25 de enero de 2017

REBOCATO MONAGUILLO (1ª Parte )




              REBOCATO MONAGUILLO (PARTE )     
    
      Muchos años ha, nuestro amigo Rebocato se encontró en la disyuntiva de elegir entre el cobrar por parte de nuestro labriego castellanoviejo, o cobrar por el cura, es decir, si los domingos y fiestas de guardar no asistía al Oficio de la Santa Misa, bien a la Misa Pequeña (Misa rezada, en la que solo se encendían dos velas en el altar mayor y no se utilizaba el incensario), bien a la Misa Mayor (Misa Cantada en la que se encendían cuatro velas en el altar mayor y se usaba el incensario, en el cual se introducía una pastilla de carbón encendida y se le alimentaba con el incienso contenido en la naveta y servido, hacia el interior de aquel, con una cucharilla, lo que provocaba una pequeña humareda aromática), nuestro labriego le atizaba unos cuantos mosconazos, como mal menor. Debido a esto, Rebocato, optó por ejercer de monaguillo en la parroquia y, de esta manera, asistir a ayudar a misa con lo cual recibía por salario –por parte del cura– una peseta los domingos y festivos, y una perra gorda los días laborables de lunes a sábado, ambos inclusive.


       Como el sueldo no era muy boyante que digamos, un día a uno de los monaguillos se le ocurrió la idea de distraer algunas perras gordas de la cesta de la petición de dinero que se hacía a los feligreses durante la celebración de la misa.  Cada día pasaba la cesta un monaguillo y entre todos decidieron que al acabar con la petición, dejar la cesta dentro de la sacristía ya que, allí estaba alejada de la vista de todo el mundo (aunque no  los ojos de Dios que todo lo ve), hasta de la del cura que continuaba oficiando impávidamente, y así poder apoderarse de algunas monedas sin testigo alguno.

       Durante un tiempo nuestros audaces monaguillos estuvieron mangando perras gordas impunemente, hasta que un día, el sacerdote, que ya andaba con la mosca tras la oreja dado que la recaudación cada día era más mermante, les ordenó a sus acólitos que al finalizar la petición, la cestilla de las monedas la dejaran a la vista, a un lado del altar mayor donde se estaba oficiando la misa, con lo que la trama se vino abajo aunque sin juicio alguno (ignoramos si el Bárcenas y otros muchos políticos nuestros actuales ejercieron de monaguillos en su día) para los pseudo obispillos apandadores.

       El Convenio de los monaguillos con el Cura incluía, también, el asistir a los rosarios y novenas todos los días de la semana, con lo cual, en ello consumía Rebocato el poco tiempo libre que le quedaba a lo largo del día, después de asistir a la escuela pública, echar de comer a los bichos de las cuadras y corrales, hacer deberes, etc.

    Vamos, que el día aunque le cundía a nuestro amigo, no disponía de excesivo tiempo libre que dedicar al ocio y a la holganza. Está escrito: < el ocio es la fuente de todos los  vicios >.



          Pie de foto.-   Tal que así era el traje de monaguillo –sin tanta puntilla ni lazo alguno– que utilizó Rebocato cuando ayudaba a misa en domingos y fiestas de guardar. El traje de la foto debe de ser el de un acólito de catedral, al menos.



     Una de las cosas que le llamaba la atención a Rebocato  eran los excesivos viajes que hacía el párroco al obispado de la capital de provincia algunos días laborables después de la misa. El  eclesiástico disponía de un Seat 600, lo cual no era moco de pavo ya que, en aquel entonces, en nuestro pueblo castellanoviejo, solo existía otro automóvil: el del practicante. Ni el boticario disponía de uno, ni tan siquiera el bondadoso médico cojitranco de iguala que simplemente disponía de una bicicleta para sus visitas a los pacientes postrados en sus lechos de dolor, lo cual era un agravio comparativo con respecto al practicante.

    El cura se las apañaba, no sabemos como, para meter sus casi dos metros de cuerpo –sotana de 33 botones como la edad de Cristo, incluida y posiblemente arremangada para maniobrar mejor con los pedales– dentro del pequeño auto y se encaminaba conduciendo hacia la capital. Muchos años después, ya fenecido el clérigo, se descubrió el enigma del por qué de muchos de sus viajes.


