INTRODUCCIÓN
A nuestro amigo Rebocato le
aconteció un caso un tanto peculiar que relatamos a continuación:
“Fue a principios de los años ochenta
del siglo pasado. Encontrábase Rebocato leyendo “El nombre de la rosa” –primera
novela escrita por el conocido ensayista
y teórico de la literatura Umberto Eco– y al llegar a las páginas, de dicha
novela, donde se relataba la distribución de las salas de la biblioteca de la
abadía de los Apeninos ligures, donde trataba, Guillermo de Baskerville, de
descifrar el enigma de los crímenes que se sucedían en la mencionada abadía, trascendió
que, según iba leyendo la descripción de dicha biblioteca, a su vez, Rebocato, iba
plasmando a mano alzada, con lápiz y sobre un folio, la planta de la biblioteca,
resultando que, una vez acabada la descripción, Rebocato concluyó, con gran dedicación y esfuerzo, el dibujo. Después, su sorpresa fue mayúscula cuando unas
páginas más adelante de la novela aparecía plasmado (que no pasmado) el plano de la biblioteca
dichosa”.
PD1.- Con el fin de que a los sufridos lectores
no les ocurra lo que a Rebocato dibujante, adelantamos que no hay plano de
planta de la casa en este escrito –ni a mano alzada, ni a escala tirando de
doble decímetro, cartabón y escuadra– por lo tanto el que lo quiera que coja papel
y lápiz, y que se ponga manos a la obra dibujando según vaya leyendo.
LA CASA DE NUESTRO LABRIEGO CASTELLANOVIEJO
Era la típica casa
de pueblo del específico labrador de nuestro pueblo castellanoviejo. Construida
con las materias primas, que se manifestaban, dentro de los límites del término
municipal, dispuestas más a mano y que, por lo tanto, resultaban,
habitualmente, gratuitas: piedras, madera de pino, cal, arena, paja y barro.
El contorno rectangular de la casa lo formaban
4 grandes y anchas paredes exteriores de piedra y otra interior, paralela a las paredes delantera y trasera, que delimitaba
la vivienda en si, de las cuadras y corrales, a saber:
-La pared delantera (entrada principal) tenia
en el centro la puerta de acceso de personal a la vivienda, y una ventana a
cada lado de dicha puerta, a saber: una a la izquierda que daba a la sala y la otra a la
derecha perteneciente a una habitación. Por encima de la puerta de entrada, en
el piso de arriba, aparecía una ventana tipo balcón (aunque carente de él, no sabemos si por falta de presupuesto o, en su defecto, por el poco tiempo disponible para regar las potenciales futuras macetas de geranios) y dos
ventanas más, a ambos lados de aquella, una que pertenecía a la sala de arriba
y la otra al sobrado.
–La pared de la parte de atrás de la vivienda
en sí, daba al corral, y disponía en la planta de arriba, de un boquerón perteneciente a un pajar y
futuro gallinero de gallinas ponedoras y, en la planta baja, con vistas al corral y portada, aparecían dos
ventanas: una que daba luz natural –de día, claro– a la cocina de lumbre baja y la otra al comedor.
–La pared exterior de la parte de atrás de la casa,
donde se ubicaban la portada y el corral, –paralela a la pared trasera de la
vivienda– disponía de las puertas carreteras, y mirando desde fuera de la casa
de frente a aquellas, a la derecha surgía una ventana que alumbraba a los cortijos y
a la cuadra de las burras.
–La pared lateral izquierda de la casa –según
se miraba de frente a la entrada principal– en su parte alta disponía de un ventanuco
para dar algo de luz al desván, y continuaba, desde la parte de la vivienda en
sí, a lo largo de las cuadras y pajares lindando con la casa de un vecino que
era mas baja que la de nuestro labriego castellanoviejo, hasta llegar a
juntarse con la pared trasera de las puertas carreteras.
–La pared de la parte derecha de la casa, paralela
a la pared anterior, se prolongaba, desde la parte de la vivienda en sí, a
través del gallinero, cortijos, corral y portada donde confluía con la pared trasera exterior de
las puertas carreteras y, además, era medianera con la casa del otro vecino la
cual también era de menor altura
que la de nuestro labriego castellanoviejo.
La edificación de la vivienda estribaba en: las
5 principales paredes nombradas, hechas con piedras que se sujetaban con
argamasa de arena y cal; tejado de tejas colocadas, estas, a la segoviana sobre
la masa húmeda de barro y paja, y todo ello, a su vez, descansando sobre
ripias, las cuales, se fijaban clavándolas con largas puntas metálicas a los cabrios, estos, a su vez, se apoyaban en las vigas, maestras o no, pertinentes, todo colocado formando vértice y descendiendo en caída a dos aguas
(como los edificios ignacianos de los jesuitas) hasta apoyarse sobre las dos
paredes laterales lindantes a las dos casas vecinas, y en las otras dos paredes: la frontal exterior de entrada y la otra –paralela a
ella– que cerraba la vivienda en si y que daba al corral; estas dos paredes –frontal y trasera del corral– acababan en punta
para dar forma a la caída del tejado a dos aguas como se ha comentado.
