LAS PRIMERAS VACACIONES DE REBOCATO
Contando, Rebocato, con 6 años y 7 meses en
canal, y aconteciendo el nacimiento de su tercera sobrina (correspondiente, en
número de descendencia, al tercer vástago –niña– del matrimonio que formaban la
primera hija y el primer yerno de nuestro labriego castellanoviejo) se desplazó
a una pequeña localidad, de una provincia adyacente a la de donde vio por
primera vez la luz del sol, ubicada a unos 100 Km. de distancia de nuestro
pueblo castellanoviejo, e iba acompañado por su madre, dos tíos y el hijo
pequeño de estos que calzaba –aparte de los zapatitos pertinentes– dos añitos, los mismos que la sobrina mayor de nuestro amigo, la cual, una vez que la familia visitante llegó a la pequeña localidad, no permitió nunca que su primito coetáneo le cogiera juguete alguno.
Rebocato, hasta entonces, no estaba viajado (ni
falta que le hacía), apenas había salido de nuestro pueblo castellanoviejo
–excepto a laborar en las tierras centeneras de secano, majuelos, pinares y
pimpollares del término municipal– si acaso, muy ocasionalmente, al pueblo/ciudad
de al lado del suyo con el fin de agenciarse algún par de zapatos, y una única vez
fue a la capital de su provincia, para, una vez allí, acercarse hasta un monasterio
de clausura de la Orden de San Jerónimo, para ver a un hermano suyo que
militaba en un cenobio ubicado en Cuacos de Yuste en la mancomunidad de La Vera
en Cáceres y que al ser también –el Monasterio de Yuste– de monjes jerónimos,
el hermano (monje y a la vez hermano
mayor de Rebocato, aunque antes de
aquel nacieron 3 hermanas –el que la persigue la consigue, barruntamos que
pensaría nuestro labriego castellanoviejo–) fue al Monasterio de su capital de provincia, y así, su familia
pudo acercarse a verle allí mismo, sirviéndose para ello del coche de línea, y tirando
–nuestro labriego castellanoviejo– de Carnet de Familia Numerosa para conseguir
los descuentos pertinentes en los billetes. No era cuestión de hacer el
desplazamiento en burras atalajadas con las alforjas nuevas protocolarias de
visita a la capital, por la no disposición, por parte de nuestro labriego
castellanoviejo, de tantas caballerías y alforjas; por otra parte había que
amortizar los retratos del carné de familia numerosa, que eran las únicas fotos
que se hacían en casa de nuestro labriego, ya que, ni en bautizos, ni
comuniones, se hacía retrato alguno, si acaso en bodas (una foto de los novios
y otra de estos con toda la familia) se perdía el tiempo posando. Bastante
faena tenia el magnifico fotógrafo de nuestro pueblo castellanoviejo para lograr
hacer un retrato decente de la familia de nuestro amigo, ya que, tanto Rebocato,
como sus hermanos y hermanas incordiaban lo suyo a la hora de posar, poniendo a
prueba los nervios de dicho gran profesional fotógrafo, el cual trataba de
hacerles posar lo mejor posible.
El revisor del coche de línea soportaba en la
oreja derecha un lápiz, cuya punta chupaba a la hora de rellenar los billetes
de cada viajero. Antes de despachar el billete, plasmaba en él el precio y el trayecto
solicitado por cada viajero, ocasional o asiduo, en el taco oficial de recibos de billetes, y vestía un
uniforme provisto de pantalón y chaqueta azul –mucho más azul marino que la que
se calzaba el cabo Rusti, el dueño
del perro televisivo que atendía por Rin tin tin– con botones dorados
abrochados de forma reglamentaria.
El revisor alucinó cuando el autobús se inundó
de una marabunta de familiares y de rapaces, hijos estos últimos de nuestro
labriego castellanoviejo, los cuales, una vez subidos al autobús, andaban desperdigados
tratando de buscar asientos libres a lo largo y ancho del autobús y, una vez
todos asentados en sus asientos respectivos, cada vez que preguntaba un nombre a
uno de los guachos (como le gusta denominar a los guajes, una persona nata de
Albacete, amigo de andanzas, muchos años después, de Rebocato, devorando, junto
a otros sufridores acompañantes, senderos montaraces por una parte de nuestro
litoral) para expender el billete de turno, recibía la misma contestación por
parte de cada chico: los mismos dos apellidos acompañados de un nombre distinto,
con lo que, él revisor, se quedaba un tanto perplejo pensando que, los mocosos,
le estaban tomando el pelo por tantos apellidos coincidentes en tan numeroso grupo
de críos.
