21 de septiembre de 2015

LA CASA DE NUESTRO LABRIEGO


     INTRODUCCIÓN

   A nuestro amigo Rebocato le aconteció un caso un tanto peculiar que relatamos a continuación:

   “Fue a principios de los años ochenta del siglo pasado. Encontrábase Rebocato leyendo “El nombre de la rosa” –primera novela escrita por el conocido ensayista y teórico de la literatura Umberto Eco– y al llegar a las páginas, de dicha novela, donde se relataba la distribución de las salas de la biblioteca de la abadía de los Apeninos ligures, donde trataba, Guillermo de Baskerville, de descifrar el enigma de los crímenes que se sucedían en la mencionada abadía, trascendió que, según iba leyendo la descripción de dicha biblioteca, a su vez, Rebocato, iba plasmando a mano alzada, con lápiz y sobre un folio, la planta de la biblioteca, resultando que, una vez acabada la descripción, Rebocato concluyó, con gran dedicación y esfuerzo,  el dibujo. Después, su sorpresa fue mayúscula cuando unas páginas más adelante de la novela aparecía plasmado (que no pasmado) el plano de la biblioteca dichosa”.

PD1.- Con el fin de que a los sufridos lectores no les ocurra lo que a Rebocato dibujante, adelantamos que no hay plano de planta de la casa en este escrito –ni a mano alzada, ni a escala tirando de doble decímetro, cartabón y escuadra– por lo tanto el que lo quiera que coja papel y lápiz, y que se ponga manos a la obra dibujando según vaya leyendo.


 LA CASA DE NUESTRO LABRIEGO CASTELLANOVIEJO


    Era la típica casa de pueblo del específico labrador de nuestro pueblo castellanoviejo. Construida con las materias primas, que se manifestaban, dentro de los límites del término municipal, dispuestas más a mano y que, por lo tanto, resultaban, habitualmente, gratuitas: piedras, madera de pino, cal, arena, paja y barro.

    El contorno rectangular de la casa lo formaban 4 grandes y anchas paredes exteriores de piedra y otra interior, paralela a las paredes delantera y trasera, que delimitaba la vivienda en si, de las cuadras y corrales, a saber:

    -La pared delantera (entrada principal) tenia en el centro la puerta de acceso de personal a la vivienda, y una ventana a cada lado de dicha puerta,  a saber: una a la izquierda que daba a la sala y la otra a la derecha perteneciente a una habitación. Por encima de la puerta de entrada, en el piso de arriba, aparecía una ventana tipo balcón (aunque carente de él, no sabemos si por falta de presupuesto o, en su defecto, por el poco tiempo disponible para regar las potenciales futuras macetas de geranios) y dos ventanas más, a ambos lados de aquella, una que pertenecía a la sala de arriba y la otra al sobrado.

   –La pared de la parte de atrás de la vivienda en sí, daba al corral, y disponía en la planta de arriba, de un boquerón perteneciente a un pajar y futuro gallinero de gallinas ponedoras y, en la planta baja, con vistas al corral y portada, aparecían dos ventanas: una que daba luz natural –de día, claro– a la cocina de lumbre baja y la otra al comedor.

    –La pared exterior de la parte de atrás de la casa, donde se ubicaban la portada y el corral, –paralela a la pared trasera de la vivienda–­ disponía de las puertas carreteras, y mirando desde fuera de la casa de frente a aquellas, a la derecha surgía una ventana que alumbraba a los cortijos y a la cuadra de las burras.

    –La pared lateral izquierda de la casa –según se miraba de frente a la entrada principal– en su parte alta disponía de un ventanuco para dar algo de luz al desván, y continuaba, desde la parte de la vivienda en sí, a lo largo de las cuadras y pajares lindando con la casa de un vecino que era mas baja que la de nuestro labriego castellanoviejo, hasta llegar a juntarse con la pared trasera de las puertas carreteras.

     –La pared de la parte derecha de la casa, paralela a la pared anterior, se prolongaba, desde la parte de la vivienda en sí, a través del gallinero, cortijos, corral y portada donde confluía con la pared trasera exterior de las puertas carreteras y, además, era medianera con la casa del otro vecino la cual  también era de menor altura que la de nuestro labriego castellanoviejo.

    La edificación de la vivienda estribaba en: las 5 principales paredes nombradas, hechas con piedras que se sujetaban con argamasa de arena y cal; tejado de tejas colocadas, estas, a la segoviana sobre la masa húmeda de barro y paja, y todo ello, a su vez, descansando sobre ripias, las cuales, se fijaban clavándolas con largas puntas metálicas a los cabrios, estos, a su vez, se apoyaban en las vigas, maestras o no, pertinentes, todo colocado formando vértice y descendiendo en caída a dos aguas (como los edificios ignacianos de los jesuitas) hasta apoyarse sobre las dos paredes laterales lindantes a las dos casas vecinas, y en las otras dos paredes: la  frontal exterior de entrada y la otra –paralela a ella­– que cerraba la vivienda en si y que daba al corral;  estas dos paredes –frontal y trasera del corral– acababan en punta para dar forma a la caída del tejado a dos aguas como se ha comentado.


