UNA PLÁCIDA MAÑANA DE PLAYA Y “EL ABUE”
Aconteció que estando Rebocato, una
cálida tarde de verano en el tanatorio –ante el “abue” de cuerpo presente-, un
tanto resacoso, aquel, debido a la larga noche anterior de vigilia
a resultas de una inevitable fiesta improvisada, vacacional/vocacional,
chuletera (de cordero lechal, por supuesto) y agostera (no digamos Comunera
para no caer en nazzionalismos baratos) acaecida en la Meseta Castellanovieja,
y salida por piernas a la mañana siguiente, de amanecida, desde nuestro pueblo
castellanoviejo hacia el Levante peninsular español y, para mas INRI,
conduciendo cara al sol –así sobrevivimos cantando en este país, prácticamente, 40 años,
con camisas más bien viejas, contradiciendo a la letra de la afamada y
cuartelera canción, en aquella larga noche de dictadura– casi todo el viaje, al
recibir de su contraria la comunicación del deceso del “abue”, por otra parte
ya anunciado, pero no por ello no menos imprevisto por lo rápido en que
sobrevino, aunque cumpliendo los vencimientos médicos sabidos de antemano,
los cuales nunca acaba uno de creérselos.
Aquella tarde de duelo y sentimiento en el
tanatorio pertinente, le barruntaba a Rebocato por su, aún, embotada cabeza a
causa de la ingesta etílica en el cuasi sarao nocturno, que unos 10 años atrás
volviendo a la casa de la playa de los abues sobre las 14:00h. –después de
haber estado con la familia tomando el sol y los respectivos baños en el mar a
lo largo de aquella mañana veraniega– que el “abue” estaba esperándoles sentado
a la puerta de acceso de la entrada de coches de la casa de la playa, con su
perro pastor alemán, este ojo avizor, contemplativo y un tanto indolente, a su lado.
El “abue”, al ver aparecer a toda su prole propia
y arrimada (hijas, nietos y yernos) en sendos coches, inquirió a la “abue” (su
mujer, que fue, por sus premuras, la primera en descender de uno de los coches)
con cara y voz de pocos amigos:
–¿Donde
andamos con las horas que son?.
La “abue” barruntándose el percal enfiló rauda
y veloz desde el coche, hasta la cocina de la casa sin decir esta boca es mía.
Los “abues”, ya mayorcitos, formaban un
matrimonio a la antigua usanza, con las funciones de cada cual bien definidas en su, ya luenga, vida conyugal, es decir, como mandaban los cánones entonces:
El marido a su trabajo, con el fin de ganar el pan con el sudor de su frente para
sustentar a la familia, y la mujer a parir sus hijos con dolor (en este caso
hijas, que duelen lo mismo pero menos), a sus quehaceres domésticos y a la
educación de los hijos (hijas en este caso).
Antes de los hechos arriba relatados, esa
mañana sabatina y playera de verano, el “abue” se fue a primera hora al trabajo; sus hijas, después, convencieron a la “abue” (la madre de ellas) para que se
fuera con ellas, con los yernos y con los nietos a la playa. La mujer se hacía
la remolona, no estaba por la labor, y quería quedarse en casa, con el fin de
tener la comida lista para cuando regresara del tajo su consorte; no obstante,
ante la insistencia, un tanto cansina, de aquellas se dejó convencer y, no sin
cierto regomello (y regomeyo, para los asiduos a la RAE), accedió a sus ruegos.
Ya instalados en la playa, a medida que
transcurría la mañana, la mujer, de vez en cuando, dejaba caer un: “Volvamos a
casa por si regresa papá”, y las hijas como el que oye llover: “Que esperara.
Que no pasaba nada. Que la comida la harían entre todas en un periquete. Que
estamos en otros tiempos y que ya está bien de fastidiarse siempre las mismas”.
Como consecuencia pasó la mañana y al volver todos
a casa ya estaba el “abue” esperando con cara de inquisidor, sentado a la
entrada de la vivienda con el perro tumbado a su vera, soltando la frase ya
conocida y arriba anunciada, que tanto la mujer como sus hijas pillaron
rápidamente al vuelo y, sin rechistar (daños colaterales, para las féminas, de
aquellos tiempos de atrás tan recalcitrantes del machismo, era lo que había en
aquella representación de la vida), enfilaron, unas detrás de otra, hacia la
cocina.
Evidentemente, después de lo acontecido aquella agitada mañana, a la “abue” no se le volvió a ocurrir, el irse jamás de
los jamases, a la playa si no iba con ella su antónimo; y es que si un
matrimonio ha funcionado bien, a su manera, a lo largo de muchos años, los
consejeros matrimoniales, aunque bienintencionados, están de más en los asuntos
de la convivencia matrimonial clásica, y son los principales causantes de los
posibles daños colaterales que acontezcan en la convivencia de la pareja, como a veces decía nuestro labriego castellanoviejo.
Pero no nos engañemos, actualmente, con nuestra
legislación vigente, si no existiera el matrimonio no sería necesaria la posibilidad
de ejercer el divorcio.
Retomemos el caso de Rebocato en el tanatorio:
Llegó la hora de desalojar la “morgue”, dejando
a los finados, de las diferentes salas, allí ingresados, y a buen recaudo, hasta la mañana siguiente en
que se llevaría a cabo el funeral del “abue” y el de los demás extintos a las
horas convenidas de antemano. Salieron todos los familiares y allegados de los fiallecidos del
recinto y se dirigieron, en los coches pertinentes de cada cual, a sus
casas respectivas con el fin de tratar de descansar.
Al llegar Rebocato y familiares íntimos, ya de
noche cerrada, a la casa de los “abues” cercana a la playa, todos observaron
con extrañeza que el perro de marca “pastor alemán” estaba fuera esperando a la puerta de entrada de coches
(nunca se supo como consiguió saltar la valla exterior que circundaba la parcela y vivienda) y a Rebocato, que salió el primero del coche, se le heló el corazón (y
eso que, aún, no había leído –no estaba publicado, ni quizás todavía escrito-
“El corazón helado” de la Almudena Grandes) debido a que, por un momento, le
pareció ver y oír –como en aquella mañana de verano a la vuelta de la playa– al
“abue” sentado a la entrada con su perro, inquiriéndoles:
–¿Donde andamos con las horas que son?.
HistoriasdeRebocato@agosto
2013
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