Pie
de foto: Tejado a la segoviana. Sorprende a los
visitantes foráneos la forma en que está colocada la teja en algunos tejados en la comarca de nuestro pueblo castellanoviejo y en algunos de la lindante Ávila. No está
claro el motivo de porque se hacía así, posiblemente el mayor motivo sería por
economía (ahorro de tejas). ¿La tan traída y llevada austeridad castellanovieja?. Otra suposición es que se hiciera de esa manera para cortar la nieve acumulada sobre el tejado –en caso de nevadas– y evitar, de esa manera, la sobrecarga de peso sobre el tejado.
Para formar el corral, las cuadras y la portada,
se prolongaban las paredes laterales de la vivienda y
acaban uniéndose con la pared trasera exterior (paralela a la de la vivienda que daba al
corral, y esta a su vez paralela a la pared de la entrada principal) donde se
fijaban las puerta carreteras y se completaba el corral cubriendo una parte de
él con la portada.
Se dejaba un hueco a cielo abierto en el corral
–entre la pared trasera de la casa y la portada– en el cual pululaban, a sus
anchas, las gallinas, los pavos, los conejos y algún perro que otro de los de
cuatro patas, aunque, dicho sea de paso, la dueña de la casa –madre de
Rebocato– no era mucho de tusos, porque, entre otras gracias, se zampaban los
huevos que ponían las gallinas. y, además, ya había demasiadas bocas a alimentar en esa casa.
El piso de encima de las cuadras se reservaba
para los pajares.
Los tabiques interiores de la vivienda se
levantaban de adobe –moldes en forma de pequeños ladrillos formados con la
mezcla de barro (arena y arcilla) y paja trillada, después se dejaban secar al
aire libre en moldes artesanales de madera de pino–. Los adobes eran y son muy
eficaces de cara a aislar contra los rigores inclementes del tiempo de aquellos
terruños (en Castilla ya se sabe, nueve meses de invierno y tres de infierno).
Los adobes que formaban las paredes se sustentaban con listones de madera de
pino resinero.
Una vez construidas, y ya secas, las paredes
interiores de adobe, se enlucían con cal y después se enjalbegaban para
blanquearlas.
Los suelos de la primera planta y del desván
estaban formados por cabrios de madera –que se apoyaban sobre las paredes de piedra– y
tablas, o rípias, clavadas con puntas sobre aquellos.
Todos los años, normalmente a mediados de
septiembre, después de la recogida de la cosecha se ponía la casa patas arriba,
se vaciaban baúles y armarios de ropajes; se daban los repegones y se
enjalbegaban las paredes; se desataban los colchones para vaciarlos de la lana
de oveja churra y se llevaba a lavarla al río (a la lana no a la oveja), luego
se dejaba secar al sol y, una vez seca, se procedía a varearla para ahuecarla (a la lana no a la oveja) y
a continuación se rellenaban de nuevo los colchones con ella (con la lana, no con la oveja churra).
LA PLANTA BAJA
La
entrada de personal al interior de la vivienda de nuestro labriego
castellanoviejo se realizaba por la puerta de la fachada principal –ésta, con
la característica parra incorporada sobre la pared para dar sombra en verano,
que racimos pocos, ralos y de una acidez considerable–, (reseñar que, en nuestro
pueblo castellanoviejo, algunas casas –las menos– los animales que se empleaban
para las labores del campo (bueyes, machos y burros) accedían cruzando el portal, a las cuadras por la puerta de entrada de
personas debido a que no disponían, dichas casas, de puertas carreteras).
El acceso a la vivienda se realizaba
traspasando el umbral de la gruesa y rústica puerta de madera claveteada con clavos –de cabeza redonda y considerable– y
estaba formada con una parte lateral fija, de arriba abajo, en una parte del
vano, y completando el hueco de la otra parte del vano mucho más amplia, con
dos portones superpuestos uno sobre el otro: de estos dos portones, permanecía
atrancado el de abajo y el de arriba quedaba, normalmente, abierto –si el
tiempo no era demasiado riguroso climatológicamente hablando–, con el fin de
dar claridad al largo portal durante el día.
Traspasando dicha puerta de entrada se accedía
al portal y, una vez en este, a la izquierda en un rincón, se encontraba el
palanganero y un espejo fijado a la pared; a continuación había una puerta con
una chapa ovalada clavada en ella. Dicha chapa representaba al Sagrado Corazón
de Jesús y alrededor de la imagen había una orla con los colores de la bandera
de España y sobre ella la leyenda: “Reinaré en España y bendeciré esta casa”
(recordad que, durante nuestra última guerra civil muchos soldados carlistas y
requetés, en el frente –que no en la frente– en el bolsillo de la camisa justo
al lado del corazón, llevaban una estampa del Sagrado Corazón de Jesús y
escrito en ella: “Detente bala”, precursor del futuro, y quizá mas eficaz, chaleco antibalas, creencias aparte).