Pie de foto: Tejado a la segoviana. Sorprende a los visitantes foráneos la forma en que está colocada la teja en algunos tejados en la comarca de nuestro pueblo castellanoviejo y en algunos de la lindante Ávila. No está claro el motivo de porque se hacía así, posiblemente el mayor motivo sería por economía (ahorro de tejas). ¿La tan traída y llevada austeridad castellanovieja?. Otra suposición es que se hiciera de esa manera para cortar la nieve acumulada sobre el tejado –en caso de nevadas– y evitar, de esa manera, la sobrecarga de peso sobre el tejado.

    Para formar el corral, las cuadras y la portada, se prolongaban las paredes laterales de la vivienda y acaban uniéndose con la pared trasera exterior (paralela a la de la vivienda que daba al corral, y esta a su vez paralela a la pared de la entrada principal) donde se fijaban las puerta carreteras y se completaba el corral cubriendo una parte de él con la portada.

      Se dejaba un hueco a cielo abierto en el corral –entre la pared trasera de la casa y la portada– en el cual pululaban, a sus anchas, las gallinas, los pavos, los conejos y algún perro que otro de los de cuatro patas, aunque, dicho sea de paso, la dueña de la casa –madre de Rebocato– no era mucho de tusos, porque, entre otras gracias, se zampaban los huevos que ponían las gallinas. y, además, ya había demasiadas bocas a alimentar en esa casa.

      El piso de encima de las cuadras se reservaba para los pajares.

     Los tabiques interiores de la vivienda se levantaban de adobe –moldes en forma de pequeños ladrillos formados con la mezcla de barro (arena y arcilla) y paja trillada, después se dejaban secar al aire libre en moldes artesanales de madera de pino–. Los adobes eran y son muy eficaces de cara a aislar contra los rigores inclementes del tiempo de aquellos terruños (en Castilla ya se sabe, nueve meses de invierno y tres de infierno). Los adobes que formaban las paredes se sustentaban con listones de madera de pino resinero.

   Una vez construidas, y ya secas, las paredes interiores de adobe, se enlucían con cal y después se enjalbegaban para blanquearlas.

   Los suelos de la primera planta y del desván estaban formados por cabrios de madera –que se apoyaban sobre las paredes de piedra– y tablas, o rípias, clavadas con puntas sobre aquellos.

   Todos los años, normalmente a mediados de septiembre, después de la recogida de la cosecha se ponía la casa patas arriba, se vaciaban baúles y armarios de ropajes; se daban los repegones y se enjalbegaban las paredes; se desataban los colchones para vaciarlos de la lana de oveja churra y se llevaba a lavarla al río (a la lana no a la oveja), luego se dejaba secar al sol y, una vez seca, se procedía a varearla para ahuecarla (a la lana no a la oveja) y a continuación se rellenaban de nuevo los colchones con ella (con la lana, no con la oveja churra).


    LA PLANTA BAJA

   La entrada de personal al interior de la vivienda de nuestro labriego castellanoviejo se realizaba por la puerta de la fachada principal –ésta, con la característica parra incorporada sobre la pared para dar sombra en verano, que racimos pocos, ralos y de una acidez considerable–, (reseñar que, en nuestro pueblo castellanoviejo, algunas casas –las menos– los animales que se empleaban para las labores del campo (bueyes, machos y burros) accedían cruzando el portal, a las cuadras por la puerta de entrada de personas debido a que no disponían, dichas casas, de puertas carreteras).

     El acceso a la vivienda se realizaba traspasando el umbral de la gruesa y rústica puerta de madera claveteada con clavos –de cabeza redonda y considerable– y estaba formada con una parte lateral fija, de arriba abajo, en una parte del vano, y completando el hueco de la otra parte del vano mucho más amplia, con dos portones superpuestos uno sobre el otro: de estos dos portones, permanecía atrancado el de abajo y el de arriba quedaba, normalmente, abierto –si el tiempo no era demasiado riguroso climatológicamente hablando–, con el fin de dar claridad al largo portal durante el día.

     Traspasando dicha puerta de entrada se accedía al portal y, una vez en este, a la izquierda en un rincón, se encontraba el palanganero y un espejo fijado a la pared; a continuación había una puerta con una chapa ovalada clavada en ella. Dicha chapa representaba al Sagrado Corazón de Jesús y alrededor de la imagen había una orla con los colores de la bandera de España y sobre ella la leyenda: “Reinaré en España y bendeciré esta casa” (recordad que, durante nuestra última guerra civil muchos soldados carlistas y requetés, en el frente –que no en la frente– en el bolsillo de la camisa justo al lado del corazón, llevaban una estampa del Sagrado Corazón de Jesús y escrito en ella: “Detente bala”, precursor del futuro, y quizá mas eficaz, chaleco antibalas, creencias aparte).





Pie de foto: El Sagrado Corazón de Jesús clavado en la puerta de la habitación de la derecha, una vez entrados en el portal, de la casa de nuestro labriego castellanoviejo.

