18 de marzo de 2015

REBOCATO Y LAS ROÑAS



         



REBOCATO Y LAS ROÑAS (Nada que ver con féminas tacañas)


    No hace mucho tiempo hallábase nuestro amigo Rebocato en compañía de otros amigos finalizando de almorzar (ardua tarea que ejercen, a diario, los lugareños de la patria de adopción de aquel, quedando en la ciudad, desde las 10:00h. hasta las 11:00h., todos los servicios públicos y privados prácticamente paralizados, excepto el de hostelería) y observa que se acerca a la mesa de los comensales un tío político suyo a saludarle.

         Después del clásico choque de manos que se lleva a cabo entre personas en esos lances, Rebocato le pregunta a su tío por la familia, contestando este que todos bien y que su nieto mayor (de unos diez años en canal) que se ha ido a "conocer la nieve" a Javalambre y añade, con una sonrisa ostentosa, que él, como buen abuelo, ha corrido con los gastos pertinentes del viaje.

         Rebocato al oír esto se acordó del famoso inicio de la novela  “Cien años de soledad”:

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”

Y le vino, también, a la memoria que cuando, él, tenía unos 10 años estando en nuestro pueblo castellanoviejo un viernes tarde de invierno (libre de asistir a la escuela pública, como todas las tardes de viernes lectivos), su abuelo materno le llevó, junto con los hermanos antecesor y posterior en edad, montados los cuatro en sendas burras y en pantalones cortos (los chicos, las burras y el abuelo no), no a "conocer el hielo" del que estaban, todos los que cabalgaban, un tanto ahítos de contemplarlo y sufrirlo en sus carnes, si no a un pinar, sito en un lugar del término municipal conocido con el nombre de “La Cotarra del Rabilargo”, para recoger roñas.

El pinar se iba había puesto meses atrás de caras, es decir, había entrado en la subasta de pinares para producir resina y por lo tanto a los pinos se le había despojado, en una parte de su tronco, de la roña (corteza del pino) con el fin de hacerle después la cara, es decir, remondarlos para colocarles el pote de barro sujeto con una punta y una hojalata para recibir la miera del pino al sangrar este con la primera llegada de los calores del verano. Por lo tanto las roñas habían quedado desde el año anterior a pie de pino y había que recogerlas con unos cunachos y amontonarlas en varios montones dentro del pinar para, posteriormente, otro día aparente, cargarlas en el carro y llevarlas a casa para utilizarlas como calefacción, quemándolas en la lumbre baja de la cocina de la casa de nuestro labriego castellanoviejo y en la del suegro de este.

         Una vez llegados al pinar de marras (con pinos resineros o negrales por doquier y campando a sus anchas) desmontaron de las grupas de las burras, las desaparejaron, las estacaron y se dispusieron a recoger las roñas introduciéndolas dentro de los canastos y posterior vaciado de estos formando los sucesivos montones, resultando que a medida que avanzaba la tarde cada vez hacia más frío y el abuelo no se dignó ni tan siquiera en hacer una lumbre para que se calentaran sus nietos de vez en cuando, él tenía en mente otra forma de calentarlos caso de que no cumplieran con la faena como Dios manda, o mandaba.




                                   Pie de foto.- Pino resinero o negral puesto de cara.



         El abuelo estaba con el nieto más pequeño recogiendo las roñas con un cunacho, y el hermano antecesor en edad a Rebocato y este, con otro cesto también recogían racaneando lo suyo, aunque cada vez más ateridos de frio y más alejados del abuelo con el fin de escaquearse de vez en cuando de la recogida dichosa. El abuelo, que los conocía hasta desollados, no les perdía de vista e iba dándoles, de vez en cuando, algún que otro aviso con el fin de que se avinieran a razones y amontonaran las roñas con más celeridad.

         El tiempo pasaba y las roñas, a pie de pinos, no se acababan, entonces el abuelo viendo que la otra pareja del grupo de trabajo no progresaba adecuadamente con la recolecta, se dirigió, sin previo aviso, a una mimbrera cercana y con su navaja cortó un cimbreante mimbre de longitud considerable. Acto seguido se dirigió camuflándose, paso a paso, detrás de los pinos en dirección a Rebocato y a su hermano más mayor, tratando de pillarles por sorpresa, pero hete aquí, que como el pasarlas putas espabila en demasía y ya estaban, ellos, puestos en antecedentes por sufrir en sus propias carnes, el como las gastaba su abuelo materno (al paterno no llegaron a conocerle, pues murió en el 43 d.C., aunque en ese año del siglo XX), al verle acercarse dejaron el cesto y las roñas y salieron corriendo, pinar a través, como alma que lleva el diablo, haciendo caso omiso de las llamadas del abuelo que, no obstante, no dejó de correr tras ellos hasta que logró tener a Rebocato a tiro de mimbre y procedió a soltarle, en las canillas de las piernas, unos cuantos mimbrazos, aplicados, estos, en carrera libre pues no paraban de correr, ni el abuelo, ni mucho menos el nieto lacerado.

         Al otro hermano (más nervioso y fibroso, aunque de menos peso que Rebocato, pero con muchos más cintazos y soplamocos a sus espaldas y cara, respectivamente) no hubo manera de atraparle y como ya caía el sol y empezaba a caer algo de nieve, el abuelo, ya matada la rabia en parte, optó por desestacar (que no desatascar) a las burras, aparejarlas y montando después los cuatro (dos a dos, aunque el hermano más mayor con recelo y ojo avizor con respecto -que no respeto- al abuelo) en ellas para retornar, cantando bajito, al pueblo, eso sí, ya casi todos calentitos por las carreras entre pinos y Rebocato, además, con el extra de los mimbrazos en las corvas, las cuales no se le enfriarían ya en todo lo que restaría de invierno.

         Más de 40 años después, cada vez que torna Rebocato a nuestro pueblo castellanoviejo, caso de pasar por “La Cotarra del Rabilargo” (otrora asentamiento de moros según dicen los viejos del lugar)  trata de observar impertérrito los montones decrépitos de roñas que aún se aprecian en el pinar donde recibió los mimbrazos, y le dan ganas de encaramarse a ellos y clamar, parafraseando a Napoleón: “Desde lo alto de estas montones 40 años (lo de siglos se le antoja mucho) nos contemplan”.

      Nunca se recogieron las roñas con el carro tirado por los machos Terevinto y Cutepla; allí siguen impasibles a pesar de la erosión y del inexorable paso del tiempo. No llegaron, jamás de los jamases, a servir de alimento a la lumbre baja de la cocina de la casa de nuestro labriego castellanoviejo, ni a la del suegro de este.

         Rebocato abandona su rememorar de grandes gestas imperiales cuando está a punto de finalizar el almuerzo con la ingesta de los carajillos, y ya consumidos estos y pagada la minuta al tabernero, él, sus amigos y su tío abandonan la taberna. Rebocato, al despedirse, observa que su tío Tente sigue radiante con el tema del viaje que ha “pagado” a su nieto para que vea la nieve en Javalambre, pero, Rebocato rumia para sus adentros que a su abuelo materno no se le veía menos feliz, aquella lejana y fría tarde de la recogida de roñas, después de haberle “pegado” con el mimbre al suyo, y eso que no llegó a alcanzar al otro nieto. Además, sin gastar un duro. 
         
       Es lo que acontece mediante los nietos, que, de una manera u otra,  tanto antes como ahora, se consigue que los abuelos sean felices, aunque las formas explotadas, con el transcurrir de los años, sean escandalosamente diferentes


                     HistoriasdeRebocato@marzo-2015

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