“Yo no soy supersticioso porque dicen que da mala suerte” (Ya lo dijo quien lo dijo).
Se dice, se comenta, se rumorea, nos
han dicho que han oído que decían…. que la superstición al número 13, en el
mundo cristiano, tiene su origen en la última cena de Jesucristo con sus
Apóstoles. Quizás de ahí viene lo de “siente a un pobre en su mesa” en la cena
de Nochebuena (ver la magnífica película “Plácido” de Luis García Berlanga, con el fin de no olvidar como éramos). En el caso de ser
13 los comensales, se sale a la calle, se trinca a un indigente y se le sienta a
la mesa, con lo que se rompe el posible mal fario y, “de paso” (como cantaba el
Aute) reconforta a la familia que lo acoge.
Ya había antecedentes en el judaísmo
donde al 13 se le consideraba un número de mal agüero (nada que ver con el Kun
futbolista), debido a que coincidía con la suma total de genios y de espíritus
del mal.
En la mitología nórdica/vikinga,
también, el 13, es de lagarto, lagarto, a causa de que el dios Loki ocupaba
el puesto número 13 en el panteón
de dioses. Aconteció, en su día, que se celebró un banquete con 12 dioses y se
olvidaron de convidar a Loki (esto nos recuerda al cuento de la Bella
Durmiente y el olvido de invitar al bautizo a la hada Maléfica –evolucionado, después, a bruja malvada–). El hombre (perdón el dios) se exasperó y se presentó en el gaudeamus
con un cabreo bastante considerable, más que nada por el feo que le hicieron a
resultas del olvido, se sentó y ocupó el asiento 13. Después se organiza un
pandemonio, de mírame y no te menees, y acontece la muerte del dios Bálder
(Baldr para los bilingües) ocasionada con una ramita de muérdago, a lo único que, ese
dios, no era inmune.
Ángel Nieto, nuestro laureado piloto zamorano –13 veces campeón mundial de motociclismo– siempre dice/decía: 12+1, y fue, a pesar de las precauciones tomadas, ese número fatídico para él, ya que no volvió a ganar otro campeonato mundial jamás de los jamases.
Ángel Nieto, nuestro laureado piloto zamorano –13 veces campeón mundial de motociclismo– siempre dice/decía: 12+1, y fue, a pesar de las precauciones tomadas, ese número fatídico para él, ya que no volvió a ganar otro campeonato mundial jamás de los jamases.
Los integrantes de la Familia Real española tienen reservados los
números de DNI del 10 al 99, posiblemente para que pueda cada miembro de ella
memorizar el suyo más fácilmente al contener solamente dos dígitos.
El número de Don Juan Carlos es el 10, el de Doña Sofía es el 11, el
de la Infanta Elena es el 12, el de la Infanta Cristina es el 14 y el del Príncipe
Felipe (futuro Felipe VI, algunos anhelan que esta vez sea de verdad “el Breve”
como auguraban a su padre ya antes de tomar posesión de la corona) es el 15.
El 13 se invalidó por si acaso, es decir, por superstición.
Recordad que con el reciente lío que, algunas maléficas
gentes del entorno de Hacienda, han montado en torno a la infanta Cristina,
salen otros treces a colación y campando a sus anchas: Hay 13 notarios y 13 son
las fincas con una tasación de 1,4 millones de euros. Con estas cifras y con
los DNI 12 y 14 asignados a las infantas no es de extrañar que en la Hacienda
Pública se haya liado tal maremágnum, ya que, no se sabe si existen 13 Apóstoles,
si son 14 las fincas vendidas, si son 12 las infantas y si son 1,4 los notarios
que tramitaron el bollo. Posiblemente si la infanta que está o estaba bajo sospecha
(al final parece ser que se han equivocado todos los notarios) la hubieran
asignado el DNI 13 ya estaría en presidio (Dios no quiera que se vea, la pobre,
en esos bretes sin comerlo ni beberlo).
Expuesto lo anterior, ciñámonos al guión y
volvamos al valle de lágrimas, es decir, a nuestro mundo real, el de los súbditos de a pie:
El labriego, ya con 12 retoños en su haber, se
enteró, no se sabe muy bien si por
el papel (periódico) de la barbería, bando del Ayuntamiento, secretario
municipal, maestro escuela, párroco de la parroquia, boticario de la botica, o
cualquier otro medio o ente de las fuerzas vivas existentes (pero vaya usted a
saber ahora el cauce revelador después de sobrepasado más de medio siglo) en nuestro pueblo castellanoviejo, de
que el Instituto Nacional de Previsión concedía, a través de la Caja Nacional
de Subsidios Familiares, premios a la natalidad. Dichos premios los entregaba
anual y personalmente cada Gobernador Civil, en su provincia respectiva, a las
familias ganadoras (y algunas de ellas pseudo ganaderas) de las que previamente
opositaban al certamen.
