REBOCATO Y LAS ROÑAS (Nada que ver con féminas tacañas)
No hace mucho tiempo hallábase nuestro amigo Rebocato en compañía
de otros amigos finalizando de almorzar (ardua tarea que ejercen, a diario, los
lugareños de la patria de adopción de aquel, quedando en la ciudad, desde las
10:00h. hasta las 11:00h., todos los servicios públicos y privados prácticamente
paralizados, excepto el de hostelería) y observa que se acerca a la mesa de los
comensales un tío político suyo a saludarle.
Después del clásico choque de manos que se lleva a cabo entre
personas en esos lances, Rebocato le pregunta a su tío por la familia,
contestando este que todos bien y que su nieto mayor (de unos diez años en
canal) que se ha ido a "conocer la nieve" a Javalambre y añade, con una sonrisa
ostentosa, que él, como buen abuelo, ha corrido con los gastos pertinentes del viaje.
Rebocato al oír esto se acordó del famoso inicio de la
novela “Cien años de soledad”:
“Muchos años
después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde
remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”
Y le vino, también, a la memoria
que cuando, él, tenía unos 10 años estando en nuestro pueblo castellanoviejo un
viernes tarde de invierno (libre de asistir a la escuela pública, como todas
las tardes de viernes lectivos), su abuelo materno le llevó, junto con los hermanos
antecesor y posterior en edad, montados los cuatro en sendas burras
y en pantalones cortos (los chicos, las burras y el abuelo no), no a "conocer el hielo" del que estaban, todos los que cabalgaban, un tanto ahítos de contemplarlo y
sufrirlo en sus carnes, si no a un pinar, sito en un lugar del término
municipal conocido con el nombre de “La Cotarra del Rabilargo”, para recoger
roñas.
El pinar se iba había puesto
meses atrás de caras, es decir, había entrado en la subasta de pinares para
producir resina y por lo tanto a los pinos se le había despojado, en una parte
de su tronco, de la roña (corteza del pino) con el fin de hacerle después la
cara, es decir, remondarlos para colocarles el pote de barro sujeto con una
punta y una hojalata para recibir la miera del pino al sangrar este con la
primera llegada de los calores del verano. Por lo tanto las roñas habían quedado
desde el año anterior a pie de pino y había que recogerlas con unos cunachos y
amontonarlas en varios montones dentro del pinar para, posteriormente, otro día
aparente, cargarlas en el carro y llevarlas a casa para utilizarlas como
calefacción, quemándolas en la lumbre baja de la cocina de la casa de nuestro
labriego castellanoviejo y en la del suegro de este.
Una vez llegados al pinar de marras (con
pinos resineros o negrales por doquier y campando a sus anchas) desmontaron de las grupas de las
burras, las desaparejaron, las estacaron y se dispusieron a recoger las roñas introduciéndolas
dentro de los canastos y posterior vaciado de estos formando los sucesivos
montones, resultando que a medida que avanzaba la tarde cada vez hacia más frío y el abuelo no se dignó ni tan siquiera en hacer una lumbre para que se
calentaran sus nietos de vez en cuando, él tenía en mente otra forma de
calentarlos caso de que no cumplieran con la faena como Dios manda, o mandaba.
Pie de foto.- Pino resinero o negral puesto de cara.
El abuelo estaba con el nieto más
pequeño recogiendo las roñas con un cunacho, y el hermano antecesor en edad a
Rebocato y este, con otro cesto también recogían racaneando lo suyo, aunque
cada vez más ateridos de frio y más alejados del abuelo con el fin de
escaquearse de vez en cuando de la recogida dichosa. El abuelo, que los conocía
hasta desollados, no les perdía de vista e iba dándoles, de vez en cuando,
algún que otro aviso con el fin de que se avinieran a razones y amontonaran las
roñas con más celeridad.