             AYUDAR A LA SANTA MISA

       Cuando nuestro amigo empezó a ejercer de acólito ya tenía uso de razón  (en aquel tiempo se alcanzaba a los 7 años de edad, cuando se tomaba la primera comunión, hoy en día se ignora con que edad se consigue tal uso) y tuvo la suerte, durante unos meses, de ayudar a misa cuando, esta, se celebraba en latín y de espaldas a los feligreses, es decir, cura y monaguillos ofreciendo el culo –en el buen sentido de la palabra– a los pacientes practicantes; y luego, hasta que colgó los hábitos –tres años después– de cara al público y en castellano o español, que es lo mismo. Obviamente en la iglesia de nuestro pueblo castellanoviejo hubo que desplazar la mesa rectángular del altar mayor separándola un par de metros del muro principal de la iglesia donde se encontraban ubicados, también, el gran retablo barroco y el sagrario.

    Rebocato a diario entraba a la escuela pública (no existía otra) a las 09:00h, pero, antes de las 08:00h (hora en la que comenzaba la misa en días laborables) tenia que estar en la iglesia con el sacristán y los otros monaguillos (caso de que hubiera más de dos se iban turnando entre ellos los días de diario para ayudar a misa). El sacristán abría con una llave, de tamaño considerable, la puerta de entrada a la parroquia y una vez dentro, con otra llave, de tamaño nada desdeñable, abría la sacristía. Los monaguillos se metían en ella y, mientras esperaban la llegado del párroco, para matar el rato aprovechaban para dar un tiento a la botella de vino a consagrar, posteriormente, durante la celebración del Santo Oficio para convertirlo en sangre de Cristo.

     Cuando llegaba el párroco y entraba en la sacristía los monaguillos, ya dentro de ella, clamaban al unísono con el aliento apestando a vino moscatel sin consagrar:

      –Buenos días tenga usted, ¿qué tal ha descansado usted?.

      A lo que el sacerdote contestaba:
     –Bien gracias a Dios, ¿y vosotros?.

      Y el coro improvisado y amoscatelado respondía:
     –Bien gracias a Dios.

    Acto seguido el reverendo abría uno de los enormes cajones de la cajonera (que era grande de cojones, como diría un mulero de los de antes) en la cual se guardaban los manteles del altar y las vestiduras sagradas. Sacaba su ropa de oficiar y con la  ayuda de los monaguillos comenzaba a revestirse con el siguiente orden correlativo de ropajes:

     –Amito.
     –Alba.
     –Cíngulo.
     –Estola.
    –Casulla. (Según el tipo de misa a celebrar se elegía una de un color o de otro)
     –Manípulo.

      Una vez, el cura, totalmente revestido –quedando más majo que un San Luis– salían los monaguillos de la sacristía precedidos por él. El párroco con el cáliz en las manos (el copón bendito, con las sagradas formas de pan ácimo en su interior, quedaba bajo llave en el Sagrario hasta el momento de la consagración). El oficiante se colocaba en el centro del altar mayor y dos de los monaguillos en los extremos respectivos de aquel.

    Las misas en las mañanas de crudo invierno mesetario eran duras de narices, debido a que la iglesia de la única calefacción que disponía –aparte del escaso calor humano desprendido por los enjutos y arrugados cuerpos de las viejas beatas presentes en las mañanas de misa de diario– era la de las dos velas del altar mayor y, obviamente, no aportaban calor suficiente para caldear el recinto sagrado. Ya se sabe: para alcanzar la salvación eterna hay que sufrir.


     Tampoco ayudaba mucho la ropa particular (los hábitos –ropajes– de monaguillo solo se les daba utilidad en domingos y fiestas de guardar) con la que iba perpetrado Rebocato (similar a la de los otros monaguillos) y el desayuno diario consistía en unas simples sopas de ajo la mayoría de las veces, eso sí, luego, en la escuela, repartían un vaso de leche en polvo por cabeza, donado graciosamente por el tío Sam (hoy en día Trump, al igual que nos ha quitado la Web en castellano de la Casa Blanca –presentimos que Mariano en la página, caso de que exista, de la Moncloa no habrá incluido idioma alguno de las otras lenguas vernáculas de nuestro Estado– barruntamos que nos la hubiera dejado de suministrar, al igual que el queso para merendar). El azúcar se lo llevaba cada uno procedente de su casa, dentro de una caja de cerillas –actualmente esto sería venenoso para los niños–, y muchos ni eso, se la bebían a palo seco, aunque ingiriéndola de esa manera sabía a demonios.

