6 de junio de 2014

EL CEBOLLERO 2


                    EL CEBOLLERO (Tostón 2º)


   Pie de foto: Tal que así eran el carro y el macho de nuestro cebollero, este no aparece en la instantánea por mantener la intimidad. Aún no pululaban los paparazzi y existía el respeto para con las personas famosas.


       Una bonita mañana veraniega del mes de julio yendo a segar nuestro labriego con toda su prole, todos acomodados (es un decir) en el carro tirado por los sin par Terevinto y Cutepla, aconteció que, uno de los hermanos más mayores de Rebocato, contó la hilarante, y triste a su vez, historia del reencuentro del hortelano -que este, en su día, le había referido en la intimidad a aquel- cuando ofertando cebollas, lechugas, pimientos y otros productos huertanos se topó, accidentalmente, con la que fuera su efímera pareja de baile en las fiestas mayores del pueblo de al lado. Ante las risas que provocó el relato en todos los ocupantes del carro, sobre todo por lo de definirse, el hortelano, como de profesión practicante y su causa posterior de ridículo en el reencuentro, el padre labriego castellanoviejo, conductor del carro, intervino inquisidor, sin perder de vista el camino con el fin de eludir los mojones de las lindes y con ello tratar de evitar el traqueteo del carro:

       –Claro que el hortelano es practicante y, además, por partida doble, pues es practicante católico, ya que cumple todos los domingos y fiestas de guardar con el precepto divino del tercer mandamiento de la Ley de Dios y, además, practica con las hortalizas, con las que se gana honradamente el sustento con su oferta al público por estos pueblos de Dios.

     Reseñar que el año anterior nuestro conocido hortelano empleó gran parte de la extensión de su huerta en la siembra de patatas resultando que cayó un helazo (habría que reivindicar este palabro a la RAE) tardío y toda la cosecha de tubérculos del patatar se fue al garete.

      Al pasar, los del carro, al lado de la huerta de nuestro huertano, la cual estaba en dirección a las tierras adonde se dirigían, ese día, a tirar de hoz, el labriego dejó caer:

      –El hortelano ha escarmentado, como el año pasado se le helaron las patatas este año ha plantado ajos.

      De vuelta al mediodía a casa, y una vez comido el consabido cocido y echada la siesta pertinente, por la tarde salieron de nuevo para continuar la siega, en la misma tierra de por la mañana y, por tanto, pasando por el mismo sitio y, estando a la altura de la huerta de marras, Rebocato comento a sus hermanos parafraseando a su padre:

         –Éste año el hortelano ha escarmentado, como el año pasado se le helaron las patatas este año ha sembrado ajos.

     Nuestro labriego, padre de los ocupantes del carro, guiaba  a este sentado a horcajadas sobre su vara –con las piernas colgando– en cuya prolongación final estaba el yugo al cual iban uncidos con sus colleras y ventriles los machos Terebinto y Cutepla tirando del carro y a los cuales, el labrador, animaba muy de cuando en cuando, bien con la tralla, bien con la vara de la misma, y al escuchar las palabras remedadoras de Rebocato hizo caso omiso de ellas y se llegó a la tierra de siega sin mayor novedad entre el revolotear y zumbido de algún que otro tábano tostonero que pululaban despistados sobre las cabezas, cubiertas con sombreros de paja, de los montados en el carro e incluso sobre las orejas y los bajos de los machos.

      Al caer el sol, después de la siega, y ya retornando a casa pasaron, de nuevo, junto a la huerta y Rebocato, tentando la suerte, pues sabía de sobra como se las gastaba su progenitor, volvió a largar:

         –Éste año el hortelano ha escarmentado, como el año pasado se le helaron las patatas este año ha sembrado ajos.

      Nuestro labriego no aguantó más el escarnio, dio un giro de 90 grados y con la tralla en mano lanzó un varazo acertado en mitad de la cabeza de Rebocato lo que provocó la mofa y risotadas de los hermanos de este.

    Mano santa, a pesar de que al día siguiente tornaron por el paso obligado al lado de la huerta para acabar de segar el trigo de la tierra de marras, en ese mismo instante se hizo el silencio en los ocupantes del carro, con algunas risas contenidas, de los hermanos de Rebocato, eso sí, reprimidas, voluntariamente, por miedo a posibles réplicas de varazos tralleros del padre.

    El asunto del hortelano, manifiesto practicante accidental en baile nocturno, quedó zanjado. No se volvió a mentar en muchos años, al menos en presencia del primogenitor, el helazo del patatal/patatar de regadío del hortelano, a pesar de las repetidas veces en que volvieron a pasar ante su huerta Rebocato y acompañantes.

      Tampoco nos consta que el hortelano, ni voluntaria ni fortuitamente, volviera con su carro a ofrecer sus magníficos productos huertanos a las gentes del pueblo donde residía la moza, otrora su compañera de baile ocasional, ni tan siquiera si alguno de los dos, o ambos, llegaran a unirse en sagrado matrimonio.  Lo que pudo ser un bonito romance quedó en agua de borrajas todo por culpa de la huerta.


         HistoriasdeRebocato@junio-2013

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