Pero volvamos a lo que nos atañe, que es el
periplo de Rebocato a la pequeña localidad de una provincia limítrofe, para
asistir al bautizo de su tercera sobrina:
En la plaza mayor de nuestro pueblo
castellanoviejo Rebocato, su madre, el matrimonio de tíos de aquel y el hijo
pequeño de estos, cogieron el coche de línea que hacía el trayecto Segovia– Aranda
de Duero y, una vez llegados, sin novedad, a Aranda de Duero, Rebocato pudo
contemplar el río Duero (Douro para nuestros vecinos portugueses), cuyo caudal y
negrura de sus aguas le produjo una gran impresión. En su aún corta vida se
había visto en otra, y en su cabeza, asomado desde el puente, trataba de
retener lo que se presentaba ante sus ojos para, a la vuelta a nuestro
pueblo castellanoviejo, poder relatárselo, con todo lujo de detalles, a sus
hermanos –más próximos en edad con respecto a él– y a sus amigos.
Desde Aranda de Duero, Rebocato y familiares
acompañantes, se desplazaron por ferrocarril hasta la población de San Esteban
de Gormaz, en cuya estación les esperaba un empleado del Coto –por mandato del
cuñado de nuestro amigo, el cual era el encargado del Coto del pequeño pueblo al
que se dirigian– con una furgoneta DKW tipo F89L, para trasladarles, a todos, hasta
la pequeña localidad donde se celebraría el bautizo.
El Coto era propiedad de unos marqueses (no sabemos
si sus habitantes también) los cuales aparecían por aquellas latitudes en el
mes de agosto a veranear. Se aposentaban en su palacete y en esas cálidas
noches, sacaban su televisor al jardín donde acudían las buenas gentes del
pueblo para contemplarla y ver la programación nocturna. Por otra parte,
reseñar que durante los años que estuvo el cuñado mayor de Rebocato ejerciendo
de Encargado en el Coto, posiblemente, perdió la oportunidad de hacerse rico.
En fin, daños colaterales de su aplicada honradez, ya fuera innata, imbuida o bien
por temor a arder en el fuego eterno.
Una vez arribados al Coto, Rebocato se quedó un tanto despagado ya que, el pueblo, no disponía mas que de una calle con apenas una docena de casas, mal colocadas y peor puestas, a ambos lados de ella, y una iglesia a las afueras, no muy lejana porque las afueras se encontraban allí mismo, es decir, cruzando la calle y sobrepasando la fila de casas existentes que se interponían antes de llegar a ella. Jamás nuestros amigo había visto, y no es que conociera muchos, un pueblo tan reducido.
Una vez arribados al Coto, Rebocato se quedó un tanto despagado ya que, el pueblo, no disponía mas que de una calle con apenas una docena de casas, mal colocadas y peor puestas, a ambos lados de ella, y una iglesia a las afueras, no muy lejana porque las afueras se encontraban allí mismo, es decir, cruzando la calle y sobrepasando la fila de casas existentes que se interponían antes de llegar a ella. Jamás nuestros amigo había visto, y no es que conociera muchos, un pueblo tan reducido.
Rebocato, una vez que saludó a su
hermana mayor, a su cuñado (marido de aquella y Encargado del Coto) y a otra
hermana suya (la más pequeña en edad y estatura, aunque mayor que él) que se
encontraba todo el año allí ayudando a la hermana mayor para con sus hijos y las tareas domesticas, bajó a confraternizar
con los pocos chicos existentes en
el pueblo.
Los niños lugareños se encontraban enfrente de
la vivienda del Encargado, porque habían visto llegar a los visitantes.
Rebocato alucinó ante el recibimiento que le otorgaron ya que le trataban como
nunca jamás le habían tratado. Acontecía que las gentes del lugar tanto a su
cuñado/ Encargado y a la mujer de este y, a su vez. hermana mayor de Rebocato,
los lugareños del lugar, les daban el tratamiento de “Don” y de “Doña”,
respectivamente.