Pie de foto: El Sagrado Corazón de
Jesús clavado en la puerta de la habitación de la derecha, una vez entrados en el portal, de la casa de
nuestro labriego castellanoviejo.
Pie de foto: El Sagrado Corazón de
Jesús (en vos confío) del que nuestro labriego era muy creyente. Esta fotografía refleja el auténtico Sagrado corazón, el que veneraba en su casa.
En el
centro de la sala se encontraba una mesa (extensible) y sus respectivas sillas.
En la sala se celebraban los acontecimientos importantes familiares y festivos como:
cumpleaños, amonestaciones de boda (no arbitrales), comidas en las fiestas locales y de visitas de
familiares de Madrid, etc..
En la pared frontal, según se entraba en la
sala, se hallaba un armario ropero con lunas en sus puertas; años después la
hija mayor de nuestro labriego castellanoviejo llevó a la sala un mueble
trinchero y el armario de lunas pasó a una de las alcobas de al lado de la sala, y en el
centro de la pared, aprovechando el enorme espacio que quedó encima del
trinchero, se colgó un fabuloso cuadro de Santiago Apóstol “matamoros”; donde
surgía el Santo, como bajando del cielo, en su brioso corcel blanco, espada en
mano (el Santo, no el caballo), con los sarracenos vencidos arrojados a las
patas del caballo –no sabemos si esa imagen es, hoy en día, políticamente
correcta–, dicho cuadro era parte de la herencia de un matrimonio de la
familia, el cual, no tuvo descendencia y en el que la mujer era tía carnal de
la esposa de nuestro labriego castellanoviejo, y el marido tío carnal de nuestro
labriego castellanoviejo; asimismo, en la familia de Rebocato, había otro
matrimonio cuyo marido era el hermano mayor del padre de Rebocato y la mujer
era hermana de la abuela materna de Rebocato y, por lo tanto, tía de la madre
de Rebocato, por lo que el marido y mujer, de ese matrimonio, eran cuñados y a
la vez tíos de la madre de Rebocato, y hermano/ tío y cuñada/ tía del padre de
Rebocato, respectivamente; y de Rebocato eran tíos en primer grado y tíos
abuelos; los hijos de este matrimonio eran primos carnales de Rebocato y primos
segundos, además, estos primos de Rebocato, llevaban y llevan los mismos
apellidos que él y, obviamente, que los hermanos de este. Por otra parte, un
hermano de Rebocato llegó a casarse con una prima carnal de ambos, por lo que
los descendientes de este matrimonio son sobrinos y, al mismo tiempo, primos
segundos de Rebocato.
Todo esto viene a demostrar la pertinaz
endogamia de las gentes de nuestros pueblos de antaño. Al final en los pueblos todos eran
primos, unos más que otros, claro. Un lío, vamos.
Una pena que la costumbre casamentera ancestral
y tribal (bodas por poderes), se fuera, años después, al garete con el éxodo de las gentes del
ámbito rural (desertores del arado y "destripaterrones", como nuestro amigo Rebocato, aunque, este, como
nunca aró ni arrejacó, más bien fue desertor de la hoz, de la azada y de la
horca –nada que ver esta con la de la ley de Lynch del salvaje oeste americano–) a
las grandes ciudades y la consiguiente contaminación de la especie a causa de
que los mozos de nuestro pueblo castellanoviejo comenzaron a casarse, para mas INRI, con mozas casaderas del pueblo/ciudad vecino/a.
Pero continuemos con la descripción de la sala
de la casa de nuestro labriego castellanoviejo:
A la derecha, según se entraba en la sala, en la parte
derecha coexistían dos alcobas correlativas (una de ellas esperando el armario ropero de lunas) y en las arcadas de acceso a ellas
colgaban sendos y rudos cortinones que suplían las posibles puertas para preservar la
intimidad de los pernoctantes que yacieran en la cama de cada alcoba. Detrás de
la puerta de entrada a la sala, a la derecha, permanecía impasible el clásico baúl para
guardar la ropa de los domingos y fiestas de guardar y, a su vez, asiento ocasional del yerno mayor de nuestro labriego, cuando llegaba de visita a casa de los suegros y, estos y su prole de hijos, estaban cenando alrededor de la mesa. La pared trasera de estas
alcobas era medianera con la cuadra de los machos.
De
nuevo situados en el portal, en la parte derecha de la entrada a la vivienda y
enfrente de la puerta de la sala, acaecía una habitación con ventana a la calle. La puerta de entrada de dicha habitación estaba provista, también, de la ovalada chapa protectora del Sagrado
Corazón de Jesús y en el interior había una cama y una cómoda de grandes
cajones. A continuación de esta habitación, en el portal, se encontraba una
escalera, con puerta en los primeros peldaños, por donde se subía a la planta de arriba y allí, por otra
escalera, esta sin puerta, se accedía al desván.