     Al entrar en la sala en el paredón de la izquierda, que daba a la calle, había una ventana y, a continuación, en la esquina, que dicha pared  formaba con la pared de enfrente que lindaba con el vecino, sobre una repisa, hallábase ubicada una imagen de escayola, pintada de forma aparente, del Sagrado Corazón de Jesús sentado en un trono con una bola del mundo en la mano izquierda y la mano derecha con los dedos índice y corazón erguidos parecía bendecir a los que le miraran, fueran creyentes o nó. 





      Pie de foto: El Sagrado Corazón de Jesús (en vos confío) del que nuestro labriego era muy creyente. Esta fotografía refleja el auténtico Sagrado corazón, el que veneraba en su casa.

    En el centro de la sala se encontraba una mesa (extensible) y sus respectivas sillas. En la sala se celebraban los acontecimientos importantes familiares y festivos como: cumpleaños, amonestaciones de boda (no arbitrales), comidas en las fiestas locales y de visitas de familiares de Madrid, etc..

     En la pared frontal, según se entraba en la sala, se hallaba un armario ropero con lunas en sus puertas; años después la hija mayor de nuestro labriego castellanoviejo llevó a la sala un mueble trinchero y el armario de lunas pasó a una de las alcobas de al lado de la sala, y en el centro de la pared, aprovechando el enorme espacio que quedó encima del trinchero, se colgó un fabuloso cuadro de Santiago Apóstol “matamoros”; donde surgía el Santo, como bajando del cielo, en su brioso corcel blanco, espada en mano (el Santo, no el caballo), con los sarracenos vencidos arrojados a las patas del caballo –no sabemos si esa imagen es, hoy en día, políticamente correcta–, dicho cuadro era parte de la herencia de un matrimonio de la familia, el cual, no tuvo descendencia y en el que la mujer era tía carnal de la esposa de nuestro labriego castellanoviejo, y el marido tío carnal de nuestro labriego castellanoviejo; asimismo, en la familia de Rebocato, había otro matrimonio cuyo marido era el hermano mayor del padre de Rebocato y la mujer era hermana de la abuela materna de Rebocato y, por lo tanto, tía de la madre de Rebocato, por lo que el marido y mujer, de ese matrimonio, eran cuñados y a la vez tíos de la madre de Rebocato, y hermano/ tío y cuñada/ tía del padre de Rebocato, respectivamente; y de Rebocato eran tíos en primer grado y tíos abuelos; los hijos de este matrimonio eran primos carnales de Rebocato y primos segundos, además, estos primos de Rebocato, llevaban y llevan los mismos apellidos que él y, obviamente, que los hermanos de este. Por otra parte, un hermano de Rebocato llegó a casarse con una prima carnal de ambos, por lo que los descendientes de este matrimonio son sobrinos y, al mismo tiempo, primos segundos de Rebocato. 

   Todo esto viene a demostrar la pertinaz endogamia de las gentes de nuestros pueblos de antaño.  Al final en los pueblos todos eran primos, unos más que otros, claro. Un lío, vamos.

   Una pena que la costumbre casamentera ancestral y tribal (bodas por poderes), se fuera, años después, al garete con el éxodo de las gentes del ámbito rural (desertores del arado y "destripaterrones", como nuestro amigo Rebocato, aunque, este, como nunca aró ni arrejacó, más bien fue desertor de la hoz, de la azada y de la horca –nada que ver esta con la de la ley de Lynch del salvaje oeste americano–) a las grandes ciudades y la consiguiente contaminación de la especie a causa de que los mozos de nuestro pueblo castellanoviejo comenzaron a casarse, para mas INRI, con mozas casaderas del pueblo/ciudad vecino/a.

    Pero continuemos con la descripción de la sala de la casa de nuestro labriego castellanoviejo:

    A la derecha, según se entraba en la sala, en la parte derecha coexistían dos alcobas correlativas (una de ellas esperando el armario ropero de lunas) y en las arcadas de acceso a ellas colgaban sendos y rudos cortinones que suplían las posibles puertas para preservar la intimidad de los pernoctantes que yacieran en la cama de cada alcoba. Detrás de la puerta de entrada a la sala, a la derecha, permanecía impasible el clásico baúl para guardar la ropa de los domingos y fiestas de guardar y, a su vez, asiento ocasional del yerno mayor de nuestro labriego, cuando llegaba de visita a casa de los suegros y, estos y su prole de hijos, estaban cenando alrededor de la mesa. La pared trasera de estas alcobas era medianera con la cuadra de los machos.
 
   De nuevo situados en el portal, en la parte derecha de la entrada a la vivienda y enfrente de la puerta de la sala, acaecía una habitación con ventana a la calle. La puerta de entrada de dicha habitación estaba provista, también, de la ovalada chapa protectora del Sagrado Corazón de Jesús y en el interior había una cama y una cómoda de grandes cajones. A continuación de esta habitación, en el portal, se encontraba una escalera, con puerta en los primeros peldaños, por donde se subía a la planta de arriba y allí, por otra escalera, esta sin puerta, se accedía al desván.