Está escrito: “Creced y multiplicaos”.
Pero sobre los premios en metálico, resultantes de poner en práctica el mandato
divino, no nos consta que conste algo en las Sagradas Escrituras. Obviemos el antiguo dicho popular de que un
nuevo hijo viene con un pan bajo el brazo, porque eso era antes y no siempre se
cumplía. Lo que si es cierto es que, hoy en día, a un hijo no se le acaba de
amortizar nunca jamas. Se ponga uno como se ponga.
Púsose, el labriego, manos a la obra (al
papeleo, no al mandato divino) y se tramitaron, vía oficial, los pliegos
correspondientes para aspirar a alguno de dichos premios (no sabemos si anteriormente se hubiera metido en
harina para optar a alguno de ellos).
Y… "And the winner is (que bonito es
saber idiomas): Rebocato" (ya estáis al tanto, los que
continuáis y sufrís, en vuestras carnes las historias de este, de nombre
fingido, que, gracias a la guerra civil -aunque no nos consta que, él, fuera el
causante de ella-, no llegó a llamarse realmente así en la vida real ni, tan siquiera, en Vila Real).
Pues sí, Rebocato resultó ser el ganador del
primer premio de natalidad de su provincia en el año de su nacimiento. Por supuesto contando con la inestimable ayuda del resto de sus otros once hermanos que le antecedían. ¡Ay!, los celos cuán protervos
son. En total 15.000 pesetas de vellón, de las de entonces, para la familia y,
también, medalla oficial de bronce (no eran tiempos para medallas de oro, ya
que este se lo llevaron, durante la guerra civil a Moscú, según contaban los
maestros de la Escuela Pública y la maquinaria propagandista del Régimen -el tan traído y llevado oro de Moscú, más bien solo
llevado-) depositada dentro de una cajita de madera forrada, exteriormente, con piel
marrón oscura e interiormente con papel de fantasía, con su imperdible, también
de bronce, que se unía a la medalla con una banderita nacional en tela rojigualda.

Pie de fotos: Cara y cruz de la
medalla de marras ganada con la venida al mundo de Rebocato y con ayuda de sus hermanos/as/es que le precedieron. Inexplicablemente –para aquellos tiempos de “paz i ciencia"– de dos rombos, (como el aviso con ellos en la televisión en las películas supuestas ¿eróticas?) por aparecer la madre en bolas y tratando de controlar a sus, presumibles, vástagos díscolos.
El evento no sería “la más alta ocasión que vieron los siglos” (tal como dicen que dijo don Miguel de Cervantes, refiriéndose a la batalla de Lepanto, cuya victoria supuso, en aquel tiempo, la salvación de la cristiandad europea ante la amenaza otomana, a pesar de que, ambas culturas, tenían mucho más en común de lo que entonces se rumiaba), pero habría que revisar los anales municipales –caso de que no se quemaran en un pequeño incendio ocurrido en el Ayuntamiento muchos años después del nacimiento de nuestro amigo–, para comprobar si el pueblo castellanoviejo, donde vio la luz del sol por vez primera Rebocato, ganó alguna otra competición a nivel provincial hasta la venida al mundo de él.
Los primogénitos del elegido, llegado
el momento, se desplazaron hasta la capital de provincia, vía coche de línea
(ahora autobús con equipajes en las entrañas en lugar de en la baca como
entonces -a las gallinas tenia que darles el aire-), donde recibieron el premio,
entregado en persona por el Gobernador Civil, rodeados y agasajados por
autoridades civiles, militares y eclesiásticas; con ofrendas de pastas y
licores varios; con boato y parafernalias incluidas, no sabemos si, también, con
fanfarrias y chirimías.
No se han conservado fotos que
inmortalizaran el acto, en el supuesto de que aquellas se realizaran para la
sección “ecos de sociedad” en el periódico provincial perteneciente a la red de
prensa del Movimiento. Asimismo resultó una pena la falta de presencia de
cámaras de televisión que, casualmente, empezó a emitir ese mismo año en Madrid
(Arias Salgado, ministro de Información y Turismo, anunciaba: “Hoy,
día 28 de octubre, domingo, día de Cristo Rey, a quien ha sido dado todo
poder en los Cielos y en la tierra, se inauguran los nuevos equipos y
estudios de la televisión española”),
con lo cual se hubiera dado una mayor cobertura al evento, pero en esa
provincia, aún no había instalaciones, ni equipos móviles de TV., ni falta que
les hacía, ni casta que lo fundó, dicho sea de paso.
