3 de julio de 2014

EL MAYO FRANCÉS DE REBOCATO

            


                 EL MAYO DEL 71 DE REBOCATO.

           “Queda lejos aquel mayo, queda lejos Saint Denis, 

           que lejos queda Jean-Paul Sartre, muy lejos aquel París,
           
sin embargo a veces pienso que al final todo dio igual:

           las hostias siguen cayendo sobre quien habla de más.”
            (De la canción: “Papá cuéntame otra vez” Ismael Serrano 1995)

    Mucho se ha hablado, y han corrido ríos de tinta, del tan cacareado, tan traído y tan llevado mayo del 68 francés, cuando todo aquel español, ya mayorcito, que ahora se tache de “progresista de antaño”, anduvo por aquellas fechas pululando por el país vecino tratando de cambiar el destino mundo (no sabemos como cabría tanto gentioprogreespañol en aquel Paris).

    A raíz de aquella asonada llegaron los logros posteriores, por ejemplo: Ya casi nadie recuerda que la derecha francesa arrasó en las elecciones anticipadas convocadas –a causa de aquellas algaradas– por el General De Gaulle, el cual no dimitió hasta el año siguiente en el que abandonó la política. Y que los comunistas y socialistas, paradójicamente, perdieron el 50% de los diputados con respecto a los que tenían  en la legislatura anterior. Asimismo muy pocos saben algo del mayo de Rebocato acaecido en días que, al menos por los lares de la capital del ahora Reino, no eran “días de vino y rosas”.

     Ocurrió en una tarde de mayo del 71 en la Institución Sindical Virgen de la Paloma de Madrid (en ella se siguió cantando –los lunes por la mañana en rigurosa formación de los 3.000 alumnos existentes– el Cara al Sol hasta el año 1972). Entonces, con aquella edad y en aquel espacio/tiempo, Rebocato no tenia ni pajarolera idea, ni tampoco muchos de sus compañeros de estudios –y quizás les importase un bledo– de la movida del mayo-68 acontecida en Paris. Ni tendrían mucho interés por si había arena de playa bajo los adoquines, como canta el Ismael Serrano en su canción “Papá cuéntame otra vez” en la que, el cantautor, trata de plasmar, y de resumir, toda una época de esperanza con los conocidos resultados finales tan desencantadores para los perdedores de siempre:



  Pie de video.- El Ismael Serrano, tan serrano él.

    Aquella aciaga y calurosa tarde –una vez acabada la comida del mediodía en el mencionado centro escolar y después de jugar al futbol, como todos los días lectivos, con ropa de paisano y con zapatos o playeras, según como cada cual fuera calzado al colegio– confluían los alumnos sudorosos y bajo la atenta y vigilante mirada de los padres salesianos de Don Bosco responsables, estos, de la disciplina y educación religiosa, en filas indias perfectamente ordenadas, en silencio y sin duchas previas –no existían en el recinto escolar para los estudiantes, ni de agua fría, ni de agua caliente– camino a las aulas y talleres respectivos para recibir las clase vespertinas de 15 a 18h, antes de las últimas oraciones del día con las que acababa la jornada escolar y regresaba el alumnado a sus domicilios respectivos, hasta la vuelta a la Institución al día siguiente a las 09:00h.

     Algunos estudiantes contemporizaban su vuelta a casa previa visita a Simago (pillaba de paso hasta el acceso a la boca del metro de Estrecho) que era una cadena de almacenes fundada por tres gusanos –que diría Fidel Castro– y que a finales de los 90 los adquirió (a los almacenes, no a los huidos de Cuba) la cadena francesa Continente. “Voy a ver Simango (sic)”, decía a sus colegas el potencial mangante de turno al salir del recinto escolar.

      Esa tarde la clase de Rebocato tenía las tres horas seguidas con el mismo profesor (comandante de artillería) el cual era un tipo muy directo y campechanote, pero no apto para la docencia pues era bastante cortito de entendederas. El hombre se limitaba a leer el libro de texto de la asignatura que impartia, y a soltar, de vez en cuando, algún que otro chistecillo, sin apenas gracia, ante la modorrera y apatía generalizada del alumnado ocupante del aula.

   Una vez todos dentro de la clase apareció en escena un conserje a comunicar a los alumnos que el mencionado profesor no vendría esa tarde, que enviarían un sustituto para vigilar, y que aprovecharan las tres horas para estudiar a discreción, ya que los exámenes finales se mostraban próximos galopando por el horizonte (es un decir, claro). Ante tal expectativa los alumnos, después de un corto congreso, acordaron que el delegado y el subdelegado de la clase bajaran a hablar con el Jefe de Sección (coronel de infantería de los que ganaron nuestra última  guerra civil) para solicitar permiso con el fin de irse toda la clase a empollar cada cual a su casa respectiva. El susodicho jefe les contestó que nones, y que enviaría al accidental sustituto de marras.