    Ya con el altar desplazado para oficiar la misa de cara al publico y llegado el momento de la Consagración, todo el mundo echaba rodilla a tierra, los monaguillos hacían lo propio quedando tapados por el altar y sus manteles colgantes. Una mañana en el momento de la Consagración, Rebocato y el otro monaguillos, los dos de rodillas y colocados, detrás del altar, a ambos lados del cura, y sin ser vistos por los feligreses, flexionaban el dedo corazón apoyándolo contra la yema del dedo opuesto (el pulgar, del cual dicen que nos ha hecho evolucionar respecto al resto de primates) formando un circulo con ambos, y escupian un salivazo sobre la uña del dedo corazón doblado y echándose ambos monaguillos con el tronco hacia atrás, con el fin de salvar el cuerpo del alto cura, soltaban el dedo corazón y se lanzaban, uno al otro, los salivazos depositados en sus dedos. El párroco observo, de refilón, la jugada y en el mismo momento de levantar la sagrada hostia, en un acto de habilidad divina, soltó una patada lateral sobre Rebocato, el cual cayo de lado y su cabeza (la cual siempre ha sido de un volumen bastante considerable) quedó visible (como la de Holofernes cortada por Judith, aunque sin sangre) en el lateral del altar de cara a los parroquianos, los cuales pensarían que le había dado un vahído al pobre muchacho.

    En esa ocasión el cura no se esperó a finalizar la Consagración para repartir la hostia. No hubo comentarios ni castigos posteriores, la cosa quedó ahí, como las acciones extradeportivas de los futbolistas: <en el campo de juego>.



             EL SANTO ROSARIO

       Con el fin de que no se herniara nuestro cura párroco, en la iglesia el rosario lo rezaba en voz alta un monaguillo, el cual, se plantaba de píe y con rosario católico de cuentas en mano, a píe del altar mayor y cara a la concurrencia. Desde allí comenzaba con los misterios: gozosos, dolorosos o gloriosos –los luminosos de los jueves, fue un invento posterior del Juan Pablo II en 2002– según tocara con respecto al día de la semana. Después de acabado el rosario se pasaba a la letanía, para lo cual el monaguillo disponía de un pasquín  en el que estaba reflejaba toda ella al completo. De tanto repetirla, al final, los monaguillos acababan por memorizarla y la recitaban de carrerilla, con el <ruega por nosotros> intercalado y cantado por el público entre Señores, Cristos, Espíritus Santos, Dioses, Virgenes, Madres, objetos sagrados, Corderos, etc. que recitaba el monaguillo.

      Después intervenía el cura para rezar la novena y, una vez acabada esta, las buenas gentes del pueblo se retiraban a sus casas respectivas para echar de comer al ganado mayor, ellos; y preparar la cena, ellas, que consistía, las más de las veces, en una sopa y pescado azul.

    Transcurrido un duro día de trabajo, después de la cena, nuestro labriego castellanoviejo aún tenía agallas de empezar –caso de no haberlo podido hacer antes– a preguntar lecciones, dictar dictados, leer párrafos, poner cuentas y problemas a toda su tropa que no anduviera en seminarios, hermanos de la salle, milicias, o metidos en otros fregados, más o menos formativos, lejos del ámbito familiar.

   Antes de irse los hijos más pequeños a acostar nuestro labriego castellanoviejo les echaba la bendición pertinente para que estuvieran protegidos por el Dios único y verdadero, durante su caída involuntaria en los brazos de un tal dios mitológico griego  que atiende por el nombre de Morfeo.


