EL ROBO DEL COCHE DEL “ABUE”
Llevaba asentado Rebocato, en una
capital de provincias cuasi costera y no cantábrica, ni atlántica, ya más de un
año, disfrutando de la tranquilidad (entonces casi de pueblo) de esa ciudad
donde habitaba, aunque aún no había desaparecido del todo la depresión que le
invadía a causa del nada desdeñable cambio de ambiente con respecto a sus
anteriores años vividos en la capital del Reino –la ciudad de los Mentideros
que eran, estos, los lugares donde se reunían las gentes en la época del Siglo
de Oro, a pegar la hebra sobre lo divino y sobre lo humano, y lo que fuera
menester– y en esto que una tarde recibe una llamada telefónica del “abue”, el
cual le anuncia:
–Rebocato me han robado el coche esta misma
noche.
Rebocato que se encontraba con la modorra (no
nos referimos a su contraria) de la siesta le contesta un tanto adormilado:
–¿Y qué quiere que yo le haga?: Vaya a la
comisaría de policía y ponga la denuncia pertinente.
El “abue”, al otro lado de la línea, apunta:
-Pues que vengas con tu coche y nos vamos a
buscar el mío a La Barranquilla (se va el caimán, se va el caimán…), la
denuncia la he puesto esta mañana ya que no he tenido que ir al tajo a la
azulejera.
A Rebocato, venido de la gran ciudad donde residió
durante bastantes años de su juventud, le chocó sobremanera que uno mismo
pudiera encontrar con sus propios medios un coche robado, pero su mujer le puso
en antecedentes y le animó a ponerse manos al volante para emprender la
búsqueda en compañía de su querido suegro, cuales Quijote y su fiel Sancho
cabalgando por la Meseta con el fin de desfacer los entuertos que se les
presentaren.
El suegro
disponía, hasta ese día, de un Seat 850 Especial (él lo consideraba casi
espacial) y parece ser que era bastante frecuente, en la ciudad de marras, que
muchos de los coches sustraídos aparecieran en La Barranquilla, una barriada
sita en los arrabales de los arrabales de una localidad, próxima a la ciudad
donde moraba ahora Rebocato, con una barriada pródiga
en manguis dedicados a trapicheos varios como el menudeo de la droga y a
otros entreteneres con los que tratar de subsistir, aparte de la mucha gente, trabajadora
o en paro, respetable y honrada que también moraba, y mora actualmente, en ese
paraje.
Pie de foto.- El flamante SEAT 850 Especial del “abue”
Dicho lugar no se menciona en El Quijote (Capitulo III, donde se arma, el luego “caballero de la triste figura”, caballero) cuando el ventero socarrón sigue el rollo a don Quijote y le dice que él, en los años de su mocedad, había andado trajinando por diversas partes del mundo buscando aventuras, sin que hubiese dejado de visitar lugares donde moran prójimos principales que son reflejo y licenciatura de rufos y murcios (nada que ver con murcianos) porque en ellos reina el hampa, tales como: los Percheles de Málaga (antaño famosos por el secado del pescado, para el que se usaban perchas en los cuales se colgaba el pescado y era una zona concurrida por gentes díscolas y libertarias del vivir al día e industriosas cuando les apretaba la necesidad), las Islas de Riarán (conjunto de casas ubicadas extramuros de la ciudad de Málaga), el Compás de Sevilla (lugar de mancebía surtido de izas y rabizas), el Azoguejo de Segovia (“azogue" –del árabe, “mercado”–), la Olivera de Valencia (corral de comedias donde coexistían el lumpen social y la anarquía), la rondilla de Granada, la playa de Sanlúcar (lugar de delincuentes predispuestos a “tirar la jábega” y no para pescar peces precisamente), el Potro de Córdoba (mentada también en “Rinconete y Cortadillo” y que en el Siglo de Oro era lugar de reunión de pícaros y maleantes de la ciudad), las Ventillas de Toledo (sitas en los accesos a la ciudad y referente de paso de trajinantes, dejados y maleantes al igual que los cicateros en la plaza de Zocodover de esa ciudad), y otras diversas partes donde había ejercitado la ligereza de sus pies y sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, secuestrando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas, y engañando a muchos pupilos, y finalmente, dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España.
Así pues Rebocato un tanto malhumorado, a causa
de la siesta interrumpida, se montó en su coche y recogió a su suegro que se sentó
a su vera de copiloto, poniendo rumbo a La Barranquilla.