Pasó el tiempo y un año y medio
después nació el retoño nº 13 de la familia de nuestro labrador
castellanoviejo. Tuvo, aquel, la mala suerte de venir al mundo “débil y
enfermizo” (como gritaba la enciclopedia de Álvarez sobre nuestro último Habsburgo: Carlos II). Tal es así que un anciano, vecino del
labriego y con nombre de mes veraniego, todas las mañanas –no digamos ya si tocaban las campanas de la
iglesia a clamor (a muerto)– lo primero que hacía era acercarse a la casa de los padres del neonato y, abriendo el portón de la parte de arriba de la puerta de entrada,
caso de que no estuviera abierto, clamaba voz en grito en el portal:
-Buenos días nos dé Dios, ¿Sa’muerto ya la
criatura?
-Dios nos los dé buenos, aún no le llegó su
hora –se le respondía.
Y es que el detalle era de agradecer, no nos
engañemos, en aquellos tiempos la relación entre vecinos era como mucho más
cercana y bastante más cálida, que la distante y fría de los tiempos actuales
“que nadie conoce al vecino”, como canta el Serrat en “A quien corresponda” :
La criatura nº 13 no mejoraba, y la bienintencionada
suegra del labriego (aunque, ya se sabe, no hay suegra buena para todo yerno en
sus cabales que se tercie) trató de influenciar sobre su yerno con el fin de
que recurriera al galeno del pueblo de al lado, al que consideraban una
eminencia por aquellos lares, y que obviara (que coños significará este
palabro, diría la abuela materna de Rebocato) al médico de iguala local. El
labriego hizo caso omiso del consejo, y encomendándose al Sagrado Corazón de
Jesús (del cual era muy devoto y el día de la fiesta del Corpus Christi –"Cuerpo
de Cristo" para los bilingües y para los no bilingües– pujaba con dinero en la subasta de la iglesia
local para subir la imagen del Sagrado Corazón hasta su peana, previa vuelta
interior alrededor de la iglesia con la imagen en sus manos y con su mujer e
hijos acompañándolo, detrás, en procesión, ante los cánticos del resto de la
feligresía) siguió confiando en su médico, cosa rara en él ya que, nuestro
labriego, si le visitaba, a él, la enfermedad y en su casa le aconsejaban que
acudiera al médico clamaba: “Ni médicos, ni médicas”. Sin embargo, eso no era
óbice para automedicarse, alguna vez que otra, con algún comprimido de Okal, o
bien echar mano de los reparadores fomentos, tanto para él, como para sus hijos, como para
las caballerías.
Siempre reconforta, y es de un gran apoyo
moral, que la familia y el vecindario se preocupen y se interesen por la salud
de los seres queridos afines de sangre y de la de sus convecinos,
respectivamente.
Aconteció que, el médico eminente del pueblo vecino –a los pocos
días del consejo de la suegra a nuestro labriego– contrajo un resfriado
veraniego mayúsculo del que tardó bastante en recuperarse, con lo que nuestro
labrador, aprovechando la coyuntura. comentó a su querida madre política: “Vaya
un médico que me recomendó usted, que no sabe ni curarse a si mismo, como para
encomendarse a él”.
El transcurrir de los años le dio la razón a
nuestro labriego, pues al galeno
“eminente” empezó a recordársele en la comarca como don Aniceto
“quepadescanse”, y en cambio su hijo, el del número de la superstición, siguió
vivito y coleando.
Afortunadamente el niño, como ya se ha
anunciado, venció todas sus dificultades físicas; hándicaps vecinales a base de preguntas por su estado de salud; algún
traguito, como reconstituyente, de vino cosechero -clarete y ácido como él
solo- suministrado con porrón por el padre (de perdidos al río); una cucharada
de linimento del bigotudo Sloan, confundido -por su madre al suministrárselo en
la cocina casi a oscuras (con el fin de ahorrar fluido, y no era por ecologismo
que entonces aún no existía este) únicamente alumbrada con los pequeños
destellos ocasionados por el fluctuar de las llamas de los cándalos prendidos
en la lumbre baja- con el jarabe para combatir la tos; un trago de la botella
de lejía ingerido voluntariamente, aunque por error, y sin ayuda externa, que
provocó risas entre sus hermanos pequeños, aunque algo mayores que él, al verle
vomitar y enterarse de la accidental ingestión; un choque de su enclenque
cuerpo contra el lateral de un 600 al cruzar sin mirar, y dentro del pueblo, la
carretera comarcal (el conductor del vehículo le prometió una gran bolsa de
caramelos que entregaría al boticario, presente, este, para los primeros
auxilios al chocado, y que nunca llegaron “los chuches” -que diría en la tele,
muchos años después, el Presidente Mariano en “Tengo una pregunta para usted”-
a la casa de nuestro labriego.