               BODAS Y BAUTIZOS

    Para los monaguillos el momento mas crucial y productivo de la celebración de estos dos sacramentos era cuando finalizaban ya que, antes de salir de la iglesia los participantes directos en estos eventos sacramentales, abordaban al padrino del sacramento celebrado para demandarle la propina, la cual consistía en unas perras gordas, mezcladas con alguna moneda de dos reales y, si por casualidad, se colaba, entre esas monedas, alguna rubia (peseta) ya era gloria bendita.

    La verdad es que, en aquel entonces, las dádivas en estos actos no eran muy halagüeñas que digamos, ignoramos como les irá a los monaguillos actuales.

    Al final de la ceremonia del bautizo cuando salía el bautizado de la iglesia con los familiares mas directos y padrinos, la chiquillería de nuestro pueblo castellanoviejo esperaba extramuros del recinto sagrado y al ver salir a la comitiva entonaban, voz en grito, el:

    Señor padrino.
    Que no se lo gaste en vino.
    Que se lo gaste en confituras.
    Que si no se le muere la criatura.

   En ese momento el padrino lanzaba algunos caramelos y bolas de anís y algunas perras gordas (monedas de antaño, no caninas de entonces y de ahora).

    Los mocosos, seguían a la comitiva hasta la casa de los padres del recién librado del pecado original a base de: letanía, exorcismo, sal, unción, bendición, renuncia y profesión de fe, bautizo con agua bendita, imposición de vestido blanco y entrega de cirio.

     Una vez que entraba la comitiva en casa y con los chicos del pueblo castellanoviejo en la calle, los padrinos y familiares del bautizado comenzaban a tirar caramelos y perras gordas a los rapaces los cuales corrían como locos para coger lo lanzado al aire y se peleaban disputándose las confituras y monedas de calderilla. 


              LAS ROGATIVAS

   Siempre recordará Rebocato los magníficos trigales que se daban en nuestro pueblo castellanoviejo, a causa, no solo por la dura y encomiable labor llevada a cabo por los experimentados labradores que se daban por aquellos lares, sino, mayormente, al sentir de nuestro amigo, por las rogativas que se hacían en primavera.

    La rogativa era una procesión que partía desde la iglesia de nuestro pueblo castellanoviejo hasta las tierras de labor donde ya, los trigales, cebadales y centenales, se levantaban más de una cuarta sobre los surcos de las tierras pertinentes, sabia y pacientemente labradas, sembradas, abonadas y escardadas por los labriegos del entorno, poniendo en práctica unas experiencias adquiridas a lo largo de los siglos.

     La comitiva iba encabezada por el párroco y con Rebocato y otro acólito a ambos lados de aquel. El cura iba entonando la letanía (primero en latín y a causa de los cambios litúrgicos –meses después de empezar a ejercer Rebocato– en Castellano) y la plebe, que venia detrás, contestaba, primeramente, con el: <Ora pro nobis> o, posteriormente ya con el Castellano imperante en la iglesia, con el: <Ruega por nosotros>.

    Llegados a las tierras de cereal, aún verde y en crecimiento hasta su siega o pedrisco de por medio, el cura trincaba el hisopo de la gaveta –llena de agua bendita que llevaba uno de los monaguillos– y asperjaba los cereales, con lo que los trigales, cebadales y centenales crecían recios como ellos solos. Rebocato no salía muy satisfecho de estos, digamos, conjuros, debido a que pensaba que entre mas recia y tupida estuviera la mies, más costaría después tirar de hoz para segarla, es decir,  a mas mies mas haces, y a mas haces más horas que dedicar a trillar, aventar y posterior metida del grano y la paja en el sobrado, desván y pajares de la casa. No obstante el seguía el protocolo con fervorosa fe, porque, ante todo, se sentía un autentico profesional desempeñando sus funciones como monaguillo. Criatura.

PD.- En el horno (y no nos referimos al inframundo del averno) está la segunda parte de <Rebocato monaguillo>. Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero para romper la norma ahí están, por ejemplo, la 2ª parte de El Quijote o las tres películas de El Padrino, guardando las distancias con estos panfletos, claro está.
Próximamente en las pantallas de nuestros tantos y tontos cachivaches electrónicos de los que disponemos, caso de entrar en el Blog de Rebocato, podrá visionarse.