LA PLANTA PRIMERA
Por la escalera, que arrancaba desde el portal,
se accedía al sobrao (sic) y una
vez arriba en la zona izquierda, con ventana incluida que daba a la calle, se
almacenaba la cosecha, a saber: cereales y garbanzos, en sacos y a granel.
En el centro del sobrado estaba ubicado un
enorme arcón donde se depositaba el salvado (cáscara del grano del trigo desmenuzado
por la molienda que se lo echaban a los marranos y ahora la gente se lo zampa
en forma de pan integral, dicen que es muy sano, pero en aquel entonces no lo
anunciaban los dietistas, ni los galenos naturistas los cuales brillaban por su
ausencia) y otros misceláneos. Al lado del arcón, habitaba un ventanal/balcón –sin
balcón– con vistas a la plaza exterior donde, en el centro de esta, emergía un bonito
deposito. a motor, donde se dispensaba, mediante dos espitas, el agua potable
que el vecindario acarreaba hasta sus casas con cantaros, calderos, botijas y
botijos, en carretilla o a mano.
Al lado del depósito permanecía la vieja fuente
de antaño que funcionaba a manivela, al accionar esta a mano se movía una noria
que subía el agua desde el fondo del pozo hasta el caño de la fuente. Era la
optimización de recursos, ya que, entonces poca energía se desperdiciaba en
gimnasios ni en excursiones montaraces, prácticamente todo era ecológico y
aprovechable.
En
la zona derecha del sobrado –según se subían las escaleras desde el portal– había una puerta con acceso a una sala (con ventana
a la plaza del depósito) que disponía, también, de dos alcobas, todo ello similar a la sala y alcobas
de la planta de abajo, y justo mismo encima de ella.
En la parte de atrás del sobrado, cuyo paredón
del fondo daba al corral, existía un espacio al que se accedía por una simple
puerta de tablas y de este, a la izquierda, a un pajar que quedaba justo encima
de la cuadra de los machos. Al piso de dicho habitáculo nuestro labriego
castellanoviejo, ayudado por sus hijos, años después, lo enlosó colocando, encima de las
ripias y cabrios, rasillas y rematándolo todo con cemento por encima. Este recinto, que ocupaba el área que en la
planta baja formaban, justo debajo, la cocina y el comedor, se empleó para
albergar, dentro de él, unas gallinas, de plumaje totalmente blancas y de
cuerpo un tanto raquítico, llamadas gallinas ponedoras, con el fin de sacar
dinero vendiendo los huevos de la puesta que hicieran en los nidales, que,
también, nuestro labriego castellanoviejo hizo, de forma aparente, con rasillas
y que, después, rellenó el fondo de ellos con paja para que los huevos no se
rompieran cuando aovaran en ellos las gallinas de marras. Años más tarde se
cerró el negocio de gallinas ponedoras y se sustituyó por el de la cría de conejos.
Renovarse o morir, según las tendencias o pautas que marcaba el libre mercado
de antaño.
Cuando la madre de Rebocato mataba una gallina
y abría la molleja, a aquel, siempre le llamó la atención la cantidad de tierra
que había dentro de ella, no comprendía que hacía tanta tierra dentro de ese
órgano.
¿Cómo mataba la mujer de nuestro labriego
castellanoviejo a las gallinas?. No se las mataba a tontas ni a locas, influía,
aparte de la necesidad de proteínas para su jarca, la productividad, es decir,
si la puesta de huevos disminuía de forma un tanto considerable y no se
encontraban los nidales clandestinos por el corral y portada entre aperos varios de labranza, que justificaran dicha merma, se pasaba a
la acción. Se trataba de saber que gallinas ponían y cuales no, para
averiguarlo se hacía un seguimiento, durante varios días, a todas las gallinas
–a las pollas (no seáis mal pensados nos referimos a las gallinas nuevas) se
las ignoraba en este proceder– de forma que, por la mañana pronto, la persona o
personas que iban a hacer el seguimiento introducía su dedo índice en el
culo de la gallina (el gallo
permanecía impertérrito ante la situación, a pesar de que penetraban en su
presencia a las componentes de su particular harén, pero a él no le iban a
someter a tal prueba) y si la punta del dedo no tocaba cáscara de huevo en el
interior de salva sea la parte de la gallina, es que esa gallina ya no ponía y,
por lo tanto se le apartaba para sacrificarla. Obviamente, las madres de nuestro
pueblo castellanoviejo preferían hacer ellas mismas las pruebas, debido a que
si intervenían sus hijos y estos que, aparte de darles asco el procedimiento,
normalmente, andaban faltos de proteínas, estarían dispuestos a mentir sobre el
resultado, debido a que entre más gallinas se mataran mas posibilidades de comer carne
tendrían ellos.