Una vez allí se dedicaron a callejear sin
bajarse del coche en busca del “850 Especial” del “abue”, con el resultado de
que no dieron con él. Eso si nuestro amigo Rebocato conoció la zona y, aunque
no tuvieron incidente alguno con los lugareños del lugar, no le quedó gana
alguna de volver a visitar aquellos lares, ignotos hasta ese día, para él.
De vuelta a la ciudad el “abue” comenta que:
“mejor
nos acercamos al Grao” (el puerto de la ciudad que se encuentra a unos pocos kilómetros
de esta).
Rebocato, haciendo de tripas corazón y ya casi
pensando que le está tomando el pelo su acompañante, enfila un tanto molesto por
la carretera recto hacia la costa.
Ya en el Grao se dedican a callejear con el
coche y…¡Sorpresa! Rebocato no cree lo que ven sus ojos el coche del “abue”
está aparcado en una calle; tal es así que el “abue” ni se cree que sea el
suyo, de forma que se baja, comprueba la matricula de cerca y…..¡albricias! es
su vehículo.
Rebocato se mete en el coche aparecido, el cual está al lado de la iglesia del
Grao (casi en el templo, como Jesús hallado en él de niño después de perderse
de sus padres al estar, aquel, discutiendo con los doctores de la ley, en el
tiempo en que se trasladó la Sagrada Familia a Jerusalén por la Fiesta de la
Pascua Judía), junta los cables de la llave de encendido, que manipularon los cuatreros
de nuevo cuño, para hacer el puente; el coche arranca se pone a los mandos el
“abue” y se encaminan ambos, cada cual en su automóvil, de vuelta a la ciudad
para acudir a la comisaría con el fin
de quitar la denuncia interpuesta por la sustracción del auto de marras.
Una vez, ambos, en comisaría y después de
esperar turno como respetables ciudadanos el “abue” y Rebocato se plantan ante
el funcionario (policía nacional) que se encuentra sentado ante la máquina de
escribir. Al relatarle a este los hechos del robo del coche y posterior
encuentro de él por medios propios, el hombre se queda un poco mosca, se rasca
la cabeza y le dice a Rebocato:
-¿Y no habrás cogido tú el coche sin decir nada,
lo has aparcado después en otro sitio y tu padre al día siguiente al no
encontrarlo se presentó aquí a denunciar?
Rebocato responde:
-De entrada este señor no es mi padre. Además
salga usted a la calle (al oír esto el policía cree que le está retando) ya que
ahí al lado está aparcado el coche ayer sustraído y puede usted comprobar que
tiene hecho el puente.
El policía, no conforme del todo vuelve a
rascarse la mollera y apunta:
-Es que ya nos ha ocurrido algún que otro caso
en el que el hijo se lleva el coche del padre para irse de juerga nocturna y
sin permiso paterno; vuelve medio borracho a casa, se acuesta a dormir la mona,
se le olvida decírselo a su padre y este al día siguiente al levantarse, para
ir al curro, lógicamente no encuentra su coche en el lugar donde lo aparcó y
viene a comisaría a denunciar que se lo han robado.
Rebocato ya más alucinado que en su periplo por
La Baranquilla y El Grao, respira hondo y replica:
–Mire usted simplemente queremos retirar la
denuncia, los hechos han ocurrido tal como se lo hemos explicado y si no está
conforme salga a comprobar los cables que los enemigos de lo ajeno han
arrancados del dispositivo donde se introduce la llave de encendido del coche,
con el fin de hacer el puente para que arranque el motor y salir pitando sin
necesidad de tocar el claxon.
–Firme aquí y pueden largarse.
Rebocato cuando enfilaban hacia la calle le
vino a la memoria otro acontecer que le aconteció en la misma comisaría unos
cuatro años atrás cuando aún era un soltero aparentemente feliz.
Era verano y vino desde la Capital del Reino al
litoral a visitar a la entonces su novia. A la mañana siguiente ella y él se
encaminaron hacia la playa para bañarse y tomar el sol, aparte de otros
entreteneres de pareja que no vienen a cuento ahora el declarar. Rebocato
disponía de un utilitario R-5 de tres puertas.
Una vez llegados a la playa se desvistieron
(llevaban los bañadores ya puestos debajo de la ropa) y dejaron la ropa de
ambos y el bolso de la novia en el asiento trasero del coche, todo a la vista.
