatoria de nuestro amigo que le cambió su vida sentimental para siempre jamás; aunque a él –en aquellos tiempos en los que estaba plenamente integrado en la juventudbaila de entonces– si le hubieran dejado elegir entre el ir o no ir, a cumplir con su deber de servir a la Patria, hubiera decidido el ir. Aparte de que era la moda obligatoria de entonces, argumentaban, los mayores, que se hacía uno hombre. Ante esos pensamientos de atrás de nuestro amigo, se viene a demostrar que la tontuna ya estaba asentada en la cabeza de él y de la que aún posiblemente, hoy en día, le queden secuelas.

     Celebrado el sorteo de quintos, una fría mañana de sábado de noviembre, Rebocato volvió –después de una agotadora tarde/noche visitando discotecas y pubs de la capital del reino y del duro trasegar de los cubatas pertinentes– a su piso madrileño. Nuestro amigo no tenía ni pajarolea idea de la suerte deparada en el sorteo, es decir, a que lugar le habría tocado para realizar su cumplimiento del servicio para con la Patria. Una hermana, al oírle entrar en casa, desde la cama le comunicó que le había tocado Marines.

    Rebocato, al recibir la noticia, pensó que esa noche se había extralimitado dándole al jarro (él, no la hermana), y bajo los efectos de los efluvios etílicos y viendo que eran ya las 3:3oh. de la mañana y que tenia que estar de guardia (y eso que aún no ejercia de soldado) en el curro a las 07:00h. contestó:

–¿Marines? Y…. ¿Qué coños pinto yo en el Cuerpo de Marines de Gringolandia?  

  Su hermana le respondió que le había dicho nuestro labriego castellanoviejo que en el Ayuntamiento, al comunicarle el resultado del sorteo, le dijeron que era un campamento militar ubicado por el litoral mediterráneo, aunque unos cuantos kilómetros tierra adentro. Ni la Platja (sic), al sentir de Rebocato, repleta de imponentes nórdicas –europeas, no de por aquí– deseosas de tirarse a un posible fascista, le iba a quedar a mano.

   Rebocato se acostó a dormir la mona pertinente de los largos fines de semana, lamentándose ­–ante el resultado obtenido– el haber sorteado por nuestro pueblo castellanoviejo, en vez de por Madrid.

   Al despertase, tres horas después, en la misma mañana en que se metió entre sábanas, quiso creer que, lo de Marines, había sido una pesadilla. Aún, la criatura, ignoraba lo que le iban a deparar los hados por el Mediterráneo. Apagó el brutal despertador y saltó de la cama.



       HistoriasdeRebocato@febrero-2016