Pero..¿cómo se mataba a la gallina?. La mujer
de nuestro labriego castellanoviejo, primero calentaba agua en un cubo de cinc
en la lumbre baja de la cocina, acto seguido trincaba a la gallina condenada
por el asunto de la carencia de huevos, le ataba las escarbaderas (patas), le
doblaba, delicadamente, la cabeza por el pico hacia el pescuezo, le quitaba
unas plumas del cogote y después le hacía un corte con un cuchillo sobre
la parte desplumada –la gallina ni se inmutaba, si acaso un pequeño pataleo en
el momento del corte– y la sangre de la gallina caía lentamente, gota a gota,
sobre un tazón. Después, la sangre, ya coagulada, se cocía para el consumo
humano.
Con la gallina finada se la metía en un balde
de cinc, se llenaba este con el agua caliente y se procedía al desplume,
destripe, destroce y posterior consumo humano. (Otro día explicaremos como se
mataba a los conejos, algo mucho más cruel y desagradable, como para asimilarlo
en estos tiempos en los que “Rompesuelas” puede ser el último mohicano, perdón,
el último toro muerto alanceado, como nuestro Señor Jesucristo –aunque con un
poco más de suerte por no estar crucificado–, por algún que otro mozo machote y
a traición en Tordesillas.
Y vuelta la burra al trigo... prosigamos con lo
que nos incumbe:
En el paredón del futuro gallinero que daba al corral
aparecía un boquerón por donde se metía la paja –traída desde la era en el
carro tirado por Terevinto y Cutepla– con el fin de llenar el pajar. Este
quedaba, separado por tablas, a la parte izquierda del habitáculo de las gallinas y estaba ubicado encima de la
cuadra de los machos. Por dicho boquerón meaban algunas veces, de pequeños,
Rebocato y sus hermanos. Una vez acostados y caso de despertarles las ganas de
miccionar, se levantaban de las camas de las alcobas de arriba se dirigían al
futuro gallinero y meaban por el boquerón cayendo el líquido elemento al
corral, así se evitaban el tener que utilizar el orinal o el incordio de tener
que bajar a las cuadras. Aún no estaba enrasillado el gallinero y si orinaban
sobre su suelo, los meados, por la ley de la gravedad, caerían a la cocina o al
comedor por entre las rendijas de las tablas del suelo y los cabrios.
EL DESVÁN
Desde el centro del sobrado arrancaba una
escalera, que dejaba bastante que desear por su falta de estética y armonía. Al
ascender por ella, para llegar al desván, si medias mas de metro y medio tenias
que agacharte para no darte en la cabeza con una viga que cruzaba. Esta
escalera era una tortura a la hora de subir sacos de patatas a cuestas al desván, porque
topabas con el saco en la viga y había que doblar el espinazo a base de bien para
lograr subir hasta arriba.
En el desván se depositaban las patatas de la
cosecha ya escogidas y apartadas en tres montones que se definían como: patatas
comederas, patatas gorrineras y patatas sembraderas, respectivamente. También
se tendían los racimos de uva para el consumo humano.
El desván, que según el DRAE lo define como: “Parte más alta de la casa,
inmediatamente debajo del tejado, que suele destinarse a guardar objetos
inútiles o en desuso”, al sentir de nuestro labriego castellanoviejo y desdiciendo a
la RAE maquinaba: “En absoluto inútiles los trastos viejos, estos se guardaban por si las moscas, algún avío pueden hacerme en un momento
dado”.
Estaban los tiempos y el peculio familiar como
para andar gastando cuartos en cosas innecesarias pudiendo apañarte con lo de
casa. En aquellos tiempos de crisis económica permanente el reciclado era total
y absoluto, nada se desechaba.
En el desván coexistían un ventanuco, ubicado
en el paredón que daba a la vivienda del vecino de la parte izquierda, el cual,
(el ventanuco, no el vecino), durante el día, dejaba pasar algún rayo de luz
rompiendo con ello la penumbra reinante, y una tronera, más generosa que el
ventanuco a la hora de alumbrar, y que servia, además, para salir al tejado con
el fin de subsanar las goteras que provocaban, mayormente, los gatos al mover
–no voluntariamente, barruntamos– alguna teja en sus correrías detrás de las
gatas –la discriminación positiva, las gatas no provocaban goteras–.
VUELTA A LA PLANTA BAJA (que no la burra al trigo)
Bajando las escaleras de la primera planta se retornaba al portal de
la entrada principal de la vivienda. Una vez abajo y continuando hacia el fondo
del portal, a la derecha nos encontrábamos con el cuarto oscuro, denominado así
porque no disponía de ventana alguna, ni tan siquiera de luz eléctrica, y en él
cohabitaban, a saber: las cubas de la cosecha del vino –este de baja graduación
y de harta acidez–; la fresquera con las ollas de la matanza; un arcón con los jamones
y tocinos en salazón y un arca donde se guardaban las hogazas de pan cocidas en
el propio horno de la vivienda, aparte de algún que otro arte (trasto viejo cuasi inútil) estorbando y en espera
de su posible reutilización.
El cuarto oscuro a veces hacía de cuarto de los
ratones, como castigo disciplinario aplicado por nuestro labriego
castellanoviejo a sus díscolos hijos. lo cual, a veces, casi era una bendición
para ellos, porque significaba que se habían librado del castigo físico. El
escarmiento era disciplinario y motivado por alguna trastada hecha por algún
retoño, y si no cantaba el causante de la fechoría, el padre, ante la duda,
clamaba: “todos al cuarto oscuro”. Una vez dentro de él los hijos de nuestro
labriego castellanoviejo, en corro y obviamente a oscuras, hacían catarsis e
intercambiaban impresiones entre ellos tratando de descubrir al causante del
desaguisado y del posterior correctivo colectivo aplicado, caso de que no hubiera delación.
Al fondo del portal, a la derecha y al lado del
cuarto con la dualidad de despensero y correccional, se encontraba una puerta
por la que se ingresaba en la cocina, una vez dentro, en la pared de la
izquierda, medianera con el comedor, y detrás de dicha puerta estaba la
cantarera (armazón de madera donde se colocaban los cántaros con el agua para
el consumo humano), a continuación, apoyado contra la pared y hasta la ventana
del paredón que daba al corral, se encontraba un largo banco con respaldo –en
el cual, años después, una vez mullido con espuma y forrado de tela, nuestro
labriego castellanoviejo, ya anciano, se echaba la siesta gorrinera (siesta
sobre la hora del Ángelus)–; en la pared que daba al corral y después de la
ventana seguía la lumbre baja, con su horno de adobe incorporado para cocer el
pan. La boca del horno estaba en el mismo humero de la lumbre baja a la altura
de un metro del suelo. La estructura de adobe del horno (tipo iglú) se
proyectaba hacia el corral hasta meterse dentro de un gallinero y, debajo de
este, al mismo nivel que el corral había un cortijo de marranas parideras que,
en una ocasión, dos de ellas murieron asfixiadas por el calor irradiado por el
horno debido a la cocida del pan (como se relata en una entrada de este Blog
que lleva por título.: “Los marranos” –que Dios les pille confesados a
los que lo lean íntegro, aunque es la más leída de este blog–).
La
lumbre baja disponía de su campana respectiva, sus morillos, sus trébedes, sus
calzos para los pucheros, tenazas, etc. En la lumbre baja, todos las mañanas se
cocían las patatas para la comida de los marranos; se preparaban las sopas de
ajo para el desayuno; después, se ponía al fuego el puchero con el cocido
diario para comer al mediodía; por la noche se freían las sardinas, los
boquerones o los chicharros para
la cena; y en su tiempo se
cocinaba la matanza (lomos, costillas, torreznos, chicharrones, morcillas,
etc.).
En la cocina para sentarse alrededor del fuego,
aparte del mencionado banco, pululaban por doquier banquetas variopintas y algún
que otro taburete., mayormente de fabricación casera de nuestro labriego. Apuntar que a los habitantes de nuestro pueblo castellanoviejo se les denominaba como tabureteros, porque fabricaban, artesanalmente, taburetes.
En cierta ocasión el hermano de Rebocato que
hacía el número 7, estando a solas en la cocina y, sin previo aviso, metió a asar
castañas sin partir las cáscaras,entre las ascuas y cenizas de la lumbre
baja de la cocina, a continuación llamó a su jarca de hermanos más pequeños para que vinieran a comerlas, y
cuando estaban todos sentados alegres, contentos y expectantes, en las banquetas y taburetes, alrededor de las brasas esperando que se acabaran de asar, reventaron las
castañas, y como consecuencia de ello, las cenizas y pequeñas ascuas salieron
despedidas hacia los potenciales devoradores de castañas, los cuales salieron de la cocina en estampida, lo que provocó gran regocijo del
que las metió, el cual, permanecía a buen recaudo distanciado de la lumbre. En
fin, era una de las maneras de aleccionar de antaño.
La cocina, como se ha comentado, tenia una
ventana que daba al corral, por dicha ventana se solía echar a las gallinas y
pavos las pocas sobras de la comida (en realidad eran cáscaras troceadas de las
sandias, melones, etc., la comida en sí que te echaban al plato había que
comérsela de cabo a rabo y dejar el plato reluciente como una patena, el padre,
vara larga de verguera a su vera, se encargaba de que eso se cumpliera a
rajatabla) y, al abrirla, una de las contraventanas de madera golpeaba en la
pared de piedra del corral y emitía un sonido característico que, al oírlo las gallinas desde el otro
lado de la pared del corral, corrían como posesas hacia la ventana porque relacionaban
el sonido del golpe, con que iban a recibir algo con lo que llenar el buche.