LA PLANTA PRIMERA

     Por la escalera, que arrancaba desde el portal, se accedía  al sobrao (sic) y una vez arriba en la zona izquierda, con ventana incluida que daba a la calle, se almacenaba la cosecha, a saber: cereales y garbanzos, en sacos y a granel.

   En el centro del sobrado estaba ubicado un enorme arcón donde se depositaba el salvado (cáscara del grano del trigo desmenuzado por la molienda que se lo echaban a los marranos y ahora la gente se lo zampa en forma de pan integral, dicen que es muy sano, pero en aquel entonces no lo anunciaban los dietistas, ni los galenos naturistas los cuales brillaban por su ausencia) y otros misceláneos. Al lado del arcón, habitaba un ventanal/balcón –sin balcón– con vistas a la plaza exterior donde, en el centro de esta, emergía un bonito deposito. a motor, donde se dispensaba, mediante dos espitas, el agua potable que el vecindario acarreaba hasta sus casas con cantaros, calderos, botijas y botijos, en carretilla o a mano.

    Al lado del depósito permanecía la vieja fuente de antaño que funcionaba a manivela, al accionar esta a mano se movía una noria que subía el agua desde el fondo del pozo hasta el caño de la fuente. Era la optimización de recursos, ya que, entonces poca energía se desperdiciaba en gimnasios ni en excursiones montaraces, prácticamente todo era ecológico y aprovechable.

     En la zona derecha del sobrado –según se subían las escaleras desde el portal– había una puerta con acceso a una sala (con ventana a la plaza del depósito) que disponía, también, de dos alcobas, todo ello similar a la sala y alcobas de la planta de abajo, y justo mismo encima de ella. 

    En la parte de atrás del sobrado, cuyo paredón del fondo daba al corral, existía un espacio al que se accedía por una simple puerta de tablas y de este, a la izquierda, a un pajar que quedaba justo encima de la cuadra de los machos. Al piso de dicho habitáculo nuestro labriego castellanoviejo, ayudado por sus hijos, años después, lo enlosó colocando, encima de las ripias y cabrios, rasillas y rematándolo todo con cemento por encima. Este recinto, que ocupaba el área que en la planta baja formaban, justo debajo, la cocina y el comedor, se empleó para albergar, dentro de él, unas gallinas, de plumaje totalmente blancas y de cuerpo un tanto raquítico, llamadas gallinas ponedoras, con el fin de sacar dinero vendiendo los huevos de la puesta que hicieran en los nidales, que, también, nuestro labriego castellanoviejo hizo, de forma aparente, con rasillas y que, después, rellenó el fondo de ellos con paja para que los huevos no se rompieran cuando aovaran en ellos las gallinas de marras. Años más tarde se cerró el negocio de gallinas ponedoras y se sustituyó por el de la cría de conejos. Renovarse o morir, según las tendencias o pautas que marcaba el libre mercado de antaño.

    Las gallinas ponedoras estaban en régimen interno, y a pensión completa, las 24 horas del día, todos los días del año, es decir, no salían de su habitáculo ni para ir al veterinario, nada que ver, donde va a parar, con las privilegiadas gallinas del corral, las cuales, además de disponer de gallo para satisfacer sus posibles urgencias sexuales, estaban, más o menos, todo el día al aire libre, incluso por las tardes se les daba rienda suelta, y por las puertas carreteras salían al camino, el cual estaba sin asfaltar, y a las praderas (también sin asfaltar) que se encontraban en la parte de atrás de la vivienda cruzando dicho camino. Las gallináceas se revolcaban en los revolcaderos de tierra  para desparasitarse del posible pulgón que morara entre sus plumas, o quizás para que no las prendiera el gallo en ese momento y, además de confraternizar con las otras gallinas del vecindario y de contemplar alguna que otra pelea entre gallos de corrales diferentes, picoteaban la tierra con el fin de ingerirla y almacenarla en sus mollejas para, después, poder triturar el grano que se les echaba como alimento. 

    Cuando la madre de Rebocato mataba una gallina y abría la molleja, a aquel, siempre le llamó la atención la cantidad de tierra que había dentro de ella, no comprendía que hacía tanta tierra dentro de ese órgano.

    ¿Cómo mataba la mujer de nuestro labriego castellanoviejo a las gallinas?. No se las mataba a tontas ni a locas, influía, aparte de la necesidad de proteínas para su jarca, la productividad, es decir, si la puesta de huevos disminuía de forma un tanto considerable y no se encontraban los nidales clandestinos por el corral y portada entre aperos varios de labranza, que justificaran dicha merma, se pasaba a la acción. Se trataba de saber que gallinas ponían y cuales no, para averiguarlo se hacía un seguimiento, durante varios días, a todas las gallinas –a las pollas (no seáis mal pensados nos referimos a las gallinas nuevas) se las ignoraba en este proceder– de forma que, por la mañana pronto, la persona o personas que iban a hacer el seguimiento introducía su dedo índice en el culo  de la gallina (el gallo permanecía impertérrito ante la situación, a pesar de que penetraban en su presencia a las componentes de su particular harén, pero a él no le iban a someter a tal prueba) y si la punta del dedo no tocaba cáscara de huevo en el interior de salva sea la parte de la gallina, es que esa gallina ya no ponía y, por lo tanto se le apartaba para sacrificarla. Obviamente, las madres de nuestro pueblo castellanoviejo preferían hacer ellas mismas las pruebas, debido a que si intervenían sus hijos y estos que, aparte de darles asco el procedimiento, normalmente, andaban faltos de proteínas, estarían dispuestos a mentir sobre el resultado, debido a que entre más gallinas se mataran mas posibilidades de comer carne tendrían ellos.