                                                                                                                             (Continuará)


                    HistoriasdeRebocato@enero-2017

12 de enero de 2017

LAS PRIMERAS VACACIONES DE REBOCATO


       LAS PRIMERAS VACACIONES DE REBOCATO


        Contando, Rebocato, con 6 años y 7 meses en canal, y aconteciendo el nacimiento de su tercera sobrina (correspondiente, en número de descendencia, al tercer vástago –niña– del matrimonio que formaban la primera hija y el primer yerno de nuestro labriego castellanoviejo) se desplazó a una pequeña localidad, de una provincia adyacente a la de donde vio por primera vez la luz del sol, ubicada a unos 100 Km. de distancia de nuestro pueblo castellanoviejo, e iba acompañado por su madre, dos tíos y el hijo pequeño de estos que calzaba –aparte de los zapatitos pertinentes– dos añitos, los mismos que la sobrina mayor de nuestro amigo, la cual, una vez que la familia visitante llegó a la pequeña localidad, no permitió nunca que su primito  coetáneo le cogiera juguete alguno.

    Rebocato, hasta entonces, no estaba viajado (ni falta que le hacía), apenas había salido de nuestro pueblo castellanoviejo –excepto a laborar en las tierras centeneras de secano, majuelos, pinares y pimpollares del término municipal– si acaso, muy ocasionalmente, al pueblo/ciudad de al lado del suyo con el fin de agenciarse algún par de zapatos, y una única vez fue a la capital de su provincia, para, una vez allí, acercarse hasta un monasterio de clausura de la Orden de San Jerónimo, para ver a un hermano suyo que militaba en un cenobio ubicado en Cuacos de Yuste en la mancomunidad de La Vera en Cáceres y que al ser también –el Monasterio de Yuste– de monjes jerónimos, el hermano (monje y a la vez hermano mayor de Rebocato,  aunque antes de aquel nacieron 3 hermanas –el que la persigue la consigue, barruntamos que pensaría nuestro labriego castellanoviejo–) fue al  Monasterio de su capital de provincia, y así, su familia pudo acercarse a verle allí mismo, sirviéndose para ello del coche de línea, y tirando –nuestro labriego castellanoviejo– de Carnet de Familia Numerosa para conseguir los descuentos pertinentes en los billetes. No era cuestión de hacer el desplazamiento en burras atalajadas con las alforjas nuevas protocolarias de visita a la capital, por la no disposición, por parte de nuestro labriego castellanoviejo, de tantas caballerías y alforjas; por otra parte había que amortizar los retratos del carné de familia numerosa, que eran las únicas fotos que se hacían en casa de nuestro labriego, ya que, ni en bautizos, ni comuniones, se hacía retrato alguno, si acaso en bodas (una foto de los novios y otra de estos con toda la familia) se perdía el tiempo posando. Bastante faena tenia el magnifico fotógrafo de nuestro pueblo castellanoviejo para lograr hacer un retrato decente de la familia de nuestro amigo, ya que, tanto Rebocato, como sus hermanos y hermanas incordiaban lo suyo a la hora de posar, poniendo a prueba los nervios de dicho gran profesional fotógrafo, el cual trataba de hacerles posar lo mejor posible.

     El revisor del coche de línea soportaba en la oreja derecha un lápiz, cuya punta chupaba a la hora de rellenar los billetes de cada viajero. Antes de despachar el billete, plasmaba en él el precio y el trayecto solicitado por cada viajero, ocasional o asiduo,  en el taco oficial de recibos de billetes, y vestía un uniforme provisto de pantalón y chaqueta azul –mucho más azul marino que la que se calzaba  el cabo Rusti, el dueño del perro televisivo que atendía por Rin tin tin– con botones dorados abrochados de forma reglamentaria.