      Llegó el suplente y resultó ser un viejo conocido (profesor de Química) de los alumnos. Un hombre de gran sapiencia en la materia pero que a la hora de explicar se liaba la manta a la cabeza. Tiza en mano llenaba la pizarra con desarrollos de fórmulas que la mayoría de los alumnos no llegaba a entender. En invierno, si no encontraba el cepillo borrador de tiza -normalmente se lo escondían los propios alumnos-, borraba la pizarra con el revés de su abrigo para jolgorio de toda la clase al observar la acción. Además se llevaba el termo con el café y se lo tomaba en clase delante de todo el mundo. Cierta vez a un alumno, de los folloneros/graciosos y con más cara que espalda, le mandó salir de clase por enredar: “Del Molino, coja usted la puerta y sálgase al pasillo”. El muchacho ni corto ni perezoso se dirigió hasta la puerta del aula, la sacó de los pernios y se la llevó al pasillo. Pasado el factor sorpresa del momento y ante la posterior reprimenda del profesor, el alumno le contestó: “¿No me ha ordenado usted que cogiera la puerta y que me fuera al pasillo?”. Risotadas a discreción del alumnado.

      En realidad ese profesor de Química era una buena persona aunque algo despistado y al final  del curso aprobaba a casi todo el mundo, pero esa tarde le pillaron en un mal día ya que bajó a quejarse al Jefe de Sección, exponiéndole las burlas a las que le estaban sometiendo alguno de los alumnos.

     Regresó el suplente al aula acompañado por el coronel y, este, mandó salir a la tarima al delegado y al subdelegado de clase y, acto seguido, preguntó al resto de la clase: ¿Quién está de parte de estos dos?. Un silencio sepulcral se instaló en todo el aula, pero unos segundos después se levantaros cuatro alumnos entre ellos nuestro sin par Rebocato. El Jefe de Sección montó en cólera y ordenó inmediatamente sentarse a los cuatro díscolos que se levantaron en apoyo de los de la tarima. Pero, hete aquí que, después de unos segundos dubitativos mandó levantarse a dos de los cuatro solidarios (a Rebocato y al cuarto levantado no los reclamó), se dirigió a ellos y empezó a repartirles hostias (no de las de pan ácimo consagradas, si no de las que duelen de verdad) a la vez que, entre mamporro y mamporro, bramaba: “¡Comunistas!, que os paga Mao”.

      Decir que a los alumnos, con una media de unos 15 años de vellón por barba -aunque, esta, un tanto escasa en la mayoría de los caras- les sonaba lo de comunistas, pues sabían que eran comecuras y que tenían rabo trasero como el diablo, pero lo de Mao y lo que representaba este, se la traía a todos al pairo en aquellos tiempos, eso el que supiera quien era el susodicho Mao. (Años después, Mao, resultó más popular por aquí a causa de que el inicio de un curso escolar –en algunos colegios de Madrid– se sobresaltó con el escándalo del "Libro rojo del cole", una parodia de “El libro rojo de Mao”, absorbido, aquel, con ganas en Europa en mayo del 68 y que, por fin, llegó a nuestro suelo patrio con una década de dilación).



  Pie de video.- El "peligrosísimo" Libro Rojo del Cole, el cual, menos mal que, llegó a este País con 10 años de retraso respecto a otros países europeos. El dibujante Romeu (el de los de la tropa de "La Liga de los sin bata") ilustró la versión española..


    Acto seguido a los dos fustigados, estos ya calentitos, les ordenó que recogieran sus cosas y le siguieran, y se los llevo cogidos de la oreja hasta la entrada/salida de la institución sindical (un centro de, aproximadamente, un kilómetro cuadrado de superficie, con una gran valla de obra circundando las instalaciones) y rugió a los dos conserjes que vigilaban las entradas y salidas: “Estos dos mequetrefes que no traspasen esta puerta de entrada jamás de los jamases”.

    Esa misma tarde, al final de las clases, se dirigieron unos alumnos, compañeros de los dos represaliados –en representación de toda la clase– al Jefe de Estudios con el fin de reclamar clemencia para con los dos compañeros expulsados, relatándole el caso de la sedición (sic) y la implacable actuación del Jefe de Sección para sofocarla. El Jefe de Estudios –que lucia el típico bigotillo del régimen– los atendió superficialmente y el asunto quedó en agua de borrajas, es decir, continuó el curso y los dos alumnos damnificados y arrojados del recinto (cual Adán y Eva del edén, pues el expulsador también era Ángel, aunque solo de nombre) tuvieron, posteriormente, que empezar a repetir curso en septiembre y en régimen nocturno, para no toparse con el facineroso y justiciero coronel.