    Pero..¿cómo se mataba a la gallina?. La mujer de nuestro labriego castellanoviejo, primero calentaba agua en un cubo de cinc en la lumbre baja de la cocina, acto seguido trincaba a la gallina condenada por el asunto de la carencia de huevos, le ataba las escarbaderas (patas), le doblaba, delicadamente, la cabeza por el pico hacia el pescuezo, le quitaba unas plumas del cogote y después le hacía un corte con un cuchillo sobre la parte desplumada –la gallina ni se inmutaba, si acaso un pequeño pataleo en el momento del corte– y la sangre de la gallina caía lentamente, gota a gota, sobre un tazón. Después, la sangre, ya coagulada, se cocía para el consumo humano.

      Con la gallina finada se la metía en un balde de cinc, se llenaba este con el agua caliente y se procedía al desplume, destripe, destroce y posterior consumo humano. (Otro día explicaremos como se mataba a los conejos, algo mucho más cruel y desagradable, como para asimilarlo en estos tiempos en los que “Rompesuelas” puede ser el último mohicano, perdón, el último toro muerto alanceado, como nuestro Señor Jesucristo –aunque con un poco más de suerte por no estar crucificado–, por algún que otro mozo machote y a traición en Tordesillas.

    Y vuelta la burra al trigo... prosigamos con lo que nos incumbe:

    En el paredón del futuro gallinero que daba al corral aparecía un boquerón por donde se metía la paja –traída desde la era en el carro tirado por Terevinto y Cutepla– con el fin de llenar el pajar. Este quedaba, separado por tablas, a la parte izquierda  del habitáculo de las gallinas y estaba ubicado encima de la cuadra de los machos. Por dicho boquerón meaban algunas veces, de pequeños, Rebocato y sus hermanos. Una vez acostados y caso de despertarles las ganas de miccionar, se levantaban de las camas de las alcobas de arriba se dirigían al futuro gallinero y meaban por el boquerón cayendo el líquido elemento al corral, así se evitaban el tener que utilizar el orinal o el incordio de tener que bajar a las cuadras. Aún no estaba enrasillado el gallinero y si orinaban sobre su suelo, los meados, por la ley de la gravedad, caerían a la cocina o al comedor por entre las rendijas de las tablas del suelo y los cabrios.


    EL DESVÁN

    Desde el centro del sobrado arrancaba una escalera, que dejaba bastante que desear por su falta de estética y armonía. Al ascender por ella, para llegar al desván, si medias mas de metro y medio tenias que agacharte para no darte en la cabeza con una viga que cruzaba. Esta escalera era una tortura a la hora de subir sacos de patatas a cuestas al desván, porque topabas con el saco en la viga y había que doblar el espinazo a base de bien para lograr subir hasta arriba.

   En el desván se depositaban las patatas de la cosecha ya escogidas y apartadas en tres montones que se definían como: patatas comederas, patatas gorrineras y patatas sembraderas, respectivamente. También se tendían los racimos de uva para el consumo humano.

     El desván, que según el DRAE lo define como:Parte más alta de la casa, inmediatamente debajo del tejado, que suele destinarse a guardar objetos inútiles o en desuso”,  al sentir de nuestro labriego castellanoviejo y desdiciendo a la RAE maquinaba: “En absoluto inútiles los trastos viejos, estos se guardaban por si las moscas, algún avío pueden hacerme en un momento dado”.

    Estaban los tiempos y el peculio familiar como para andar gastando cuartos en cosas innecesarias pudiendo apañarte con lo de casa. En aquellos tiempos de crisis económica permanente el reciclado era total y absoluto, nada se desechaba.

    En el desván coexistían un ventanuco, ubicado en el paredón que daba a la vivienda del vecino de la parte izquierda, el cual, (el ventanuco, no el vecino), durante el día, dejaba pasar algún rayo de luz rompiendo con ello la penumbra reinante, y una tronera, más generosa que el ventanuco a la hora de alumbrar, y que servia, además, para salir al tejado con el fin de subsanar las goteras que provocaban, mayormente, los gatos al mover –no voluntariamente, barruntamos– alguna teja en sus correrías detrás de las gatas –la discriminación positiva, las gatas no provocaban goteras–.