    El revisor alucinó cuando el autobús se inundó de una marabunta de familiares y de rapaces, hijos estos últimos de nuestro labriego castellanoviejo, los cuales, una vez subidos al autobús, andaban desperdigados tratando de buscar asientos libres a lo largo y ancho del autobús y, una vez todos asentados en sus asientos respectivos, cada vez que preguntaba un nombre a uno de los guachos (como le gusta denominar a los guajes, una persona nata de Albacete, amigo de andanzas, muchos años después, de Rebocato, devorando, junto a otros sufridores acompañantes, senderos montaraces por una parte de nuestro litoral) para expender el billete de turno, recibía la misma contestación por parte de cada chico: los mismos dos apellidos acompañados de un nombre distinto, con lo que, él revisor, se quedaba un tanto perplejo pensando que, los mocosos, le estaban tomando el pelo por tantos apellidos coincidentes en tan numeroso grupo de críos.

    Pero volvamos a lo que nos atañe, que es el periplo de Rebocato a la pequeña localidad de una provincia limítrofe, para asistir al bautizo de su tercera sobrina:

      En la plaza mayor de nuestro pueblo castellanoviejo Rebocato, su madre, el matrimonio de tíos de aquel y el hijo pequeño de estos, cogieron el coche de línea que hacía el trayecto Segovia– Aranda de Duero y, una vez llegados, sin novedad, a Aranda de Duero, Rebocato pudo contemplar el río Duero (Douro para nuestros vecinos portugueses), cuyo caudal y negrura de sus aguas le produjo una gran impresión. En su aún corta vida se había visto en otra, y en su cabeza, asomado desde el puente, trataba de retener lo que se presentaba ante sus ojos para, a la vuelta a nuestro pueblo castellanoviejo, poder relatárselo, con todo lujo de detalles, a sus hermanos –más próximos en edad con respecto a él– y a sus amigos.

    Desde Aranda de Duero, Rebocato y familiares acompañantes, se desplazaron por ferrocarril hasta la población de San Esteban de Gormaz, en cuya estación les esperaba un empleado del Coto –por mandato del cuñado de nuestro amigo, el cual era el encargado del Coto del pequeño pueblo al que se dirigian– con una furgoneta DKW tipo F89L, para trasladarles, a todos, hasta la pequeña localidad donde se celebraría el bautizo.

   El Coto era propiedad de unos marqueses (no sabemos si sus habitantes también) los cuales aparecían por aquellas latitudes en el mes de agosto a veranear. Se aposentaban en su palacete y en esas cálidas noches, sacaban su televisor al jardín donde acudían las buenas gentes del pueblo para contemplarla y ver la programación nocturna. Por otra parte, reseñar que durante los años que estuvo el cuñado mayor de Rebocato ejerciendo de Encargado en el Coto, posiblemente, perdió la oportunidad de hacerse rico. En fin, daños colaterales de su aplicada honradez, ya fuera innata, imbuida o bien por temor a arder en el fuego eterno.     

     Una vez arribados al Coto, Rebocato se quedó un tanto despagado ya que, el pueblo, no disponía mas que de una calle con apenas una docena de casas, mal colocadas y peor puestas, a ambos lados de ella, y una iglesia a las afueras, no muy lejana porque las afueras se encontraban allí mismo, es decir, cruzando la calle y sobrepasando la fila de casas existentes que se interponían antes de llegar a ella. Jamás nuestros amigo había visto, y no es que conociera muchos, un pueblo tan reducido.

     Rebocato, una vez que saludó a su hermana mayor, a su cuñado (marido de aquella y Encargado del Coto) y a otra hermana suya (la más pequeña en edad y estatura, aunque mayor que él) que se encontraba todo el año allí ayudando a la hermana mayor para con sus hijos y las tareas domesticas, bajó a confraternizar con  los pocos chicos existentes en el pueblo.

   Los niños lugareños se encontraban enfrente de la vivienda del Encargado, porque habían visto llegar a los visitantes. Rebocato alucinó ante el recibimiento que le otorgaron ya que le trataban como nunca jamás le habían tratado. Acontecía que las gentes del lugar tanto a su cuñado/ Encargado y a la mujer de este y, a su vez. hermana mayor de Rebocato, los lugareños del lugar, les daban el tratamiento de “Don” y de “Doña”, respectivamente.

    En nuestro pueblo castellanoviejo solo se les daba ese tratamiento a las fuerza vivas, es decir: al boticario, al médico de iguala, al veterinario, al cura Párroco (que no Pacorro, hermano intermedio –a pesar de que el Gran Wyoming no había aterrizado aún en la Sexta– de Rebocato) y a los maestros.

    “Menuda pleitesía me rinden por estos lares”, rumiaba, con cierto aire de importancia, contenida hacia sus adentros, nuestro amigo, cuando los chicos del Coto se dirigían a él como cuñado de Don y hermano de Doña. En su vida se había visto en otra. Asimismo, le preguntaban por su papá, el cual se quedó en nuestro pueblo castellanoviejo imbuido en las tareas de recolecta de la cosecha. Ël pensaba: “¿Papá?, pero si para mi siempre ha sido padre y con tratamiento de usted hacia él, eso de papás es de hijos de señoritos del pan pringao..“

    Él estaba, a pesar de su corta edad, cansado de oír a nuestro labriego castellanoviejo, adotrinar (sic) a sus hijos con los dichos de: “gente pobre no necesita criado”, “vosotros os creéis que la vida es Jauja” y “llegareis a dar con la cabeza en un pesebre”, con lo que aquel manifiesto de pleitesía, de los chicos del Coto (que no del Coro)  hacia su persona, le dejaba perplejo, aunque eso sí, pletórico de felicidad interior encubierta. Pero nuestro amigo por no desilusionar a aquellos amables y educados muchachos, callaba y si hablaba de sus padres decía mi papá y mi mamá. Jamás de los jamases, volvió a nombrar de esa manera, tan desnatural para él, a sus progenitores, para él siempre habían sido y serían padre y madre. Ante aquellos amables chicos durante aquellos inolvidables días de asueto total y absoluto, se guardó muy mucho de comentarles a que dedicaba su tiempo libre en nuestro pueblo castellanoviejo.

     Rebocato estuvo en el Coto una semana y alucinó (posiblemente entonces esa palabra ni existía y caso de hacerlo no se utilizaba en aquel momento y lugar, al menos en el entorno de Rebocato) por un tubo ya que eran sus primeras vacaciones de verdad, o sea, sin tener que dedicarse a echar de comer y beber a los múltiples bichos que pululaban por las cuadras, cortijos, gallineros y corrales de la casa de nuestro labriego, ni colaborar en las tareas campestres, tan lúdicas todas ellas. Hasta que nuestro labriego castellanoviejo no colgó el azadón, el arado, la tralla, los gavilanes, etc. y dejó aparcada y prejubilada a la yunta de machos en las cuadras, Rebocato no volvió a disfrutar de unas vacaciones reglamentarias lúdicas.

     Y el alucine vino, sobre todo, porque nuestro amigo vio por vez primera el progreso (en aquel tiempo estábamos, en este país, “disfrutando” con los 24 años de paz y ciencia) en forma de dos cosechadoras cosechando trigo en las tierras de secano del Coto y una de ellas, la mas grande, era conducida por su cuñado, lo que vino a demostrar que es bueno ser Encargado, al igual que, guardando las distancias, el ser Rey, caso de que no te guillotinen, claro.

    Esa cosechadora grande era de color rojo y la otra más pequeña de color gualda. Una pena, pensaba Rebocato, si hubiera una tercera cosechadora de color rojo, podrían estar las tres cosechando juntas  y caso de estar en perfecta formación paralela entre ellas, representarían a la enseña nacional. Claro, que para no herir susceptibilidades, con los tiempos políticos que corremos actualmente con las diferentes enseñas autonómicas que nos enriquece, también añadiendo, a las dos ya existentes, 7 cosechadoras más (3 rojas y cuatro amarillas) e intercalándolas de forma aparente, bien podría formarse la Senyera, bandera que representaba a la antigua Corona de Aragón y actualmente a varias Comunidades Autónomas nuestras. Ahora bien, para los partidarios del anexar en dicha bandera la Estrella Roja de cinco puntas (Estelada en Catalunya, estrelada en la Comunidad Valenciana y en Aragón –vamos a obviar a la estreleira de Galicia ya que no viene aquí mucho a cuento a causa de los colores de la enseña galega con respecto a las cuatribarradas de las otras tres–) podría ponerse en el tractor –que circulaba detrás de las cosechadoras para recoger los sacos de grano cosechados que tiraban los operarios subidos en los laterales de las cosechadoras– con la estrella de marras –provista de cinco puntas y coloreada de rojo– la cual es un símbolo ideológico y religioso que se usa en banderas, emblemas, logotipos, etc. con designios desiguales. No hubiera quedado mal la formación.