    Unos días después, en tono confidencial, les comentaba un profesor de taller, originario de las entonces Provincias Vascongadas, a Rebocato y a otros compañeros de este: “La situación está muy clara, el Jefe de Sección ha echado a vuestros dos colegas y, estos, como no se van a atrever a entrar  en la Institución, al cabo de 15 días en la Sección de Alumnos les darán de baja por no justificar las faltas a las clases y perderán el curso”. Así aconteció.

    Que decir del nivel de conocimiento del mayo francés que tenia nuestro amigo Rebocato en aquellos tiempos, ¿donde ubicar a Saint Denis?. 
¿Quién era Jean Paul Sartre?. Ahora bien, lo de “las hostias siguen cayendo sobre quien habla de más”, visto lo visto, era perfectamente comprensible, no tanto asumible, entonces y ahora mismo.

    Pasado más de un lustro, de los hechos relatados, encontrábase Rebocato cruzando, al anochecer, en el patio de instrucción del cuartel donde estaba prestando servicio militar, obligatorio, para con la Patria, en una bonita capital de provincia de nuestro amplio litoral levantino. Se dirigía al Hogar del Soldado para refrescar el gaznate con cerveza, vino peleón o cubatas de garrafón (a elegir, según el peculio de cada cual) junto a alguno de sus compañeros de armas y le llamó la atención las voces de órdenes que emitía de manera marcial un cabo tomatero, el cual trataba de formar a los soldados  de una compañía para llevar a sus escasos voluntarios al comedor para la paupérrima cena que se servia en aquel cuartel. Rebocato se quedó observando al  susodicho cabo tomatero, porque la voz le resultaba un tanto familiar, y no le costó mucho el reconocer al emisor de las órdenes a pesar de los años transcurridos y de que llevaba uniforma con gorra incluida: Era un muchacho de la tierra del bolo, uno de los dos agredidos y expulsados, en aquel mayo del 71, por el Jefe de Sección de la Institución Sindical Virgen de la Paloma. Más difícil tuvo el cabo en reconocer a Rebocato ya que, este, en el tiempo transcurrido desde el año 71 al 77 había sufrido un estirón tardío de estatura de unos 20 cm. (modestia aparte, y sin ser de Bilbao donde crecen cuando, como y cuanto quieren). Por las formas castrenses que rezumaba el cabo rojo, venía a confirmar que el correctivo al que le sometió, antaño, el Jefe de Sección de la Institución Sindical, tuvo sus frutos ya que las dos escasas filas de la compañía, quedaban prietas, recias y marciales –como decía la canción del antiguo régimen, este aún presente entonces y cuasi ahora– y no denotaba, aquel, atisbo alguno de contaminación de ideas comunistas, ni promaoistas.

    Concluyendo, mano santa para el fin que se buscaba: “El conseguir que la Patria continuara siendo una unidad de destino en lo universal”. La medicina aplicada en aquella tarde calurosa de aquel mayo de aquí, resultó harto eficaz en la orientación de las personas afectadas, sin necesidad de tanto ringorrango, ni tanto despliegue periodístico y policial, como en el del mayo de Paris (ciudad del secreto mejor guardado del mundo: “El permanente mal tiempo que hace por allí”).

   Adolecemos de un trovador que recoja aquellas pequeñas gestas imperiales, con los hechos acaecidos que lograron enderezar el rumbo de  gentes en plena pubescencia, en aquellos años de “paz i ciencia”, con el fin de recordar lo felices que eran los adolescentes, el exquisito trato que recibían, el tremendo potencial educativo del que disponían y el apoyo de profesionales de la psicología a su alcance, durante “aquellos maravillosos años” (dicho sea de paso, magnifica serie americana basada en los problemas sociales de finales de los 60 y principios de los 70 en la que cantaba el Joe Cocker la canción “With a Little Help From My Friends” un tema de The Beatles, para mas señas) en España.

     La cuasi solución para no tener problemas de índole política durante la dictadura, estribaba en no sacar los pies de las alforjas, es decir, tratar de pasar desapercibido. Valga como ejemplo el consejo que dio nuestro Generalísimo a uno de sus ministros llamado Alonso Fueyo,: “Usted haga como yo y no se meta en política”.

  ¿Cabe mayor cinismo?. Una cita que firmaría como suya propia hasta el mismísimo Groucho Marx.



                 HistoriasdeRebocato@mayo-2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario