29 de mayo de 2014

A LA CAZA DEL GRILLO


  
                                        


                   A LA CAZA DEL GRILLO NEGRO EN LA PRADERA

       Andaba Rebocato y sus amigos en nuestro pueblo castellanoviejo retozando por la pradera, y se les ocurrió cazar un grillo negro (nada que ver con atisbos de racismo ya que, por allí, no concurrían grillos marrones), para “ir a ranas” (pescarlas para los que no sean del terruño) por lo que a continuación se explica el procedimiento de la caza aplicado por aquellos lares y en aquellos tiempos tan montaraces.

Ya bien entrada la primavera en las dehesas, praderas y campos de nuestro pueblo castellanoviejo, se oía la cantinela de los grillos (solo cantan los machos, dicen, aunque, no nos consta el que existan, ni existieran, sexadores de grillo negro y menos por aquellos lugares). Estos (los grillos) frotan las alas, una contra la otra, para originar el sonido de marras, que sirve para llamar la atención de las hembras de su misma especie, con el fin de que acudan al reclamo y así la naturaleza pueda continuar con su curso natural y evitar el que la casta se extinga, lo contrario de lo que buscarían,  muchos años después, la formación política de "Podemos".

Por aquellos contornos, los grillos se utilizaban como cebo para pescar ranas en las lagunas y terreros cuando, otrora, no estaban protegidas por la Junta de Castilla-León (algo bueno habrán de tener las competencias de las comunidades autónomas, o reinos de taifas como las definen algunos centralistas recalcitrantes, a su vez defensores, a ultranza, de la libre pesca de ranas sin control alguno).

Una vez habiendo detectado el clásico "cri, cri, cri", tan característico y tostonero del bicho, se aproximaba, uno de los rapaces, con cautela al lugar de donde procedía el sonido. Poco podía imaginarse, el animalito, que en vez de acercársele una hembra le iba a caer en suerte (es un decir) una banda de depredadores con pinta de zarrias zarrapastrosos que ríase usted de las apariencias del Tom Sawyer y del Huckleberry Finn del gran Mark Twain, más o menos con las mismas trazas que estos, y parecidos ropajes pero sin sombreros.
Cuando se estaba a unos metros de donde provenía la cacofonía, procedía el hincarse de rodillas (aunque no fuera la hora del Ángelus -a las 12:00h. de la mañana-) y avanzar a gatas o reptando –cual sierpe– ya que si se seguía progresando de píe el animalito te distinguía a distancia, cesaba el frotamiento de alas, se escondía y ya era mucho más dificultoso el localizarle.

Continuando aproximándose hacia el sonido, llegaba el momento en que el grillo dejaba de emitir el "cri, cri, cri" dichoso y eso significaba (si el grillo no había sufrido ya un infarto ante el peligro inminente de captura, o bien, haber pasado a mejor vida por la pisada de un cuadrúpedo despistado que anduviera o anduviese careando por las cercanías) que se estaba ya cerca de su covacha.
Ese era el momento en que había que recuperar la verticalidad y pasar a observar alrededor, porque la guarida del bicho ya la teníamos a menos de un metro a la redonda de nosotros. Era relativamente fácil localizar la cueva debido a que, normalmente, existía un pequeño claro en su entrada entre las hierbas, que causaba el grillo rebanando hierbajos para poder maniobrar alrededor de su morada, bien para tomar el fresco de noche, bien para el flirteo con la grilla de turno que se le paroximara.

Obviamente, ante la presencia de extraños, o potenciales enemigos, el animalito optaba por hacer mutis por el foro y pasaba a guarecerse en su chiribitil con el fin de eludir el peligro.

Como se ha comentado anteriormente el agujero de su vivienda, se percibía en la pradera por la falta de hierba a su alrededor. El cazador , una vez localizada la cueva, trincaba una hierba consistente, de un palmo de larga, más o menos, y la introducía en la cueva con sucesivos movimiento de mete y saca en la cavidad (absténganse las mentes retorcidas y calenturientas de buscar similitudes sexuales procaces al respecto). El grillo al sentir los cosquilleos de la hierba, procedía a salir al exterior y era el momento de atraparlo. Si por el contrario se resistía al trajín de la hierba agitada dentro de su madriguera, se pasaba al plan “B”, mucho más agresivo pero con resultados garantizados al 100%. Dicho plan consistía en mear (miccionar para los cursis) en el interior de la morada del grillo, el cual al recibir el tsunami amarillo-calentito, salía arreando brisca hacia cielo abierto con el resultado, al ser atrapado, de retrasar por muy poco espacio de tiempo su pase a mejor vida (es un decir).

Se trincaba al ortóptero y se procedía, sirviéndose de él,  a la pesca de ranas en alguna laguna o terrero cercanos. Pero esa ya es otra historia que se relatará en otro momento si procede.


HistoriasdeRebocato@julio-2013

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