EL MAYO DEL 71 DE REBOCATO.
“Queda lejos aquel
mayo, queda lejos Saint Denis,
que lejos queda
Jean-Paul Sartre, muy lejos aquel París,
sin embargo a
veces pienso que al final todo dio igual:
las hostias siguen
cayendo sobre quien habla de más.”
(De la canción: “Papá cuéntame otra
vez” Ismael Serrano 1995)
Mucho se ha hablado, y han corrido ríos de
tinta, del tan cacareado, tan traído y tan llevado mayo del 68 francés, cuando
todo aquel español, ya mayorcito, que ahora se tache de “progresista de
antaño”, anduvo por aquellas fechas pululando por el país vecino tratando de cambiar el destino mundo (no
sabemos como cabría tanto gentioprogreespañol en aquel Paris).
A raíz de aquella asonada llegaron los logros
posteriores, por ejemplo: Ya casi nadie recuerda que la derecha francesa arrasó
en las elecciones anticipadas convocadas –a causa de aquellas algaradas– por el
General De Gaulle, el cual no dimitió hasta el año siguiente en el que abandonó
la política. Y que los comunistas y socialistas, paradójicamente, perdieron el
50% de los diputados con respecto a los que tenían en la legislatura anterior. Asimismo muy pocos saben algo
del mayo de Rebocato acaecido en días que, al menos por los lares de la capital
del ahora Reino, no eran “días de vino y rosas”.
Ocurrió en una tarde de mayo del 71 en la
Institución Sindical Virgen de la Paloma de Madrid (en ella se siguió cantando –los lunes por la mañana en rigurosa formación de los 3.000 alumnos existentes– el Cara al Sol hasta el año 1972). Entonces, con aquella edad
y en aquel espacio/tiempo, Rebocato no tenia ni pajarolera idea, ni tampoco
muchos de sus compañeros de estudios –y quizás les importase un bledo– de la
movida del mayo-68 acontecida en Paris. Ni tendrían mucho interés por si había
arena de playa bajo los adoquines, como canta el Ismael Serrano en su canción
“Papá cuéntame otra vez” en la que, el cantautor, trata de plasmar, y de
resumir, toda una época de esperanza con los conocidos resultados finales tan
desencantadores para los perdedores de siempre:
Pie de video.- El Ismael Serrano, tan serrano él.
Aquella aciaga y calurosa tarde –una vez acabada la comida del mediodía en el mencionado centro escolar y después de jugar al futbol, como todos los días lectivos, con ropa de paisano y con zapatos o playeras, según como cada cual fuera calzado al colegio– confluían los alumnos sudorosos y bajo la atenta y vigilante mirada de los padres salesianos de Don Bosco responsables, estos, de la disciplina y educación religiosa, en filas indias perfectamente ordenadas, en silencio y sin duchas previas –no existían en el recinto escolar para los estudiantes, ni de agua fría, ni de agua caliente– camino a las aulas y talleres respectivos para recibir las clase vespertinas de 15 a 18h, antes de las últimas oraciones del día con las que acababa la jornada escolar y regresaba el alumnado a sus domicilios respectivos, hasta la vuelta a la Institución al día siguiente a las 09:00h.
Aquella aciaga y calurosa tarde –una vez acabada la comida del mediodía en el mencionado centro escolar y después de jugar al futbol, como todos los días lectivos, con ropa de paisano y con zapatos o playeras, según como cada cual fuera calzado al colegio– confluían los alumnos sudorosos y bajo la atenta y vigilante mirada de los padres salesianos de Don Bosco responsables, estos, de la disciplina y educación religiosa, en filas indias perfectamente ordenadas, en silencio y sin duchas previas –no existían en el recinto escolar para los estudiantes, ni de agua fría, ni de agua caliente– camino a las aulas y talleres respectivos para recibir las clase vespertinas de 15 a 18h, antes de las últimas oraciones del día con las que acababa la jornada escolar y regresaba el alumnado a sus domicilios respectivos, hasta la vuelta a la Institución al día siguiente a las 09:00h.
Algunos estudiantes contemporizaban su vuelta a
casa previa visita a Simago (pillaba de paso hasta el acceso a la boca del
metro de Estrecho) que era una cadena de almacenes fundada por tres gusanos –que diría Fidel Castro– y que a finales de los 90 los adquirió (a los almacenes, no a
los huidos de Cuba) la cadena francesa Continente. “Voy a ver Simango (sic)”, decía a sus colegas el
potencial mangante de turno al salir del recinto escolar.
Esa tarde la clase de Rebocato tenía las tres
horas seguidas con el mismo profesor (comandante de artillería) el cual era un
tipo muy directo y campechanote, pero no apto para la docencia pues era bastante
cortito de entendederas. El hombre se limitaba a leer el libro de texto de la asignatura que impartia, y a
soltar, de vez en cuando, algún que otro chistecillo, sin apenas gracia, ante la
modorrera y apatía generalizada del alumnado ocupante del aula.