En nuestro pueblo castellanoviejo solo se les
daba ese tratamiento a las fuerza vivas, es decir: al boticario, al médico de
iguala, al veterinario, al cura Párroco (que no Pacorro, hermano intermedio –a
pesar de que el Gran Wyoming no había aterrizado aún en la Sexta– de Rebocato) y
a los maestros.
“Menuda pleitesía me rinden por estos lares”,
rumiaba, con cierto aire de importancia, contenida hacia sus adentros, nuestro
amigo, cuando los chicos del Coto se dirigían a él como cuñado de Don y hermano
de Doña. En su vida se había visto en otra. Asimismo, le preguntaban por su papá,
el cual se quedó en nuestro pueblo castellanoviejo imbuido en las tareas de
recolecta de la cosecha. Ël pensaba: “¿Papá?, pero si para mi siempre ha sido
padre y con tratamiento de usted hacia él, eso de papás es de hijos de
señoritos del pan pringao..“
Él estaba, a pesar de su corta edad, cansado de
oír a nuestro labriego castellanoviejo, adotrinar (sic) a sus hijos con los
dichos de: “gente pobre no necesita criado”, “vosotros os creéis que la vida es
Jauja” y “llegareis a dar con la cabeza en un pesebre”, con lo que aquel
manifiesto de pleitesía, de los chicos del Coto (que no del Coro) hacia su persona, le dejaba perplejo,
aunque eso sí, pletórico de felicidad interior encubierta. Pero nuestro amigo
por no desilusionar a aquellos amables y educados muchachos, callaba y si
hablaba de sus padres decía mi papá y mi mamá. Jamás de los jamases, volvió a
nombrar de esa manera, tan desnatural para él, a sus progenitores, para él
siempre habían sido y serían padre y madre. Ante aquellos amables chicos
durante aquellos inolvidables días de asueto total y absoluto, se guardó muy
mucho de comentarles a que dedicaba su tiempo libre en nuestro pueblo
castellanoviejo.
Rebocato estuvo en el Coto una semana y alucinó
(posiblemente entonces esa palabra ni existía y caso de hacerlo no se utilizaba
en aquel momento y lugar, al menos en el entorno de Rebocato) por un tubo ya
que eran sus primeras vacaciones de verdad, o sea, sin tener que dedicarse a
echar de comer y beber a los múltiples bichos que pululaban por las cuadras,
cortijos, gallineros y corrales de la casa de nuestro labriego, ni colaborar en
las tareas campestres, tan lúdicas todas ellas. Hasta que nuestro labriego
castellanoviejo no colgó el azadón, el arado, la tralla, los gavilanes, etc. y
dejó aparcada y prejubilada a la yunta de machos en las cuadras, Rebocato no volvió
a disfrutar de unas vacaciones reglamentarias lúdicas.
Y el alucine vino, sobre todo, porque nuestro
amigo vio por vez primera el progreso (en aquel tiempo estábamos, en este país,
“disfrutando” con los 24 años de paz y ciencia) en forma de dos cosechadoras
cosechando trigo en las tierras de secano del Coto y una de ellas, la mas
grande, era conducida por su cuñado, lo que vino a demostrar que es bueno ser
Encargado, al igual que, guardando las distancias, el ser Rey, caso de que no
te guillotinen, claro.
Esa cosechadora grande era de color rojo y la otra
más pequeña de color gualda. Una pena, pensaba Rebocato, si hubiera una tercera
cosechadora de color rojo, podrían estar las tres cosechando juntas
y caso de estar en perfecta formación paralela
entre ellas, representarían
a la enseña nacional. Claro, que para no herir susceptibilidades, con los
tiempos políticos que corremos actualmente con las diferentes enseñas
autonómicas que nos enriquece, también añadiendo, a las dos ya existentes, 7
cosechadoras más (3 rojas y cuatro amarillas) e intercalándolas de forma
aparente, bien podría formarse la Senyera, bandera que representaba a la
antigua Corona de Aragón y actualmente a varias Comunidades Autónomas nuestras.