Pero, eso sí, al muchacho le duró la ilusión por recibirla una temporada larga y, además, aguantar la mofa de sus hermanos próximos en edad que le recordaban que jamás de los jamases la recibiría); una soberana somanta, como para él solo, suministrada por su progenitor por hacer novillos (mano de santo para evitar posibles recaídas posteriores en la tentación de las pellas); envaramientos (no de vara) varios por la fuerza del llanto, el cual le provocaba: el quedarse tieso, encanado y ponerse de color morado; y se solucionaba el trance atizándole palmetazos en la espalda para que reaccionara y rompiera a llorar de nuevo; lo que era la pescadilla que se muerde la cola, pues recuperaba la jimplera y el posterior entumecimiento.
Pero, eso sí, al muchacho le duró la ilusión por recibirla una temporada larga y, además, aguantar la mofa de sus hermanos próximos en edad que le recordaban que jamás de los jamases la recibiría); una soberana somanta, como para él solo, suministrada por su progenitor por hacer novillos (mano de santo para evitar posibles recaídas posteriores en la tentación de las pellas); envaramientos (no de vara) varios por la fuerza del llanto, el cual le provocaba: el quedarse tieso, encanado y ponerse de color morado; y se solucionaba el trance atizándole palmetazos en la espalda para que reaccionara y rompiera a llorar de nuevo; lo que era la pescadilla que se muerde la cola, pues recuperaba la jimplera y el posterior entumecimiento.
Sin embargo, a pesar de todos estos avatares,
accidentes diversos, malos augurios y de que de impúber siempre se criara un
tanto parco y escaso en carnes, es decir, bastante tirillas, no fueron
impedimentos suficientes para que el número 13, saliera divinamente adelante
(es un decir) a pesar de las complicaciones que se le presentaron en el duro
transcurrir de la infancia.
El labrador, ya con otra criatura en el zurrón y con
renovados brios, decidió optar, de nuevo, al premio provincial de natalidad. Por
lógica se supone que pensaría (desdeñe el lector todo afán de lucro en aquel,
pero necesidad obliga): “Si, el año pasado, con 12 hijos conseguimos el primer premio, con 13
arrasamos”. Pero hete aquí que, entre otros, también presentó candidatura, al
concurso provincial, un matrimonio que poseía 14 hijos y, si bien no vivían
todos ellos, eso no fue impedimento para que les concedieran el primer premio,
quedando relegada la familia de nuestro labriego castellanoviejo al 2º premio, el cual consistía en
5.000 pesetas, aunque, eso sí, la medalla era idéntica (de bronce de ley) a la
del primer premio conseguido anteriormente con el nacimiento de Rebocato.
Las medallas se guardaban en un cajón inferior del armario ropero de lunas, sito en la sala de la planta baja de la casa de nuestro labriego y, durante mucho tiempo, se enseñaron con orgullo (las condecoraciones) a todo hijo de vecino del pueblo que se acercara, con cualquier excusa, al hogar de la familia supernumerosa de Rebocato. Pero ya, los componentes de aquella, convivían con un regustillo amargo por haber quedado relegados, ese año, al 2º puesto del premio provincial de natalidad. Nunca volverían a presentar nueva candidatura.
Ignoramos el por qué el labrador se plantó con
los 13 y no continuó compitiendo, de año y medio en año y medio, y al más alto nivel, en la pugna provincial de
familias numerosas. Quizás influyó el factor tiempo de su mujer ("se me secó la
parra", dijo él alguna vez), la cual ya había sobrepasado la cuarentena (nos referimos a
los años, no a los días posparto, que también). Lo que está claro es que no
sería por motivos religiosos y aún menos por un ataque de pánico, de nuestro
labriego, a la triscaidecafobia.
PD.-
Solo para hermanos de Rebocato iniciados en la Enciclopedia Álvarez y presentes
en la ocasión o de oídas al número 13 y al 12:
-Trucos.., trucos, trucos...
-Me espanto.., me espanto..,
me espanto..
-Zelipe (sic) Segundo.
-Terevinto y Cutepla (estos no aparecían ni en El Parvulito). La burra blanca y la burra negra gitana (también brillaban por su ausencia en él)-
-Terevinto y Cutepla (estos no aparecían ni en El Parvulito). La burra blanca y la burra negra gitana (también brillaban por su ausencia en él)-
HistoriasdeRebocato@agosto2013
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