VUELTA A LA PLANTA BAJA (que no la burra al trigo)

     Bajando las escaleras de la primera planta se retornaba al portal de la entrada principal de la vivienda. Una vez abajo y continuando hacia el fondo del portal, a la derecha nos encontrábamos con el cuarto oscuro, denominado así porque no disponía de ventana alguna, ni tan siquiera de luz eléctrica, y en él cohabitaban, a saber: las cubas de la cosecha del vino –este de baja graduación y de harta acidez–; la fresquera con las ollas de la matanza; un arcón con los jamones y tocinos en salazón y un arca donde se guardaban las hogazas de pan cocidas en el propio horno de la vivienda, aparte de algún que otro arte (trasto viejo cuasi inútil) estorbando y en espera de su posible reutilización.

    El cuarto oscuro a veces hacía de cuarto de los ratones, como castigo disciplinario aplicado por nuestro labriego castellanoviejo a sus díscolos hijos. lo cual, a veces, casi era una bendición para ellos, porque significaba que se habían librado del castigo físico. El escarmiento era disciplinario y motivado por alguna trastada hecha por algún retoño, y si no cantaba el causante de la fechoría, el padre, ante la duda, clamaba: “todos al cuarto oscuro”. Una vez dentro de él los hijos de nuestro labriego castellanoviejo, en corro y obviamente a oscuras, hacían catarsis e intercambiaban impresiones entre ellos tratando de descubrir al causante del desaguisado y del posterior correctivo colectivo aplicado, caso de que no hubiera delación.

     Al fondo del portal, a la derecha y al lado del cuarto con la dualidad de despensero y correccional, se encontraba una puerta por la que se ingresaba en la cocina, una vez dentro, en la pared de la izquierda, medianera con el comedor, y detrás de dicha puerta estaba la cantarera (armazón de madera donde se colocaban los cántaros con el agua para el consumo humano), a continuación, apoyado contra la pared y hasta la ventana del paredón que daba al corral, se encontraba un largo banco con respaldo –en el cual, años después, una vez mullido con espuma y forrado de tela, nuestro labriego castellanoviejo, ya anciano, se echaba la siesta gorrinera (siesta sobre la hora del Ángelus)–; en la pared que daba al corral y después de la ventana seguía la lumbre baja, con su horno de adobe incorporado para cocer el pan. La boca del horno estaba en el mismo humero de la lumbre baja a la altura de un metro del suelo. La estructura de adobe del horno (tipo iglú) se proyectaba hacia el corral hasta meterse dentro de un gallinero y, debajo de este, al mismo nivel que el corral había un cortijo de marranas parideras que, en una ocasión, dos de ellas murieron asfixiadas por el calor irradiado por el horno debido a la cocida del pan (como se relata en una entrada de este Blog que lleva por título.: “Los marranos” que Dios les pille confesados a los que lo lean íntegro, aunque es la más leída de este blog–).

     La lumbre baja disponía de su campana respectiva, sus morillos, sus trébedes, sus calzos para los pucheros, tenazas, etc. En la lumbre baja, todos las mañanas se cocían las patatas para la comida de los marranos; se preparaban las sopas de ajo para el desayuno; después, se ponía al fuego el puchero con el cocido diario para comer al mediodía; por la noche se freían las sardinas, los boquerones o los  chicharros para la cena;  y en su tiempo se cocinaba la matanza (lomos, costillas, torreznos, chicharrones, morcillas, etc.).

    En la cocina para sentarse alrededor del fuego, aparte del mencionado banco, pululaban por doquier banquetas variopintas y algún que otro taburete., mayormente de fabricación casera de nuestro labriego. Apuntar  que a los habitantes de nuestro pueblo castellanoviejo se les denominaba como tabureteros, porque fabricaban, artesanalmente, taburetes.

    En cierta ocasión el hermano de Rebocato que hacía el número 7, estando a solas en la cocina y, sin previo aviso, metió a asar castañas sin partir las cáscaras,entre las ascuas y cenizas de la lumbre baja de la cocina, a continuación llamó a su jarca de hermanos más pequeños para que vinieran a comerlas, y cuando estaban todos sentados alegres, contentos y expectantes, en las banquetas y taburetes, alrededor de las brasas esperando que se acabaran de asar, reventaron las castañas, y como consecuencia de ello, las cenizas y pequeñas ascuas salieron despedidas hacia los potenciales devoradores de castañas, los cuales salieron de la cocina en estampida, lo que provocó gran regocijo del que las metió, el cual, permanecía a buen recaudo distanciado de la lumbre. En fin, era una de las maneras de aleccionar de antaño.

     La cocina, como se ha comentado, tenia una ventana que daba al corral, por dicha ventana se solía echar a las gallinas y pavos las pocas sobras de la comida (en realidad eran cáscaras troceadas de las sandias, melones, etc., la comida en sí que te echaban al plato había que comérsela de cabo a rabo y dejar el plato reluciente como una patena, el padre, vara larga de verguera a su vera, se encargaba de que eso se cumpliera a rajatabla) y, al abrirla, una de las contraventanas de madera golpeaba en la pared de piedra del corral y emitía un sonido característico que, al oírlo las gallinas desde el otro lado de la pared del corral, corrían como posesas hacia la ventana porque relacionaban el sonido del golpe, con que iban a recibir algo con lo que llenar el buche. Uno de los entretenimientos de Rebocato y sus dos hermanos –el que le precedía y el que le sucedía en edad– era el abrir y cerrar la mencionada ventana deliberadamente para ver correr a las  gallináceas hacia ella. Estas siempre picaban al oír el sonido, aunque ellos no les echaran nada por la ventana para que picotearan.