Ahora bien, para los partidarios del anexar en dicha bandera la Estrella Roja
de cinco puntas (Estelada en
Catalunya, estrelada en la Comunidad Valenciana y en Aragón –vamos a obviar a
la estreleira de Galicia ya que no viene aquí mucho a cuento a causa de los
colores de la enseña galega con respecto a las cuatribarradas de las otras tres–) podría ponerse en el tractor –que
circulaba detrás de las cosechadoras para recoger los sacos de grano cosechados
que tiraban los operarios subidos en los laterales de las cosechadoras– con la
estrella de marras –provista de cinco puntas y coloreada de rojo– la cual es un
símbolo ideológico y religioso que se usa en banderas, emblemas, logotipos,
etc. con designios desiguales. No hubiera quedado mal la formación.
Pero, claro, el formar la Senyera en aquel tiempo
y lugar, aparte de estar prohibido, se nos antoja un trabajo harto difícil ya
que para ello se necesitarían un total de 5 cosechadoras amarillas y 4 rojas, y
nos iríamos de presupuesto y en el Coto no habría suficientes operarios con permisos
de conducir para manejar (como diría un sudamericano) las 9 cosechadoras y el
tractor de detrás de ellas con la
estrella roja debidamente pintada en el techo de su cabina. Es caro y difícil
el tratar de contentar a todo el mundo: “a independentistas guais” de nuestro
litoral y a “nacionalistas casposos” de nuestra Meseta.
Pero “todo tiene su fin”, tal como cantaban, por
los años 70 del siglo pasado, el grupo musical “Módulos”, es decir, Rebocato barruntaba,
según rezaba la cancioncita que: “Siento que ya llega la hora que dentro de un
momento te alejarás al fin….”, lo que significaba abandonar el asueto y la holganza del Coto y volver a la
cruda realidad de tareas varias en nuestro pueblo castellanoviejo.
Tocó tornar a nuestro pueblo
castellanoviejo y un día de agosto, por la mañana pronto, un empleado del Coto en
la DKW tipo F89L de marras les acercó a la estación de tren de San Esteban a
Rebocato, su madre, sus tíos y al primo pequeño. Una vez llegados a la casa de
nuestro labriego castellanoviejo, por la tarde este soltó: “Rebocato a trillar
a la era”. Ya dando vueltas a la parva, montado en el trillo tirado por los
briosos corceles Terevinto y Cutepla, nuestro amigo pensaba para sus adentros:
¿será posible que con apenas cien kilómetros de separación haya tanta
diferencia en adelantos entre el Coto y mi pueblo?. Vuelve a centrarse en la parva
ya que al cruzarse con el trillo, que dirige el hermano que le precede en edad,
tirado por la yunta que forman la burra Blanca y la burra Negra, casi se montan
los triíllos y nuestro labriego castellanoviejo castigaba la infracción de
tráfico cuadrúpedo sacudiendo con el mango de la horca en la mollera del
conductor del trillo causante del siniestro, porque al montarse uno sobre el
otro las piedras de pedernal de debajo del trillo se estropeaban al rascar la madera del otro trillo montado.
Rebocato no volvió a tener más vacaciones de
holganza –exceptuando otra semana que por un auto corte de hoz justo en la
unión de su pie izquierdo con su pierna izquierda, a resultas del cual apenas
podía caminar con el fin de que no se le saltaran las tres lañas aplicadas a
pelo por el médico de iguala– hasta que se incorporó al mercado laboral
remunerado y con Seguridad Social incluida, ya con unos 18 años y medio dedicados
a su deambular por la Meseta, entre la capital de España –donde trataba de
formarse y pulirse– y nuestro pueblo castellano viejo ayudando en las tareas de
casa y en las del campo.
Pasarían al menos 10 años para que Rebocato
viera los adelantos, en forma de tractores y cosechadoras, en nuestro pueblo
castellanoviejo, al llevarse a cabo la concentración parcelaria en las tierras
de secano del término municipal. Entonces a su cuñado –ya exencargado del Coto
y reciclado en monitor del PPO ejerciendo, desde hacía unos años, en muchos
pueblos de La Meseta– le llegó el turno de formar a sus paisanos labriegos en
teoría mecánica básica de tractores y, a su vez, enseñarles a conducir.
Costó, pero el futuro ya estaba allí. Rebocato
recordando la falta de puntualidad, de
la que se hizo merecedor, en el desempeño de sus funciones, el Cuerpo de los
Cuadrilleros de la Santa Hermandad, pensó
para sus adentros: “A buenas horas mangas verdes”.
HistoriasdeRebocato@enero-2017
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