Una vez todos dentro de la clase apareció en
escena un conserje a comunicar a los alumnos que el mencionado profesor no
vendría esa tarde, que enviarían un sustituto para vigilar, y que aprovecharan
las tres horas para estudiar a discreción, ya que los exámenes finales se
mostraban próximos galopando por el horizonte (es un decir, claro). Ante tal
expectativa los alumnos, después de un corto congreso, acordaron que el
delegado y el subdelegado de la clase bajaran a hablar con el Jefe de Sección
(coronel de infantería de los que ganaron nuestra última guerra civil) para solicitar permiso
con el fin de irse toda la clase a empollar cada cual a su casa respectiva. El
susodicho jefe les contestó que nones, y que enviaría al accidental sustituto de marras.
Llegó el suplente y resultó ser un viejo
conocido (profesor de Química) de los alumnos. Un hombre de gran sapiencia en
la materia pero que a la hora de explicar se liaba la manta a la cabeza. Tiza
en mano llenaba la pizarra con desarrollos de fórmulas que la mayoría de los
alumnos no llegaba a entender. En invierno, si no encontraba el cepillo borrador de tiza
-normalmente se lo escondían los propios alumnos-, borraba la pizarra con el
revés de su abrigo para jolgorio de toda la clase al observar la acción. Además se llevaba el termo
con el café y se lo tomaba en clase delante de todo el mundo. Cierta vez a un
alumno, de los folloneros/graciosos y con más cara que espalda, le mandó salir
de clase por enredar: “Del Molino, coja usted la puerta y sálgase al pasillo”. El
muchacho ni corto ni perezoso se dirigió hasta la puerta del aula, la sacó de los pernios
y se la llevó al pasillo. Pasado el factor sorpresa del momento y ante la
posterior reprimenda del profesor, el alumno le contestó: “¿No me ha ordenado
usted que cogiera la puerta y que me fuera al pasillo?”. Risotadas a discreción
del alumnado.
En realidad ese profesor de Química era una
buena persona aunque algo despistado y al final del curso aprobaba a casi todo el mundo, pero esa tarde le
pillaron en un mal día ya que bajó a quejarse al Jefe de Sección, exponiéndole
las burlas a las que le estaban sometiendo alguno de los alumnos.
Regresó el suplente al aula acompañado por el
coronel y, este, mandó salir a la tarima al delegado y al subdelegado de clase
y, acto seguido, preguntó al resto de la clase: ¿Quién está de parte de estos
dos?. Un silencio sepulcral se instaló en todo el aula, pero unos segundos
después se levantaros cuatro alumnos entre ellos nuestro sin par Rebocato. El
Jefe de Sección montó en cólera y ordenó inmediatamente sentarse a los cuatro díscolos
que se levantaron en apoyo de los de la tarima. Pero, hete aquí que, después de
unos segundos dubitativos mandó levantarse a dos de los cuatro solidarios (a
Rebocato y al cuarto levantado no los reclamó), se dirigió a ellos y empezó a
repartirles hostias (no de las de pan ácimo consagradas, si no de las que
duelen de verdad) a la vez que, entre mamporro y mamporro, bramaba:
“¡Comunistas!, que os paga Mao”.
Decir que a los alumnos, con una media de unos
15 años de vellón por barba -aunque, esta, un tanto escasa en la mayoría de los
caras- les sonaba lo de comunistas, pues sabían que eran comecuras y que tenían
rabo trasero como el diablo, pero lo de Mao y lo que representaba este, se la
traía a todos al pairo en aquellos tiempos, eso el que supiera quien era el
susodicho Mao. (Años después, Mao, resultó más popular por aquí a
causa de que el inicio de un curso escolar –en algunos colegios de Madrid– se sobresaltó con el
escándalo del "Libro rojo del cole", una parodia de “El libro rojo de
Mao”, absorbido, aquel, con ganas en Europa en mayo del 68 y que, por fin, llegó
a nuestro suelo patrio con una década de dilación).
Pie de video.- El "peligrosísimo" Libro Rojo del Cole, el cual, menos mal que, llegó a este País con 10 años de retraso respecto a otros países europeos. El dibujante Romeu (el de los de la tropa de "La Liga de los sin bata") ilustró la versión española..
Acto seguido a los dos fustigados, estos ya
calentitos, les ordenó que recogieran sus cosas y le siguieran, y se los llevo cogidos de la oreja
hasta la entrada/salida de la institución sindical (un centro de,
aproximadamente, un kilómetro cuadrado de superficie, con una gran valla de
obra circundando las instalaciones) y rugió a los dos conserjes que vigilaban
las entradas y salidas: “Estos dos mequetrefes que no traspasen esta puerta de
entrada jamás de los jamases”.