   En la cocina en la pared que había enfrente a la entrada aparecía un armario de madera donde se guardaban todos los cacharros y utensilios para cocinar y comer. Colgando de cuerdas sujetas con clavos a los cabrios (machones) del techo de la cocina, se encontraban varios palos largos (latas) donde se colgaban, para que se secaran, los embutidos de la matanza (chorizos y botagueñas, principalmente).

     Saliendo de la cocina y de nuevo en el fondo del portal y justo enfrente de los portones de la entrada a la vivienda, reinaba el comedor (años después se partió el comedor para hacer el cuarto de baño y agrandar la cocina, pasando a utilizarse la sala como comedor perenne) donde en su interior nos encontrábamos lo siguiente: la clásica placa (cocinilla económica) de leña; una rústica y larga mesa (realizada artesanalmente por el quinto hijo de nuestro labriego castellanoviejo) con sus muchas sillas alrededor de ella para acoger a los numerosos hijos que hubiera, en ese tiempo, habitando en la casa –la diáspora familiar para buscarse las habichuelas comenzaba muy pronto en este hogar: Seminario, Hermanos de la Salle, trabajar en Madrid, etc.–; la despampanante radio con su antena helicoidal, la cual, cruzaba en diagonal el techo del comedor y estaba grapada a los cabrios; una gran ventana con vistas al corral daba luz durante las horas de sol al recinto. En la pared de la derecha, medianera con la cocina, según se entraba al comedor colgaba una especie de pizarra de madera pintada en negro, donde nuestro labriego castellanoviejo ponía a prueba la pericia de sus hijos en el tema referente a sumas, restas, multiplicaciones y divisiones, a realizar en la pizarra dichosa con tiza. El que no estaba a la altura a la hora de resolver eficazmente las operaciones recibía “premio”. Debajo de la pizarra había un pequeño banco para sentarse y para que los hijos más pequeños se subieran a él con el fin de alcanzar a la pizarra para, tiza en mano, resolver las cuentas que les ponía su padre.

    En el comedor, una vez a la semana, se rezaba el Santo Rosario en familia, inclusive con el añadido de la letanía, para conseguir el dicho de: “La familia que reza unida, permanece unida” (Mensaje del padre Peyton).


CUADRAS, CORTIJOS Y CORRALES

    De nuevo en el fondo del portal, a la izquierda del comedor y enfrente de la puerta de la cocina, por una puerta sin placa del Sagrado Corazón de Jesús aunque con una gatera para el trasiego de los gatos –y gatas por la Ley de Igualdá (sic) entonces inexistente–, se pasaba a las cuadras y al corral.

    En la primera cuadra nada más entrar a la derecha aparecía un armazón elevado de madera donde se colocaban los aparejos de los machos y burras, y encima de aquel, en unos grandes clavos clavados en la pared que daba al comedor, se colgaban las colleras de las mencionadas bestias. A la izquierda aparecían las pesebreras donde convivían los machos, es decir, los sin par: Terevinto y Cutepla, los cuales después de sus faenas campestres permanecían encadenados a sus pesebres respectivos; a continuación de los machos a la izquierda estaba la pajera (no la relacionéis con el hábito de Onán el hebreo tiberiano, nada que ver con el tema), a la derecha enfrente de la pajera se pasaba por una puerta al corral. A continuación de la pajera por otra puerta se entraba a las cuadras donde, también, atadas a sus pesebres respectivos se encontraban las burras que recibían por nombres: Blanca y Negra y al fondo de esta cuadra estaban los cortijos (porqueras) donde se topaba con el paredón exterior de la portada y las puertas carreteras. En la parte superior de esta cuadra existía otro pajar, que comunicaba con la mencionada pajera de la primera cuadra, y disponía de un boquerón, en el paredón que daba al corral, por el que se metía la paja trillada que después servía para alimentar a las bestias y para la cama de estas.


    Las cuadras suplían la falta  de excusado, lo que evitaba la tonta pérdida de tiempo en limpiar el inodoro, con el consiguiente ahorro de: agua, detergentes mata- bacterias, ambientadores, papel higiénico, escobilla, porta escobillas, bidet, etc.. Ecologismo puro y duro en acción.

    Encima de los cortijos estaba el gallinero donde dormían los pavos, alguna vez se caía algún pavo (no sabemos si el nombre de pavo viene de esa tonta caída con las fatales consecuencias posteriores para el aterrizado donde no debía) al cortijo y los marranos daban buena cuenta de él y al día siguiente se sabía lo ocurrido porque los cerdos solo habían dejado las plumas del desdichado de turno.