     Pero, claro, el formar la Senyera en aquel tiempo y lugar, aparte de estar prohibido, se nos antoja un trabajo harto difícil ya que para ello se necesitarían un total de 5 cosechadoras amarillas y 4 rojas, y nos iríamos de presupuesto y en el Coto no habría suficientes operarios con permisos de conducir para manejar (como diría un sudamericano) las 9 cosechadoras y el tractor de detrás de ellas  con la estrella roja debidamente pintada en el techo de su cabina. Es caro y difícil el tratar de contentar a todo el mundo: “a independentistas guais” de nuestro litoral y a “nacionalistas casposos” de nuestra Meseta.



            
                             Pie de foto.-  Los adelantos en aquel entonces.


   Pero “todo tiene su fin”, tal como cantaban, por los años 70 del siglo pasado, el grupo musical “Módulos”, es decir, Rebocato barruntaba, según rezaba la cancioncita que: “Siento que ya llega la hora que dentro de un momento te alejarás al fin….”, lo que significaba abandonar el asueto  y la holganza del Coto y volver a la cruda realidad de tareas varias en nuestro pueblo castellanoviejo.

  Tocó tornar a nuestro pueblo castellanoviejo y un día de agosto, por la mañana pronto, un empleado del Coto en la DKW tipo F89L de marras les acercó a la estación de tren de San Esteban a Rebocato, su madre, sus tíos y al primo pequeño. Una vez llegados a la casa de nuestro labriego castellanoviejo, por la tarde este soltó: “Rebocato a trillar a la era”. Ya dando vueltas a la parva, montado en el trillo tirado por los briosos corceles Terevinto y Cutepla, nuestro amigo pensaba para sus adentros: ¿será posible que con apenas cien kilómetros de separación haya tanta diferencia en adelantos entre el Coto y mi pueblo?. Vuelve a centrarse en la parva ya que al cruzarse con el trillo, que dirige el hermano que le precede en edad, tirado por la yunta que forman la burra Blanca y la burra Negra, casi se montan los triíllos y nuestro labriego castellanoviejo castigaba la infracción de tráfico cuadrúpedo sacudiendo con el mango de la horca en la mollera del conductor del trillo causante del siniestro, porque al montarse uno sobre el otro las piedras de pedernal de debajo del trillo  se estropeaban al rascar la madera del otro trillo montado.

     Rebocato no volvió a tener más vacaciones de holganza –exceptuando otra semana que por un auto corte de hoz justo en la unión de su pie izquierdo con su pierna izquierda, a resultas del cual apenas podía caminar con el fin de que no se le saltaran las tres lañas aplicadas a pelo por el médico de iguala– hasta que se incorporó al mercado laboral remunerado y con Seguridad Social incluida, ya con unos 18 años y medio dedicados a su deambular por la Meseta, entre la capital de España –donde trataba de formarse y pulirse– y nuestro pueblo castellano viejo ayudando en las tareas de casa y en las del campo.

    Pasarían al menos 10 años para que Rebocato viera los adelantos, en forma de tractores y cosechadoras, en nuestro pueblo castellanoviejo, al llevarse a cabo la concentración parcelaria en las tierras de secano del término municipal. Entonces a su cuñado –ya exencargado del Coto y reciclado en monitor del PPO ejerciendo, desde hacía unos años, en muchos pueblos de La Meseta– le llegó el turno de formar a sus paisanos labriegos en teoría mecánica básica de tractores y, a su vez, enseñarles a conducir.

       Costó, pero el futuro ya estaba allí. Rebocato recordando la  falta de puntualidad, de la que se hizo merecedor, en el desempeño de sus funciones, el Cuerpo de los Cuadrilleros de la Santa Hermandad, pensó para sus adentros: “A buenas horas mangas verdes”.


           HistoriasdeRebocato@enero-2017