Se bajaron del coche y se dirigieron, cruzando
perpendicularmente la ancha playa,
hasta llegar al agua del mar.
Después
de los baños pertinentes, tanto de agua, como de sol regresaron al coche.
Cual no sería la sorpresa de nuestra pareja al
llegar al R-5 y observar que, el cristal fijo del lateral trasero del lado del
copiloto, estaba en el suelo, con su goma que le rodeaba, apoyado junto a la
rueda, es decir, el ratero o los rateros con un destornillador o utensilio
similar, lo introdujeron entre la chapa de la carrocería y la goma del cristal
arrancando este de cuajo, eso sí, tuvieron la deferencia de no romperlo. Con el
resultado de que, los amigos de lo ajeno, se llevaron el bolso de la chica de
Rebocato con llaves del piso, documentación y chorradas varias que transportan
las féminas dentro de él y que para que un hombre trate de encontrar alguna
cosa, en concreto, en su interior, ha de vaciar todo el contenido porque si nó
es misión harta imposible el hallazgo.
Rebocato colocó el cristal y su goma en su
sitio y se dirigieron raudos y veloces a la comisaría de la ciudad para
interponer la denuncia del robo.
Una vez allí esperan turno ante una cola de
personas considerable. Para matar el tiempo nuestra pareja se hace carantoñas y
en esto que la chica de Rebocato le da un inocente ósculo (tal y como dice el
DRAE, nada de tornillo, ni de película) y el policía que custodia la puerta de
entrada y que en ese momento dirige la mirada hacia el interior de la sala
donde está la cola de ciudadanos (habíamos dejado de ser súbditos hacía ya unos
pocos años, pero las reminiscencias de la Policía Armada del Régimen
anterior… ya se sabe) contempla a
la pareja con sus recreaciones y se encamina hacia ellos. Al llegar a su altura
les suelta que están en un centro oficial y que hay que guardar el decoro y la
compostura, dejando al par de dos un tanto sorprendidos.
Pasa
el tiempo y mengua la cola hasta que nuestra pareja se encuentra ante el policía
nacional sentado pomposamente en su mesa ante la máquina de escribir, Rebocato
le comenta, después de los saludos pertinentes, que le han robado el bolso a su
novia de dentro del coche en la playa. El funcionario le anuncia que no se dice
robado, sino sustraído. Rebocato contesta:
-Llámelo equis pero el bolso estaba en el
interior del coche al irnos a bañar en la playa y al regresar ya no estaba y para
sustraerlo, como dice usted, han arrancado un cristal de mi coche.
El
policía con cierta hostilidad y malos modales, barruntamos que un tanto
justificados a causa de la salida de tono de Rebocato, pregunta y teclea sin
parar hasta concluir la denuncia y nuestra pareja la firma y se dirigen a la
salida de la comisaría. Ya en la puerta, el policía que hace de cancerbero, caso
del infierno; o de cillerero, caso de monasterio; les hace un aparte como
justificando su reacción ante la compostura anterior de ellos respecto a los
arrumacos, como tratando de justificar su quehacer para con la pareja y de paso disculparse ante ella
solapadamente. Rebocato le dice que no tiene mayor importancia, se despiden de
él y salen a la calle donde luce un sol de julio espléndido aunque sin llegar
al brandy del mismo nombre del grupo Garvey que trasegaban las gentes al coleto
por aquellos tiempos y lugares, y a lo que olían, al hablar, los alientos de
los agentes de la ley y el orden de la comisaría, tanto en la mañana del día de
autos del robo del bolso del auto de Rebocato como, años después, en la tarde
de retirada de la denuncia del robo del auto del “abue”.
Pie
de foto o lo que sea.- Esto era un futbolistas de los de antes, como Dios manda, eran espléndidos, no los de ahora que solo beben bebidas isotónicas y similares. Del
perro copa en mano, no te ¡Digo na!... hasta habla.
“Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar
las piedras”.
Dicen
que la expresión original era “Cosas tenedes….”, pero con el
tiempo, se distorsionó tanto la forma como su significado, llegando
al actual “Cosas veredes….”
Al
parecer se remonta al romancero derivado del Cantar de Mío Cid, cuando Rodrigo
Díaz de Vivar le dice a Alfonso VI, cuando le propone al guerrero conquistar
Cuenca: «Muchos males han venido por los reyes que se ausentan...» y el monarca
le replica: «Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras»
HistoriasdeRebocato@enero-2015
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