   Los hijos más pequeños de nuestro labriego castellanoviejo, a veces, mataban el tiempo –aprovechando la hora de la siesta que se echaban los padres e hijos más mayores y de paso evitar daños colaterales al ser pillados en faena–  jugando a dormir a las gallinas del corral, es decir, se cogía una gallina se le doblaba  el pescuezo (¡ojo!, no retorciéndolo porque, en este caso, la gallina acabaría en pepitoria) hacia un lado para meter la cabeza (la de la gallina no la de Rebocato que calzaba una de tamaño considerable) debajo de una de las alas y sujetando con ambas manos a la gallina apretando sobre las alas con la cabeza debajo de una de ellas, se le daban varios giros en el aire y después se dejaba a la gallina posada suavemente en el suelo. La gallina mareada con los giros recibidas se quedaba inmóvil, aposentada sobre la paja del corral, durante un corto espacio de tiempo. A continuación se cogía otra gallina y se le hacía lo mismo, y así sucesivamente con el resto de gallinas. El ganador de la prueba era el que más gallinas consiguiera dejar dormidas hasta que se espabilara alguna de ellas y saliera corriendo, entonces finalizaba el turno del jugador mareador y empezaba otro hermano a dormir gallinas.

    Las gallinas ponían los huevos en un viejo canasto –ya fuera de uso– mullido en su fondo con una porción de paja trillada. Todas las mañanas la madre, o alguno de sus hijos, hacían la recolecta de huevos, los cuales se almacenaban y no los consumían (para mantener el dicho de: “cuando seas padre comerás huevos”) y al cabo de varios días se cambiaban por aceite, azúcar, harina, etc., ya que, la señora de la tienda de ultramarinos pasaba periódicamente con una carretilla llamando puerta por puerta de los vecinos para hacer el trueque. A veces acontecía que durante días en el cesto ponedor habían pocos huevos y entonces todos los hijos pequeños de nuestro labriego castellanoviejo se ponían manos a la obra para buscar por el corral y alrededores algún nidal clandestino. Y, efectivamente, al final se daba con él, pues las gallinas con su instinto natural de preservar sus huevos de posibles depredadores se metían a aovar entre los arados y tapiales que estaban depositados en un lateral de la portada contra una de las paredes que formaban el corral, incluso a veces, las gallinas, que subían por una escalera a poner en el cesto acondicionado para ese fin y ubicado al lado del pajar de la cuadra de las burras y de los cortijos, y una vez arriba, en un extremo de la portada, continuaban las ponedoras por las vigas traveseras de aquella donde se colocaban los pajones (haces de paja de centeno desgranado y hecho bálago para atar los haces de la cosecha en el verano siguiente) y encima de estos plantaban el nidal. En estos nidales clandestinos, que, a veces, costaba encontrarlos, se recogían una buena cantidad de huevos lo que provocaba un gran regocijo en quienes los hallaban, aunque les iba a dar lo mismo porque poco los catarían, con las sopas de ajo iban sobrados disrimente a la escuela emulando la sana dieta mediterránea.

      En el corral, debajo de la ventana de la cocina, estaba ubicada la pila de piedra labrada donde bebían las bestias; y a pie de la pila de marras la madre de Rebocato colocaba una lata grande y redonda, otrora, de pescado azul en escabeche, dicha lata servia para que, del goteo perenne del agujero de vaciado de la pila, la lata se llenara de agua y en ella bebían las gallinas y pavos del corral, y hacía las funciones de observatorio meteorológico, ya que, en invierno si por la noche helaba el agua de la lata se congelaba lo que servía de referencia a la dueña de la casa (madre de Rebocato) para saber si durante la noche se habían alcanzado temperaturas bajo cero, es decir, dependiendo del grosor del hielo, la mujer llegaba a la conclusión de si la helada había sido de órdago o no tanto.

      A continuación de la pila estaba un pozo artesiano. Años después se anegó este y en su zona, nuestro labriego castellanoviejo, fabricó un cortijo con ripias y cabrios.

    En el muro trasero del corral, en la mencionada portada, estaban las puertas carreteras por donde entraba el carro, la yunta de machos y el resto del ganado. En la portada se estacionaba el carro; se guardaban los aperos de labranza (arados, tapiales, yugos, bieldos, rastrillas, azadones, hoces, etc.); así como las herramientas de matar el tiempo en la era (trillos, cañizos, rollo de recoger la parva, horcas, horquillas, pala de madera para mover el grano, rastros, media, celemin, etc.) y se almacenaba la leña de pino (rameras, cándalos, rajas, candalijas, agujos, piñas, teas, roñas, tocones, etc.) para alimentar a la lumbre baja de la cocina y a la placa del comedor.

    Eso es todo amigos.

PD2.- Los que se hayan animado, al ir leyendo, a realizar el boceto de la casa que se lo enseñen a Rebocato, caso de coincidir con él, para ver si la descripción de arriba ha sido la adecuada e intercambiar impresiones al respecto.

             HistoriasdeRebocato@septiembre-2015