Uno de los entretenimientos de Rebocato y sus dos hermanos –el que le precedía
y el que le sucedía en edad– era el abrir y cerrar la mencionada ventana deliberadamente
para ver correr a las gallináceas
hacia ella. Estas siempre picaban al oír el sonido, aunque ellos no les echaran
nada por la ventana para que picotearan.
En la cocina en la pared que había enfrente a
la entrada aparecía un armario de madera donde se guardaban todos los cacharros
y utensilios para cocinar y comer. Colgando de cuerdas sujetas con clavos a los
cabrios (machones) del techo de la cocina, se encontraban varios palos largos (latas) donde
se colgaban, para que se secaran, los embutidos de la matanza (chorizos y
botagueñas, principalmente).
Saliendo de la cocina y de nuevo en el fondo
del portal y justo enfrente de los portones de la entrada a la vivienda, reinaba
el comedor (años después se partió el comedor para hacer el cuarto de baño y
agrandar la cocina, pasando a utilizarse la sala como comedor perenne) donde en
su interior nos encontrábamos lo siguiente: la clásica placa (cocinilla
económica) de leña; una rústica y larga mesa (realizada artesanalmente por el
quinto hijo de nuestro labriego castellanoviejo) con sus muchas sillas
alrededor de ella para acoger a los numerosos hijos que hubiera, en ese tiempo,
habitando en la casa –la diáspora familiar para buscarse las habichuelas comenzaba
muy pronto en este hogar: Seminario, Hermanos de la Salle, trabajar en Madrid,
etc.–; la despampanante radio con su antena helicoidal, la cual, cruzaba en
diagonal el techo del comedor y estaba grapada a los cabrios; una gran ventana
con vistas al corral daba luz durante las horas de sol al recinto. En la pared
de la derecha, medianera con la cocina, según se entraba al comedor colgaba una
especie de pizarra de madera pintada en negro, donde nuestro labriego castellanoviejo
ponía a prueba la pericia de sus hijos en el tema referente a sumas, restas,
multiplicaciones y divisiones, a realizar en la pizarra dichosa con tiza. El
que no estaba a la altura a la hora de resolver eficazmente las operaciones
recibía “premio”. Debajo de la pizarra había un pequeño banco para sentarse y
para que los hijos más pequeños se subieran a él con el fin de alcanzar a la pizarra
para, tiza en mano, resolver las cuentas que les ponía su padre.
En el comedor, una vez a la semana, se rezaba
el Santo Rosario en familia, inclusive con el añadido de la letanía, para
conseguir el dicho de: “La familia que reza unida, permanece unida” (Mensaje
del padre Peyton).
CUADRAS, CORTIJOS Y
CORRALES
De nuevo en el fondo del portal, a la izquierda
del comedor y enfrente de la puerta de la cocina, por una puerta sin placa del
Sagrado Corazón de Jesús aunque con una gatera para el trasiego de los gatos –y
gatas por la Ley de Igualdá (sic) entonces inexistente–, se pasaba a las
cuadras y al corral.
En la primera cuadra nada más entrar a la
derecha aparecía un armazón elevado de madera donde se colocaban los aparejos
de los machos y burras, y encima de aquel, en unos grandes clavos clavados en
la pared que daba al comedor, se colgaban las colleras de las mencionadas
bestias. A la izquierda aparecían las pesebreras donde convivían los machos, es
decir, los sin par: Terevinto y Cutepla, los cuales después de sus faenas
campestres permanecían encadenados a sus pesebres respectivos; a continuación de
los machos a la izquierda estaba la pajera (no la relacionéis con el hábito de
Onán el hebreo tiberiano, nada que ver con el tema), a la derecha enfrente de
la pajera se pasaba por una puerta al corral. A continuación de la pajera por
otra puerta se entraba a las cuadras donde, también, atadas a sus pesebres respectivos
se encontraban las burras que recibían por nombres: Blanca y Negra y al fondo de
esta cuadra estaban los cortijos (porqueras) donde se topaba con el paredón
exterior de la portada y las puertas carreteras. En la parte superior de esta
cuadra existía otro pajar, que comunicaba con la mencionada pajera de la
primera cuadra, y disponía de un boquerón, en el paredón que daba al corral,
por el que se metía la paja trillada que después servía para alimentar a las
bestias y para la cama de estas.
Las cuadras suplían la falta de excusado, lo que evitaba la tonta pérdida
de tiempo en limpiar el inodoro, con el consiguiente ahorro de: agua,
detergentes mata- bacterias, ambientadores, papel higiénico, escobilla, porta
escobillas, bidet, etc.. Ecologismo puro y duro en acción.
Los hijos más pequeños de nuestro labriego
castellanoviejo, a veces, mataban el tiempo –aprovechando la hora de la siesta
que se echaban los padres e hijos más mayores y de paso evitar daños
colaterales al ser pillados en faena–
jugando a dormir a las gallinas del corral, es decir, se cogía una
gallina se le doblaba el pescuezo
(¡ojo!, no retorciéndolo porque, en este caso, la gallina acabaría en
pepitoria) hacia un lado para meter la cabeza (la de la gallina no la de
Rebocato que calzaba una de tamaño considerable) debajo de una de las alas y
sujetando con ambas manos a la gallina apretando sobre las alas con la cabeza
debajo de una de ellas, se le daban varios giros en el aire y después se dejaba
a la gallina posada suavemente en el suelo. La gallina mareada con los giros
recibidas se quedaba inmóvil, aposentada sobre la paja del corral, durante un
corto espacio de tiempo. A continuación se cogía otra gallina y se le hacía lo
mismo, y así sucesivamente con el resto de gallinas. El ganador de la prueba
era el que más gallinas consiguiera dejar dormidas hasta que se espabilara
alguna de ellas y saliera corriendo, entonces finalizaba el turno del jugador
mareador y empezaba otro hermano a dormir gallinas.
Las gallinas ponían los huevos en un viejo canasto
–ya fuera de uso– mullido en su fondo con una porción de paja trillada. Todas
las mañanas la madre, o alguno de sus hijos, hacían la recolecta de huevos, los
cuales se almacenaban y no los consumían (para mantener el dicho de: “cuando
seas padre comerás huevos”) y al cabo de varios días se cambiaban por aceite,
azúcar, harina, etc., ya que, la señora de la tienda de ultramarinos pasaba
periódicamente con una carretilla llamando puerta por puerta de los vecinos
para hacer el trueque. A veces acontecía que durante días en el cesto ponedor
habían pocos huevos y entonces todos los hijos pequeños de nuestro labriego
castellanoviejo se ponían manos a la obra para buscar por el corral y
alrededores algún nidal clandestino. Y, efectivamente, al final se daba con él,
pues las gallinas con su instinto natural de preservar sus huevos de posibles
depredadores se metían a aovar entre los arados y tapiales que estaban
depositados en un lateral de la portada contra una de las paredes que formaban
el corral, incluso a veces, las gallinas, que subían por una escalera a poner
en el cesto acondicionado para ese fin y ubicado al lado del pajar de la cuadra
de las burras y de los cortijos, y una vez arriba, en un extremo de la portada,
continuaban las ponedoras por las vigas traveseras de aquella donde se
colocaban los pajones (haces de paja de centeno desgranado y hecho bálago para
atar los haces de la cosecha en el verano siguiente) y encima de estos
plantaban el nidal. En estos nidales clandestinos, que, a veces, costaba
encontrarlos, se recogían una buena cantidad de huevos lo que provocaba un gran
regocijo en quienes los hallaban, aunque les iba a dar lo mismo porque poco los
catarían, con las sopas de ajo iban sobrados disrimente a la escuela emulando
la sana dieta mediterránea.
En el corral, debajo de la ventana de la
cocina, estaba ubicada la pila de piedra labrada donde bebían las bestias; y a
pie de la pila de marras la madre de Rebocato colocaba una lata grande y
redonda, otrora, de pescado azul en escabeche, dicha lata servia para que, del
goteo perenne del agujero de vaciado de la pila, la lata se llenara de agua y
en ella bebían las gallinas y pavos del corral, y hacía las funciones de
observatorio meteorológico, ya que, en invierno si por la noche helaba el agua
de la lata se congelaba lo que servía de referencia a la dueña de la casa (madre
de Rebocato) para saber si durante la noche se habían alcanzado temperaturas
bajo cero, es decir, dependiendo del grosor del hielo, la mujer llegaba a la
conclusión de si la helada había sido de órdago o no tanto.
A continuación de la pila estaba un pozo artesiano.
Años después se anegó este y en su zona, nuestro labriego castellanoviejo, fabricó
un cortijo con ripias y cabrios.
En el muro trasero del corral, en la mencionada
portada, estaban las puertas carreteras por donde entraba el carro, la yunta de
machos y el resto del ganado. En la portada se estacionaba el carro; se
guardaban los aperos de labranza (arados, tapiales, yugos, bieldos, rastrillas,
azadones, hoces, etc.); así como las herramientas de matar el tiempo en la era
(trillos, cañizos, rollo de recoger la parva, horcas, horquillas, pala de
madera para mover el grano, rastros, media, celemin, etc.) y se almacenaba la
leña de pino (rameras, cándalos, rajas, candalijas, agujos, piñas, teas, roñas,
tocones, etc.) para alimentar a la lumbre baja de la cocina y a la placa del
comedor.
Eso es todo
amigos.
PD2.- Los que se hayan animado, al ir leyendo,
a realizar el boceto de la casa que se lo enseñen a Rebocato, caso de coincidir
con él, para ver si la descripción de arriba ha sido la adecuada e intercambiar
impresiones al respecto.
HistoriasdeRebocato@septiembre-2015