Esa misma tarde, al final de las clases, se
dirigieron unos alumnos, compañeros de los dos represaliados –en representación de toda la clase– al Jefe de
Estudios con el fin de reclamar clemencia para con los dos compañeros expulsados,
relatándole el caso de la sedición (sic) y la implacable actuación del Jefe de
Sección para sofocarla. El Jefe de Estudios –que lucia el típico bigotillo del
régimen– los atendió superficialmente y el asunto quedó en agua de borrajas, es
decir, continuó el curso y los dos alumnos damnificados y arrojados del
recinto (cual Adán y Eva del edén, pues el expulsador también era Ángel, aunque
solo de nombre) tuvieron, posteriormente, que empezar a repetir curso en
septiembre y en régimen nocturno, para no toparse con el facineroso y
justiciero coronel.
Unos días después, en tono confidencial, les
comentaba un profesor de taller, originario de las entonces Provincias Vascongadas, a Rebocato y a otros compañeros de este: “La
situación está muy clara, el Jefe de Sección ha echado a vuestros dos colegas
y, estos, como no se van a atrever a entrar en la Institución, al cabo de 15 días en la Sección de Alumnos les darán de baja por no justificar las faltas a las clases y perderán
el curso”. Así aconteció.
Que decir del nivel de conocimiento del mayo
francés que tenia nuestro amigo Rebocato en aquellos tiempos, ¿donde ubicar a Saint Denis?.
¿Quién era Jean Paul Sartre?. Ahora bien, lo de “las
hostias siguen cayendo sobre quien habla de más”, visto lo visto, era perfectamente comprensible,
no tanto asumible, entonces y ahora mismo.
Pasado más de un lustro, de los hechos
relatados, encontrábase Rebocato cruzando, al anochecer, en el patio de
instrucción del cuartel donde estaba prestando servicio militar, obligatorio, para con la Patria, en
una bonita capital de provincia de nuestro amplio litoral levantino. Se dirigía
al Hogar del Soldado para refrescar el gaznate con cerveza, vino peleón o
cubatas de garrafón (a elegir, según el peculio de cada cual) junto a alguno de
sus compañeros de armas y le llamó la atención las voces de órdenes que emitía
de manera marcial un cabo tomatero, el cual trataba de formar a los soldados de una compañía
para llevar a sus escasos voluntarios al comedor para la paupérrima cena que se servia en aquel cuartel.
Rebocato se quedó observando al
susodicho cabo tomatero, porque la voz le resultaba un tanto familiar, y no le costó
mucho el reconocer al emisor de las órdenes a pesar de los años transcurridos y de que llevaba uniforma con gorra incluida:
Era un muchacho de la tierra del bolo, uno de los dos agredidos y expulsados,
en aquel mayo del 71, por el Jefe de Sección de la Institución Sindical Virgen de la Paloma. Más difícil tuvo el cabo en
reconocer a Rebocato ya que, este, en el tiempo transcurrido desde el año 71 al
77 había sufrido un estirón tardío de estatura de unos 20 cm. (modestia aparte,
y sin ser de Bilbao donde crecen cuando, como y cuanto quieren). Por las formas
castrenses que rezumaba el cabo rojo, venía a confirmar que el correctivo al
que le sometió, antaño, el Jefe de Sección de la Institución Sindical, tuvo sus
frutos ya que las dos escasas filas de la compañía, quedaban prietas, recias y marciales –como decía la canción del antiguo régimen, este aún presente entonces y cuasi
ahora– y no denotaba, aquel, atisbo alguno de contaminación de ideas
comunistas, ni promaoistas.
Concluyendo, mano santa para el fin que se
buscaba: “El conseguir que la Patria continuara siendo una unidad de destino en lo
universal”. La medicina aplicada en aquella tarde calurosa de aquel mayo de
aquí, resultó harto eficaz en la orientación de las personas afectadas, sin
necesidad de tanto ringorrango, ni tanto despliegue periodístico y policial,
como en el del mayo de Paris (ciudad del secreto mejor guardado del mundo: “El
permanente mal tiempo que hace por allí”).
Adolecemos de un trovador que recoja aquellas
pequeñas gestas imperiales, con los hechos acaecidos que lograron enderezar el
rumbo de gentes en plena
pubescencia, en aquellos años de “paz i ciencia”, con el fin de recordar lo
felices que eran los adolescentes, el exquisito trato que recibían, el tremendo
potencial educativo del que disponían y el apoyo de profesionales de la
psicología a su alcance, durante “aquellos maravillosos años” (dicho sea de
paso, magnifica serie americana basada en los problemas sociales de finales de
los 60 y principios de los 70 en la que cantaba el Joe Cocker la canción “With a Little Help From My Friends” un tema de The Beatles, para mas
señas) en España.
La cuasi solución para no tener problemas de
índole política durante la dictadura, estribaba en no sacar los pies de las
alforjas, es decir, tratar de pasar desapercibido. Valga como ejemplo el
consejo que dio nuestro Generalísimo a uno de sus ministros llamado Alonso
Fueyo,: “Usted haga como yo y no se meta en política”.
¿Cabe mayor cinismo?. Una cita que firmaría
como suya propia hasta el mismísimo Groucho Marx.
HistoriasdeRebocato@mayo-2013
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