El tiempo pasaba y las roñas, a pie de
pinos, no se acababan, entonces el abuelo viendo que la otra pareja del grupo
de trabajo no progresaba adecuadamente con la recolecta, se dirigió, sin previo
aviso, a una mimbrera cercana y con su navaja cortó un cimbreante mimbre de
longitud considerable. Acto seguido se dirigió camuflándose, paso a paso,
detrás de los pinos en dirección a Rebocato y a su hermano más mayor, tratando de
pillarles por sorpresa, pero hete aquí, que como el pasarlas putas espabila en
demasía y ya estaban, ellos, puestos en antecedentes por sufrir en sus propias
carnes, el como las gastaba su abuelo materno (al paterno no llegaron a
conocerle, pues murió en el 43 d.C., aunque en ese año del siglo XX), al verle
acercarse dejaron el cesto y las roñas y salieron corriendo, pinar a través,
como alma que lleva el diablo, haciendo caso omiso de las llamadas del abuelo
que, no obstante, no dejó de correr tras ellos hasta que logró tener a Rebocato
a tiro de mimbre y procedió a soltarle, en las canillas de las piernas, unos
cuantos mimbrazos, aplicados, estos, en carrera libre pues no paraban de correr,
ni el abuelo, ni mucho menos el nieto lacerado.
Al otro hermano (más nervioso y
fibroso, aunque de menos peso que Rebocato, pero con muchos más cintazos y
soplamocos a sus espaldas y cara, respectivamente) no hubo manera de atraparle
y como ya caía el sol y empezaba a caer algo de nieve, el abuelo, ya matada la
rabia en parte, optó por desestacar (que no desatascar) a las burras,
aparejarlas y montando después los cuatro (dos a dos, aunque el hermano más
mayor con recelo y ojo avizor con respecto -que no respeto- al abuelo) en ellas
para retornar, cantando bajito, al pueblo, eso sí, ya casi todos calentitos por
las carreras entre pinos y Rebocato, además, con el extra de los mimbrazos en las
corvas, las cuales no se le enfriarían ya en todo lo que restaría de invierno.
Más de 40 años después, cada vez que
torna Rebocato a nuestro pueblo castellanoviejo, caso de pasar por “La Cotarra
del Rabilargo” (otrora asentamiento de moros según dicen los viejos del
lugar) trata de observar impertérrito
los montones decrépitos de roñas que aún se aprecian en el pinar donde recibió
los mimbrazos, y le dan ganas de encaramarse a ellos y clamar, parafraseando a
Napoleón: “Desde lo alto de estas montones 40 años (lo de siglos se le antoja
mucho) nos contemplan”.
Nunca se recogieron las roñas con el carro tirado por los machos Terevinto y Cutepla;
allí siguen impasibles a pesar de la erosión y del inexorable paso del tiempo. No llegaron, jamás de los jamases, a servir de alimento a la lumbre baja de la cocina de la
casa de nuestro labriego castellanoviejo, ni a la del suegro de este.
Rebocato abandona su rememorar de
grandes gestas imperiales cuando está a punto de finalizar el almuerzo con la
ingesta de los carajillos, y ya consumidos estos y pagada la minuta al
tabernero, él, sus amigos y su tío abandonan la taberna. Rebocato, al despedirse,
observa que su tío Tente sigue radiante con el tema del viaje que ha “pagado” a su
nieto para que vea la nieve en Javalambre, pero, Rebocato rumia para sus
adentros que a su abuelo materno no se le veía menos feliz, aquella lejana y fría
tarde de la recogida de roñas, después de haberle “pegado” con el mimbre al
suyo, y eso que no llegó a alcanzar al otro nieto. Además, sin gastar un duro.
Es lo
que acontece mediante los nietos, que, de una manera
u otra, tanto antes como ahora, se consigue que los abuelos sean felices, aunque las formas explotadas,
con el transcurrir de los años, sean escandalosamente diferentes.
HistoriasdeRebocato@marzo-2015
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