14 de octubre de 2014

EL SANTO ROSARIO

 

             


                EL ROSARIO Y LA MADRE DE REBOCATO

 

 

     El demonio a la oreja te está diciendo: 

     "No vayas al Rosario sigue durmiendo".

     ¡Viva María! ¡Viva el Rosario!

     Viva Santo Domingo que lo ha fundado.

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     -¡Chica..! ¡chica..!

 

    La llamada resonó en la amplia casa de nuestro labriego castellanoviejo, ya pasado este a mejor vida, años ha, y emanaba de una de las dos alcobas anexas a la sala. Desde esa sala se accedía a aquellas y se preservaba la intimidad de los pernoctantes con unos gruesos cortinones colgados en la entrada de cada una de las alcobas. 

 

  La sala era el lugar donde, antaño, se celebraban los grandes  acontecimientos familiares, tales como: bautizos; comuniones; cumpleaños; amonestaciones de bodas; comidas importantes de familia: tales como las de la matanza del cerdo y las de las fiestas mayores del pueblo; recibir las visitas, sobre todo en verano, de familiares de la capital; celebraciones todas que, dicho sea de paso, no eran muy asaces a lo largo del año a causa de la precaria economía familiar y de la puesta en escena de la consabida austeridad castellanovieja de antaño y tornada ahora, con renovados brios, con la pertinaz crisis económica (antes, pertinaz sequía) que nos atosiga tan galantemente en estos tiempos.

 

     La llamada no tardó en escucharse en la alcoba de al lado, de donde se levantó de la cama una mujer, la cual  accedió a la sala y entró en la alcoba adyacente a la suya.


    -¿Qué quiere? -le preguntó, medio adormilada, a su suegra que era la que emitió la llamada, y que ya había entrado en los noventa (años de edad, no en la década del siglo pasado) y yacía enferma en cama.


     - Dame un rosario.

     - ¿Un rosario, a estas horas de la madrugada? -le inquirió la nuera

     - Sí, un rosario, quiero rezarlo ahora.

     La mujer volvió a la alcoba donde se encontraba su marido, conocido como Rebocato, durmiendo placidamente en el lecho recientemente abandonado por ella, y le masculló:

      -Tu madre quiere un rosario.

  -¿Un rosario? ¿Estás segura? -dijo el hombre de mediana edad revolviéndose entre las mantas.

     -Sí, eso dice -le contestó su contraria contrariada.

 

    El esposo, un tanto indolente debido a la somnolencia, bajó de la cama, salió de su alcoba, se adentró en la sala y entró, apartando los gruesos cortinones, en la alcoba anexa donde se encontraba su madre acostada en el catre (es un decir, en realidad yacía en la clásica cama alta castellanovieja de barrotes metálicos con remates dorados, jergón con muelles  de los de antes y colchón forrado con lona rojiblanca, relleno de lana esquilada a mano procedente de oveja churra, la cual se lavaba y se vareaba –la lana, no a la oveja aunque, esta, también recibía en el rebaño lo suyo cuando se terciaba- cada fin de verano, después de toda la cosecha puesta a buen recaudo en los sobraos, desvanes y pajares, a la vez que se enjalbegaban las paredes interiores de la casa hechas de adobe y enlucidas con cal. También se aprovechaba para orear los armarios y baúles roperos).

 

     -Madre, ¿qué quiere un rosario? -la preguntó.

     -Sí voy a rezarlo -respondió ella.

     -¿Ahora? -la indagó el hijo.

     -Si ahora -contestó la madre.

  -¿Y de donde saco yo un rosario? -la interrogó de nuevo el hijo (acordándose, de paso, de santo Domingo de Guzmán nato de Caleruela -Burgos-, e instituidor del Santo Rosario, por orden de la Virgen María, aparecida, que le enseñó a recitarlo).

      -Por ahí, en el trinchero de la sala, habrá más de veinte -zanjó la madre.

 

    Rebocato, condescendiente y con ademán un tanto cansino, se dirigió al trinchero de la sala y, hurgando en los cajones vio, en uno de estos, un par de cajas conteniendo rosarios. Trincó una de ellas que era de forma redonda y de plástico rígido  transparente, en cuya tapa aparecía, atrapada entre dos plásticos, una estampa de la Virgen de Fátima, y se la llevó a su madre. 

 

     Esta, al recibirlo, le espetó: 

     -¿Y para que quiero yo un rosario ahora? 

    El hijo, armándose de paciencia, la respondió:

    -Mire aquí se lo dejo encima de su mesilla cuando quiera rezarlo estire la mano y lo coge, yo me vuelvo a la cama.

 

     Dicho esto regresó a su tálamo y comentó con su mujer lo acaecido. 


Pie de foto.- Tal que así era el rosario con el que rezó, cientos de veces, Rebocato, tanto en la Iglesia parroquial ante el público cundo era monaguillo, como en su casa, en familia.

   Al rato, poco antes de quedarse dormido o ya, cuasi, de nuevo, en los brazos de Morfeo, a Rebocato le pareció oír un sonido como de la caída de un pequeño objeto al suelo, pero no le dio mayor importancia, quizás estaba soñando.

 

   Un par de horas después, el hombre, sintió la necesidad de miccionar (mear o sacar la chorra al fresco -en el argot de antaño castellanoviejo- en la cuadra, en el corral, o en el campo,) se levantó y, obviando el cuarto de baño, con el fin de rememorar viejos tiempos, se encaminó a las cuadras de la casa ya vacías y, otrora, habitadas por bestias variopintas.

 

    Al salir de su alcoba se asomó a la de su madre y aparentemente, esta, por la respiración fuerte y acompasada que emitia, manifestaba que dormía placidamente. Luego, cruzando la sala, se dirigió a la puerta de salida de aquella, la cual permanecía abierta, y cruzando el umbral, enfiló adentrándose en la penumbra del portal, con el fin de acceder, al fondo y a la izquierda, a las cuadras. 

 

     Una vez en el portal, fue a encender la luz, buscando a tientas la llave (interruptor) que se encontraba un tanto alejada de la puerta de entrada a la sala. De pronto, oyó un chasquido producido al pisar algo con su pie izquierdo. Cual no sería su sorpresa, al encender la luz y contemplar lo que había pisado, allí mismo estaba la Virgen de Fátima. Era la segunda vez, a lo largo de su vida, que se le aparecía la virgen a Rebocato.

 

   Dirigió su mirada hacia el suelo del portal y vio la tapa redonda de la caja del rosario que había facilitado a su madre. La estampa de la Virgen yacía en el suelo entre trozos de plástico arpados por el pisotón. 

 

    ¿Cómo había llegado la tapa hasta el portal? Su madre no podía levantarse sola de la cama (hacia meses que estaba impedida en ella) y la esposa de Rebocato tampoco se había movido de la suya después de la entrega del rosario por parte de su querido esposo. 

 

    Tal vez el beato Santo Domingo nos sacaría de dudas, al menos de los laísmos.

 

PD.Primera aparición mariana: unos años antes, Rebocato, en compañía de unos amigos en tierras mediterráneas orientales de la península, visitó el santuario de la Virgen de la Balma (nombre céltico de cueva). El  pseudo ermitaño que vigilaba el lugar y que regentaba el pseudo-bar, ante el comentario de aquellos de que se les había aparecido una virgen barbuda y pelirroja (en realidad era un amigo barbudo de Rebocato) en uno de los recodos de la cueva y que les conminó voz en grito: “Pecadores arrodillaos y arrepentíos”, comentó: “La Virgen solo se le aparece a los tontos y a los pastores; nunca a boticarios, ni a sacamuelas, ni a notarios. Pero esa ya es otra historia que se relatará en otro momento, si procede.

 

 

           HistoriasdeRebocato@octubre-2014

 

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